Las tres íes presentes en los planteamientos de los candidatos presidenciales en el reciente proceso electoral obligan a diseñar una estrategia amplia y en varios frentes al próximo gobierno electo. Definitivamente la inseguridad, la inequidad y la impunidad, como situaciones de apremiante atención en el momento actual de México, requieren tanto el diseño de políticas públicas efectivas, como el fortalecimiento institucional y la conjunción de esfuerzos por parte de actores fundamentales en el ámbito nacional. Hoy se confirma un objetivo en el cual hay coincidencia plena: asegurar el crecimiento económico nacional, garantizando productividad con inclusión social y mejores condiciones de vida para todos los mexicanos.
En ese tenor, la ciencia, la tecnología y la innovación (CTI) constituyen factores fundamentales en la materialización de esa misión. No hay que olvidar que desde hace varios años la dinámica mundial se encuentra inmersa dentro de una etapa de desarrollo guiada por la economía basada en el conocimiento, en la cual la CTI son dínamos del crecimiento económico y el desarrollo de los países. Por ello la mejoría económica de cualquier nación se logra a partir de la gestión eficaz y eficiente de sus recursos que destina a la creación y transmisión del conocimiento.
Si bien la estrategia de inserción internacional que siguió México desde mediados de los años ochenta del siglo veinte rindió resultados positivos en diversos frentes, el momento actual requiere un proceso de globalización muy diferente al que nuestro país se vinculó antaño. Ayer, entre muchas tendencias, fueron evidentes un incremento en la producción y el flujo de ciertos bienes, así como en las actividades intensivas en capital y mano de obra; hubo auge en la infraestructura del transporte y el comercio internacional; también fue evidente el aprovechamiento de los flujos de innovación para lograr mejoras en la productividad.
El momento actual sólo puede ser conceptualizado a partir de una globalización dominada por la digitalización inteligente, la creciente irrelevancia de las ventajas comparativas tradicionales, el acortamiento de las cadenas de valor, la desaparición del intermediarismo y la contracción de la transportación. En palabras de uno de sus principales teóricos de esta tendencia, Richard Baldwin, está fincada en el conocimiento, la conectividad, la automatización y la digitalización, respaldada por la inteligencia artificial.
En este contexto, en aras de potencializar el nuevo momento -internacional y nacional- es pertinente una estrategia que permita a México una inserción en la economía del conocimiento, promover intensamente la innovación y garantizar el desarrollo de la ciencia y la tecnología. En el diseño de cualquier estratagema, lo fundamental será reconocer plenamente al sistema nacional de ciencia y tecnología, que incluye a actores e instituciones en permanente interrelación (agrupados en torno a subsistemas) cuya función general es producir nuevos conocimientos científicos y tecnológicos y difundirlos entre todas las capas de la sociedad, en particular en el sistema productivo de bienes y servicios.
Llamar la atención sobre la CTI no implica que no se haya realizado previamente. Suficiente recordar referentes como el Consejo Nacional de la Educación Superior e Investigación Científica, CONESIC (1935), el Instituto Nacional de la Investigación Científica, INIC, (1950) o la creación en 1970, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), hito a partir del cual comenzaron a gestarse políticas y programas de largo plazo.
En términos extremadamente magros, se puede afirmar que las estrategias y planes en materia de CTI coordinadas por el Conacyt han estado dedicados a: incrementar el gasto nacional en ciencia y tecnología; fomentar la formación de recursos humanos de alto nivel, y fortalecer el aparato científico y tecnológico del país.
Estos cimientos de acción, aunado al objetivo de asegurar una vinculación entre el aparato productivo nacional y la evolución del conocimiento científico y tecnológico, los encontramos desde la primera estrategia integral en este campo, el Programa Nacional de Desarrollo Tecnológico y Científico 1984-1988, hasta la más reciente, el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (PECiTI) 2014-2018. Referentes cuya estructura y marco de acción los han determinado tanto la Ley de Ciencia y Tecnología, como la Ley Orgánica del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, ambas establecidas en 2002 y reformuladas subsecuentemente.
Desde hace varios años observamos una mayor autonomía del Conacyt -que tiene la categoría de órgano coordinador del sector-, lo cual equivale a tener un ramo presupuestal específico (38). Visibles son también una concepción diferente de la CTI, que trascendió de una política gubernamental a una pública y posteriormente a una política de Estado, así como un esfuerzo constante por lograr que las actividades científicas tecnológicas y de innovación representen el 1% del PIB.
Es de destacar que a fin de conformar un sector más coordinado e inclusivo, recientemente también se han establecido nuevos cuerpos colegiados, tales como el Consejo General de Investigación Científica, Desarrollo Tecnológico e Innovación, encabezado por el Presidente de la República; la Conferencia Nacional de Ciencia y Tecnología, espacio de coordinación intergubernamental entre el Conacyt y los consejos estales de CTI y, el Foro Consultivo, Científico y Tecnológico, instancia participativa de investigadores, tecnólogos y empresarios para diseñar políticas en la materia.
Frente a este entramado de referentes jurídicos, instituciones, estretagias y actores, tomando en consideración indicadores fundamentales (publicaciones en revistas científicas, patentes, balanza de pagos tecnológica, comercio exterior de bienes de alta tecnología, capacidades de innovación) y asumiendo las tendencias del orbe en la actualidad, es evidente la necesidad de un cambio de timón que fortalezca las capacidades de México en CTI. Conceptualmente, conlleva una redefinición de la gobernanza en este sector y del rol que debe desempeñar el Estado en materia de investigación y desarrollo.
Al margen de esa nueva conceptualización, los rubros donde deberá concentrarse la atención incluyen: equilibrio en los niveles de participacaión de los sectores de financiamiento (público y privado); existencia de recurso humano calificado para asegurar conocimiento y nuevas transformaciones; consolidación del vínculo entre el sector público, instituciones de educación superior, centros de investigación y sector privado; cooperación internacional proveniente del exterior vinculada con actividades de CTI al interior del país.
En lo referente a la cooperación internacional, las oportunidades son halagüeñas. La gama de convenios, programas y estadías acordados por el Conacyt con diversos países, puede verse fortalecida con un acompañamiento estratégico de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID) a fin de sugerir actividades con actores o comunidades epístemicas de conocimiento. Esa misma estretagia podría verse fortalecida con recomendaciones de los agregados de cooperación técnica-científica que tiene la agencia en todas las embajadas, quienes podrían sugerir acciones puntuales en materia de transferencia de tecnología, aspecto donde México es deficitario y que amerita atención.
Como se puede observar, es innegable que el crecimiento económico nacional, aparejado al bienestar de la población, definitivamente va ligado al progreso en CTI. Además, en el estado actual de la palestra internacional, fortalecer estos elementos va en sentido armónico a la inserción de la economía del conocimiento. Por ello, cualquier estrategia en este ámbito garantizará internamente una mejoría en las condiciones de vida e internacionalmente permitirá reconocer a México como una nación que afronta los desafíos de la nueva globalización.
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