De las materialidades que nos rodean, un sitio especial lo ocupan los libros. Van desde su consideración como objetos de arte, hasta leña para atizar el fuego, de sostén en superficies irregulares a amortiguador de golpes y caídas, de adorno en la biblioteca familiar a estorbo en la inminente mudanza de casa.
Su propósito es, sin embargo, directo, sencillo y generoso: enseñar y entretener. Más elaborado, más intelectual, Borges escribió que “…el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.”
A su intención, a la razón de ser del libro, sigue la identificación de su carácter. Hay libros imprevisibles, libros que nos aguardan, libros que nos salen al encuentro, otros que desaparecen, así como los que nos rehúyen, nos dan la vuelta por un tiempo -libros renuentes- y otras modalidades.
De la última categoría me acompañan algunas experiencias. La más flagrante se refiere al libro Comiendo en Hungría, de Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias, publicado en 1965 -señala la contrapasta- y contiene las vivencias de ambos poetas disfrutando la camaradería y las viandas de restaurantes, tabernas y comedores de Budapest, durante la Guerra fría.
Confieso que no soy coleccionista de libros, sólo un lector convencido. Hay autores y temas cuya lectura me ha interesado especialmente. Comiendo en Hungría es un ejemplo. Durante años lo busqué con tenacidad, en varias ciudades, en las diferentes librerías a que tuve acceso y vía postal.
Transcurridos varios años ocurrió un hecho asombroso. Una tarde apacible -recién arribado yo a Caracas- depuraba la habitación que haría las veces de mi oficina de trabajo y biblioteca, en la Residencia. Del fondo de un cajón del escritorio extraía revistas inservibles y periódicos añejos y de pronto, de la nada, apareció un ejemplar reluciente de Comiendo en Hungría.
Y no acabada aún su lectura, una nueva sorpresa me sacudió. Un mediodía me detuve en la Librería Alejandría de Las Mercedes, por otros motivos. La curiosidad me impulsó a otear y allí, en un estante esmerado y en puntual orden alfabético, se hallaba un ejemplar de otra edición del libro.
El volumen hallado en el escritorio fue publicado en Guatemala en 1996, bajo el sello de la Editorial Cultura. En Madrid en 2010, el descubierto en la librería, por la casa editora Capitán Swing Libros.
Mi afición por la literatura de Alfonso Reyes es auténtica devoción. Desde su descubrimiento -encaminado por un artículo de Jaime García Terrés- la lectura de su obra lo convirtió en el modelo más logrado de un escritor. A Borges lo conocí antes y si se impuso de una vez, se fue afianzando poco a poco, con esa lentitud que funde las uniones más sólidas. Apenas tuve noticia de un libro con la correspondencia de los dos escritores -su antigua amistad era pública-, me dispuse a hacerme de una copia.
Entre mis ausencias del país por motivos laborales, la incivil distribución de libros en México y otras razones, transcurrieron años sin realizar mi propósito. Titulado Discreta efusión. Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes. Epistolario (1923-1959) y crónica de una amistad, es de la autoría de Carlos García y fue publicado por El Colegio de México en 2010.
A finales del 2021 me enteré por Gerardo Galarza, que en nuestro lugar de origen una modesta librería contaba con el servicio de conseguir los libros que se le soliciten. Gerardo lo había experimentado ya. Varios días después disfruté morosamente la lectura del libro.
Caso aparte fue la búsqueda de una obra mayor del Siglo de Oro español. La Guía de pecadores, de Fray Luis de Granada, uno de los mayores prosistas de nuestra lengua. Al redactar esta nota advierto que el libro se ofrece ya en línea, lo que no ocurría hace poco tiempo. La oferta no es abundante, sin embargo, como ocurre con otros libros. Sigo sin un ejemplar impreso, mas cuento ya con una versión electrónica.
No es necesario referir siempre todo. Pero la memoria nos recuerda cómo en el pasado remoto también tuvimos contratiempos y retrasos con otros títulos. El ómnibus perdido de John Steinbeck por ejemplo. O La vida de Li Po de Arthur Waley, o la historia de Edward Gibbon. Finalmente, la paciencia y la constancia los fueron acercando.
La lista no acaba ahí, pero el tiempo demanda otra cosa. No hemos de agotar todo el tema. Y ya nos apura el prurito de referir el caso de los libros desaparecidos. Antes celebremos el Día Mundial del Libro.
*El autor es diplomático y escritor mexicano
San Miguel de Allende, abril 23, 2023
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