VIII. QUIVIRA Y CÍBOLA. DOS LEYENDAS NOVO HISPANAS.

En el repaso de la historia de México se afirma que la conquista se hizo con la cruz y la espada. La observación de este episodio histórico puede ser concluyente en cuanto a que la ocupación tuvo dos objetivos principales: agregar nuevos territorios al imperio español que empezaba a constituirse y la evangelización de las poblaciones originarias.

Sin embargo, se debe tomar en cuenta otro elemento. Para principios del siglo XVI el imperio español requería de ingentes recursos para financiar su expansión, sus guerras continentales, expediciones, levantamiento de nuevas localidades en las latitudes descubiertas y para sostener al reino y la corte.

El final de la edad media (1476-1492) y el inicio de la edad moderna (1492- 1789) señalaron a España como un reino todavía inmerso en la era feudal, sin otra actividad productiva que la agricultura, sin recursos naturales y sin ninguna aptitud para otras áreas de la economía. Inglaterra y Holanda ya contaban con industrias textiles y manufactureras, además de vocación para el comercio y la navegación. Portugal tenía una importante flota mercante para buscar nuevas rutas marítimas y extender sus vínculos comerciales.

Así que mientras esos países entraban a la etapa del capitalismo originario y la industrialización incipiente, el reino español privilegiaba la exploración y ocupación de nuevas tierras, con la expectativa de encontrar las riquezas que la península no ofrecía y que eran sumamente necesarias para sostener su sistema arcaico y feudal.

Las expediciones enviadas a América tuvieron varios propósitos. Descubrir territorios e incorporarlos al imperio. Establecer colonias. Pero, sobre todo, buscar recursos y riquezas para enviarlas a la metrópoli. Este objetivo despertó entre los exploradores y expedicionarios toda suerte de ambiciones y anhelos de riqueza, negados en su país de origen, que se sobreponían al cometido de proveer esos caudales a la corona española.

En Perú la corte del emperador inca Atahualpa pagó al conquistador español Francisco de Pizarro un rescate en oro y plata a cambio de su libertad. La cantidad de metal precioso llenó dos habitaciones y fue transportado a lomo de llamas durante tres meses desde todas las partes del imperio inca. Se calculó que fueron 84 toneladas de oro y 164 de plata.

Esas cantidades de metales preciosos además de alimentar las ambiciones de los conquistadores, despertaron cuantiosas fantasías en forma de leyendas que sugerían la existencia de lugares inexplorados en donde abundaban las riquezas.

En Colombia los conquistadores españoles se lanzaron a la búsqueda de El Dorado, sitio legendario que nunca encontraron. En 1541 el explorador Francisco de Orellana recorrió, desde Ecuador, el rio Amazonas. Navegó 4,800 kilómetros en busca de las 70 ciudades habitadas por amazonas y del tesoro de la ciudad de los Kuikoros. Tampoco descubrió nada.

En México la expansión territorial de la conquista se acentuó hacia el norte. En esa área los conquistadores encontraron terrenos propicios para la agricultura y la ganadería, en el Bajío, y los primeros yacimientos de oro y plata en Guanajuato y Zacatecas.

Por la extracción de plata Zacatecas llegó a ser considerada la segunda ciudad en importancia de la Nueva España. Fundada en 1546 esta ciudad fue el centro de la actividad minera del virreinato. Se calcula que durante el período 1548-1867 se extrajo mineral con un valor de 800 millones de dólares. Los conquistadores empezaron a llegar a Guanajuato en 1526. En 1548 se descubrieron los primeros yacimientos de plata. Años después esta provincia se convirtió en el principal productor de oro y plata de la Nueva España y en el granero más importante.

La capacidad de producción de las minas de esa zona y la riqueza que representaba para el reino (con el oro y plata extraídos de México y Perú se financiaron, por ejemplo, la construcción del Escorial y las guerras que sostuvo España contra Francia, Inglaterra, los Países Bajos, Imperio Otomano y la ocupación de Nápoles) determinaron que la autoridad virreinal y el ejército de ocupación continuaran con la exploración del norte, convencidos de que, por las características geográficas de la región, descubrirían yacimientos similares a los de Guanajuato y Zacatecas. Los conquistadores se convirtieron en gambusinos.

Un ingrediente que animó la empresa de organizar y enviar expediciones al norte del virreinato fue la existencia y amplia difusión que tuvieron las leyendas que referían la existencia de otros lugares, similares a Tenochtitlan, en donde abundaban las riquezas. La mitología náhuatl que identificaba al lugar de origen de los aztecas en Aztlán (lugar blanco o lugar de las garzas), con un predominante color blanco por la cantidad de plata, fue otro factor que determinó el envío de expediciones.

En esa época, tercera y cuarta décadas del siglo XVI, cobró notoriedad y amplia difusión la leyenda relativa a la existencia del reino de Cíbola y las siete ciudades de oro. Según este mito en el año 713, cuando se consolida la ocupación árabe de la península ibérica, siete obispos portugueses o españoles huyeron de los musulmanes, llevando consigo todas las riquezas de sus iglesias. En su periplo los obispos cruzaron el mar y llegaron a nuevas tierras en donde se establecieron y fundaron siete ciudades: Aira, Anhuib, Ansalli, Ansesseli, Ansolli, Cíbola y Quivira.

La característica que identificaba a estas ciudades era la abundancia de oro que se apreciaba en sus construcciones y caminos. Los juglares, heraldos y cronistas de esos tiempos recogían las versiones indígenas y ubicaban al reino de Cíbola en el norte inexplorado del virreinato.

En 1513 llegó a las costas de Florida Juan Ponce de León, procedente de Cuba, en busca de oro y de otro mito, la llamada fuente de la eterna juventud. En 1528 arribó a Florida otra expedición al mando de Pánfilo de Narváez prosiguiendo con la búsqueda de yacimientos de oro. Esta expedición de 400 hombres se dividió en dos, una parte se dirigió al norte en busca de los Apalaches en donde, suponían, habría grandes cantidades de oro. La otra parte, dirigida por Alvar Núñez Cabeza de Vaca se encamino al oeste con el mismo objetivo. Esta expedición llegó a Texas en donde se encontró con una caravana de indígenas que les obsequiaron una especie de cascabel de material metálico, cobre tal vez, que los españoles confundieron con oro. Los indios les indicaron que el material con que estaba hecho el cascabel abundaba en las tierras del norte.

El recorrido de Cabeza de Vaca por los territorios septentrionales duró 8 años y durante ese tiempo los expedicionarios fueron atacados y capturados por los indígenas, reducidos a la esclavitud, haciendo labores de curanderos. El grupo, reducido a 4 elementos, llegó finalmente a Sinaloa. Entre ellos iba un esclavo de origen moro o bereber, llamado Estevanico (también Estebanico), que poco tiempo después fue uno de los protagonistas en las expediciones enviadas a descubrir Cíbola.

En Sinaloa los sobrevivientes de la expedición, principalmente Estevanico, dejaron correr la versión de que ellos habían recibido información sobre la existencia y ubicación de las siete ciudades de oro. La especie se hizo del conocimiento del Virrey Antonio de Mendoza, personaje apegado a las novelas de caballería como El Cid o Amadís de Gaula y de espíritu aventurero, y dispuso la organización de una expedición encomendada al fraile Marcos de Niza. Estevanico formó parte de esta misión.

En 1539 la expedición de Marcos de Niza salió de Sinaloa. Al llegar a Vacapa (actual Sonora) el fraile le ordenó a Estevanico que se adelantara, que profundizara el recorrido hasta los territorios de la actual Arizona y Nuevo México y que regresara a reportarle. El esclavo aseguró haber escuchado las leyendas sobre las ciudades de oro.

En su entrevista con el virrey el fraile alteró la versión, seguramente en busca de protagonismo, y afirmó que él había visto a lo lejos una ciudad más grande que Tenochtitlán, que sus pobladores usaban vajillas de oro y plata, que el lugar estaba decorado con turquesas, perlas gigantes y esmeraldas.

Esa versión entusiasmó al virrey y decidió organizar una segunda expedición, esta de carácter militar, para explorar los territorios en búsqueda de esas ciudades y para reforzar la presencia novohispana en California. El virrey le entregó el mando de la expedición integrada por 340 soldados españoles y 800 indios a Francisco Vázquez de Coronado e incluyó, nuevamente, al fraile Marcos de Niza como guía y al esclavo Estevanico.

El entusiasmo del virrey por esta empresa lo llevó a viajar a Culiacán para despedir a los expedicionarios. El desplazamiento se inició en abril de 1540. Coronado llegó a Arizona y sin haber encontrado rastro alguno de las míticas ciudades decidió dar por falsa la información. La importancia de este viaje estribó en que los conquistadores españoles descubrieron el cañón del Colorado y llegaron hasta Kansas. Con 30 jinetes Coronado alcanzó una aldea de indios semi-nómadas, cerca de Wichita, Kansas, a la que llamó Quivira. Resulta de interés agregar que en el capitolio del estado de Kansas, en Topeka, figura un gran mural que reproduce la llegada de Coronado al territorio.

Sobre el fin que tuvo el esclavo Estevanico hay dos versiones. La primera refiere que éste se alejó de la expedición para explorar un territorio cuando fue aprehendido por los indios y sacrificado. La otra sugiere que Estevanico huyó de los españoles, se adentró en territorio indio y se habría integrado a una comunidad. Se dice que este esclavo fue el primer negro que figura en la historia de Norteamérica.

En 1539 otra expedición salió a explorar los territorios localizados en el sureste de Norteamérica. Encabezado por Hernando De Soto este grupo estuvo integrado por 700 soldados, 220 caballos, 24 sacerdotes y 9 navíos. El propósito de la expedición era encontrar el tesoro de metales preciosos, oro principalmente, de Cofitachequi. De Soto exploró las regiones de las Carolinas, recorrió Georgia y Tennessee. En Arkansas instaló un campamento que en un momento dado estuvo a una distancia de unos 200 kilómetros de las columnas de Coronado, sin que ninguno de los conquistadores lo advirtiera.

Hernando De Soto no encontró ningún tesoro y su expedición quedó limitada a la exploración y descubrimiento de nuevos territorios. De Soto regresó a la ciudad de México en 1543. Actualmente en los Estados Unidos existen dos pequeñas ciudades con el nombre de De Soto, una en Texas y otra en Kansas. En la ciudad de Memphis, Tennessee hay un puente nombrado De Soto. Entre los años 1928-1960 la empresa automotriz Chrysler fabricó un automóvil de marca De Soto. En el estado de Nuevo México existe un condado llamado Cíbola.

Una opinión resumida de algunos historiadores estadounidenses que se han ocupado de estudiar la presencia de exploradores españoles y novohispanos en Norteamérica refiere que las expediciones no proporcionaron metales preciosos, pero fueron el antecedente para la futura colonización y población de aquella parte de las Indias. Las expediciones fueron un fracaso. Tuvieron su importancia para la geografía americana por el extenso territorio recorrido.

Las leyendas de Quivira y Cíbola trascendieron a los siglos XIX y XX. Durante la dictadura de Antonio López de Santa Anna se difundió el rumor de que el dictador tenía interés de organizar expediciones que buscaran la ciudad de oro de Quivira en el norte del país. Santa Anna estaría influenciado, con toda seguridad, por la llamada fiebre del oro en California y por la expectativa de agregar el oro del mítico lugar al tesoro nacional.

En el plano de la literatura los míticos sitios también fueron abordados. El autor inglés Arthur Conan Doyle escribió en 1912 la novela “El Mundo Perdido” que relata el viaje de unos exploradores ingleses a las mesetas de Roraima en Venezuela, buscando yacimientos fabulosos de diamantes.

El descubrimiento del salto del Ángel en Venezuela fue otro episodio que involucró intereses geográficos y búsqueda de riquezas. Esta catarata de 979 metros de altura, la más alta del mundo, fue descubierta por los exploradores españoles Félix Cardona Puig y Juan María Mundó en 1927. Posteriormente, en 1937, fue observada por el aviador norteamericano James C. Angel (de ahí viene su nombre) para tratar de medir su altura, pero también, se especuló, para encontrar una mina de diamantes en las paredes de la cascada. Hasta 1949 la National Geographic Society consiguió medir exactamente la altura del salto.

“La historia de la conquista de América
está poblada de geografías imaginarias,
lugares y seres fantásticos a partir de
tradiciones populares europeas o
noticias rendidas por informantes indígenas.”

Doctora Danna Alexandra Levin Rojo.

Everardo Suárez Amezcua,
Julio de 2021.

 

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