La Academia Internacional de Ceremonial y Protocolo (AICP), organismo especializado de la Organización Internacional de Ceremonial y Protocolo (OICP), como parte de su labor de promoción y difusión, lleva a cabo eventos virtuales denominados Ventanas Académicas.
Recientemente tuvieron lugar dos sesiones dedicadas a proporcionar una Visión Diplomática sobre el tema de las Ceremonias de Entrega de Cartas Credenciales de Embajadores.
Participaron como expositores Académicos de Número de la AICP, en su mayoría embajadores y ex jefes de Protocolo de sus países, entre ellos el autor de este artículo como único miembro mexicano de la AICP.
El texto que aquí se comparte es una versión ligeramente adaptada de la ponencia que presenté ante dicho foro.
Nota: la presentación estuvo acompañada de láminas con imágenes ejemplificativas e ilustrativas de diferentes aspectos de las ceremonias de entrega de credenciales. Se omiten en este artículo ante la imposibilidad técnica de incluirlas.
“Muy buenos días desde la Ciudad de México.
Un afectuoso saludo protocolario a la presidenta de la Academia Internacional de Ceremonial y Protocolo y autoridades de la AICP; a mis colegas Académicos de Número y Correspondientes; al presidente de la Organización Internacional de Ceremonial y Protocolo y directivos de la OICP; así como, de manera particular, a los invitados especiales y al público en general que están siguiendo esta transmisión.
Es para mí un honor participar en esta segunda Ventana Académica dedicada al tema de las ceremonias de presentación de cartas credenciales de embajadores y, más aún, por casi coincidir con la celebración, ayer 8 de noviembre, del Día de la Persona Diplomática Mexicana.
La presentación de cartas credenciales de un embajador a un jefe de Estado, además de un requisito formal para el inicio de su misión diplomática, es, sin duda, uno de los momentos culminantes y más emotivos de su carrera.
En mi trayectoria de 45 años en el Servicio Exterior Mexicano, tuve el honor de presentar mis credenciales como embajador de México en 7 países:
- 4 de ellos como Embajador residente: en Suecia, Alemania, Suiza y Noruega;
- y 3 como Embajador concurrente: ante Letonia, Lituania y Liechtenstein.
De estos 7 países, 4 son repúblicas, por lo que las entregas fueron a sus respectivos presidentes: en Letonia a la presidenta Vaira Vike-Freiberga, en 2001; en Lituania al presidente Valdas Adamkus, también en 2001; en Alemania al presidente Johannes Rau, en 2003; y en Suiza al presidente Ueli Maurer, en 2013.
Hago notar que la vestimenta en Alemania fue la más formal: chaqué sin condecoraciones, mientras que en los demás países fue menos formal: traje de calle oscuro con corbata.
También, en el caso de Suiza, llamo a su atención la presencia del oficial uniformado -denominado Weibel en alemán o Huissier en francés- que por protocolo acompaña en toda actividad oficial al presidente de la Confederación, cargo equivalente a jefe de Estado, que en el peculiar sistema suizo se rota anualmente entre los siete miembros del Consejo Federal.
Otro dato que vale la pena resaltar es que entre los cuatro jefes de Estado hay solo una mujer, la presidenta de Letonia.
Mis entregas en las 3 monarquías fueron a Sus Majestades los reyes Carlos XVI Gustavo de Suecia en 2001, y Harald V de Noruega en 2017, mientras que, en Liechtenstein, en 2014, fue al príncipe heredero Alois, en quien Su Alteza Serenísima el príncipe reinante Hans-Adam II delegaba este tipo de actividades diplomático-protocolarias.
Por razones de tiempo, no entraré en detalles de todas y cada una de las ceremonias, sino que, para aprovechar de la mejor manera el tiempo disponible para mi presentación, me voy a concentrar en los casos de Suecia y Noruega.
Dos monarquías escandinavas, naciones nórdicas, que tienen numerosas afinidades históricas, culturales, de costumbres y tradiciones, pero que, por otra parte, tienen notorias diferencias en cuanto al protocolo y ceremonial que observan en las ceremonias de entrega de credenciales de embajadores.
A continuación, mencionaré las principales singularidades y diferencias entre ambas ceremonias.
En cuanto al código de vestimenta, en Suecia se utiliza el frac con condecoraciones, con sombrero de copa y guante blanco.
Mientras que, en Noruega, la vestimenta es menos formal: chaqué sin condecoraciones.
Por lo que respecta al traslado de los embajadores a los palacios reales, en Estocolmo se utilizan carrozas tiradas por 4 caballos, una para el embajador acompañado por un edecán de la corte, y una segunda carroza para un reducido número del personal diplomático de la embajada, sin familiares.
En cambio, en Oslo, se utiliza un vehículo oficial del gobierno noruego y el embajador se traslada con un alto oficial de la corte, pero sin acompañantes de la embajada ni familiares.
Se podrán imaginar lo emotivo que fue para mi trasladarme en carroza por las calles del centro histórico de Estocolmo y más aún por tratarse de mi primera presentación de credenciales de mi carrera diplomática.
Como dato curioso, mi última presentación de credenciales, previa a mi retiro del Servicio Exterior Mexicano, fue en otro país escandinavo, precisamente en Noruega.
Al arribo al palacio real, en Estocolmo fui recibido por el mariscal de la corte y un distinguido embajador en retiro en calidad de introductor de embajadores, con una guardia de honor, pero sin entonación de himnos nacionales.
En Oslo, la recepción fue más sencilla, por parte de personal de la corte y del Protocolo noruego, sin guardia de honor ni himnos nacionales.
Asimismo, existen diferencias en cuanto al formato y al espacio donde tiene lugar la presentación de las credenciales.
En Estocolmo, la entrega se realizó en un salón especial donde el rey aguardaba mi arribo, ambos solos, sin acompañantes; la entrega se efectuó sin discurso formal, solamente con unas breves palabras protocolarias; y sin fotografía oficial.
En Oslo, la entrega se llevó a cabo en el despacho del rey, también sin discurso formal, pero con fotografía oficial.
En ambos casos, inmediatamente después de la entrega de credenciales, siguieron conversaciones con los reyes, de aproximadamente 15 minutos de duración, a las que me referiré más adelante.
En el caso de Suecia, después de la conversación, se permitió el acceso al salón al personal diplomático de la embajada que me acompañaba y tuve la oportunidad de presentárselo al rey para un breve saludo.
En ambos casos, la despedida fue informal, sin himnos nacionales.
En el caso de Suecia el regreso fue a la embajada en vehículo con banderín -ya no en carroza- mientras que en Oslo, se me trasladó en vehículo -también con banderín- a la sede del ministerio de Asuntos Exteriores donde se llevó a cabo un brindis de honor para los tres embajadores que habíamos presentado nuestras credenciales ese mismo día -México, Perú y Australia- con presencia del decano del Cuerpo Diplomático, de los coordinadores de los grupos regionales correspondientes (en mi caso el GRULAC), así como funcionarios tanto del ministerio como de las tres embajadas.
Me voy a referir ahora, de manera anecdótica, a las conversaciones que sostuve con los reyes de Suecia y Noruega como parte de la ceremonia de entrega de mis credenciales.
Algunos de ustedes se preguntarán qué es lo que conversa un embajador con un jefe de Estado en una ceremonia de esta naturaleza.
Esto varía en cada caso dependiendo de diversos factores: el tiempo disponible, el interés del jefe de Estado, las circunstancias del momento, la iniciativa y personalidad del embajador, entre otros.
Por lo general, el Protocolo del país recomienda mantener esas conversaciones lo más general posible evitando tratar temas sustantivos o complejos que requieran un seguimiento formal, a menos que sea el propio jefe de Estado el que los desee abordar.
En mi conversación en Estocolmo, el rey Carlos XVI Gustavo –quien estaba muy bien documentado– me sorprendió con el comentario inicial que para él mi presentación era una primicia pues nunca antes había recibido las cartas credenciales de padre e hijo.
En efecto, mi padre también fue embajador de México en Suecia y le había entregado sus credenciales en 1977 cuando el rey llevaba apenas cuatro años en el trono sueco.
Ese amable comentario sirvió para romper el hielo protocolario y dio pauta a una cordial charla general en torno a México y la relación bilateral con Suecia.
Por mi parte, volviendo a un terreno más personal, le comenté que había tenido el gusto de conocer a Silvia Sommerlath –la reina, quien es mitad brasileña y mitad alemana- en 1972, cuando ella fungía como jefa de relaciones públicas del comité organizador de las Olimpíadas de Múnich y yo como asistente e intérprete del presidente de la delegación mexicana y miembro del Comité Olímpico Internacional.
Cabe recordar que ellos se conocieron durante esos Juegos Olímpicos, él todavía como príncipe heredero, y contrajeron matrimonio cuatro años después.
Por otra parte, me aventuré a adelantarle que uno de los objetivos prioritarios de mi misión diplomática en Suecia sería tener el honor de acompañarlo en una segunda visita de Estado a México, como mi padre lo había hecho en su primera visita en 1982.
Mi “osadía” –que resultó premonitoria– le agradó y, obviamente sin compromiso, acordamos que, en su oportunidad, y si las circunstancias lo permitían, trataría yo esta cuestión con las autoridades competentes del gobierno sueco.
Seis meses después, siguiendo la práctica protocolaria sueca, mi esposa y yo fuimos invitados a una recepción con los reyes y otros miembros de la familia real.
Antes de entrar al salón de la recepción, la jefa de Protocolo, quien había sido embajadora de Suecia en mi país, me comentó que estaba prácticamente decidido incluir a México en el calendario de visitas internacionales de los reyes del año siguiente, y me recomendó abordar el tema con el rey para acabar de amarrar dicha visita.
Lo cual hice, con tan buen resultado, que la segunda visita de Estado de los reyes de Suecia a México se llevó a cabo un año después, en noviembre de 2002, dos décadas después de su primera visita durante la gestión diplomática de mi padre.
Y ello, en buena medida, derivado de la conversación que había sostenido con Su Majestad en la presentación de mis credenciales.
Respecto a mi conversación con el rey de Noruega, desde los preparativos para mi comparecencia ante el Senado mexicano para la ratificación de mi nombramiento, me había documentado sobre la personalidad del rey Harald V y pude comprobar en mi encuentro con él la extraordinaria calidad humana y el trato cordial que lo caracterizan.
Tras entregarle mis credenciales y tomarnos la fotografía oficial, iniciamos una amena conversación en la que, con la experiencia adquirida a lo largo de más de cuatro décadas de carrera diplomática, opté por tomar la iniciativa.
De entrada, le comenté a Su Majestad que estaba yo enterado de su gran afición por la navegación, misma que lo había llevado a participar en el equipo de vela noruego en los Juegos Olímpicos de México en 1968.
El Rey se mostró gratamente sorprendido por mi comentario y replicó que guardaba un muy grato recuerdo de esa Olimpiada a pesar de no haber podido ganar una medalla olímpica.
Asimismo, ya en un ambiente relajado e informal, me comentó que su hijo, el príncipe heredero Haakon, había pasado sus más recientes vacaciones familiares en playas mexicanas.
Hacia el final de nuestra conversación, y dado que él tenía planeada una visita no oficial a los Estados Unidos ese mismo verano, inesperadamente me pidió comentarle sobre los retos de la relación entre México y su vecino del norte en la era de Donald Trump, quien en ese entonces llevaba apenas medio año en la presidencia de su país.
A pesar de lo sorpresivo de su pregunta, afortunadamente pude echar mano de mi experiencia previa como director general para América del Norte en la cancillería mexicana y como embajador alterno en Washington para responderle, con conocimiento de las complejidades de la principal relación bilateral de mi país a nivel mundial, tan llena de retos, pero también de oportunidades para ambas naciones.
Todo ello contribuyó a que el rey recordara nuestra conversación y que me identificara plenamente en subsecuentes encuentros que sostuvimos con motivo de actividades con el Cuerpo Diplomático.
Como podrán desprender de estos relatos anecdóticos, las conversaciones con los jefes de Estado en la presentación de credenciales de un embajador, pueden en ocasiones tomar rumbos insospechados, con resultados más allá de cualquier expectativa.
Con esto concluyo la primera parte de mi presentación.
Permítanme ahora abordar este tema desde la otra cara de la misma moneda, es decir la recepción de cartas credenciales.
Una de las funciones prioritarias del Protocolo en todo país es la acreditación de agentes diplomáticos extranjeros y, destacadamente, la organización de las ceremonias de presentación de credenciales de embajadores al jefe de Estado.
En mi función de jefe de Protocolo, lo más pronto posible después de su arribo oficial al país, solía convocar a los embajadores para recibirles las copias de sus credenciales en el salón de Protocolo de la Cancillería.
En ese acto, les daba la bienvenida a México, deseándoles una grata estancia y una fructífera misión. Además, les otorgaba el “visto bueno” para iniciar contactos con sus colegas del Cuerpo Diplomático y funcionarios gubernamentales, con excepción de las autoridades del más alto nivel político de los tres poderes, hasta no presentar formalmente sus credenciales al Presidente de la República.
Por regla general, este tipo de actos suelen llevarse a cabo en la capital del país. Sin embargo, en ocasiones tuvimos que hacer excepciones.
Un caso sui generis fue el del embajador de los Estados Unidos, quien arribó directamente a Guadalajara a bordo del avión del presidente Obama -el famoso Air Force One- con motivo de la cumbre de líderes de América del Norte en agosto de 2009.
De inmediato, le recibí sus copias en el Hospicio Cabañas, sede de ese importante encuentro, a fin de que pudiera integrarse formalmente a su delegación y participar tanto en las reuniones bilaterales como en las sesiones plenarias de la cumbre.
En otras ocasiones excepcionales, también me tocó recibir copias fuera de la capital. Ese fue el caso de varios embajadores concurrentes, en Cancún, para que estuvieran en posibilidad de acompañar a sus delegaciones oficiales en la COP16, una importante conferencia internacional sobre cambio climático, celebrada en diciembre de 2010 en ese conocido balneario del Caribe mexicano.
En lo que toca a las cartas credenciales de embajadores, a pesar de nuestros esfuerzos por agilizar lo más posible sus presentaciones al presidente, invariablemente se producían retrasos involuntarios en la programación de las ceremonias debido a compromisos prioritarios en la cargada agenda presidencial.
Así ocurrió en vísperas de los festejos del Bicentenario de la Independencia de México en septiembre de 2010, cuando nos vimos en la necesidad de diseñar un acto verdaderamente maratónico en el que 32 embajadores –16 residentes y 16 concurrentes– le entregaron sus credenciales al presidente para así poder participar formalmente en los actos conmemorativos del Bicentenario.
Ya se podrán imaginar la complejidad protocolaria y logística de poner en práctica 32 diferentes entregas individuales, breves, pero decorosas.
Además, cumpliendo con todos los elementos esenciales del ceremonial correspondiente como son la recepción protocolaria de los embajadores a su arribo al Palacio Nacional, la entonación de los himnos nacionales, la entrega formal de las credenciales seguida de una conversación con el presidente, por mencionar los más relevantes.
Para satisfacción y orgullo de mi eficiente equipo de Protocolo, logramos con éxito esta hazaña, digna del libro de récords de Guinness, misma que, por lo menos en México, será difícil de superar.
Para darle aún mayor realce, el evento se vio coronado con un banquete oficial ofrecido por el presidente de la República a los jefes de misión del Cuerpo Diplomático en el llamado salón de la Tesorería de Palacio Nacional.
Pocos días después, los embajadores acreditados pudieron acompañar a sus delegaciones oficiales -algunas de ellas encabezadas por jefes de Estado o Gobierno- en las actividades conmemorativas del Bicentenario.
Entre ellas visitas guiadas al Museo de Antropología e Historia, así como a la exposición especial y los murales en Palacio Nacional, una cena de gala en el Alcázar del Castillo de Chapultepec, culminando con el tradicional Grito de Independencia la noche del 15 de septiembre y el magno Desfile Militar al día siguiente, ambos realizados en el emblemático Zócalo, la principal plaza pública de la Ciudad de México.
Con esto concluyo mi presentación.
Reitero mi reconocimiento a la Academia por esta valiosa oportunidad y a todos ustedes por su interés y atención: gracias, obrigado, thank you.”
Ciudad de México, a 8 de noviembre de 2024.
*Embajador Eminente, en retiro; ex jefe de Protocolo; Académico de Número de la AICP.
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