HAY QUE VOLVER A LA DIPLOMACIA COMEDIDA. Por Oscar Hernández Bernalette

Las palabras altisonantes, los calificativos despectivos y los insultos han sustituido al lenguaje formal y comedido que debe caracterizar el ejercicio de la diplomacia, sobre todo en América Latina. Lo tosco, brusco y violento del lenguaje, debilita las buenas relaciones entres los países del continente y el respeto a los principios fundamentales de la buena praxis diplomática. Impases entre gobiernos generan la ira de los funcionarios, como se si tratara de ofensas personales y en su afán de demostrar mas apego nacional que sus respectivas banderas, usan los recursos de desacreditación o irrespeto a otras autoridades como pocas veces se había visto en la burocracia internacional.

Lamentablemente, funcionarios de Venezuela y especialmente a partir de la época Chávez usaron el recurso de la “diplomacia del insulto” como mecanismo de posicionamiento y/o recurso mediático para generar audiencias de su propia causa además para aquellos les encanta el escándalo “per sé” ya sea en la política nacional, o internacional.

Por ejemplo, a principios del 2017 un impasse entre Lima y Caracas, luego de que la canciller calificó de “perro del imperio” al presidente del Perú, Pedro Pablo Kuzcynski, lo que provocó que el gobierno peruano enviara una nota de protesta y llamara a consulta a su embajador. Los insultos al secretario general de la OEA Almagro por parte de la delegación Venezolana, así como las permanentes amenazas -antes Chávez y después por el propio Maduro-, a los Presidentes de los Estados Unidos o de México, que también ha recibido lo suyo, convirtieron las diatribas internacionales en escenarios para el insulto, en una especie de ring de boxeo adaptados a la incontinencia verbal, como recurso de agresión internacional.

En mi opinión, cuando se insulta desde un gobierno a un jefe de Estado o a un Canciller o altos funcionarios de países con los cuales tenemos relaciones diplomáticas, también se está insultando a sus ciudadanos, ya que fueron designados o elegidos por ellos para representarlos. Se pueden tener diferencias políticas, pero debe privar la debida consideración por un mandatario que representa a un pueblo.

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