
Muy buenas tardes.
Viendo alrededor del auditorio tantas caras amigas -ex jefes y mentores, colegas y compañeros del SEM, ex colaboradores de la Cancillería y de otras dependencias, amistades mías y de mi esposa de diferentes ámbitos de la vida, y miembros de nuestras familias- no puedo más que expresar a todos y cada uno de ustedes mi profundo agradecimiento por su amable presencia en este evento tan significativo para mí. Me siento realmente muy conmovido.
Voy a iniciar mi intervención con una serie de reconocimientos especiales para posteriormente concluir con comentarios personales sobre mi libro.
En primer término, mi reconocimiento a nuestro anfitrión, el Dr. Alejandro Carrillo Castro y a la Fundación Miguel Alemán. Alejandro fue el sobrino predilecto de mi padre y desde mi adolescencia fue un referente para mí como persona y como servidor público. Más aún cuando él también incursionó en la diplomacia como Cónsul General de México en Chicago y como Representante Permanente ante la OEA en Washington. Mil gracias, querido Alejandro, por tu generosidad al alojar la presentación de mi libro en esta espléndida Biblioteca Mexicana.
Mi gratitud igualmente al Embajador Emérito Bernardo Sepúlveda, uno de mis principales mentores en mi carrera con quien tuve el privilegio de colaborar -y aprender de sus enseñanzas y de su ejemplo- durante casi una década. Primero como su Secretario Particular durante su brillante gestión como Canciller de México y luego como su jefe de Cancillería en nuestra Embajada en Londres. Además, no sólo me hizo el honor de aceptar ser comentarista sino también de prologar mi libro. Mil gracias, querido y admirado Embajador Sepúlveda.
Mi sincero reconocimiento también a otro de mis grandes maestros en el Servicio Exterior, el Embajador Eminente Andrés Rozental. Me une con él una amistad de más de 40 años, además de mi enorme aprecio por su valioso apoyo en diferentes momentos de mi carrera. A él le debo, entre otras cosas, el haberme propuesto ante el Secretario Fernando Solana para mi inolvidable experiencia como el último jefe de misión de México en Alemania Oriental en la fase final del histórico proceso de la reunificación alemana; y posteriormente también ante el Canciller Manuel Tello para mi designación como Director General para América del Norte que llevó aparejado mi ascenso al rango de Embajador. Adicionalmente, compartimos ambos el honor de haber sido Embajadores de México en Suecia, nombramiento que yo le debo a mi querido tocayo, el ex Canciller Jorge Castañeda, aquí presente. Muchas gracias a ambos.
Mi agradecimiento especial a la Maestra Pía Taracena por su amable disposición para representar al Dr. Leonardo Curzio. Me consta cuánto lamentó mi querido amigo Leonardo tener que cancelar su participación esta tarde y le agradezco el emotivo mensaje escrito que nos ha transmitido a través de la Maestra Taracena. La primera vez que preparé una presentación panorámica de mi trayectoria en el SEM fue cuando ella me invitó a dar una plática a sus estudiantes de Relaciones Internacionales en el Día del Diplomático Mexicano en 2022. Así que, muchas gracias, querida Pía, no sólo por tu participación en este acto, sino también por haber sido una de las inspiraciones iniciales para este libro.
Quisiera ahora hacer un recorrido cronológico por mi carrera mencionando a personas, algunas aquí presentes y otras ausentes, que tuvieron un impacto importante en episodios clave de mi trayectoria y que relato en detalle en mi libro. Desde mis pininos diplomáticos en Viena en 1973 hasta la culminación de mi carrera con mi honrosa designación presidencial como Embajador Eminente de México en 2017, antes de asumir mi última Embajada en Noruega. Pero no se asusten … este recorrido por más de 45 años no tomará más de diez minutos.
Empiezo por reconocer a mi primer jefe en la diplomacia, el gran jurista y ex Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Dr. Ulises Schmill Ordóñez. Como Embajador de México en Austria, él fue el gestor de mi primer nombramiento en el SEM como Canciller de la rama administrativa. Además, como apasionado melómano, le debo haber reforzadomi predilección por la música clásica, pasión que comparto con mi esposa. Por todo ello, y más, muchas gracias, querido Ulises.
Igualmenteimportante fue el apoyo de su sucesor en Viena, el Embajador Eminente Jorge Eduardo Navarrete -otro de mis grandes maestros- a quien le debo mi reincorporación a la Cancillería que, a su vez, permitió mi ingreso a la rama diplomática del SEM, cuando generosamente me invitó a ser su Secretario Particular durante su gestión como Subsecretario de Asuntos Económicos. En ausencia, agradezco al Embajador Navarrete sus valiosas enseñanzas.
Quiero, asimismo, reconocer de manera especial la presencia de un gran jefe que tuve en Canadá, el licenciado Jorge de la Vega Domínguez. Guardo un muy grato recuerdo de mi colaboración con él, especialmente en el proceso de negociación del TLC de América del Norte. Una finísima persona, con una experiencia política inigualable, de quien aprendí muchísimo en largas e interesantes conversaciones en Ottawa. Muchas gracias, don Jorge, por su compañía esta tarde.
No menos relevante en mi carrera fue mi colaboración con el entonces Subsecretario Juan Rebolledo, a quien – junto con el ex Canciller Ángel Gurría – debo mi ratificación como Director General para América del Norte y posteriormente mi traslado a Washington como embajador alterno y jefe de Cancillería en la embajada más importante de México en el mundo. Recientemente tuve la oportunidad de agradecerles su invaluable apoyo en mi carrera.
Mi gestión como Embajador en Alemania no hubiera sido igual de no haber contado con un poderoso aliado. Me refiero al edificio de nuestra embajada en Berlín, una auténtica joya arquitectónica y un símbolo del “poder suave” de México. Gracias a su prestigio y atracción fuera de serie en la capital alemana logramos realizar innumerables eventos de promoción en esa espectacular sede que dejaron muy en alto el nombre de México. Mi reconocimiento a su co-creador, el arquitecto Francisco Serrano, una persona de gran calidad humana que nos ha honrado a mi esposa y a mí con su cálida amistad y hoy aquí con su presencia. Mil gracias, querido y admirado Francisco.
Uno de los puestos más sorprendentes de mi trayectoria -demandante, pero también estimulante- fue el de Jefe de Protocolo. Tuve la fortuna de contar con la confianza del presidente de la República y de la Canciller Patricia Espinosa, así como con el apoyo de un excelente equipo de colaboradores -algunos aquí presentes- encabezados por una de las entonces Directoras Generales Adjuntas, la Embajadora Aureny Aguirre. Muchas gracias por su compañía esta tarde.
Otro aliado fundamental durante mi gestión en Protocolo fue el Estado Mayor Presidencial. Su eficaz colaboración en aspectos de seguridad y logística de giras presidenciales, visitas de dignatarios extranjeros y ceremonias con el Cuerpo Diplomático fue imprescindible. Es por ello que quiero reconocer la presencia de los generales Jesús Castillo, Roberto Miranda, Crisanto García y Pablo Lechuga, así como del vicealmirante José Jesús Cuevas – la plana mayor del EMP – y agradecerles su valioso apoyo y su compañía en este acto.
También quiero expresar mi aprecio a un grupo especial de colegas embajadores -algunos, como yo, ya en retiro- y, ante todo queridos amigos, que fueron un constante acompañamiento a lo largo de mi carrera. Ante la imposibilidad de nombrarlos individualmente, en su representación permítanme mencionar al Embajador Emérito Carlos de Icaza. Como Subsecretario de Relaciones Exteriores él fue mi jefe directo en mis dos últimas adscripciones, como Embajador en Suiza – bajo las órdenes de un extraordinario Canciller y querido amigo, José Antonio Meade, también aquí presente – y posteriormente en Noruega, que coincidieron con mi designación de Embajador Eminente.
Para concluir, quisiera referirme al título de mi libro que está íntimamente ligado con mi familia.
Pero antes, debo expresarle mi reconocimiento a mi editor, Eduardo Salazar, director de Bonsái Proyectos Editoriales, por su asesoría y su inagotable paciencia, en el proceso creativo de diseño, revisión y publicación de esta obra.
Como lo digo en la introducción, la palabra kismet -que en turco significa destino o suerte- tiene una connotación especial y un significado profundo para mi familia.
En sus orígenes, Kismet fue el nombre de un hotel en la costa del mar Egeo, cerca del sitio arqueológico de Éfeso, donde pasábamos las vacaciones de verano durante la gestión de mi padre como embajador de México en Turquía y se convirtió en una especie de segundo hogar para nosotros.
Cuando mis padres se retiraron en 1982 bautizaron con el nombre de Kismet al idílico lugar en el que establecieron su hogar en Cuernavaca, un auténtico paraíso y oasis familiar.
Pero más allá del nombre y el lugar, kismet simboliza para nosotros algo más profundo y significativo: un legado familiar y un compromiso moral a honrarlo y preservarlo.
Azar o destino tiene que ver con la serie de circunstancias fortuitas que caracterizaron mi vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Empezando por el matrimonio de mi mamá con el Embajador Alfonso Castro Valle -mi padre adoptivo- que a mis 10 años de edad me introdujo al fascinante mundo de la diplomacia y me brindó la oportunidad de una educación multicultural y plurilingüe en Europa, que -como lo explico en el libro- fue un factor relevante en mi carrera.
Mi gratitud de corazón a toda mi familia, ante todo a mis padres, a cuya memoria está dedicada esta obra.
Y hoy, representándolos aquí y encarnando el espíritu kismet de nuestra familia, mi hermana Ana Iza – por cierto, nacida en Turquía – y, en espíritu desde Viena, mi hermana Rosa María, a quien muchos de ustedes conocen cariñosamente como Nanuna, quien también dedicó su vida profesional al SEM.
Asimismo, mi adorada hija, Daniela, quien desde muy niña experimentó los altibajos de la vida errante de su papá diplomático, como cuando tuvo que sufrir en carne propia cinco cambios de país, casa, escuela y amigos en un solo sexenio, el más “movido” de mi carrera.
Y, last but not least, mi amada esposa, Greta, mi compañera, cómplice y confidente, por su invaluable apoyo y solidaridad en todo momento durante este último cuarto de siglo … y todo lo que nos queda por delante en esta nueva etapa de nuestra vida.
Ellas son un vivo ejemplo de que el Servicio Exterior, más que una profesión, es un proyecto de vida que también involucra a nuestras familias y seres queridos.
Y, a propósito del Servicio Exterior Mexicano, mi Alma Mater durante medio siglo, le expreso mi profunda gratitud y mi esperanza de que logre superar sus retos – tanto estructurales como coyunturales – para seguirse consolidando -con un espíritu de cuerpo renovado y fortalecido- como el servicio civil profesional más antiguo de nuestro país.
A las nuevas y futuras generaciones de diplomáticos -algunos aquí presentes-, les deseo que encuentren en el SEM, como yo tuve la fortuna de hacerlo -y así lo trato de reflejar en mi libro de manera personal, anecdótica y espero que amena- un espacio de excelencia para hacer realidad sus sueños y aspiraciones y donde puedan dar lo mejor de sí – con compromiso y entrega – en beneficio de nuestro México.
Muchas gracias.
Ciudad de México, a 4 de julio de 2024.
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