Era 1975, yo vivía con mi familia en San Diego, California. Trabajaba en la Oficina de Turismo de México, lugar donde conocí al joven Cónsul Edgardo Flores Rivas, que llegaba como cónsul adscrito al Consulado de México en esa ciudad, procedente de nuestra Embajada en Londres, Inglaterra.
Era cónsul de tercera y venía a San Diego con el inusual encargo de abrir –a contrapelo de la autoridad migratoria, pero con la reticente autorización del Departamento de Estado-, una oficina consular de Protección de los trabajadores indocumentados. Ésta se ubicaría en el propio Centro de Detención migratorio de la Patrulla Fronteriza norteamericana, pensando que la presencia consular en el propio Centro, sería un disuasivo al escandaloso maltrato del que eran víctimas los indocumentados a manos de los patrulleros fronterizos.
San Diego era la salida permanente de miles de trabajadores, traídos por la Patrulla Fronteriza, la cual barría literalmente la costa oeste de norte a sur, y a los aprehendidos los sacaba por Tijuana y Mexicali. En San Diego era la mayor concentración y a unos los expulsaba con la llamada Salida voluntaria (i.e. no quedaba registro de su expulsión); y, a otros, se les trasladaba a las instalaciones más sofisticadas de El Centro, California, donde por ser reincidentes, se les fichaba como deportados formales, y ahí purgaban su condena.
Por azares del destino, Edgardo había de hecho comenzado su carrera diplomático/consular en la frontera de su natal Estado Sonora, en el Consulado ubicado en la ciudad de Douglas, Arizona. Ahí trabajó como empleado auxiliar, durante dos años, y nunca recibió emolumentos a causa de un político convertido en cónsul, que poco escrupuloso, nunca notificó la contratación a la Secretaría de Relaciones Exteriores (S.R.E.).
Gracias al engaño sufrido, pudo capacitarse en las materias contables de la Oficina, el complejo sistema documental de los servicios consulares, los vericuetos legales de las técnicas de Protección, y los asuntos relacionados con la problemática fronteriza. Todo ello le permitió presentarse al concurso de ingreso al Servicio Exterior Mexicano (SEM) y optar por el rango de canciller de tercera; en el cual obtuvo el primer lugar de esa generación de empleados consulares.
Era el inicio de la Protección sin la cobertura de los Convenios de Braceros que los Estados Unidos de América habían denunciado y que, como saldo, había dejado miles de casos de reclamaciones laborales inconclusas. El gran dolor humano tan visible y la humillación de nuestros trabajadores y sus familias, generaron en el joven Flores Rivas una gran pasión y una gran empatía por esos mexicanos en tan graves situaciones.
Eran también los tiempos de la lamentable ausencia de la Federación en todo aspecto de la vida fronteriza, los jóvenes con aspiraciones más ambiciosas tenían que optar por emigrar a los EE.UU –legal o ilegalmente- ya que cruzando la línea fronteriza todo cambiaba en razón de horizontes. En el lado mexicano los jóvenes padecían mucho para educarse, en Agua Prieta, Sonora, había una sola secundaria; y la única preparatoria del Estado estaba en la capital de dicha entidad, a 8 horas de de viaje por una carretera semi-pavimentada.
Una vez superado el escollo del ingreso al SEM, Edgardo regresó feliz a su estado natal con una plaza ganada por derecho propio y con la ilusión de que pronto lo trasladarían a una adscripción en la cual pudiera terminar sus estudios. Cuál fue su espanto y sorpresa cuando dos meses después se le notificó su adscripción en Consulmex Sidney, en Australia, al otro lado del mundo, y vecino de la Antártida.
A su orgullosa familia sonorense, de cuatro o cinco generaciones atrás, les pareció una locura que el adolescente aceptara alejarse a esas tierras australes. Afortunadamente, imperó el consejo de personas respetables de la comunidad, que sabían de la integridad y los deseos genuinos de superación de Edgardo. A regañadientes la familia completa se resignó a la decisión tomada por el adolescente.
Australia resultó un país y una sociedad modernísimos y pujantes, con un desarrollo inimaginable para un mexicano provinciano de esos años. Allá terminó la Preparatoria y reflexionó a fondo cómo una colonia británica que se inició como el gran penal del Imperio, logró ese nivel de progreso y de vida para sus habitantes. En 4 años no regresó al país a ver a los suyos, ya que los sueldos exiguos del SEM nunca le permitieron comprar un boleto de ida y vuelta. La Secretaría de Relaciones hasta antes del recordado y humano don Emilio Rabasa, tenía prestaciones muy escasas.
Fue don Emilio Rabasa quien mejoró sustantivamente los sueldos del personal e inició el pago del pasaje de vacaciones –cada dos años-, para superar el desarraigo de las familias del SEM. Arregló el problema del seguro médico en el exterior, y estableció la valija periodística, instrumento muy importante para que los miembros del SEM se mantuvieran actualizados de los avances y la problemática nacional.
Australia y el mundo británico de ultramar, dejaron en Edgardo una huella indeleble, pero, sobre todo, le pusieron a su alcance la Preparatoria, en donde por sus calificaciones, sería aceptado para matricularse en todas las universidades australianas. Prefirió, sin embargo, regresar a México para proseguir sus estudios, la Secretaría de Relaciones lo consideró un desacato y le pidió la renuncia.
Tras largas antesalas y búsquedas de apoyo, no le quedó más que aceptar el castigo que le impusieron por rehusarse a volver a Australia. Se le comisionó en Consulmex Belice, con la sanción de que pagaría de su peculio el pasaje, no habría gastos de instalación y se le retendrían tres meses de sueldos.
Su nuevo jefe, el Lic. Raúl Lópezlira, se preocupó por las condiciones insalubres de Belice y la delgadez física de Edgardo, así que prácticamente lo adoptó en su departamento. Como buen jurista lo convenció de presentarse al recientemente convocado Concurso General de ingreso como Vicecónsul, ya que de paso conocería las entrañas de la Institución para la que trabajaba, la varias veces mencionada Secretaría de Relaciones Exteriores.
Mientras estuvo adscrito en la colonia británica de Belice y con el asesoramiento e incondicional respaldo de su jefe, el Lic. Lópezlira, estudió intensamente Códigos, Leyes y Tratados, que fortalecieron su experiencia de 5 años de trabajo arduo y tesonero.
Animado por la confianza depositada en él por su jefe, se presentó al Concurso General para optar por el cargo de Vicecónsul. Compitió con más de 100 candidatos, aprobó las 10 materias relacionadas con el Derecho y la Economía internacionales, presentó su tesina, y salió venturoso en dos idiomas extranjeros. Todo ello ante sinodales de renombre provenientes de la UNAM y del Colegio de México, y no como ahora con sinodales que son funcionarios de la S.R.E. y con exámenes de regularización solamente para cumplir con el expediente y autonombrarse de Carrera.
Edgardo obtuvo una vez más el Primer Lugar de la Generación 1971 de vicecónsules.
Por ello, lo trasladaron como cónsul titular a Rotterdam Holanda, no como vicecónsul, sino como cónsul de cuarta, como un reconocimiento a su primer lugar obtenido en el Concurso. Posteriormente, fue encargado de la Sección Consular de la Embajada de México en Londres, Inglaterra, durante la visita del Presidente Luis Echeverría, ahí conoció a un gran caballero y humanista que tuvo como jefe y apoyo, don Hugo Margáin, que le abrió los ojos sobre la política nacional, sus vericuetos y sus desatinos.
En 1974 llegó a San Diego, California !Ahí comenzó nuestra historia como pareja! Llevamos a cabo un estudio muy interesante sobre la realidad de los trabajadores migratorios de aquellos años. Mi maestro de Antropología Felipe Pardinas, S.J. la aprobó, pero nunca fue autorizada por el director de la carrera de Antropología, de la Universidad Iberoamericana, Ángel Palerm, porque no consideraron que la problemática humana del trabajador migrante era un tema digno de la Antropología Social (¡?).
Posteriormente, cumplido el encargo de abrir y echar a andar la Oficina de Protección en las fauces de la Patrulla Fronteriza, Edgardo directamente ante el Secretario Rabasa, insistió en ser trasladado a México, a la S.R.E. para comprender todo aquello que no le parecía lógico y para ingresar a la novísima Universidad Autónoma Metropolitana, donde estudió Sociología. Relaciones le nombró jefe del Departamento de Trabajadores migratorios de la Dirección General de Servicios Consulares; y meses después, el nuevo Subsecretario de Asuntos Especiales, don Jorge Castañeda Álvarez, lo nombró su secretario y fue el único que tuvo durante esa gestión.
En cada estancia en México Edgardo aprovechó para dar clases de técnicas de Protección en el Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, donde tuvo un gran apoyo de don César Sepúlveda, ex-director de la Facultad de Derecho de la UNAM. También impartía clases de inglés en el Instituto Mexicano de Comercio Exterior, sensible a la terrible carencia que de este idioma tenían los jóvenes profesionistas mexicanos, y el afán de exportación que promocionó el Presidente Luis Echeverría con la creación de esa Institución.
No fue fácil adaptarse a los salarios mínimos que pagaba la S.R.E. a su personal del SEM comisionado en México, antes de la famosa homologación. Pese a todo, juntamos sueldos y nos casamos en octubre de 1976, casi al término del sexenio de don Luis Echeverría.
Como producto de la desbandada de los diplomáticos de carrera, hostilizados por Santiago Roel y su equipo, en el régimen del Presidente López Portillo, Edgardo se fue a trabajar con el embajador Joaquín Mercado, a quien el director del Instituto Mexicano del Seguro Social, había nombrado al frente del área del Departamento de Asuntos Internacionales del IMSS. Mercado nombró a Edgardo investigador de Asuntos Internacionales de Seguridad Social; dándole la oportunidad de incursionar muy provechosamente en todo lo relacionado con las legislaciones de América Latina en materia laboral y las modalidades de la Seguridad Social continental. La sub-jefa del Departamento, la Lic. Olga Palmero Zilvetti, una gran especialista en esos temas, y también una gran maestra, fue el gran apoyo a nuestro trabajo, y cimentó un duradero afecto que hasta ahora perdura.
En 1979, don Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa fue nombrado Secretario de Relaciones Exteriores, y Edgardo volvió a la S.R.E. a petición del Embajador Luis Wybo Alfaro, como subdirector de Asuntos Laborales y de Protección en Consular. Juntos se dieron a la tarea de reestructurar el Servicio Consular mexicano y crearon la Dirección General de Protección en forma paralela a la Dirección General de Servicios Consulares.
Es precisamente en esos años, que nacen nuestros dos hijos: Ana Fernanda (1978) y Luis Edgardo. (1981).
Al término de la gestión de Luis, quien es nombrado embajador en Rumania, se nombra a Gustavo Iruegas, como director general de Protección, y Edgardo sale de nuevo al extranjero, como cónsul adscrito al Consulado General en Nueva York, con rango de cónsul de primera.
El trabajo y la vida neoyorkina fueron de enorme riqueza cultural para nuestra familia. Nuestros hijos pequeños iniciaron sus escuelas y ganaron un idioma. Disfrutamos enormemente vivir unos años en esa ciudad que parece ser el centro del mundo en todos los ámbitos.
Cada año su anterior jefe y amigo entrañable, el Embajador Joaquín Mercado, director general para Naciones Unidas, lo recomendaba para que se le acreditara como delegado a la 4ª. Comisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ahí Edgardo colaboraba en el tema de Descolonización. Fueron años fructíferos tanto que en mayo de 1984, cuando todavía no cumplía 38 años, fue ascendido por el Presidente de la República, a instancias de don Alfonso de Rosenzweig-Díaz, vía el Canciller Sepúlveda, al rango de cónsul general. Poco después fue trasladado como titular del Consulado General en El Paso, Tx., ante los lamentables sucesos delictivos cometidos por el político que ahí estaba nombrado. Correspondió a Edgardo enderezar la nave y recuperar el prestigio de la Institución.
Gracias a aquellos éxitos Edgardo fue nombrado de nuevo en la Cancillería para ocuparse de reintegrar en una sola Dirección General, las áreas de Protección y Servicios Consulares. Fue una tarea muy comprometida, estresante y de trascendencia nacional, ya que le tocó la suerte de colaborar con los EEUU, vía la Embajada de ese país en México, en varios detalles de la regularización de los mexicanos.
Como nunca en la historia, el Servicio Consular expidió pasaportes, ayudó a obtener actas de nacimiento, encauzó a nuestra gente a la regularización. Se calcula que fueron tres millones de mexicanos indocumentados que fueron regularizados en los EE.UU con la ley Simpson-Rodino. Recuérdese que además de ese enorme trabajo, el Director General llevaba la coordinación de todas las delegaciones de la S.R.E. en el Distrito Federal y en los Estados de la República. En esos tiempos se abrieron las delegaciones en la ciudad de Chihuahua, Tamaulipas, La Paz; la de la Delegación Álvaro Obregón, y se negoció el edificio de la vieja terminal camionera con el gobernador de Jalisco, para que permitiera que ahí se instalara la existente Delegación de Pasaportes, que entonces cubría la totalidad del Bajío.
Sobrevino el cambio de sexenio, en Consular se había hecho una investigación a fondo de los 50 y tantos casos de mexicanos sentenciados a muerte en USA, y que utilizó la Consultoría Jurídica ante la Corte Internacional de Justicia hasta lograr un fallo favorable. También se habían sondeado las posibilidades de hacer alguna representación ante el Gobierno de los EE.UU respecto de los miles de millones que nuestra gente aportaba por concepto de impuestos y de Seguridad Social y que, por ser indocumentados, no se les permitía ni se les permite todavía, tener acceso a ninguna prestación de la Seguridad Social de ese país.
Para nuestra tristeza, el gran amigo del SEM, el Embajador Sergio González Gálvez nombrado subsecretario para Asuntos Consulares y otros temas, decidió rechazar la oferta y, en su lugar, se nombró a un político sin experiencia internacional – pero sí con mucha arrogancia –, para dirigir los temas fundamentales de Consular. Todo el edificio moral e intelectual se deterioró y la Dirección General re-creada por Edgardo y don Alfonso de Rosenzweig, cambió de rumbo. Afortunadamente, no destruyeron el Manual de Servicios Consulares, que marcó un hito en la normativa del Servicio Consular. La Lic. Olga García Guillén y Edgardo armaron y actualizaron un Manual General de Procedimientos para todos los tipos de Documentos Consulares. Ya en su momento el Lic. Ramón Xílotl había hecho los manuales de Documentación de Extranjeros, Estos instrumentos facilitaron enormemente la profesionalización de la Rama Consular, y su intrincada tarea documental.
Fueron años muy fructíferos, pero de grandes contradicciones, afortunadamente Edgardo negoció -a finales de 1989- ser nombrado embajador de México en el Perú. Nos fuimos a ese extraordinario país ya avanzado en la maduración de su democracia, donde cambiamos totalmente de rubro y como familia fuimos muy felices.
Llegamos a Perú en un momento político muy interesante. Un país desgarrado por dos movimientos subversivos, Sendero Luminoso y el llamado MRTA. Mario Vargas Llosa estaba en su campaña política presidencial y todo apuntaba a que su partido político FREDEMO ganaría en las urnas la Presidencia de la República. De un momento a otro se le adelantó un candidato a senador de gran popularidad, el ex-rector de la Universidad Agraria, Alberto Fujimori, que en una jugada poco usual, pero que la ley peruana permitía, se tornó en candidato a la Presidencia y la ganó legítimamente en una segunda vuelta, ante el estupor democrático de la comunidad internacional.
El presidente Fujimori empezó su mandato con mucho entusiasmo, energía y visión para darle un vuelco a la economía peruana que el presidente anterior Alan García le había dejado devastada.
A petición del gobierno del presidente Fujimori, el embajador mexicano Flores Rivas solicitó al gobierno de México especialistas en política monetaria, del Banco de México para ayudar a Fujimori a resolver el caos que el presidente García había dejado en el Banco Central, en su primer gobierno. México también colaboró con el mandatario peruano, en el proceso de privatización de las empresas públicas del Estado Peruano; así como en la capacitación de artesanos, en la creación del Instituto de Protección al Consumidor, y tuvimos un gran apoyo para traer al Perú, exposiciones mexicanas de gran envergadura para mostrarlas en el Museo de la Nación.
Lamentablemente, el Presidente Fujimori, mal asesorado por su estado Mayor, y pese a que ya había puesto en calabozos especiales a los dirigentes de Sendero Luminoso y del MRTA, decidió dar un golpe de Estado institucional, rompió la constitucionalidad de la República, persiguió a sus opositores políticos, y haciendo su propio Tlatelolco, mandó asesinar a estudiantes de la Escuela Normal de Maestros, que se le oponían y a quienes acusó de subversivos.
Ante la persecución de las fuerzas democráticas, la Embajada de México ejerció el derecho humanitario internacional latinoamericano del Asilo Diplomático, otorgando protección a los perseguidos políticos. El primero en acogerse a este beneficio fue el senador de izquierda Hugo Blanco, dirigente obrero, y después los maestros Cecilia Oviedo y Lucas Cachay, quienes huyeron ante la presión política y la persecución. Los tres personajes mencionados salieron incólumes hacia México, con el disgusto de la Cancillería peruana que ni siquiera otorgó durante el toque de queda protección policiaca para transportar a los asilados al aeropuerto. A otros se les ayudó a salir vía el Ecuador, para evitar terminar con asilos del tipo del Dr. Haya de la Torre en la Embajada de Colombia, o del caso del Dr. Cámpora en nuestra Embajada en Buenos Aires, Argentina.
Poco después, el Canciller mexicano en turno fue a hablar en secreto con Fujimori, y ordenó a Edgardo no estar en la conversación con el presidente Fujimori, pero el mandatario peruano al enterarse que Edgardo estaba afuera, insistió en la presencia del Embajador, con quien su gobierno siempre había obtenido la cooperación solicitada. Dejamos a la imaginación lo que apresuradamente le habrá dicho a Fujimori nuestro Canciller en términos de apoyo al rompimiento constitucional.
En noviembre de 1993, Edgardo fue nombrado embajador de México en Nicaragua y presentó sus Credenciales a la Presidenta Constitucional Violeta Barrios de Chamorro, primera mandataria democrática en la historia de ese país. Edgardo fue también nombrado por la S.R.E. representante de México en el Grupo de Apoyo a la Democracia, que estableció la Asamblea General de Naciones Unidas para colaborar con la transición a la democracia, que encabezaba la Presidenta Chamorro.
Ante el asesinato perpetrado en marzo de 1993 en Lomas Taurinas, al demócrata Luis Donaldo Colosio, toda la clase política nicaragüense acudió solidariamente a la Embajada nuestra a ofrecer sus condolencias. La cooperación de México se tradujo en la capacitación en nuestro país de cientos de nicaragüenses, en diversas áreas productivas y de gobierno, con el apoyo financiero de organismos internacionales y países del primer mundo, que consideraban que Nicaragua primero debía alcanzar niveles de desarrollo similares a los de México.
En el régimen de doña Violeta vimos florecer la democracia, la reconstrucción de Managua después del terremoto devastador de décadas pasadas, y logramos que por decretos del gobierno constitucional, se legalizaran los donativos de dos casas enormes que servían de Cancillería y residencia del embajador de México. Tales propiedades pertenecieron a altos mandos del gobierno somocista, y los sandinistas las declararon de utilidad pública, regalándoselas a México como señal de la buena voluntad del gobierno nicaragüenses de pagar la enorme deuda petrolera con México, en la que habían incurrido los sandinistas durante su insurrección y después como gobierno.
En 1996, el presidente de la República nombró a Edgardo embajador de México en Líbano, a efectos de reabrir la Embajada que se había cerrado con motivo de la guerra civil de facciones religiosas, que duró unos 15 años y que devastó a la República Libanesa. Encontramos una gran comunidad de mexicanos de origen libanés que hicieron muy agradable nuestra estancia en el Medio Oriente. Antes de partir la SRE organizó una agenda de visitas a los libaneses relevantes en la ciudad de México, Puebla y Monterrey. Recorrimos México de norte a sur, conociendo bien las características de la comunidad libanesa en nuestro país, lo que nos facilitaría elaborar un plan de trabajo y de relación bilateral interesante.
Estuvimos en Beirut 4 años y al salir vimos con satisfacción el fruto de nuestro trabajo, dejando a nuestro sucesor unas oficinas pequeñas, pero funcionales, en el mejor barrio de Beirut; un departamento para la residencia del embajador, elegantemente amueblado y en la misma zona residencial de prestigio. Se negociaron, por primera vez en la historia de la relación bilateral, varios convenios que fortalecieron los lazos institucionales, las becas y el intercambio; y sobre todo, como familia nos trajimos los afectos de nuestra comunidad, por la cercanía que con ellos y ellas tuvimos. Al igual que el Perú, el Líbano condecoró a Edgardo.
En el año 2000, Relaciones planteó al Presidente Zedillo, el nombramiento de Edgardo, como embajador en Arabia Saudita y todos los países de la Península Arábiga. Lamentablemente, la autoridad nuestra, no previó –o no le dio importancia- al hecho de que Edgardo tenía esposa y que su vida para ella no iba a ser nada fácil. Tampoco previó que el Reino no aceptaba que fueran los hijos adolescentes de los funcionarios extranjeros, como una medida de prevención. Los imanes consideraban que los valores occidentales de nuestras juventudes podrían pervertir a la juventud islámica. Fue una decisión muy dura dejar a nuestros hijos, todavía demasiado jóvenes para vivir solos en la ciudad de México. Respecto a lo demás, superando esos sentimientos encontrados, acompañé a Edgardo, con enorme curiosidad y cierto temor ante el régimen de la mujer que se me aplicaría. Edgardo me esperaba en el aeropuerto con la abaya, o túnica islámica, y con la retahíla de reglas a observar como extranjera no musulmana.
No fue una adscripción fácil! Encontramos una comunidad mexicana de más de 300 mujeres esparcidas en toda la península, muchas de ellas con grandes problemas conyugales y maltrato. Puesto que solamente había funcionarios hombres, la relación con ellas tenía que hacerla la esposa del Embajador, que implicaba aprender lo delicada de esa función conforme a la Sharía. Organizamos la comunidad mexicana y las apoyamos en su soledad cultural. Ellas ni siquiera podían mostrar su rostro al embajador ni a los otros funcionarios, así que el rol de la esposa del embajador fue sustantivo.
Vivimos casos muy dramáticos. Trabajamos mucho en adentrarnos en la problemática de nuestras connacionales; estudiamos a fondo lo que podíamos hacer en su favor en casos de maltrato, en el marco de las perspectivas de desarrollo e independencia que tenían esas mujeres en la sociedad saudita. Con la asesoría de una especialista salvadoreña en el régimen de la mujer, preparé un folleto sobre la solución de controversias conyugales y la separación conforme al derecho islámico.
Tuvimos el caso de una mujer maltratada en extremo. Llevamos a sus padres a Arabia, y los hospedamos en la Embajada, ya que el divorcio es asunto entre las dos familias y la Embajada no podía intervenir sin perjudicar a la mexicana. Por otro lado, obtener la visa de salida del Reino para esas mexicanas, sin la autorización del marido, era imposible. El asunto debía ser zanjado entre las dos familias. Los padres insistían en que fuera la Embajada quien negociara, pero la afectada sabía las consecuencias de ello.
Llegó la intempestiva orden de clausura de la Embajada, los padres se quedaron en Riad, y aparentemente insistieron en su plan de la huida, pero al llegar a la frontera con Jordania, donde supuestamente algún funcionario de nuestra Embajada en El Cairo los esperaría. El funcionario nunca llegó ni hizo los arreglos con la autoridad jordana respectiva. El resultado fue dramático: los mexicanos fueron regresados por esas autoridades a Arabia Saudita; los padres terminaron en la cárcel y después fueron deportados, mientras que la hija fue entregada a su marido para los azotes respectivos.
Previo a ese suceso dramático, en forma sorpresiva el gobierno de México y su secretario de Relaciones Exteriores, decidieron cerrar varias representaciones diplomáticas de nuestro país, que tenían especial trascendencia económica o acuerdos de control de producción del crudo, para hacer costeable su extracción cuando el precio empezó a rondar el costo de extracción.
Las instrucciones fueron que en ese mismo mes cerráramos la Misión, y entendemos que en ese tenor también procedieron nuestros embajadores en Oslo y la OCDE. Aun cuando también se pretendió cerrar la embajada ante la Santa Sede, ahí Gobernación intervino y no lo permitió.
Todo el mobiliario de oficinas y residencia en Riad, se envió a El Cairo, donde los contenedores metálicos se los llevó la empresa transportadora y les dejó las cajas de madera a la intemperie, porque la casa de la residencia diplomática era muy pequeña pero con un amplio terreno. Ese mobiliario de 5 contenedores de 40 pies cada uno, y toda esa inversión en muebles italianos de reciente compra para la residencia y los de oficina que ya existían desde antes que llegáramos, se dañó al extremo que fue pérdida total.
Vinimos a México un tanto decepcionados de la decisión de nuestro gobierno, por las consecuencias políticas negativas de cerrar la Embajada en Arabia con quien teníamos un acuerdo, con ellos y con los noruegos y venezolanos para coordinar la producción del hidrocarburo. La reacción de los diversos príncipes de los que hubo que despedirse, fue verdaderamente amarga, sin tener otra excusa que la de que ya no teníamos presupuesto para mantener nuestra Misión. Insistía la casa real en ofrecernos ayuda mensual para el mantenimiento de la Embajada de México, tal y como lo hacían con las embajadas pobres de África.
Sin mayor preámbulo a Edgardo se le ordenó encargarse de la Sección Consular de la Embajada en Washington, D.C. en donde estuvimos dos años completos.
En esa importante capital se realizaron gestiones ante los Comités del Congreso, para exponer las ventajas de la matrícula consular y el pasaporte como documentos idóneos de identidad, para efectos de que el indocumentado pudiera identificarse y abrir una cuenta bancaria. Se atendió un terrible caso de Protección, relacionado con el asesinato de niños mexicanos, a manos de un joven miembro de la propia familia, que con un cuchillo que utilizaba en el rastro local, les cortó la cabeza.
Otro caso dramático fue el de un jovencito mexicano perteneciente a la Mara Salvatrucha, que asesinó a otra joven, agente encubierta del FBI, en cuyo caso Relaciones le retiró la inmunidad a Edgardo y le ordenó comparecer como parte involucrada para responder al interrogatorio estadounidense durante el juicio público. La idea de los norteamericanos era encontrar alguna falla en nuestros procedimientos para despejar el camino y poder sentenciar al joven mexicano a la pena capital. Afortunadamente, la interpretación simultánea realizada por una española arrogante y una costarricense, obligó a Edgardo a pedir al juez que le permitiera hablar en inglés y no en español. Combatimos los argumentos del ministerio público que quería probar que nuestros consulados no atendían oportunamente los casos y después el Gobierno de México se iba a la Corte Internacional de Justicia. Con la ayuda de dos estupendos abogados y el bufete contratado por Relaciones para los casos de posible pena de muerte, se logró liberar al muchacho del patíbulo, logrando por lo pronto una sentencia de prisión de por vida, posiblemente revisable a los 10 ó 15 años de encarcelamiento.
Estos casos candentes fueron de gran interés para los medios de los EEUU. Edgardo -en su calidad de cónsul- recibió a toda la gran prensa y medios audiovisuales de los EE.UU; concedió entrevistas radiales, televisivas, informativas, etc., para explicar la posición de México respecto de tan lamentables hechos. Se insistió en que no se condenara a los mexicanos a priori y en la obligación judicial y administrativa del due process of law.
Al cumplir 16 años de estancia ininterrumpida en el extranjero, Edgardo solicitó ser trasladado a México, para estar presentes en las ceremonias de recepción de nuestros hijos, que terminaban su licenciatura en la Universidad Iberoamericana. Ana Fernanda se recibió de abogada y Luis Edgardo, de diseñador industrial. Los habíamos enviado a México a vivir solos y sin ningún apoyo de familia cercana, habiendo ellos apenas entrado a la adolescencia. Uno para asistir a la preparatoria y la otra a la Universidad. Como antes explico, como extranjeros era imposible que se quedaran en el mundo árabe para asistir a las escuelas.
Relaciones no aceptó nuestra solicitud de traslado a México, peses a que teníamos 16 años ininterrumpidos en el extranjero. Se nos dijo que no había nada para Edgardo en México, pero Edgardo insistió en que se le mandara a la Sala de Embajadores, ante la intransigente posición del joven subsecretario panista.
Regresamos a la Cancillería por dos años y medio sin que se otorgara a Edgardo ningún puesto definido. Daba clases en el Matías Romero sobre el curso de su autoría: “La comunicación escrita en la SER”, curso que fue tanto presencial como en línea, gracias al apoyo de la directora del IMRED.
Sin nunca concretizar nada, le ofrecieron a Edgardo la embajada en Turquía y después la ubicada en Chile, pero nunca pasó esto de una oferta informal, y de cuya instrumentación ya nunca supo qué pasó entre bambalinas. Corrió después el rumor que generó una subsecretaría del Yunque, que Edgardo estaba castigado en la Sala de Embajadores porque pertenecía a una secta radical muy peligrosa llamada Metodista (rama del Protestantismo británico establecida por John Wesley).
Finalmente, los hechos y la trayectoria de Edgardo de alguna manera lo llevaron a ser candidato a cónsul general en Montreal, Canadá, para echar a andar la relación con esa región que por equis o zetas se había deteriorado y era muy importante rehacerla. Con un clima infame y trabajo diferente, se lograron avances significativos en la relación bilateral con la quasi autónoma provincia francófona de Quebec.
El primer ministro de Quebec ofreció en una entrevista que tuvo Edgardo con él, 16 mil plazas adicionales a las que ya se tenía para los trabajadores agrícolas, pero ahora para carpinteros, electricistas, albañiles, técnicos en aire acondicionado y otros oficios. Ofrecieron enviar maestros de sus colegios comunitarios a capacitar a maestros del Conalep, para que los trabajadores estudiaran con estándares de América del Norte y los trabajadores pudieran ser certificados como tales.
El gobierno quebequense también solicitó que, además del tratado de Seguridad Social que ya se tenía con Canadá, se firmara otro con Quebec, por lo sui generis de la aplicación de la seguridad social en la provincia francófona. México nunca respondió a estas ofertas de Quebec. La SEP se hizo bolas, el IMSS dijo que tendría que formar un fondo especial, y al tema le dieron el tratamiento del cajón. En la visita del presidente Calderón y su Secretaria de Relaciones, el Primer Ministro les recordó sus propuestas quebequenses. Tanto el Presidente Calderón como su Secretaria de Relaciones Exteriores, arguyeron que nunca habían sido informados de ello.
Se Buscó en Quebec igualmente un acercamiento con los supuestos refugiados políticos, de los cuales había más de 10 mil. El Consulado General tenía instrucciones de no atenderlos ni mezclarse con ellos. Edgardo se entrevistó con un grupo unos 30 ó 40 mexicanos amparados bajo ese régimen. Presentó a la S.R.E. la verdadera situación de esos mexicanos, quienes huyeron de la extorsión de las policías mexicanas, de los sicarios que les habían matado algún hijo, y de otras desgracias de las que fueron víctimas, como estafas y amenazas sin tener a quien acudir por el involucramiento de la policía mexicana con los actores del delito. Otros más eran miembros de la numerosa comunidad lésbico/gay que salió huyendo de la persecución que sufrieron en manos de los homofóbicos. Aunque Relaciones nunca respondió a ese informe, por lo pronto ante la ausencia de instrucciones en contrario, el Consulado General sanó una grave herida de la comunidad mexicana.
El Espacio México del Consulado General tuvo un auge cultural inusitado por la calidad de nuestros agregados culturales, Remigio Valdés y después Gustavo Morales.
En 2011 Edgardo cumplió 65 años y la Ley con él sí se cumplió cabalmente en su espíritu y en la letra. A otros se les otorgaron prórrogas, sueldos adicionales a su pensión regular, nombramientos de Eméritos, y otras prestaciones. A Edgardo se le jubiló sin mayor miramiento al cumplir los 65 años de edad y 45 de servicios, por su legado de honestidad, de trabajo fructífero y de amor por su país.
Sin lugar a dudas aquí está el testimonio de una vida plena de éxitos y sinsabores. Sin embargo, como familia nunca permitimos amargura alguna y menos que desmayáramos ante injusticias y rumores malintencionados.
Mi profesión de antropóloga dio al trabajo de Edgardo brillo y profesionalismo. Y yo al igual que muchas otras esposas de funcionarios de la SRE me entregué de lleno a la encomienda de Edgardo, tanto en el extranjero, como cuando estuvimos adscritos en la propia Secretaría. Como esposa, siempre sin remuneración ni reconocimiento, ayudando y aportando lo mejor de las experiencias adquiridas, y dando la cara por México con mis mejores galas y con el mejor de los orgullos.
Llegamos juntos a la edad jubilatoria, nuestros esposos con pensiones víctimas de injusticias políticas e institucionales, nosotras sin pensión alguna a pesar de nuestra entrega como “embajadoras de México”, tratamiento muy merecido que acepta el Derecho Diplomático para la esposa del embajador. Recordando solamente lo que decía Feodora Rosenzweig: No se olviden que es el trabajo de dos, pero con un solo sueldo ¿Quién lo decidió así? Nuestro Sistema Político Nacional y la enraizada injusticia hacia la Mujer mexicana.
Los resultados de 45 años de trabajo por más que se pretenda que queden ocultos, o que se rasure el expediente personal, como se hizo con el de Edgardo, no pueden quedar en el olvido. Curiosamente, hay que recordar que en el caso de parejas del mismo sexo, Relaciones sí ha permitido que el compañero del titular trabaje y perciba un sueldo como empleado auxiliar en la Embajada o en la residencia del embajador o cónsul general.
Todas nosotras, “embajadoras de México”, vivimos otros tiempos y ahora solamente compartimos una pensión devaluada. Ojalá que hoy en día las cosas estén cambiando para las nuevas generaciones. Ya no hay impedimentos legales para que las esposas de cualquier funcionario puedan trabajar allende nuestras fronteras. En nuestro momento histórico las esposas, aun siendo profesionistas exitosas, al salir en compañía de sus maridos, tuvieron que dejar sus profesiones para atender el llamado gubernamental. No importando si en México sus sueldos significaban el mayor aporte a la economía familiar, ya que lo más fundamental era mantener la unión familiar y un hogar sano para nuestros hijos.
Tuvimos una gran recompensa: Llegamos a la meta casados y con hijos ejemplares, con la frente en alto porque nunca fuimos deshonestos y porque lo único que inspiró nuestro trabajo fue un gran amor por México! Habrá quien a la fecha nos pueda llamar ilusos pero para nosotros fue un principio y una razón de vivir.
Decidí ilustrar nuestra historia a manera de ejemplo; aunque sea la misma de la mayoría de nuestros compañeros y sus esposas. Invito a todas mis compañeras a compartir con nosotros sus historias de vida, porque no debemos dejarlas en el olvido.
Ojalá que los jóvenes diplomáticos de hoy, vean algo positivo en estos relatos, y amen a nuestro país como nosotros lo hemos amado, con hechos concretos y sin la retórica tradicional del sistema.
Antropóloga Lili Bolívar de Flores Rivas.
Agua Prieta, Sonora.
6 de octubre de 2016.
puedo tener el correo de edgardo para felicitarlos por esta prosa que compartimos.
hermilo lopez bassols
FELICITO A LOS AUTORES DE ESTE TESTIMONIO, COMPARTO MUCHAS DE SUS APRECIACIONES.
HLOPEZ BASSOLS
Aún cuando no pueda utilizar el termino “cautivante” pues si, me cautivó el escrito.
Valiente posición de una esposa, que al seguir la lectura, permite ver emergiendo de forma paralela a otro miembro del cuerpo diplomático de la mano muy cercano, si no es que totalmente unido, a la del diplomático con sueldo.
Lectura obligada para el curso de formación en el Matías Romero..?
Escritos así permiten soñar con que el tiempo para tener diplomáticos de carrera en España, Francia y Washington todavía puede suceder…
Una vida bien vivida, por México y para México, muchas felicidades deberia escribir sobre cada una de las adscripciones a detalle, sus hijos, la adaptación, etc…muchas felicidades