A Titi y David,
hasta San Salvador.
Las Parcas predijeron este día. Bruno se ha marchado al reino de los muchos y la pena mancha cuando estalla.
La persistencia de Titi no cedió y Trufita fue siempre para ella su nombre. Uno u otro provenían de su pelaje –intenso y brillante café oscuro- y de la pulpa carnosa y exquisita que envuelve el hongo vegetal y subterráneo, delicia de los súbditos de la gula. Bruno: de color negro u oscuro, define el Diccionario de la Lengua Española. Brown parece una referencia eufónica.
Como otras mascotas que nos acompañaron en distintas etapas, era labrador. Pertenecía a la rama europea, a decir de los especialistas. Era, entonces, más bien bajo y colmado, a diferencia de la variedad americana, de mayor estatura y esbeltez.
El carácter suave y su bello semblante eran cualidades nítidas de Bruno. De igual magnitud eran su gozo existencial y su vitalidad. Su limpieza garantizaba las posibilidades de todo acercamiento y coronaba sus virtudes la mirada inocente e ignota de sus ojos brillantes y una expresión de dicha reposada. Su leve sobrepeso no más que redondeaba su apariencia voluptuosa. Un resplandor bondadoso de él emanaba.
Con excepción de la gula, los demás fueron pecados veniales. Su desobediencia sólo la aplacaban las estancias con Jerónimo, nuestro hijo menor. Humano, Bruno hubiese optado por la secta estoica seguramente, pues su actitud evocaba, en todo caso, un axioma de Montaigne: nada hacía sin alegría. Era propenso a hábitos y rutinas que nos aliviaron.
Su inmensa fortaleza competía con su gracia. Nunca lo rindieron el agotamiento ni el cansancio. Solíamos caminar tres o cuatro veces al día, sumando varios kilómetros al final de la jornada. El gozo del paseo de la madrugada era supremo. Otras salidas cubrían no más que el desahogo. Por la noche solíamos andar un rato más y al volver a casa se tendía a descansar profundamente. El ritmo de su grave resuello mientras dormía significó para nosotros una señal inequívoca de que la vida iba por donde debía.
Nuestro territorio cotidiano rondaba la Colonia Roma Norte, los alrededores de la Plaza Río de Janeiro y la Avenida Álvaro Obregón, sobre todo. La Plaza Río no alcanzaba a contener su fama. Alegre y armonioso, atraía la atención y comentarios de los viandantes. Las caricias y los mimos de los transeúntes abundaban lo mismo que a la distancia los saludos entusiastas de voces amigas. El las reconocía y mostraba su gratitud sacudiendo el cuerpo o blandiendo el rabo. De vez en vez extremaba las muestras de gratitud con un ladrido ronco y corto. El vecindario me reconocía como el amo de Bruno y no más: la celebridad era suya.
Sendas temporadas residió en Caracas y San Salvador con similar regocijo. De padre mexicano y madre argentina, Bruno nació en San Salvador. Allí transcurrió su primer año de vida y algo más. Tomás Regalado –el espléndido salvadoreño amigo del Embajador Manuel Tello-, también aficionado a las mascotas, nos introdujo con el creador.
Pero los entreveros de nuestra amistad con Titi y David se reflejaron en la convivencia devota con Bruno también. Titi Escalante -artista plástica y escultora- y David Escobar Galindo -poeta y legendario negociador de la paz de su país- son, además, poseedores regulares de varios pastores alemanes. Por motivos y vías que ni la memoria preserva, Titi se convirtió en su madrina y como tal lo procuró hasta sus días postreros.
La movilidad de Bruno no fue excesiva, más allá de Centroamérica y Caracas, bien que el destino nos regaló una experiencia extraordinaria. Un fin de año, por restricciones de las aerolíneas debimos trasladarnos por tierra desde la capital salvadoreña hasta Tapachula, Chiapas, y de allí continuar la ruta en avión a la CDMX. Vivencia sorprendente el trayecto de ese tramo de territorio centroamericano.
El tejido de las Parcas se agotaba. Señales de la vejez lo desconcertaron: cuando comenzó la pérdida de la visión y cuando la vejiga mostró su rebeldía. Luego cuando sus piernas comenzaron a flaquear y un desgaste general lo amenazaba. Él ignoraba todo mal y nunca cedió a sus influjos.
Si un final discreto y apacible es una esperanza, el de Bruno fue casi feliz. Convivió cerca de quince años con nosotros. Murió de pie y con entereza, agradecido. Lo hemos de hallar -aseguran los iniciados- en El puente del arco iris, donde las mascotas van a reunirse con sus amos al pasar a la otra vida. Acá en tierra, las horas de dicha que nos regaló han de perdurar hasta el reencuentro.
Fue un agasajo la convivencia con él durante su larga vida. Su dicha evidente y su entrega a nosotros, un homenaje -más que humano- a la amistad.
San Miguel Allende, octubre de 2023
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