El martes 21 de diciembre amanece helado y umbrío. Acaso para recordarnos que ese día comienza la estación del frío y la inminencia de un nuevo año: otra ventana abierta al futuro. Casi al tiempo en que se rompe el alba, una abrumadora masa de niebla se desplaza con rapidez y sin estrépito sobre San Miguel y los alrededores, tornando invisible todo espacio. La tupida capa vaporosa nos trae a la memoria la película de John Carpenter: la imagen de la invasión nebulosa a la ciudad. Del mismo modo nos envuelve a nosotros una tela tenue, húmeda y delicada. La afrontamos sin ningún prurito, casi con placer. El viejo labrador parece entenderlo así también y continuamos nuestra marcha.
El día anterior las autoridades municipales lo anunciaron. La Jornada Nacional de Vacunación toca a la puerta. La dosis –la tercera- de refuerzo contra el Coronavirus se aplicará a la población adulta en las instalaciones del COMUDE, a partir de las ocho de la mañana. Con todos los avances, la ciencia no ha logrado abatir del todo –sólo la ha atajado- la epidemia.
También la víspera, nos alcanzó la noticia del contagio de una amiga, en la Ciudad de México, a pesar de todos los cuidados. Esa noticia coincidió con el anuncio de la OMS alertando sobre la conveniencia de desalentar celebraciones decembrinas visto el carácter letal de la variante Omicrón.
Previsión y cálculo nos deciden a acercarnos hacia las diez y media. La carga de tráfico sobre las vías de entrada y salida de y hacia Querétaro nos alertan. Es excesiva para el día y la hora. Pero arribamos sin contratiempo, cuando los rayos del sol han ahuyentado toda bruma. La luminosidad nos revela la longitud de una fila que con certeza rebasa un kilómetro. Varios agentes en uniforme controlan el tránsito vehicular con eficacia. Aparcamos la camioneta sin dificultad y nos dirigimos a la cola. Allí, entremezclados, la fila acoge a todos los estratos sociales, bien que constituye mayoría la clase humilde. Compartiendo el mismo infortunio, la amenaza de una calamidad nos congrega. El furor de la peste era desconocido por las generaciones del presente.
Me adelanté unos pasos para preguntar a una joven en uniforme, detalles sobre el proceso. También me informó que las personas con alguna afección o enfermedad podían ingresar en otra fila y la apuntó con el dedo, era mínima. Mientras marchaba me topé con una pareja de colegas y amigos, como a mitad de la fila y conversamos unos momentos. La formación avanzaba con rapidez.
Adentro las instalaciones eran vastas y funcionales. La organización, bien planeada y eficiente. Levantaban el registro en mesas amplias –unas veinte- distribuidas en lo que debía ser una cancha de basquetbol. Allí requerían el pre-registro y verificaban fechas de vacunación previa, edad y número de teléfono.
Luego nos encaminaban a un salón contiguo, igualmente enorme y de techo alto. La sorpresa mayor allá fue descubrir a un buen número de “Voluntarios” –eso indicaban sus gafetes en el pecho- gringos, apoyando la labor de las autoridades municipales. Ellos nos inducían a sentar en grupos de unas treinta personas, donde una vez ocupados todos los espacios, la enfermera que nos aplicaría la vacuna, expuso ante los congregados, información y procedimientos ante y post vacunatorios.
Más tarde, en un momento, nos invadió una como revelación. Con regocijo, Esther y yo descubrimos que a nuestra derecha conversaba una pareja de franceses y a nuestra izquierda tres ancianas susurraban en otomí.
Uno a uno fuimos llamados a recibir la inyección. Una vez vacunados y conforme a indicaciones previas, nos dirigían a un nuevo espacio, donde había que aguardar minutos, ante una eventual reacción. A la entrada de ese salón, otro voluntario ofrecía a los vacunados una botellita de agua y una tableta de granola. A poco arribó la pareja amiga y tras una breve charla concluimos la jornada.
El proceso había transcurrido en una atmósfera tranquila y ordenada. Y salimos a un lago de luz.
El noticiero de la tarde informó que en Inglaterra se temían en los días por venir hasta cien mil contagios diarios. Y en San Miguel se esperaba una madrugada fría en extremo. Ni con prudencia los hombres eluden su destino. Así que en previsión, pusimos a mano, también, guantes y bufanda. Sigue entero el temor. Sigue entera la esperanza.
San Miguel Allende, diciembre de 2021
*El autor es diplomático y escritor mexicano
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