A partir de los compromisos internacionales asumidos para contrarrestar el cambio climático, algunos minerales y metales adquirieron un carácter estratégico y se han convertido en nuevas panaceas de crecimiento económico para los países que los poseen. Esta condición se fortaleció con el incremento de los precios del petróleo y gas que detonó la invasión de Rusia a Ucrania, acontecimiento que entre las múltiples secuelas que ha generado se encuentra el aceleramiento de las estrategias nacionales de energía renovable, a fin de aminorar su dependencia de los dos energéticos fósiles preponderantes en la actualidad.
Litio, grafito, cobalto, cobre, aluminio, níquel son los nuevos protagonistas de la transición energética que se observa en el mundo desde hace varios años. Los tres primeros se utilizan principalmente en las tecnologías vinculadas con el almacenamiento energético y los otros son esenciales en la cadena de producción de energía renovable (solar, geotermal, eólica, hidroeléctrica). Todos son esenciales para la creación de paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y para el almacenamiento de energía y baterías, elementos que conforman las economías bajas en carbono, principal objetivo de los Acuerdos de París (2016). Además de esos productos pétreos, se encuentran las llamadas tierras raras (17 en total entre las que se encuentran escandio, itrio, lantano, cerio y otras) localizadas en una minoría de países y esenciales en la producción de los imanes permanentes que requieren también las turbinas eólicas y los motores de tracción eléctrica.
De acuerdo con el OECD Economic Outlook, Interim Report March 2022: Economic and Social Impacts and Policy Implications of the War in Ukraine, ya es visible un trastocamiento de las cadenas de suministro mundiales que dependen de las exportaciones de metales de Rusia y Ucrania, países de donde proviene el 20% de fertilizantes minerales y gas natural y el 11% de petróleo.
Este informe señala que Rusia es un proveedor clave de paladio, utilizado en convertidores catalíticos para automóviles, y níquel, utilizado en la producción de acero y la fabricación de baterías. Rusia y Ucrania también son fuentes de gases inertes como el argón y el neón, utilizados en la producción de semiconductores, y grandes productores de esponja de titanio, utilizada en aviones. Ambos países también cuentan con importantes reservas de uranio a nivel mundial.
La singularidad de estos productos, así como su producción y acceso, es proporcional a su relevancia en los mercados de metales y minerales del orbe, por lo que ha detonado un incremento en sus precios desde el comienzo de la guerra y esta tendencia parece que será constante aún después del conflicto. Esto lo confirma la Agencia Internacional de Energía (AIE), que señala que desde 2010, la cantidad promedio de minerales necesarios para cualquier nueva unidad con capacidad de generar energía ha aumentado en un 50 % a medida que aumenta su participación en las energías renovables.
En una perspectiva más amplia, la creciente demanda de estos productos está dando pauta a una nueva configuración geopolítica del mundo ya que, si bien es cierto que el gas, el carbón y el petróleo seguirán predominando en el mercado energético por algunos años, la utilización de los minerales, metales y tierras raras como insumos fundamentales en la producción y almacenamiento de energías renovables está definiendo un nuevo orden mundial donde emergen actores con nueva predominancia estratégica.
La producción de estos minerales, llamados de transición energética, está más concentrada que la del petróleo o el gas natural. Al tomar como referencia 2019 y los datos de la AIE, se observa que, en los casos del litio, el cobalto y las tierras raras, las tres principales naciones productoras del mundo controlan más de las tres cuartas partes de la producción mundial. La República Democrática del Congo (RDC) y China fueron responsables de alrededor del 70 % y el 60 % de la producción mundial de cobalto y elementos de tierras raras, respectivamente; en el caso de grafito, China acaparó el 65% de la producción total. Por su parte, el nivel más alto de producción de litio lo ocupó Australia, con 59% del total; en el caso del níquel, Indonesia y Filipinas aportaron al mundo casi el 50%; mientras, para el caso del cobre, las presencias más notables fueron Chile (28%) y Perú (12%).
Este nivel de concentración es aún mayor al referirel procesamiento de esas materias primas, donde China tiene una fuerte presencia en todos los ámbitos. En 2019, la participación de China en la refinación fue de alrededor del 35 % para el níquel; del 50 % al 70 % para el litio y el cobalto, y de casi el 90 % para los elementos de tierras raras. Adicionalmente, las empresas de este país han realizado inversiones considerables en el extranjero, predominantemente en Australia, Chile, la RDC e Indonesia. Los únicos casos donde se observa alguna capacidad de procesamiento en otros países son los casos del Litio, donde Chile y Argentina aportaron en 2019 el 30% y el 10%, respectivamente; el níquel (Indonesia, 15% y Japón, 8%), y el cobalto (Finlandia y Bélgica sumaron el 15%).
En este contexto, desde hace algunos años México entró a la palestra con el litio, mineral del que se ha dicho que contamos con un gran yacimiento en Sonora, que podría alcanzar los 2.5 millones de toneladas, lo cual, sumado con lo encontrado en yacimientos menores, lo ubicaría en noveno lugar mundial en reservas de litio, aun cuando buena parte del mineral está en forma de arcillas. Hasta ahora la producción no ha iniciado; en las más de 20 concesiones gubernamentales otorgadas para su explotación (en Chihuahua, Durango y Sonora, principalmente), la mayor la tiene la empresa china Gangfeng, que compró todas las acciones de Bacanora Lithium concesionaria originaria; además, recientemente el gobierno anunció que creará una empresa estatal para explotar de manera exclusiva ese recurso estratégico.
Independientemente de cómo se defina finalmente la explotación del litio, también es importante recordar que México produce otros metales y minerales estratégicos con un lugar relevante en la matriz minera nacional. Tal es el caso del de grafito, cuya producción anual en 2020, de acuerdo con el Prontuario Estadístico de la Industria Minera elaborado por la Secretaría de Economía, ubicó a nuestro país en el lugar 9 a nivel mundial; o del cobre y del cadmio, cuya producción ese año, lo colocó en los lugares 8 y 6 de la producción minera mundial. Lo cierto es que la gama de metales industriales no ferrosos y la de los minerales no metálicos, donde se encuentran los productos pétreos que demanda el mundo en la actualidad representan cerca de 50% de la matriz minera de nuestro país.
Si bien es evidente el potencial de estos recursos en la creciente demanda internacional que genera la producción de energías limpias, existen riesgos en su explotación y uso que contrarían sus bondades en el crecimiento económico de los países.
En primer lugar, su producción y procesamiento están generando crecientes problemas ambientales y sociales, con perjuicios a comunidades locales. Tal situación, además de poner en riesgo la continuidad de los suministros, ha motivado crecientes demandas de ciudadanos y organizaciones civiles a gobiernos y empresas para que definan estrategias de producción sostenibles y responsables.
En segundo lugar, las extracciones mineras están expuestas a crecientes riesgos climáticos. El cobre y el litio son particularmente vulnerables debido a sus altos requerimientos de agua. En la actualidad, más del 50% de la producción de litio y cobre se concentra en áreas donde el deterioro de los recursos de agua dulce es crítico. Adicionalmente, regiones productoras importantes, como Australia, China y África, están sujetas a temporadas de calor extremo o inundaciones, lo cual planteará mayores desafíos para garantizar suministros confiables y sostenibles.
Por último, la extracción de contenido metálico de minerales de menor calidad (algo que ocurrirá inevitablemente con la sobreproducción, como ya lo afronta el cobre en Chile) requerirá más energía, lo que detonará una presión al alza en los costos de producción, más emisiones de gases de efecto invernadero y mayores volúmenes de desechos.
Todos los riesgos en la confiabilidad, la asequibilidad y la sostenibilidad del suministro de los minerales y metales mencionados son manejables, pero demandan acciones de largo aliento. Lo fundamental será que los responsables de la formulación de políticas energéticas amplíen sus horizontes y consideren estas vulnerabilidades a fin de asegurar que los ingresos generados por estos bienes en sectores estratégicos (salud, educación, infraestructura, innovación) generen bienestar y prosperidad en sus países.
También tendrán que garantizar la sostenibilidad de los ecosistemas y la protección de las poblaciones locales vinculados a las actividades extractivas, y lograr una armonía entre los aspectos técnicos de su explotación, la protección ambiental y su rentabilidad económica. En suma, cualquier decisión que se asuma en este ámbito deberá tomar en cuenta tres pilares esenciales para garantizar su sostenibilidad: viabilidad técnica y económica, ambiental y social.
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