LOS LIBROS IMPREVISIBLES. Por Leandro Arellano

             Hay libros que nos aguardan, libros que salen a nuestro encuentro en momentos o sitios inesperados. Un par de décadas atrás, cuando arribamos a la Colonia Roma, de la Ciudad de México, en la corta distancia de dos que tres cuadras operaban cuatro librerías de ocasión -de lance, de segunda, de viejo, que de todas esas formas se les conoce- en la vistosa Avenida Álvaro Obregón. Está por demás señalar que las visitábamos con regularidad. Pero ocurre que dos desaparecieron al paso ineludible de los años y las sobrevivientes han cerrado de improviso en estos días aciagos, hostigadas por la pandemia.

      La afición que mantenemos por las librerías de segunda mano proviene de antaño. Nuestra menuda biblioteca personal se edificó lentamente y en no poca medida con ejemplares provenientes de esas librerías. La suprema zona de la calle Donceles, en el centro de la Ciudad de México, abasteció durante años nuestros afanes y necesidades y no sólo porque el presupuesto de un estudiante es más bien exiguo.

     La afición por esas librerías se tornó hábito y ya plantada en nosotros, viajó adonde nuestro destino diplomático nos acarreara. En cada lugar la fortuna nos proveyó con alguna sorpresa. La virtud mayor de las librerías de segunda es que resguardan libros imprevisibles. Albricias que de repente sorprenden a los lectores.

     La experiencia no fue uniforme, pero siempre interesante. Cada ciudad y cada librería poseen un sello propio. En Viena no fue necesario, en vista del arsenal que poblaba la bien dotada biblioteca de la Embajada, y a que en lo personal debíamos proceder con un orden de lecturas, como lo demanda todo proyecto a largo plazo.  

     Londres significó un paraíso. Como que el espíritu europeo se alimenta de libros. Visitar más que regularmente las librerías de lance en Charing Cross y calles aledañas del centro, trocó en el más saludable de nuestros vicios. De allí proviene la mayor parte de los volúmenes que componen nuestra recatada biblioteca en lengua inglesa. La industria de los libros de segunda es de tal magnitud en el Reino Unido que la ciudad de Hay on Wye -origen del festival cultural que va ganando espacio y nombre en México-, poblada de libros usados, no tiene otra identidad o modo de vida sino el de ese comercio.

     En Nairobi no hallamos librerías formales, ni tampoco de segunda mano. Pero en una sala de remates de enseres y objetos usados, por los rumbos de Muthaiga, mantenían una pequeña estantería en la que de pronto, aparecían algunos ejemplares inescapables. Allí rescatamos, primero, una edición en doce volúmenes de las obras completas de Charles Dickens, de la Oxford University Press, que luego empastamos en México y constituyen las versiones de ese escritor en nuestra biblioteca. Descubrimos luego La Segunda Guerra Mundial, de Winston Churchill, edición clásica en seis volúmenes empastados en negro, editados por Cassell and Co. Ltd. y The Book Society Ltd., en 1948.     

     Incursionamos en la experiencia de las nuevas tecnologías y modalidades del mercado, ya en Seúl. Allí nos allegamos libros –nuevos y usados- de alibris, amazon y otras librerías virtuales. Resultaron seguras, expeditas y eficientes bien que anulan la vivencia del lector que bucea en las estanterías, que hojea a autores desconocidos, que disfruta el peculiar olor del papel añejo, que elige con sus propias manos lo que le atrae, que consulta la edición, el tipo de letra, el índice…

     ¿Que no tienen punto de comparación una y otra experiencia? No es improbable. Pero igual, el tiempo no reposa y la tecnología no tiene reversa. Sucedió que las lecturas en que navegábamos entonces se encontraban disponibles casi sólo en librerías de segunda, que subcontratan las grandes compañías virtuales. Se trataba de ediciones agotadas hace décadas, de humanistas ingleses y otros autores -Maurice Bowra, Herbert A. Giles, H. D. Kitto, James Legge, Gilbert Murray, Arthur Waley, etcétera-, arduos de hallar de otra manera.

     Y no obstante ello, el azar nos indujo una ocasión a una de las gigantescas librerías de Seúl, donde topamos asombrados con otro hallazgo impensable: la bella y flamante edición de Everyman’s Library, en seis volúmenes, de Declinación y caída del Imperio romano, de Edward Gibbon.   

     Acaso porque fue nuestro último tramo, la culminación de una larga carrera diplomática, o en natural acatamiento a un mandato de los hados, Caracas resultó un portento, nos tenía reservado un inmenso prodigio. ¿No lo es, acaso, toda revelación estética o literaria?

     Como es natural, una vez instalados en Caracas acudimos en primer lugar a las librerías regulares. Corría el año 2014 y aún era común hallar las librerías del país repletas de novedades. No transcurrió mucho tiempo antes de descubrir “La Gran Pulpería del Libro”, un imponente galerón de dos pisos en el centro de Chacao –popular barrio caraqueño-, un como templo enorme, consagrado al mercadeo de libros usados. Casi en automático nos convertimos en clientes asiduos.

     El olor a papel añejo era sobrecogedor. No obstante las dimensiones del inmueble y el volumen de libros, la limpieza era notable, la organización extraordinaria y el personal conocía títulos, autores y materias. Mas como de costumbre, yo realizaba mis propias búsquedas y nunca salía de allí con las manos vacías. Hasta que al mediodía de un sábado de cuaresma la fortuna nos enfrentó con cuatro gruesos tomos en magnífico estado –más de 1,500 páginas cada uno-, de la casa Plaza y Janés, editados en Barcelona, en 1961.

     ¿Cuánto tiempo habían aguardado allí confiados? Se trataba de las obras completas en español –en inglés nunca pudimos adquirirlas- de G. K. Chesterton, uno de nuestros escritores de  cabecera. Aún sobrevive en nosotros la sensación de que en la penumbra, al final de la estantería, mientras hojeábamos aquellos tomos, la silueta del gigantesco escritor de Kensington sacudía la cabeza con disimulo. Leandro Arellano[1]

                                                  LA / CDMX, enero de 2021 

[1] Diplomático y escritor mexicano.

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