
El Festival de Salzburgo – el más importante y renombrado escenario musical del mundo – cumple 100 años de existencia. Mucha agua ha fluido bajo los puentes del río Salzach desde aquel 22 de agosto de 1920 en que fue inaugurada la primera edición del festival en la histórica ciudad natal de Mozart.
Mi primera asistencia al festival – en 1974 – está directamente relacionada con mis pininos en el Servicio Exterior Mexicano gracias a mi jefe como titular de nuestra Embajada en Austria, Dr. Ulises Schmill Ordóñez, un gran melómano. Le estaré eternamente agradecido por su invitación pues fue el inicio de una afición por el festival que continúa hasta hoy, reforzada aún más por mi esposa Greta, una amante de la música clásica y apasionada de la ópera. Desde 2001, hemos asistido a una docena de ediciones del festival de verano y a otras cuatro de su hermano menor, el festival de Pentecostés, creado en 1973, hoy dirigido por la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli.
México ha estado dignamente representado en diferentes ediciones del festival por las maravillosas voces de nuestro “póker de ases” operísticos conformado por los tenores Francisco Araiza, Ramón Vargas, Rolando Villazón y Javier Camarena, todos ellos considerados entre los cantantes más destacados de sus respectivas generaciones a nivel mundial.
Antes de relatar algunas de mis vivencias personales con estos grandes artistas, que han puesto muy en alto el nombre de México en el competido universo de la ópera, me parece oportuno realizar un breve recorrido histórico por las principales etapas del festival en su primer siglo de existencia.
Evolución histórica del festival
La fase inicial del festival está estrechamente asociada con el dramaturgo y poeta austriaco Hugo von Hofmannsthal, cuya emblemática obra Jedermann se escenifica desde 1920 frente a la Catedral de Salzburgo como acto de apertura del festival. Otras influencias clave en la fundación del festival fueron el compositor Richard Strauss y el director teatral Max Reinhardt, autor de la primera puesta en escena del Jedermann.
En 1926, se construye la primera sala de espectáculos del festival – Festspielhaus – con la cual comienza una etapa personificada por renombrados directores de orquesta como Arturo Toscanini y Bruno Walter, al frente de la Filarmónica de Viena que se convierte en la orquesta residente del festival.
Con el Anschluss – la anexión de Austria por la Alemania nazi – y la renuncia de Toscanini como director del festival, agravada por el exilio de muchos de sus principales artistas, se inicia un periodo infausto en el que se prohíben obras consideradas opuestas al ideario nacionalsocialista e incluso se interrumpe la escenificación del tradicional Jedermann. En 1944, tras el fallido atentado en contra de Hitler, se llega a suspender el festival permitiendo tan sólo un concierto bajo la batuta del polémico director de orquesta alemán, Wilhelm Furtwängler.
Tras las investigaciones realizadas por los Aliados sobre los antecedentes de colaboración con el régimen nazi de figuras prominentes relacionadas con Salzburgo, principalmente Furtwängler, pero también las estrellas ascendentes Karl Böhm y Herbert von Karajan, la etapa de la posguerra estuvo caracterizada por una renovación del repertorio del festival. Una combinación de piezas clásicas tradicionales – entre ellas el redescubrimiento de tesoros musicales olvidados del catálogo de Mozart – con estrenos de obras más modernas, sobre todo operísticas.
A la muerte de Furtwängler, se da una pugna por la dirección artística del festival entre Böhm y von Karajan, de la cual este último emerge victorioso, en 1957, iniciando una era marcada por su dominio absoluto hasta su fallecimiento en 1989. Entre los principales logros de von Karajan – oriundo de Salzburgo – figuran la construcción de un nuevo teatro – Grosses Festspielhaus– considerado el más grande y moderno de la época y la presentación de la Filarmónica de Berlín como la segunda orquesta del festival al lado de su homóloga de Viena. A esta etapa corresponde la primera incursión en el festival de un artista mexicano en la historia: el Maestro Francisco Araiza.
La etapa post von Karajan, en especial la década bajo la dirección de Gerard Motier, estuvo caracterizada por notables cambios en la programación dando entrada a compositores jóvenes, nuevos directores de orquesta y de escena, coproducciones con otros teatros, un innovador esquema de venta de boletos, a menor precio, con el fin de atraer nuevas audiencias, y la introducción de sobretítulos; todo ello con el fin último de preparar al festival para el siglo XXI. Su sucesor, Peter Ruzicka, continúa con la misión modernizadora del festival y le toca la celebración de uno de los acontecimientos más relevantes en su historia: el 250 aniversario de Mozart, con la presentación de las 22 óperas del genio salzburgués combinadas con nuevas obras de compositores contemporáneos. Durante su mandato, surge al estrellato la soprano rusa Anna Netrebko, celebrada hoy como la máxima diva del mundo operístico. Su aclamada “La Traviata”, en 2005, al lado del tenor mexicano Rolando Villazón, se ha convertido en uno de los hitos más memorables del festival.
En 2007, asume el mando del festival el director teatral Jürgen Flimm quien, entre otras iniciativas, promueve los trabajos de remodelación del Kleines Festspielhaus, hoy conocido como Haus für Mozart, el segundo teatro principal del festival. Lo sucede Alexander Pereira quien, en 2013, encabeza los festejos del bicentenario conjunto de los compositores Giuseppe Verdi y Richard Wagner. Viniendo de la Ópera de Zúrich, a él se le debe, en buena medida, la presentación en el festival de otra de las superestrellas operísticas mexicanas: el tenor Javier Camarena. A la salida de Pereira para dirigir el prestigioso Teatro la Scala de Milán, el festival queda en manos de Markus Hinterhäuser, en quien ha recaído la compleja responsabilidad de coordinar la conmemoración de su centenario en medio de las severas restricciones impuestas por la pandemia del coronavirus.
Presencia mexicana en Salzburgo: el “póker de ases” operísticos
El tenor Francisco Araiza es reconocido como el precursor que, con su talento y maestría, abrió brecha en los principales escenarios operísticos internacionales, especialmente en Europa, para destacados cantantes mexicanos que le han seguido.
Debutó en Salzburgo en 1980, llegando a participar en 10 ediciones del festival, bajo las batutas de Herbert von Karajan, Karl Böhm y Claudio Abbado, entre otros prominentes directores de orquesta. A lo largo de su brillante trayectoria, se ha presentado en los más encumbrados recintos del mundo como la Scala de Milán, el MET de Nueva York, las Óperas de Viena, Múnich y Zúrich, así como en prestigiosos festivales, además del de Salzburgo, como Bayreuth, Aix-en-Provence y el Rossini de Pesaro.
Su más impresionante mérito es haberse convertido en uno de los máximos intérpretes del repertorio alemán, destacando sus magistrales rendiciones en papeles protagónicos de óperas de Mozart y en recitales de lieder de Schubert, incursionando posteriormente, aclamado por el público y la crítica, en roles dramáticos de los repertorios italiano y francés.
Mi relación personal con el Maestro Araiza data de 2013 cuando, recién iniciada mi gestión como Embajador en Suiza, concurrente ante Liechtenstein, coincidí con él en Vaduz en un concierto del aniversario de la fundación SIAA, de cuyo consejo directivo formaba parte como asesor de técnica vocal de sus jóvenes becarios. Le estaré reconocido por haberme presentado al presidente de dicha fundación, el promotor cultural Rolando Wyss, quien a la postre asumiría la titularidad del primer Consulado Honorario de México en ese Principado.
Considerado como uno de los cantantes más sobresalientes de su generación por la belleza de su voz, su impecable técnica y musicalidad, el tenor Ramón Vargas surge al estrellato mundial, en 1992, al reemplazar como emergente al icónico Luciano Pavarotti en el papel de Edgardo en “Lucia de Lammermoor” en el MET de Nueva York. Fue en ese mismo recinto que lo vi en acción por primera vez, en 1999, en otro de sus roles emblemáticos como el Duque de Mantua en “Rigoletto.
El Maestro Vargas ha participado, con gran éxito, en dos ediciones del festival: en 2003, en el “Réquiem” de Berlioz, con la Filarmónica de Viena bajo la batuta del director ruso Valeri Gergiev, y, en 2006, en el rol estelar de la ópera “Idomeneo” de Mozart. Si bien mi esposa y yo no llegamos a presenciar sus actuaciones en Salzburgo, con base en una relación amistosa que se fue consolidando durante mis adscripciones diplomáticas en Alemania y Suiza, lo hemos admirado en escenarios como la Deutsche Oper y la Philharmonie de Berlín, la Ópera de Zúrich y el Teatro de Lucerna, así como la Scala de Milán; además de en varias de sus presentaciones en México: en el Palacio de Bellas Artes, el Auditorio Nacional, la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM y el Teatro Bicentenario en León.
Al tenor Rolando Villazón – a quien le debo mi pasión por la ópera – lo conocimos en Berlín, en 2003, cuando se presentó en la Staatsoper en uno de sus roles emblemáticos, el Nemorino del “Elixir de Amor” de Donizetti. La víspera de la función, en una cena íntima que organizamos en la Embajada, coincidió por vez primera con Carlos Fuentes: un memorable encuentro entre un escritor amante de la ópera y un cantante enamorado de la literatura.
A partir de ese primer contacto, nos volvimos admiradores y amigos de Rolando, acompañándolo en su meteórico ascenso a la cima operística mundial en recintos renombrados como la Ópera de Viena, el Covent Garden de Londres, el MET de Nueva York, la Scala de Milán y el Liceu de Barcelona, además de prestigiosas salas de conciertos como la Philharmonie de Berlín, el Théatre des Champs Elysées de París y la Tonhalle de Zúrich, entre otros escenarios.
Otras memorables ocasiones que tuvimos el privilegio de presenciar fueron su aclamado debut en el festival de Salzburgo, en 2005, como Alfredo en “La Traviata” al lado de la soprano Anna Netrebko, así como el inolvidable concierto en la Waldbühne de Berlín, en el marco del campeonato mundial de fútbol Alemania 2006, ofrecido por la “pareja de ensueño” de la ópera (Traumpaar der Oper) junto con el Maestro Plácido Domingo. Para orgullo nuestro, y gracias al valioso apoyo de estos queridos y admirados artistas, el festejo posterior a ese magno espectáculo se llevó a cabo en la bellísima sede de nuestra Embajada, una concurrida Fiesta Mexicana que tuvo un fuerte impacto en la promoción y el fortalecimiento de la imagen positiva de México en la capital alemana.
En los últimos años, Villazón ha logrado posicionarse como uno de los talentos más polifacéticos del mundo artístico, no sólo como cantante, sino también como director de escena, conductor de programas culturales – de radio en Francia y de televisión en Alemania – y autor de novelas. A estos meritorios logros se sumó, a partir de 2018, su designación como director artístico de la Semana de Mozart (Mozartwoche), el principal festival dedicado al inmortal compositor austriaco, consolidando a Rolando, gracias a su capacidad y carisma, como una de las figuras más admiradas y apreciadas en Salzburgo.
Completa nuestro “póker de ases” el tenor Javier Camarena, hoy en día uno de los cantantes más sobresalientes y admirados del mundo. Durante mi gestión diplomática en Suiza, mi esposa y yo afianzamos una relación de amistad con él y su familia – radicada en Zúrich – que nos ha dado el privilegio de acompañarlo en esta etapa ascendente de su brillante trayectoria artística.
Tras sus históricos bis en sus emblemáticos roles de Ramiro en “La Cenicienta” de Rossini y de Tonio en “La Hija del Regimiento” de Donizetti en el MET de Nueva York, Javier también ha triunfado en otros prestigiosos escenarios como el Covent Garden de Londres, las Óperas de Múnich, Viena y Zúrich, el Teatro Real de Madrid y el Liceu de Barcelona.
De igual manera, el festival de Salzburgo ha sido escenario de su vertiginosa carrera con brillantes presentaciones en óperas y recitales, incluyendo su espectacular participación en la Gala dedicada a Rossini, en 2014, donde fuimos testigos presenciales de cómo Camarena – el “benjamín” entre luminarias rossinianas de prestigio mundial – terminó siendo el artista más ovacionado de la noche.
Pese a su cargada agenda en el extranjero, Camarena no ha dejado de privilegiar sus actuaciones en México, siendo las más recientes la clausura del Festival Cervantino de Guanajuato, en noviembre de 2019, y las funciones conmemorativas del 15 aniversario de su debut artístico en el Palacio de Bellas Artes, en febrero pasado, tan sólo un mes antes del inicio de la cuarentena.
Esta baraja operística de lujo no estaría completa sin incluir en ella – como “reina de corazones” – a la soprano Rebeca Olvera, quien en 2013 hizo historia al convertirse en la primera mujer mexicana en participar en el festival de Salzburgo, cantando al lado de Cecilia Bartoli, una de las máximas estrellas en el firmamento operístico. Desde entonces, ha compartido el escenario en varias ediciones con otros grandes cantantes, incluyendo a sus compatriotas Villazón y Camarena.
En lo personal, desafortunadamente la contingencia del coronavirus vino a frustrar nuestros planes de acudir a Salzburgo para la conmemoración de tan histórica efeméride, limitada por circunstancias excepcionales, pero no por ello menos emotiva. Como amantes del festival, mi esposa y yo nos sumamos desde México a las felicitaciones a nivel mundial por la celebración de su primer centenario, abrigando la esperanza de que logre superar exitosamente el enorme desafío de la pandemia y preservarse como magno escenario de la música clásica y la ópera para deleite de las presentes y futuras generaciones del siglo XXI.
Ciudad de México, agosto de 2020.
*El autor es Embajador Eminente de México, en retiro.
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