“Génesis de un conflicto histórico:
Cataluña y su sociedad han puesto en entredicho la vigencia de la constitución española y han marcado el fin de la época llamada transición democrática. Ésta terminó ahogada por la falta de visión de una clase política que corrompió sus instituciones y no supo quitarse los goznes del franquismo y los nacionalismos reduccionistas (la monarquía y las autonomías de sus naciones). Lo que hoy vivimos en España es el resultado de una ceguera política y de una incapacidad para solventar dos cuestiones: el carácter plurinacional del Estado español y el sentido que tiene la monarquía en un mundo secularizado.
Durante 40 años, la transición española trajo a la sociedad española prosperidad y una ampliación de las libertades, de los derechos y garantías de sus ciudadanos. Se presumía de una Transición modélica; donde, después de la dictadura, las fuerzas políticas, intransigentes, se conciliaron en lo que llamaron el Pacto de la Moncloa. Éste, en esencia, ofrecía una democracia asentada en una monarquía instaurada en donde el Rey es el Jefe del Estado (reina pero no gobierna) legitimado por las Cortes con un cargo vitalicio y de origen hereditario con atribuciones confusas y que convive con un Presidente de Gobierno elegido en las urnas y avalado por el congreso de los diputados (democracia parlamentaria). Lo que técnicamente se designa como monarquía parlamentaria.
También el Pacto de la Moncloa ofrecía una Constitución que recogía el carácter plurinacional de España, la cual garantizaba el derecho de los pueblos de España (naciones) a formar gobiernos autónomos (autogobiernos) bajo una institución llamada Comunidad que incluso se reconocía y reconoce el derecho a la autodeterminación, le llamaron Comunidad Autónoma.
Bajo este modelo, exitoso sin duda, se lograron avances notorios: regiones de España abandonadas, como Galicia, Extremadura o Andalucía, se modernizaron; hubo una mejora notoria de la calidad de vida de sus ciudadanos. Su ingreso a la Unión Europea permitió modernizar sus estructuras de gestión, crear una infraestructura de primer mundo e igualar a las comunidades autónomas garantizando derechos sociales (seguro de desempleo, salud universal y educación pública al acceso de todos, etcétera) y respetando, aunque de manera desigual -debe decirse-, las instituciones de los gobiernos autónomos. En los últimos 40 años España creció, maduró su democracia y la prosperidad llegó a toda España. La monarquía parlamentaria cumplió, no sin contradicciones, con su papel de garante de la unidad española y de la democracia, baste recordar el papel del Rey cuando ésta fue amenazada por un frustrado putsch en 1981.
Sin embargo, los viejos nacionalismos emergieron, sobre todo en El País Vasco y en Cataluña y en menor énfasis en Galicia y Valencia reivindicando no sólo más autonomía sino incluso el derecho a la autodeterminación y la posibilidad, por tanto, de la independencia. Pero también emergió el nacionalismo castellano, vieja reliquia ideológica que revivió la narrativa de la unidad de España indivisible bajo el designio de un monarca o un dictador que la gestiona y que todavía hoy alza la mano y canta cara al sol y hace suyo lo que Manuel Fraga, fundador de Alianza…”
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