Narración. En mi primer nombramiento en el Servicio Exterior Mexicano, fui asignado para trabajar en la Embajada de México en Guatemala, a donde llegué en mayo de 1973 lleno de ilusiones, sin pensar que en un trabajo tan noble podría llegar a enfrentar algún peligro que pusiera en riesgo la vida.
Estaba consciente de que la sociedad guatemalteca sufría los enfrentamientos que se producían entre el ejército y la guerrilla de dicho país, pero en apariencia eso no trascendía a ciertas esferas, como el llamado “cuerpo diplomático”; aunque no estábamos exentos de tener que resolver algunos casos de solicitudes de asilo diplomático, que en ciertos casos, pueden llegar a tornarse violentos, como el que ocurrió en la Embajada de España varios años después de mi estancia en este país centroamericano.
EN CIERTAS OCASIONES LA VIDA NO VALE NADA. Con la presente narración pretendo compartir un acontecimiento fortuito si se quiere, en el que fui involucrado por estar a cargo temporalmente de los asuntos culturales de la embajada. A mediados del año 1974, se organizó la presentación de una exposición de pintores mexicanos en la segunda ciudad capital en importancia de Guatemala, Quezaltenango, cuyo nombre significa “bajo la muralla del quetzal” o Xelajú, ubicada en un valle montañoso, a una altura de 2333 metros sobre el nivel del mar; para lo cual contamos con una sala de exhibición de la Posada “Bonifaz”, cuyo dueño se desempeñaba como Cónsul Honorario de México.
El acto se desarrolló con éxito y buena asistencia de admiradores del arte, periodistas y otras personalidades del lugar. De la Embajada además de don Federico, nos acompañaba uno de los ayudantes del Agregado Militar y Aéreo. En virtud de que la ceremonia se celebró por la noche y luego –como se acostumbra- se sirvió un coctel, terminamos tarde y cansados. Pernoctamos en la misma Posada y al día siguiente después del desayuno, partimos de regreso a la Ciudad de Guatemala.
El conductor del Mercedes Benz era el ya mencionado “Minuto”, quien era bajo de estatura y vale decir, que yo tenía mis dudas de que alcanzara a ver bien el camino. Yo viajaba del lado del copiloto y atrás venían el embajador (dormido) y el capitán. La carretera no estaba en muy buenas condiciones, estaba lloviendo y además presentaba curvas muy pronunciadas; a lo cual habría que agregar que por ser una zona montañosa, a uno de los costados se observaba un precipicio, que como paisaje era una belleza, pues además de la vegetación lo acompañaban distintos bancos de nubes. La distancia que nos separaba de Quetzaltenango a Guatemala era de aproximadamente 200 kms. Cuando nos acercábamos al Km. 141, avistamos una curva cerrada, sin peralte y charcos sobre el asfalto; el Minuto no frenó antes de entrar a la curva y ya estando en ese lugar quiso hacerlo, pero el auto derrapó. Yo que iba a su lado solo escuché que nuestro conductor dejó ir un suspiro.
El suspiro del Minuto pareció contagiar al resto de los mortales que viajábamos en el auto (excepto al embajador por venir dormido). En esos breves instantes por mi mente no cruzaron ideas de salvación, ni quejas contra nadie. No sabíamos a lo que nos enfrentábamos, ni hasta dónde íbamos a parar. Tampoco hubo tiempo para comentar, rezar o maldecir, simplemente nos dejamos llevar.
Irremediablemente el Mercedes Benz empezó a deslizarse de costado por la cuesta, precisamente del lado donde yo iba. El terreno estaba fangoso y el precipicio se veía profundo, lo adornaba un banco de nubes. Como antes digo, todo pasó tan rápido como el fugaz suspiro del conductor.
De todas formas contamos con mucha suerte, pues el auto no volcó –alguien nos explicó después que posiblemente el peso del vehículo ayudó para que guardara cierta estabilidad o se pegara al piso-, el caso es que a unos 25 metros debajo de la superficie de la carretera nos atoramos con el tronco de un árbol no muy grande ni frondoso; lo cual ya nos dio tiempo de darnos cuenta de lo que pasaba.
De inmediato nos repusimos del susto y reaccionamos buscando salvar nuestras vidas. Don Federico el embajador, ni se había enterado de lo ocurrido, al parecer todavía presentaba efectos del cansancio de la noche anterior. Como pudimos salimos del auto y el capitán dirigió la operación para sacar al embajador y después tratar de subirlo. Dicho sea de paso nuestro jefe pesaba algo así como 115 o 120 kilogramos.
Por la puerta del lado izquierdo el capitán jalaría a don Federico, en tanto que El Minuto y yo, lo empujaríamos por atrás, corriendo el riesgo de que el auto se nos viniera encima; pero de momento era lo único que podíamos intentar, pues nadie nos había visto accidentarnos, por lo cual no contamos con ayuda; tampoco teníamos algún ningún medio de comunicación como teléfono o radio.
Con grandes esfuerzos logramos sacar al embajador del auto y habiendo superado tan peligroso episodio, nos dimos a la tarea de subirlo hasta la carretera. Esta operación aunque menos peligrosa que la anterior, también representó un gran reto, pues la cuesta empinada y lodosa, nos dificultaba el ascenso e inclusive, en ocasiones resbalábamos y retrocedíamos algunos pasos.
Finalmente, logramos salir a la superficie asfaltada y ya estando a salvo, le ordenamos al Minuto que fuera a pedir ayuda. Pronto paró a un camión que viajaba con rumbo a Quezaltenango y le pidió que lo llevara a donde habíamos pernoctado, con el Cónsul Bonifaz. El auxilio llegó pronto con personal de apoyo del hotel y con una grúa para tratar de rescatar el automóvil de la Embajada.
Para entonces don Federico ya se encontraba bien, comentando lo ocurrido y esperando que el daño al carro oficial no fuera tan importante. Después de algunas maniobras la grúa logró jalar el Mercedes y ponerlo sobre el asfalto. A simple vista solo se observaba una abolladura en la parte que había quedado recargada sobre el árbol y todo lo demás funcionaba correctamente; por lo que, después de agradecer al cónsul su valiosa ayuda, continuamos el viaje hacia la capital guatemalteca, a donde llegamos sin más daños que lamentar.
Luego de haber vivido aquel episodio, cada quien se dirigió a su vivienda y no platicamos más sobre el asunto. Nunca supe si el embajador informó a México sobre el accidente, o si el agregado militar lo hizo, el caso es que el asunto no se volvió a mencionar.
Ahora pienso que, por acontecimientos como el que aquí he descrito, José Alfredo Jiménez pudo haber compuesto la canción “Caminos de Guanajuato”, en la que destaca la frase: “no vale nada la vida” y, “la vida no vale nada…”. Con el tiempo he llegado a reflexionar sobre el destino, acerca de la forma en que la vida de las personas puede cambiar en segundos, o mejor dicho en un “suspiro”, sin mediar culpa o acción premeditada que lo orillara al peligro.
Asimismo, he pensado sobre la casualidad, suerte, o fortuna, que en nuestro camino al precipicio, un pequeño árbol hubiera contenido nuestro deslizamiento por la ladera lodosa.
En fin que, por una u otra razón, logramos salir ilesos de dicho accidente y nuestras vidas siguieron su curso normal.
- Narración sobre un acontecimiento que tuvo lugar en los inicios de la carrera del autor. ↑
A mi me pasó algo parecido, pero varios años antes, a fines de 1961. Un amigo argentino y yo viajábamos por Guatemala con destino final en Santiago de Chile, y precisamente íbamos de Quetzaltenango con rumbo a Ciudad de Guatemala por un camino bastante malo, que aún no estaba pavimentado y era un verdadero barrial. La suerte nos acompañó y sólo sufrimos una serie de tropiezos lodosos que nos demoraron bastante, pero nada tan peligroso como que el coche se desbarrancara. Ciertamente los paisajes que veíamos desde las alturas era bellísimos, y cuando salimos de la zona lodosa pudimos apreciarlos bien. En aquellos años era una verdadera aventura viajar por carretera por Centroamérica, pues la Panamericana no estaba terminada en buena parte de su extensión, y en Costa Rica había más de treinta ríos y riachuelos de los cuales sólo los más caudalosos tenían puentes ya terminados. En el primero que nos atrevimos a cruzarlo, nos quedamos en medio del Río y tuvimos que esperar un camión que transportaba trabajadores nos sacará, pero esto ya es otro cuento.
Estimado Héctor, no cabe duda de que somos afortunados de poder contar y compartir nuestras vivencias. Un acontecimiento por irrelevante que parezca puede cambiar el rumbo de una vida. Te mando un abrazo y ojalá algún día puedas escribir algo para ADE.
Excelente relato, me transportó al momento y sentí hasta miedo. Qué maravilloso que todos salieran sanos y salvos! Saludos
Ingrid M
Estimada Ingrid, gracias por leer mi relato. Así da gusto compartir mis vivencias, aunque sean del pasado. Un abrazo