
Segunda parte.
En los días siguientes, mientras que las universidades Iberoamericana y Del Valle, el Colegio de México, Chapingo y otras más que ya no recuerdo, decretaban un paro académico para apoyar a las instituciones ya comprometidas con la suspensión de labores, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPS) de la UNAM, se logró coordinar la creación de brigadas informativas, destinadas tanto a la provincia, como adentro de la propia ciudad; principalmente en las colonias más populosas, intentando concientizar al pueblo de la importancia de la lucha estudiantil. No obstante, algunos radicales lanzaron una bomba pestilente al salón donde se realizaba la asamblea, lo que provocó un gran caos.
El 27 de agosto nuevamente salimos a las calles masivamente (se habló de 400 mil personas) en manifestación que, si mal no recuerdo, se concentró en Av. Reforma -a la altura del Museo Nacional de Antropología- y recorrimos el largo tramo hasta el Zócalo. Se dijo que la columna era tan enorme que mientras los primeros llegaban al Zócalo, aún quedaban manifestantes frente al Museo de Antropología. Llegamos al Zócalo nuevamente sin presencia de las fuerzas del orden. Escuchamos también a los líderes en sus arengas muy aplaudidas y al final, Sócrates Campos, miembro del Consejo Nacional de Huelga (CNH), sugirió permanecer en la Plaza de la Constitución para que el debate con representantes del gobierno se llevase a cabo ahí, públicamente, el 1º de septiembre, día del Informe Presidencial que en esa época era una ocasión para que la clase política lisonjeara al presidente en turno, mediante las oleadas de aplausos a cada frase que informaba de los logros, reales o inventados de su administración (incluso se rumoraba la existencia de un “aplausómetro”). A mi manera de ver, esa postura resultó radical y peligrosa, pero en medio del entusiasmo y los vivas a los dirigentes, se dio por aprobado, permaneciendo en el Zócalo un contingente de cerca de 5 mil muchachos que pasarían la noche ahí para presionar al gobierno. Fue un tremendo error estratégico provocar la ira de Díaz Ordaz, que costaría caro al movimiento estudiantil.
A la mañana siguiente nos enteramos que varios batallones del ejército y guardias presidenciales, apoyados por carros blindados, camiones de bomberos, innumerables patrullas de la policía y policías de tránsito, desalojaron con gran violencia a los estudiantes que habían permanecido en la Plaza; además, la prensa acusó al movimiento estudiantil de izar la bandera de huelga en el lugar de la Bandera Nacional y de introducirse a la Catedral para tocar las campanas (en cuanto a esta acusación, quedó evidenciada su falsedad unos días después, cuando el obispo Orozco Lomelín declaró que no había habido ninguna profanación de la Catedral). La verdad es que yo me retiré con mi grupo al terminar los oradores, y siempre he creído que se trató de manipulaciones del gobierno para intentar que la opinión popular que nos favorecía se sintiese ofendida y retirase su apoyo, que era fundamental. De lo que si tuve información de primera mano de parte de compañeros brigadistas, fue sobre el famoso “acto de desagravio” a la Bandera Nacional que organizó el Departamento del Distrito Federal (DDF), para lo cual se obligó a un gran número de servidores públicos a participar, lo que no les gustó y algunos que se organizaron gritaban “somos borregos de Díaz Ordaz y decimos la verdad”; el grito se generalizó y se hizo un caos, al ordenar la autoridad del DDF a los granaderos reprimir la protesta, creándose un tremendo alboroto en el que nuevamente tuvieron que participar soldados para controlar la situación, a culatazos, lógicamente…
Y llegó el fatídico 2 de octubre. Al iniciarse el día, el ambiente parecía alentador pues por la mañana hubo una reunión con representantes del presidente Díaz Ordaz, los señores Andrés Caso Lombardo y Jorge de la Vega Domínguez, quienes años después llegarían a ocupar altos cargos en los gabinetes presidenciales; tal reunión indujo a muchos de nosotros a pensar que se había abierto un espacio de negociación y que, por tanto, era improbable que hubiera represión, sobre todo contra una reunión pública y pacífica de estudiantes y otros grupos sindicales y sociales de apoyo. Con esa equivocada idea, mi novia, su hermana y yo habíamos decidido acudir al mitin que se convocó para desarrollarse durante la tarde de ese día.
Por la urgencia de irme a Tlatelolco, comí rápidamente un par de tacos de bistec y costilla, que en esa época aún eran muy llenadores, pues tenía vacío el estómago al no haber desayunado por levantarme tarde, debido al desvelo hasta altas horas de la noche de estar en casa de mi novia.
Una vez satisfecho, me apresuré a llegar a la Plaza de las Tres Culturas, lo que pude hacer a eso de las tres de la tarde, cuando aún la enorme plancha de concreto no estaba pletórica de gente, pues los distintos grupos estudiantiles y organizaciones sindicales y sociales que nos apoyaban apenas iban llegando. Al pasar por la fosa de las excavaciones prehispánicas, cerca de la Secretaría de Relaciones Exteriores, divisé al otro lado a mi hermana Marina que, con su blanco uniforme de estudiante de medicina estaba sentada junto a otros futuros galenos; le grité, volteó y me saludó de mano, y a gritos le dije que al terminar el mitin hiciéramos algo juntos y ella asintió. Seguí adentrándome en la plaza y llegué hasta el Asta bandera, frente al edificio Chihuahua y ahí me planté y comencé a observar los alrededores y los techos de los edificios cercanos viendo desde luego a los acostumbrados agentes policiacos vestidos de civil, vigilando. Unos minutos después llegó mi novia con su hermana y olvidé mis preocupaciones.
Un rato después, en medio de la algarabía de la muchedumbre, que continuaba ingresando a la Plaza de las Tres Culturas, desde el segundo o tercer piso del edificio Chihuahua -no recuerdo con exactitud- escuchamos la voz de un compañero quien expresaba que daba comienzo el mitin. Recuerdo que hubo uno o dos oradores y el evento se desarrollaba con normalidad; sin embargo, en algún momento alguien informó por el micrófono que tropas del ejército estaban rodeando la Plaza y como además del mitin en Tlatelolco la convocatoria incluía una marcha a Zacatenco para exigir su desocupación por parte del ejército, se expresó que seguramente esas tropas tenían como objetivo impedirnos llevar a cabo la marcha, por lo que se nos propuso y aprobamos por aclamación que terminando el mitin nos disolveríamos; es decir, que para evitar provocaciones innecesarias, no seguiríamos adelante con la marcha hacia esas instalaciones del IPN…
Pasaron unos cuantos minutos y pareció que todo seguiría un curso normal e incluso continuaban anunciando el ingreso de contingentes sindicales y se pedía aplaudirles como forma de saludo pero, de pronto, se oyó un sonido como de arma y vimos como una luz de bengala surcaba el espacio, se abrió un mini paracaídas y la bengala comenzó a descender; de inmediato, desde nuestro lugar sentimos como un movimiento de la masa de gente y se comenzó a escuchar gritos de alerta: ¡El ejército! ¡El ejército! Yo, instintivamente miré hacia el foso donde vi a mi hermana y con desaliento y terror me di cuenta que esa zona se pintaba de color verde, pues la tropa ya invadía la Plaza; no había rastro de ella ni de sus compañeros. Un remolino de gente se nos vino encima y de improviso escuchamos disparos que provenían de abajo del edificio Chihuahua; agentes vestidos de civil tiraban sus gabardinas, levantaban su mano izquierda en la que se habían puesto un guante blanco, sacaban sus armas y disparaban a discreción contra nosotros; como si hubiera sido una señal, el ejército disparó también, no contra quienes tenían las pistolas a la vista sino contra los inermes asistentes al mitin; el área se convirtió en cuestión de segundos en zona de combate, donde solo se escuchaban el estruendo de distintas e innumerables armas, incluyendo el sonido inconfundible de las ametralladoras. Nuevamente, el instinto prevaleció y de manera pronta tomé a mi novia y su hermana y las forcé a tirarse al suelo y les dije que avanzáramos arrastrándonos hacia el norte de la Plaza…
*El autor es embajador de México, jubilado.
**El presente testimonio se publicó en la Revista electrónica «ADE» No. 68, correspondiente al trimestre octubre-diciembre de 2018.
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