
En memoria de mi madre (1932-2023)
Este 1o. de agosto se cumplen 50 años de mi primer nombramiento como miembro de carrera del Servicio Exterior Mexicano (SEM), adscrito a la Embajada de México en Austria.
El cincuentenario de tan significativo acontecimiento para mí, me brinda la oportunidad de rememorar sobre un tema que me apasiona y al cual dediqué 45 años de mi vida profesional.
Me refiero a la diplomacia, en su sentido más amplio, y, en particular, a aspectos destacados de mi trayectoria como orgulloso miembro del SEM.
Me basaré en diversos artículos “memorísticos” que he publicado desde mi jubilación del SEM en 2018 y, especialmente, en la conferencia que fui invitado a dictar con motivo del Día del Diplomático Mexicano, instituido el 8 de noviembre del año de mi retiro.
Antes de entrar en materia, me parece importante enfatizar que la diplomacia no es estática sino cambiante y ha ido evolucionando a lo largo de su historia; muy especialmente, en los últimos años con los impresionantes avances tecnológicos en materia de información y comunicaciones, aunados a los profundos cambios geopolíticos y económicos en el mundo.
La diplomacia existente cuando ingresé al SEM en 1973 – en plena guerra fría cuando todavía existían el Muro de Berlín y la llamada “Cortina de Hierro”, las dos Alemanias y la Unión Soviética – era muy diferente a la que prevalecía cuando me retiré del SEM más de cuatro décadas más tarde.
A la diplomacia tradicional se ha sumado la diplomacia pública y, más recientemente, también la diplomacia digital. Con esto quiero recalcar la creciente importancia que para todo diplomático tiene mantenerse permanentemente actualizado.
Al compartir con los lectores, de manera esquemática, algunos de los principales aspectos de mi trayectoria, no pretendo vanagloriarme; mi intención es transmitir, sobre todo a las nuevas generaciones del SEM, una perspectiva – con un enfoque personal y anecdótico – de lo variada, y en ocasiones hasta azarosa, que puede ser la carrera diplomática, ejemplificada en un caso como el mío.
Los siguientes números dan una idea de mis 45 años en activo en el SEM bajo 8 presidentes y 16 cancilleres; 23 años en 7 puestos en la SRE (desde analista hasta subsecretario) y 22 años en 10 adscripciones en el exterior con 5 concurrencias (desde canciller hasta embajador); y 13 traslados (5 de ellos en un solo sexenio).
Austria
Mi carrera empezó en 1973 cuando estudiaba en la Universidad de Viena y para ayudarme a financiar mis estudios acudí a la Embajada de México en busca de trabajo. Afortunadamente fui contratado, inicialmente como empleado local – como auténtico “milusos”, haciendo un poco de todo – y posteriormente con una plaza del SEM.
El factor determinante para mi contratación fue mi dominio del idioma alemán que adquirí durante ocho años en un prestigioso colegio público austriaco – “Theresianum” – fundado en 1746 por la Emperatriz Maria Theresa de Habsburgo y que, premonitoriamente, está ubicado en el mismo palacio – “Favorita” – que aloja a la Academia Diplomática de Austria.
Menciono mi manejo del alemán debido a que jugó un papel determinante en algunas de mis futuras adscripciones en mi carrera. En efecto, fui el único diplomático mexicano que estuvo acreditado en todos los países de habla alemana: Austria, de 1973 a 1976; la República Democrática Alemana (RDA), en 1990 durante el proceso de la Unificación Alemana; la República Federal de Alemania (RFA), de 2003 a 2009; y Suiza, concurrente ante Liechtenstein, de 2013 a 2017.
Mis maestros
Antes de abordar estas experiencias, me gustaría comentar lo importante que fue para mí contar con excelentes maestros de la diplomacia, sobre todo al inicio de mi carrera.
No podría dejar de mencionar a mi padre, el Embajador Alfonso Castro Valle, quien durante casi medio siglo dedicó su vida a una “carrera diplomática excepcional”, como fue descrita en la Historia Oral de la Diplomacia Mexicana publicada por la SRE, cuyo “conejillo de Indias” fue él.
De manera especial, quiero dedicar este relato – con amor, admiración y gratitud – a la memoria de mi madre, Rose Marie Kuehne Lascuráin, tristemente fallecida hace apenas un mes, quien, con su digno ejemplo como esposa de embajador, dio muestra del relevante papel que puede llegar a desempeñar la pareja en la vida diplomática, una labor por demás meritoria pero lamentablemente no siempre reconocida en todo su valor.
Uno de mis maestros iniciales fue el Embajador Eminente Jorge Eduardo Navarrete, quien había sido mi jefe en Viena en 1975-1976, y al ser nombrado Subsecretario de Asuntos Económicos en la Cancillería en 1979, me invitó a ser su Secretario Particular. Fue una gran promoción profesional que, además, me introdujo a un ámbito desconocido para mí.
La experiencia más interesante que tuve en ese puesto fue intervenir en el proceso preparatorio de la Reunión Internacional sobre Cooperación y Desarrollo, celebrada en Cancún en 1981. Se reunieron, por primera vez, una veintena de jefes de Estado o Gobierno del mundo industrializado y del mundo en desarrollo, un auténtico diálogo Norte-Sur, que se considera un precursor de lo que hoy conocemos como el G20.
Siendo el Subsecretario Navarrete el responsable de la agenda sustantiva de la cumbre, tuve la gran oportunidad de acompañarlo en sus visitas de trabajo a los países participantes de diversos continentes y fungir como secretario técnico del grupo organizador mexicano.
Fue en ese grupo que conocí a quien se convertiría en mi principal mentor en mi carrera diplomática: el Embajador Emérito Bernardo Sepúlveda, quien, al ser nombrado Secretario de Relaciones Exteriores en diciembre de 1982, me invitó a colaborar en su Secretaría Particular.
Desde esa oficina obtuve una visión integral de las prioridades de la política exterior mexicana y del funcionamiento de la SRE y del SEM. Al lado del Canciller Sepúlveda me tocó conocer de cerca el complejo proceso de negociación impulsado por el Grupo de Contadora para la paz en Centroamérica, del cual México fue líder. Otro tema importante en ese periodo fue la elevación a rango constitucional de los principios rectores de la política exterior mexicana. Y no menos interesante y formativo para mí, fue fungir como enlace de la Cancillería con la Secretaría Particular de la Presidencia de la República y las oficinas de otros miembros del Gabinete.
Además, nos tocó sufrir el trágico sismo de 1985 que dañó la torre de Tlatelolco y nos obligó a abandonarla temporalmente y dispersar oficinas por toda la Ciudad de México. Ello implicó serios problemas de coordinación, carga que recayó en buena medida en la oficina del Canciller bajo mi responsabilidad. Hay que tomar en cuenta que en esa época no contábamos con internet, correo electrónico o celulares.
Al terminar ese sexenio, a principios de 1989 Sepúlveda fue nombrado Embajador en el Reino Unido y me invitó a colaborar con él como jefe de Cancillería en una de las embajadas más importantes de México en Europa. En Londres ví de cerca la etapa final del gobierno de la Primera Ministra Margaret Thatcher – la “Dama de Hierro” – y dramáticos sucesos que transformaron al mundo como la liberación de Nelson Mandela y la abolición del Apartheid en Sudáfrica y, aún más importante para mi carrera, la caída del Muro de Berlín en noviembre de ese año.
En el verano de 1990, llevando apenas un año en Londres, recibí una instrucción que cambiaría radicalmente el futuro de mi carrera. En pleno proceso de negociación de la unificación alemana, surgió la necesidad de reemplazar a la Embajadora Rosario Green como titular de nuestra Embajada ante la República Democrática Alemana (RDA). Debido a mi experiencia en el mundo germano y mi dominio del idioma, el Canciller Fernando Solana pensó en mí para cubrir esa vacante.
Tuve que organizar mi mudanza y trasladarme a Berlín Oriental en menos de una semana, como auténtico bateador emergente, sin tener certeza alguna de cuánto duraría mi nueva comisión ante la vertiginosa velocidad de los acontecimientos.
RDA
La experiencia de haber sido testigo presencial de un suceso verdaderamente histórico como el último representante diplomático mexicano ante la RDA en vísperas de su extinción como país, fue uno de los hitos más interesantes de mi carrera.
Como contexto histórico, habría que recordar que, como consecuencia de su derrota en la Segunda Guerra Mundial, Alemania estuvo dividida entre las potencias vencedoras: la parte occidental a cargo de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, y la parte oriental, a cargo de la Unión Soviética. Esta división duró más de cuarenta años hasta la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, que fue el detonador del proceso de negociación de la reunificación.
Mi labor al frente de la Embajada en Berlín Oriental consistió en llevar un análisis y seguimiento de las negociaciones entre las dos Alemanias sobre aspectos internos, y entre éstas y los cuatro aliados de la Segunda Guerra Mundial en el llamado “mecanismo 2 + 4” sobre las implicaciones internacionales de la reunificación. Asimismo, me tocó seguir los debates en los parlamentos y en los medios de comunicación y foros académicos de ambos países.
Un recuerdo inolvidable de esta experiencia fue caminar por la avenida principal de Berlín – Unter den Linden – la noche del 2 al 3 de octubre, y ver de primera mano la euforia del pueblo alemán y disfrutar del espectáculo de fuegos artificiales en la Puerta de Brandemburgo, a la medianoche, que marcaba la culminación del proceso histórico de la reunificación de las dos Alemanias que sorprendió al mundo entero.
RFA
Trece años después, en 2003, volví a Berlín, ahora como Embajador ante la Alemania unificada. Fue de lo más emotivo y estimulante para mí regresar a esa fascinante ciudad, tan llena de historia y totalmente transformada, donde permanecí casi 6 años.
Fueron muy numerosas las experiencias que tuve en ese puesto, sin duda una de las embajadas más importantes de México, no únicamente en lo económico como nuestro principal socio comercial en Europa, sino también en lo político y en el ámbito de la cooperación.
Me tocó vivir de cerca el primer periodo de gobierno de la Canciller Federal Angela Merkel, quien de ser una tímida “niña del Este” – como condescendientemente la bautizó su mentor Helmut Kohl, el padre de la Unificación Alemana – en sus 16 años en el poder Merkel llegó a convertirse en una de las figuras políticas más respetadas e influyentes, no sólo de Alemania y Europa, sino del mundo entero.
La conocí como líder de la oposición en 2003 y ya al frente del gobierno alemán, logré estrechar mi relación con ella en encuentros en actos oficiales e, incluso, en 2008 tuve el privilegio de gestionar su primera visita oficial a México y acompañarla en sus actividades en nuestro país.
Como dato curioso, un factor de afinidad entre nosotros fue nuestra afición por la ópera y su admiración por el cantante mexicano Rolando Villazón, uno de los tenores más aclamados del mundo. En varias ocasiones mi esposa y yo coincidimos en funciones de ópera con la señora Merkel y su esposo.
Otro factor clave en mi gestión diplomática en Berlín fue contar con un poderoso aliado. Me refiero al edificio sede de la embajada, una auténtica joya arquitectónica, realmente espectacular, diseñada por los destacados arquitectos mexicanos Teodoro González de León y Francisco Serrano.
Inaugurada a finales de 2000, se convirtió en una de las principales atracciones del barrio diplomático de Berlín y un símbolo del “poder suave” de México. Sus amplios espacios nos permitían organizar todo tipo de actividades, como recepciones, conferencias, exposiciones, conciertos, proyecciones de cine, muestras gastronómicas y degustaciones de bebidas mexicanas, eventos que eran muy apreciados por el público que nos visitaba.
Además de mi labor estrictamente bilateral, con aspectos políticos, económicos, culturales, académicos y de cooperación, tuve el honor de fungir como coordinador del Grupo de Embajadores de América Latina y el Caribe durante más de cinco años, lo que le dio a mi labor una proyección aún mayor ante los principales interlocutores alemanes de diversos sectores.
Una de mis tareas principales como presidente del grupo consistía en representarlo como su vocero en actos oficiales. Destacan las intervenciones que tuve en las cenas de gala de la Asociación Empresarial Alemana para América Latina (Lateinamerika Verein), cuyo invitado de honor era cada año un diferente mandatario de nuestra región. Así, me tocó hablar en nombre del grupo frente a los presidentes de Paraguay, en Dresde en 2004; del Uruguay, en Hamburgo en 2005; de Chile, en Stuttgart en 2006; y de Panamá, nuevamente en Hamburgo en 2007; así como ante el primer ministro de Trinidad y Tobago, en Múnich en 2008.
No puedo dejar de mencionar la serie de actividades de promoción cultural, gastronómica y turística de México que llevamos a cabo en ocasión del Mundial de Alemania en 2006, incluyendo la primera edición de la gran iniciativa “Una Probadita de México” que, debido al éxito obtenido en Alemania, posteriormente se replicó en los Mundiales de Sudáfrica (2010); Brasil (2014); y Rusia (2018).
Cierro este rubro con un par de anécdotas.
La noche de la final del campeonato mundial, en la que Italia derrotó a Francia, se llevó a cabo una gran Fiesta Mexicana en uno de los principales edificios de la céntrica Plaza de Brandemburgo. Ante el gran interés que despertó, tuvimos que imponer serias restricciones de seguridad. Como la fachada del edificio se iluminó con los colores de nuestra bandera, idénticos a la de Italia, la fanaticada italiana pensó que era un festejo por el triunfo de su selección y literalmente invadió nuestra Fiesta Mexicana. Ya se podrán imaginar el tumulto que provocó, pero, al mismo tiempo, lo concurrido de nuestra Fiesta contribuyó a promover la imagen de México en la capital alemana.
En este mismo contexto futbolístico, otra experiencia inolvidable fue la emotiva ceremonia en la que tuve el placer de entregarle a la gran estrella del futbol mundial y buen amigo de México, el “Kaiser” Franz Beckenbauer, en su calidad de presidente honorario del comité organizador del Mundial de Alemania, la condecoración del Águila Azteca, y, a petición suya, con antojitos mexicanos, margaritas y música de mariachi.
América del Norte
Otro rubro importante en mi carrera fueron los casi 10 años (entre 1991 y 2001) que dediqué a las relaciones de México con nuestros socios de América del Norte: Canadá y Estados Unidos.
Menciono a Canadá en primer lugar porque fue mi puerta de entrada a la región norteamericana. En efecto, al terminar mi gestión en Alemania Oriental, y quedarme literalmente sin embajada, inesperadamente fui trasladado a Canadá con la misión de apoyar al recién nombrado Embajador de México en ese país, Jorge de la Vega Domínguez, un amigo muy cercano del entonces Canciller Fernando Solana, que había sido Gobernador de Chiapas, Secretario de Comercio y Presidente del PRI durante la campaña presidencial de Carlos Salinas de Gortari.
Dado que De la Vega carecía de experiencia diplomática, el Secretario Solana pensó en mí para respaldarlo en su gestión. Trabajar al lado de un político tan experimentado, además de una finísima persona, fue una experiencia muy interesante. Más aún porque nuestra gestión coincidió con dos sucesos de relevancia para el trabajo de la Embajada y para mí como jefe de Cancillería.
Por una parte, el proceso de negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), precursor del actual TMEC, que produjo un cambio cualitativo muy importante en la relación bilateral. Esto implicaba, por un lado, apoyar a las delegaciones mexicanas que participaban en las negociaciones; y, por el otro, seguir los debates en el parlamento, los medios de comunicación y foros académicos canadienses que pudiesen impactar negativamente la imagen de México, especialmente en temas sensibles como derechos humanos, medio ambiente y cuestiones laborales.
El otro suceso fue el recurrente debate interno en Canadá en torno a su unidad y su futuro como nación ante las aspiraciones separatistas de Quebec, la provincia francófona de ese país multicultural. Además de los aspectos internos de ese delicado tema, se trataba también de analizar sus posibles repercusiones para las negociaciones del tratado trilateral y para la relación con México.
Habiendo vivido tantos años en Europa, mi paso por Canadá (1991-1993) me abrió nuevos horizontes en mi carrera. En retrospectiva, me siento orgulloso de haber tenido el privilegio de contribuir con mi granito de arena al fortalecimiento de una relación bilateral que se ha convertido en uno de los vínculos estratégicos más importantes para México.
(Abro un breve paréntesis para relatar mi intempestiva salida de Canadá. De manera fulminante se me comisionó para atender un delicado tema en Londres relacionado con la licitación del sistema de radares aéreos en México. La Embajada en la capital británica se encontraba acéfala por lo que nuevamente el Canciller Solana pensó en mí para volver a Londres literalmente como “apagafuegos”. Fue una comisión de corta duración, pero muy intensa y compleja, en tanto asumía la titularidad de esa representación un nuevo Embajador, nombramiento que recayó un par de meses después en el Dr. José Juan de Olloqui, quien, al igual que yo, “repetía” en Londres, y con quien tuve una breve pero muy grata colaboración. No omito mencionar que mi regreso a México, en 1994, constituyó mi quinto y último traslado, en menos de cinco años, del sexenio sin duda más “movido” de mi carrera, con todas las implicaciones profesionales y familiares/personales que eso conlleva).
Volviendo al rubro de América del Norte, y como ya lo mencionaba, Canadá fue mi puerta de entrada a la región más relevante para la política exterior de México, ya que me sirvió como trampolín para – después del breve paréntesis londinense – ser designado Director General para América del Norte en la Cancillería (1994-1998) y Embajador alterno en Washington, en la principal Embajada de México en el mundo (1998-2001).
Antes de abordar este tema, quisiera mencionar, con gran orgullo y satisfacción, que, al inicio de mi gestión en América del Norte, en marzo de 1994, recibí de manos del Canciller Manuel Tello Macías el Acuerdo presidencial ascendiéndome al rango de Embajador de carrera, en una coincidencia histórica con la trayectoria de mi padre que obtuvo su ascenso, 35 años antes, de manos del entonces Secretario Manuel Tello Baurraud.
En retrospectiva, puedo afirmar que el cargo de Director General para América del Norte fue uno de los mayores retos profesionales de mi carrera, no sólo por su complejidad, sino también por carecer yo de experiencia directa con los Estados Unidos, nuestro principal socio en el mundo, que naturalmente representaba la responsabilidad más importante de esa oficina.
Mi curva de aprendizaje fue muy intensa al tener que familiarizarme a paso veloz con los aspectos prioritarios de la amplia agenda bilateral. Entre otros, el funcionamiento de los mecanismos institucionales de la relación, sobre todo los encuentros a nivel presidencial y la Comisión Binacional con su docena de grupos de trabajo presididos por secretarios o subsecretarios de ambos gobiernos; los delicados temas de una de las fronteras más complejas y dinámicas del mundo; rubros prioritarios tan controvertidos como los asuntos migratorios y la cooperación antidrogas; así como la complicada interacción con el Congreso estadounidense y otros actores relevantes de la relación bilateral.
No puedo dejar de reconocer la confianza y el valioso apoyo que recibí de mis jefes directos, los subsecretarios Andrés Rozental, en 1994, y Juan Rebolledo Gout, de finales de ese año a principios de 1998.
A su vez, mi labor como Embajador alterno en la misión bilateral más grande e importante de México en el mundo, fue igualmente un enorme reto profesional al que afortunadamente abonó mi experiencia adquirida como titular de América del Norte y el hecho de ser ya conocido por mis principales interlocutores de ese país.
Como jefe de Cancillería, mi función primordial consistía en apoyar al titular – el Dr. Jesús Reyes Heroles – en la coordinación de las diferentes secciones de la misión dependientes de la SRE – asuntos políticos, económicos, culturales, consulares y protección, comunidades mexicanas, y relaciones con el Congreso, entre otras – así como con las agregadurías de otras dependencias del gobierno mexicano – Gobernación, Hacienda, Comercio, Agricultura, Pesca, Medio Ambiente, Procuraduría, Defensa y Marina. Era yo una especie de controlador aéreo o, a veces, incluso un apagafuegos… tarea nada sencilla…
Otra de mis responsabilidades era la coordinación de reuniones de alto nivel – como la ya mencionada Comisión Binacional – o de visitas oficiales, sobre todo las presidenciales, actuando como el enlace de la Embajada con las principales instancias estadounidenses involucradas en la organización de estos eventos como la Casa Blanca y el Departamento de Estado.
A propósito de visitas presidenciales, concluyo este capítulo con un par de anécdotas:
La primera tiene que ver con la visita de Estado del presidente Bill Clinton a México en 1997 que fue un acontecimiento de gran relevancia política y requirió un cuidadoso proceso de organización. Entre otras actividades, su programa incluyó una ceremonia oficial de bienvenida con un desfile militar en el Campo Marte para rendir honores al ilustre visitante.
Como comandante del desfile fungió un general del H. Colegio Militar, quien se dirigió a paso veloz hacia la tribuna de los dos presidentes para, de manera muy marcial, solicitar autorización superior para dar inicio al desfile.
Pero al intentar decir el nombre completo del mandatario estadounidense – William Jefferson Clinton – por nerviosismo se acordó únicamente de sus dos nombres de pila, más no de su apellido. Tras un eterno silencio volvió a intentarlo y nuevamente olvidó el apellido. Por más que desde la tribuna le gritábamos: “¡Clinton!”, no nos pudo escuchar, y tuvo que resignarse a dar inicio al desfile en honor del excelentísimo señor “William Jefferson”.
Al día siguiente de este penoso incidente, recibí una llamada de un funcionario de la Embajada de Estados Unidos para pedirme el nombre y cargo del comandante del desfile. Al preguntarle el propósito de su solicitud, me respondió que el Presidente Clinton deseaba enviarle una nota de agradecimiento por su magnífica conducción del desfile. ¡Un gesto realmente noble y solidario de parte de Clinton!
La segunda anécdota ocurrió en una visita del Presidente Zedillo a Washington en 2000. Desde un principio, la embajada recibió instrucciones de la SRE de negociar un breve saludo con el Presidente Clinton para un grupo de destacados periodistas mexicanos que formaban parte de la comitiva de invitados especiales.
Tras múltiples intentos por convencer a las autoridades estadounidenses, que se mostraban reticentes a acceder a nuestra solicitud, supuestamente por “motivos de agenda”, finalmente logramos que aceptaran invitar a los líderes de opinión mexicanos a presenciar – pero sin tener contacto alguno con Clinton – la firma de un acuerdo de límites marítimos en el Golfo de México, a cargo de las secretarias Rosario Green y Madeleine Albright, teniendo como testigos de honor a ambos presidentes.
Al finalizar el acto, los presidentes y sus cancilleres abandonaron el salón por la puerta más cercana a la mesa de la firma del tratado, en tanto que los periodistas y los funcionarios que los acompañábamos lo hicimos por una salida ubicada en el extremo opuesto del salón.
Para nuestra fortuna, cuando íbamos saliendo del salón, de repente apareció en nuestro camino Clinton, quien después de despedir a Zedillo en el jardín había vuelto a entrar a la Casa Blanca por nuestro lado.
Ante el asombro de todos, el mandatario estadounidense no sólo saludó de mano a todo el grupo mexicano, sino que accedió a fotografiarse con nosotros. Al momento de la foto, uno de los periodistas mexicanos exclamó: “¡whisky!”, a lo que Clinton de inmediato replicó: “no, not whisky: tequila!”
Con este golpe de suerte, la embajada logró cumplir con creces, más allá de nuestras expectativas, la instrucción originalmente recibida. Por supuesto, guardo como un tesoro una copia de esa foto, para mi histórica.
Escandinavia – Suecia y Noruega
Otro capítulo muy importante de mi trayectoria que me gustaría compartir es el de mi experiencia en Escandinavia, en dos países nórdicos admirables como Suecia y Noruega.
Mi misión como Embajador en Suecia (2001 a 2003) siempre tendrá un significado muy especial para mí, por múltiples razones. Ante todo, porque fue mi primera misión como embajador titular.
Pero también por una serie de coincidencias históricas, de tipo familiar, entre las que me gustaría destacar las siguientes:
Uno de mis predecesores en tan honroso cargo fue mi padre, un cuarto de siglo antes que yo.
Los dos fuimos embajadores en Estocolmo durante las respectivas gestiones como secretarios de Relaciones Exteriores de Jorge Castañeda, padre e hijo.
Ambos presentamos nuestras cartas credenciales al mismo Rey, Carlos XVI Gustavo, quien – en la ceremonia en el Palacio Real de Estocolmo, a la que de acuerdo con el protocolo sueco llegué en carroza con frac y condecoraciones – me dijo que era la primera vez en su reinado que padre e hijo se acreditaban ante él.
Por último, nos correspondió el honor de acompañar a la pareja real sueca en sus hasta ahora únicas dos visitas de Estado a México, a mi padre en 1982 y a mí en 2002.
En lo personal, al igual que para mi esposa Greta – a quien rindo un sentido homenaje por su invaluable acompañamiento durante las décadas más significativas de mi carrera – Suecia ocupará siempre un lugar privilegiado en nuestros corazones pues contrajimos matrimonio en Estocolmo en 2001.
Además de la visita de la pareja real a México, otros logros de mi gestión en Suecia fueron la visita del Presidente Vicente Fox a ese país; un magno evento académico que organizamos en la Universidad de Estocolmo para conmemorar el 20 aniversario del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz 1982 al gran diplomático mexicano, Alfonso García Robles, conjuntamente con la política sueca Alva Myrdal, por su destacada labor en favor del desarme nuclear; otra gran experiencia fue la histórica conmemoración del Centenario de la institución de los Premios Nobel con la presencia, entre otros laureados internacionales, del científico mexicano, Dr. Mario Molina, Premio Nobel de Química 1995; además de toda una serie de actividades de promoción económica, cultural, turística, gastronómica y de difusión de tradiciones mexicanas como el Día de Muertos y las posadas, además de mi primer Grito de Independencia como embajador, una de las emociones más inolvidables, difícil de describir.
Quince años después, en 2017, volví a Escandinavia, esta vez a Noruega, que fue mi última embajada antes de mi jubilación del SEM.
Mi labor en Oslo tuvo muchas similitudes con la de Estocolmo, por tratarse de dos monarquías constitucionales con grandes afinidades históricas, culturales y sociales – entre ellas sus sistemas de bienestar en materia de educación, salud y seguridad social -, además de ser ambas capitales las sedes de los Premios Nobel.
Pero también con varias diferencias. Una de las principales es que Suecia es miembro de la Unión Europea, mientras que Noruega pertenece a la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, por sus siglas en inglés). Otra diferencia es que Noruega es miembro del pacto militar de la OTAN mientras que Suecia es neutral o, mejor dicho, históricamente había sido neutral hasta que el conflicto de Ucrania la empujó a solicitar su adhesión a la OTAN.
En Noruega, uno de los principales temas para la embajada, fue el energético, por ser ese país un importante productor y exportador de petróleo, con el Fondo Petrolero más grande del mundo, pero también por sus impresionantes avances tecnológicos en materia de energías renovables.
Otro rubro de interés para México, que procuré impulsar durante mi gestión, fue la experiencia de Noruega en materia oceánica y marítima, y en el ámbito de la acuacultura.
Un evento que organizamos y del cual guardo un muy grato recuerdo, fue la conmemoración del 35 aniversario del Premio Nobel de la Paz que recibió el Embajador Emérito García Robles precisamente en Oslo en 1982, simultáneamente con el 50 aniversario del Tratado de Tlatelolco para la proscripción de las armas nucleares en América Latina, cuyo principal arquitecto fue Don Alfonso.
Y, hablando del Premio Nobel de la Paz, mi gestión en Oslo coincidió también con el otorgamiento de esa prestigiosa presea a la organización internacional ICAN en 2017 por su labor en favor de la eliminación de las armas nucleares. México fue uno de los invitados de honor a la solemne ceremonia de entrega del Premio por parte del Rey de Noruega en la Alcaldía de Oslo, que mi esposa y yo tuvimos el privilegio de presenciar.
Un punto culminante de mi gestión en Noruega, fue la exitosa visita oficial a México de la entonces Primera Ministra Erna Solberg, a quien tuve el honor de acompañar en las diversas actividades diplomáticas, empresariales, culturales y sociales de su intenso programa en nuestro país.
Una divertida anécdota de esa visita fue el “mano a mano” entre la señora Solberg y el renombrado chef mexicano Enrique Olvera, del restaurante Pujol, preparando tostadas mexicanas de salmón noruego, por cierto, muy sabrosas.
Una de las sorpresas que me llevé en Oslo fue la predilección de los noruegos por la comida mexicana, especialmente los tacos. El llamado “taco fredag” – o viernes de tacos – se ha convertido en una tradición entre las familias noruegas.
A propósito de visitas de alto nivel, con gran satisfacción y orgullo puedo decir que, además del caso de la Primera Ministra de Noruega, pude concretar – cosa nada fácil de lograr – visitas a México de los jefes de Estado o de Gobierno de los países en los que estuve acreditado como embajador: desde las del Rey de Suecia y el Presidente de Lituania, en 2002; del Presidente de Alemania, en 2006 y la Canciller Federal Merkel, en 2008; hasta la del Presidente de Suiza, en 2016.
Como último capítulo de este relato, quiero comentar cuáles fueron los puestos más sorprendentes de mi carrera.
Protocolo
En cuanto a México, si se me preguntara cuál fue el puesto que, contra todos mis pronósticos, rebasó todas mis expectativas, les respondería que fue el de Director General de Protocolo, un cargo que ya se me había ofrecido en el pasado pero que había procurado evitar.
Como mucha gente, también yo tenía una imagen preconcebida errónea del Protocolo como una función frívola, acartonada, anacrónica, que no estaba a la altura de algunos de los cargos de alto nivel que había desempeñado anteriormente.
Una de las mayores sorpresas que me llevé en ese puesto – más allá de lo que me imaginaba – fue percatarme de su relevancia y alto valor estratégico, y experimentar en carne propia la intensidad de la gestión y la entrega que exige, con el desgaste físico correspondiente, principalmente en cuanto a viajes al exterior, pero también compromisos oficiales en nuestro país.
Entre las comisiones que me tocó atender, que fueron muchas y muy variadas, figuraron visitas a México de jefes de Estado o Gobierno extranjeros de varias regiones del mundo, incluyendo el programa internacional del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana en 2010; visitas del Presidente Felipe Calderón a numerosos países de prácticamente todos los continentes y su asistencia a tomas de posesión de mandatarios latinoamericanos; su activa participación en foros multilaterales y regionales como la ONU, el G20, la APEC, la COP en materia de cambio climático, la OEA, la Cumbre de las Américas, la Cumbre Iberoamericana, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Alianza del Pacífico, la Cumbre de América del Norte, la Cumbre de Seguridad Nuclear; sin omitir la Asamblea de la Unión Africana en Uganda y la inauguración del Mundial de futbol en Sudáfrica, entre otros. Ya se imaginarán la cantidad de horas de vuelo y millas aéreas que llegué a acumular… además de no pocas canas y arrugas…
En retrospectiva, puedo afirmar que Protocolo resultó uno de los puestos sin duda más demandantes y estresantes, pero sorpresivamente también de los más interesantes y formativos que ocupé en mi carrera. Ahí aprendí el verdadero significado de la expresión “la forma es fondo”, cuya relevancia lamentablemente se ha ido perdiendo en los tiempos actuales.
Resulta difícil transmitir en este limitado espacio la impresionante intensidad y la cantidad de vivencias y anécdotas que experimenté en este cargo, por lo que, a quienes les interese, les recomiendo mi artículo “Aventuras Protocolarias” que fue publicado en la revista de la Asociación de Diplomáticos Escritores (ADE) en 2020.
Suiza
En cuanto a puestos en el exterior, el más sorpresivo fue Suiza.
Al concluir mi labor como enlace de la SRE con el equipo de transición del Presidente electo Enrique Peña Nieto a finales de 2012, amablemente se me preguntó cuál sería mi preferencia para mi siguiente puesto. Sin dudarlo, pedí la embajada en Suiza por varias razones:
Principalmente porque pensaba que sería ideal como último puesto antes de mi jubilación por tratarse de un país que me atraía por diversas razones: su belleza natural, su multiculturalismo y plurilingüismo, su prestigio internacional como impulsor del multilateralismo y líder mundial en materia de competitividad e innovación, así como su calidad de vida, pero también, lo más importante para mí, por ser el único eslabón faltante en mi cadena de embajadas en países de habla alemana.
Mi petición fue atendida de inmediato, pero hubo quienes me advirtieron que, después de los puestos de alto nivel de responsabilidad que había ocupado, en Suiza me iba a aburrir. Pues debo decir que no fue el caso y que mi gestión en ese admirable país rebasó todas mis expectativas.
Me tocó diseñar y llevar a cabo toda una serie de actividades para conmemorar el 70 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas que, de común acuerdo con las autoridades suizas, se extendió por casi dos años, 2015 y 2016 – iniciando con la visita a México del entonces Ministro de Asuntos Exteriores, Didier Burkhalter, y culminando con la del Presidente de la Confederación, Johann Schneider-Ammann – con una gran cantidad de eventos políticos, económicos, culturales, musicales, cinematográficos, académicos, gastronómicos y turísticos, por toda Suiza, que despertaron gran interés por nuestro país y su reconocido “poder suave”.
Pero el aspecto quizá más interesante de mi gestión fue participar en las reuniones anuales del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) en el pintoresco poblado de Davos en los nevados Alpes suizos, que ya conocía de mi época de Protocolo. En total, como jefe de Protocolo y como Embajador en Suiza, me tocó asistir a 7 reuniones del WEF, todo un récord en el Servicio Exterior Mexicano que será difícil de superar.
Realmente fue una experiencia muy formativa por el alto nivel de los participantes en ese foro, al que acuden jefes de Estado y Gobierno, directivos de organismos internacionales, empresarios globales, líderes de opinión y representantes de ONG, así como por la calidad de los debates sobre temas de gran trascendencia y actualidad a nivel internacional.
Finalmente, Suiza siempre tendrá un significado muy emotivo para mí por haber recibido, al término de mi gestión en ese país, la máxima distinción a la que puede aspirar un embajador de carrera del Servicio Exterior Mexicano, cuando fui designado por el Presidente de la República, en abril de 2017, Embajador Eminente de México.
Conclusión
Para concluir este relato, me gustaría compartir un mensaje que la SRE me pidió transmitir a las nuevas generaciones, con motivo del primer Día del Diplomático Mexicano en 2018, y que de alguna manera resume mi visión del SEM basada en mi experiencia en la carrera diplomática:
“Permítanme enumerar algunas de las características que, a mi juicio, me parecen las más importantes para todo diplomático mexicano.
En primer término, un profundo amor a México y orgullo por nuestra historia, tradiciones, valores y principios; en pocas palabras: llevar muy bien puesta la camiseta de México.
Una acendrada vocación de servicio – de servicio público y de servicio a nuestros connacionales – de la que puedan sentirse orgullosos y satisfechos, complementada con honradez y lealtad, tanto personal como institucional.
La complejidad del mundo contemporáneo demanda jóvenes cada vez mejor preparados y capacitados. Un consejo vital es que no dejen de buscar su superación, no sólo como profesionales sino también como personas.
Mantengan viva durante su carrera su curiosidad intelectual y cultural, así como su capacidad de adaptación a nuevas circunstancias.
El Servicio Exterior demanda perseverancia y paciencia, humildad y sencillez. Implica trabajo en equipo y requiere de un auténtico espíritu de cuerpo.
No se trata de una carrera de velocidad sino más bien de un maratón, en ocasiones con obstáculos que, por insuperables que parezcan, nos dejan invaluables lecciones y nos fortalecen como seres humanos.
Nunca olviden que, como miembros de carrera del SEM, el servicio civil más antiguo de nuestro país, ustedes son – más allá de preferencias políticas e ideológicas – funcionarios de Estado y no sólo están proyectando su imagen personal sino también la de la institución y – todavía más importante – la de la nación a la que representan.
Más que una mera actividad profesional, el Servicio Exterior es un proyecto de vida que también involucra a nuestras familias y a nuestros seres queridos.
A las nuevas generaciones del SEM, les deseo que encuentren en nuestra Alma Mater – como yo tuve la fortuna de hacerlo – un espacio de excelencia para realizar sus sueños y aspiraciones y donde puedan dar lo mejor de sí – con compromiso, entrega y pasión – en beneficio de nuestro México.”
Al final de una larga carrera diplomática, puedo afirmar categóricamente – con satisfacción y gratitud – que dedicar toda una vida a servir a México como orgulloso miembro del SEM – con todas sus vicisitudes, sus demandantes retos, pero también sus estimulantes oportunidades – bien valió la pena.
Ciudad de México, 1º de agosto de 2023.
*Embajador Eminente de México, en retiro.
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