El 8 de marzo antepasado (2022) y luego de una pausa de dos años por razón de la pandemia, volvimos a ver a las mujeres en las calles exigiendo reconocimiento a sus derechos y la atención de las autoridades para que los mismos sean plenamente respetados, de manera general, en todo el país. Es un reclamo justificado que debe ser escuchado por todos los miembros de la sociedad, misma que, como mínimo, debería actuar en consecuencia, preferiblemente en acción conjunta con sus gobernantes, quienes no deberían tener más objetivo que el desarrollo integral del país y de su población, bajo las reglas estrictas de la democracia.
Tengo esposa, hija, hermanas, primas, sobrinas, compañeras de trabajo (y madre, ya fallecida), etcétera; para quienes deseo, como mínimo, que su desenvolvimiento a lo largo y ancho de nuestro país, cuando menos, sea sin restricciones, peligros ni ataduras que les impida ser parte integrante y activa de nuestra sociedad. Me es claro que este tipo de afirmación no gusta a muchas mujeres, pero no es precisamente a ellas a quienes me dirijo ahora.
Quisiera compartir esta ambición con la mayoría de mis compatriotas hombres, con ánimo de insistir en la necesidad urgente de que todos nosotros, hombres, nos esforcemos por ofrecer a la otra mitad de nuestra población, un país de pleno respeto a la igualdad y en el que ellas vivan sin temores. Creo que nuestras autoridades, actuales y por venir, con un mínimo de análisis, si tuvieran interés, concluirían lo mismo. Sin embargo, me queda claro que en nuestro país subsisten personas (no quiero decir: abundan; pero la realidad es, que éste término, en México, lamentablemente, es más apegado a la verdad), que escatiman a las mujeres su igualdad frente a los hombres. No me refiero, desde luego a las obvias diferencias físicas entre ambos géneros, sino a la igualdad de derechos y obligaciones que la ley nos otorga y exige a todos los seres humanos, sin distinción alguna.
Bajo esas premisas es que seguí, en marzo de 2022, con amplio interés, la marcha y manifestación de las mujeres en México. Festejé el alto grado de civilidad con que se desenvolvió, su alegría y muestras de unidad. Al término del evento, múltiples noticieros y programas de opinión, tanto en radio como en televisión, invitaron a varias de las organizadoras para informar y conversar sobre lo ocurrido durante la jornada, abarcando, en general, sus antecedentes y posibles repercusiones. Reinó la satisfacción con lo logrado. El entusiasmo era generalizado.
Sin embargo, llamó mi atención que, ante la pregunta sobre qué es el feminismo, las respuestas fueran diversas y, lejos de ser concretas esbozando una definición (que yo entiendo como “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre que se reclaman a través de un movimiento social que lucha por la realización efectiva de los derechos de la mujer y su tendencia a mejorar la posición de la mujer en la sociedad”), prefirieran hacer referencia a las diferentes causas que se persiguen y sus acciones consecuentes. Fue así que me quedó muy claro que su preocupación se centraba más en dar a conocer al público las muy diversas tareas en las que se involucran para lograr la ansiada igualdad.
Si a grosso modo en nuestro país (y en el mundo, en general) el cincuenta por ciento de la población son mujeres, me resulta incomprensible no verlas participar, en igualdad de circunstancias, en todas las tareas de la sociedad. Si el desarrollo social no es integral, quizás veamos adelantos, pero nunca desarrollo. Es por ello que lamenté, en su marcha de 2023, no ver el empuje que sí observé en 2022. ¿Acaso la actitud desinteresada que yo veo -quizá por falta de entendimiento- a su causa, por parte de nuestras autoridades, les ha desmotivado? Espero que no. Espero que el próximo 8-M su voz se haga más fuerte y que sean ahora las personas que desean competir por gobernar nuestro país (casualmente mujeres), quienes definitivamente comprendan la importancia de la participación plena de sus congéneres en todos los ámbitos de nuestra sociedad, sin menoscabo de ninguna clase.
Por simple lógica, al menos en México, resulta anacrónico todo gobernante, independientemente de su filiación partidista, que no tenga una convicción feminista y haga cuanto sea necesario para insertarlas plenamente y con responsabilidades reales en la vida nacional. Es más, debería ser requisito indiscutible para todo aspirante a gobernar, demostrar con hechos que entiende el feminismo y que su agenda de trabajo comprende atender sin reparo la urgente necesidad que tenemos de lograr la igualdad entre todos los mexicanos (lo que habría de incluir la erradicación del nefasto racismo).
Pero tres días después de aquel 8-M (2022), me pareció ver que todo volvía a la “normalidad”. Algo similar a la ruidosa fiesta que los mexicanos acostumbramos el 10 de mayo. Día en que todos sí tenemos, pero durante los 365 subsecuentes, pues, ya no tanto. Y si bien no dudo que algunas personas e instituciones hayan decidido darse tareas en función de alcanzar la igualdad de género, creo que sin un decidido impulso desde las más altas esferas gubernamentales, pues poco habrá de lograrse y así, el próximo 8-M, volveremos a la repetida demanda con su consecuente enfrenta. Es decir, un país que se niega a ver el futuro prefiriendo caminar hacia atrás.
Mi paso por la Secretaría de Relaciones Exteriores, por espacio de 40 años, me llevan entonces a imaginar algunas acciones que desde ese nicho se pudieran aportar en aras de una Política de Estado que nos lleve a la igualdad, no solo en ley (que prácticamente ya existe, sino en costumbre) como forma de vida de todos los que conformamos México. Esa secretaría de estado, en manos hoy de una mujer, a mi entender, debería mostrarnos su respaldo a las demandas de nuestras mujeres.
El objetivo es la adopción de regulaciones y prácticas que unan de manera entusiasta a toda la población, en función de una meta única: el desarrollo integral del país y su población. ¿Habrá real interés en ello? ¿Se lo tomarán en serio?
Mario Velázquez Suárez (marzo de 2024).
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