OFRENDAS DEL DÍA DE MUERTOS EN MIS ADSCRIPCIONES DIPLOMÁTICAS. Por Jorge Castro-Valle Kuehne

Una de las tradiciones mexicanas más conocidas y apreciadas en el mundo es la del Día de Muertos.

En 2008, al formalizarse su inscripción como obra maestra en la lista del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, la UNESCO describió a las celebraciones del Día de Muertos como una tradición “profundamente arraigada en la vida cultural de los pueblos indígenas de México… una fusión entre ritos religiosos prehispánicos y fiestas católicas que permite el acercamiento de dos universos, el de las creencias indígenas y el de una visión del mundo introducida por los europeos en el siglo XVI.”

En efecto, esta festividad representa, como ninguna otra, el sincretismo entre nuestras ancestrales raíces indígenas y nuestro legado colonial español, reforzando nuestra identidad como nación, orgullosa de su historia y de su diversidad étnica y cultural.

Por ello, en mi trayectoria diplomática, especialmente a partir de mi primera titularidad de embajada, procuré promover esta emblemática tradición popular. Ya fuera apoyando las iniciativas de instituciones culturales locales y de asociaciones mexicanas, o montando nuestros propios altares y ofrendas en las embajadas que tuve el privilegio de encabezar. Siempre buscando una conexión con el país de adscripción o con su relación bilateral con México y, en algunos casos, incluso una vinculación personal o familiar.

Entre las ofrendas que tuve el privilegio de presentar en Suecia, Alemania, Suiza y Noruega, destacan las siguientes como las más memorables:

Suecia
Mi primera ofrenda como titular de una representación diplomática fue en Estocolmo en 2001. La dedicamos a la memoria de mi padre, Alfonso Castro Valle, quien me había precedido – 25 años antes – en el honroso cargo de embajador de México en Suecia.

El país escandinavo fue la etapa final de “una excepcional carrera diplomática” – como la tituló la Historia Oral de la Diplomacia Mexicana editada por la SRE – que le brindó el privilegio de representar dignamente a México durante medio siglo en adscripciones en varios continentes y, con el rango de embajador, en países como Japón, la antigua Checoslovaquia, Turquía, Irán y Paquistán.
Mi madre y él eran recordados con afecto por las numerosas amistades que cultivaron durante sus cinco años de permanencia en Suecia y que me recibieron con los brazos abiertos al enterarse que el nuevo embajador mexicano era su hijo.

Montamos el altar en el vestíbulo de la residencia de la embajada con objetos representativos de la tradición del Día de Muertos como también de la vida de mi padre (su libro de memorias y fotografías, sus condecoraciones y diplomas, sus lentes, su guante de golf, su platillo y bebida favoritos, etc.). Y, por supuesto, lo decoramos con flores de cempasúchil (de papel) y veladoras (de IKEA).

En medio del chiflón que se generaba con el permanente abrir y cerrar de la puerta de acceso a la residencia, estando ya reunidos la mayoría de los invitados en la sala, de repente empezó a sonar la alarma antiincendios. ¡Varias flores de papel habían prendido fuego con el parpadeo de las llamas de las velas!

Entre los invitados se encontraban funcionarios de la corte real y del gobierno sueco, empresarios, académicos, miembros de la comunidad mexicana y del Cuerpo Diplomático, incluyendo al recién acreditado embajador de los Estados Unidos. Sus guardaespaldas entraron en acción y ya se disponían a evacuar de emergencia a su jefe cuando logramos apagar el conato de “incendio” y desactivar la alarma. (Cabe tener en mente que el incidente ocurrió menos de dos meses después del fatídico11 de septiembre).

Como muchos de los invitados solamente habían escuchado el estridente sonido de la alarma, pero no habían visto lo que realmente estaba sucediendo en el altar en el lobby, entré a la sala para tranquilizar los ánimos. Se me ocurrió decirles de manera improvisada que no había motivo de preocupación y que todo había sido una señal que nos enviaba mi padre para hacerse presente en nuestro festejo, en espíritu, haciendo gala de la personalidad exuberante que lo había caracterizado en vida.

Con esta broma, recibida por los invitados con muy buen sentido de humor, se relajó el ambiente y el convivio pudo continuar con la degustación de platillos típicos de nuestra gastronomía, amenizado con música mexicana. De hecho, pasó al anecdotario del Cuerpo Diplomático acreditado en Estocolmo como una de las fiestas más “emocionantes” del año, elevando considerablemente los bonos de la flamante pareja de embajadores como anfitriones…»

  • El autor es embajador eminente de México

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