VII. LA DIPLOMACIA Y LA EXPLORACIÓN DEL ESPACIO.

Una de las variantes de vinculación entre países desde la cual se puede apreciar la evolución de las relaciones internacionales en su conjunto es la diplomacia espacial. Desde esta variante del oficio que va a la par de la evolución de las sociedades humanas, también se puede constatar el efecto de la ciencia y las nuevas tecnologías (CTI), una creciente rentabilidad económica (alrededor de 450 mil millones de dólares en la actualidad) y una diversidad amplia de actores involucrados (países, agencias espaciales, compañías privadas, centros de reflexión, nuevos emprendimientos y, recientemente, billonarios espaciales).

Esta variedad de aproximaciones -CTI, Economía, Cooperación- a la que se sumaría la militar, que caracterizó la primera etapa de este ámbito de las relaciones internacionales, permite desarrollar valoraciones sobre aspectos específicos que, en ciertos casos, ya cuentan con acervo desde hace varios años. Así, podemos mencionar como ejemplos: la cooperación en ámbitos como el diseño de cohetes reutilizables y la robótica autónoma; el desarrollo de hábitats extraterrestres; la oferta de viajes espaciales como esparcimiento; el desarrollo de servicios y productos útiles para algún aspecto de la exploración del espacio, la evolución de marcos legales internacionales para garantizar una exploración ultraterrestre racional o las propuestas para afrontar los deshechos espaciales, entre muchos otros.

Aunque tanto en los ámbitos, como en las expresiones referidas, está implícita alguna negociación, elemento esencial de la diplomacia, conviene referir dos casos en los cuales se constata el ejercicio de lo que se denomina diplomacia espacial, que de manera explícita refiere un proceso donde a través de la persuasión, la comunicación y la negociación diversos actores/instituciones se interrelacionan en contextos específicos a fin de obtener resultados sobre un tema espacial determinado. Algo diferente a la diplomacia de la ciencia espacial, una categoría que se define como el conjunto de procesos diplomáticos que conducen a la cooperación científica internacional, incluida la tecnología, o la competencia.

En ese sentido, lo que se refiere a continuación son dos casos que dejan al margen situaciones de conflicto y competencia, en ocasiones presentes en el ejercicio diplomático, y reivindican la cooperación en el proceso de negociación que derivó en su diseño y ejecución, exhibiendo armonía en las relaciones internacionales en lugar de confrontación o conflicto.

1) La estación espacial internacional (International Spacial Station, ISS)

La Estación Espacial Internacional (ISS) representa un caso político y diplomático notable, particularmente considerando el desacuerdo, pasado y presente, en otros ámbitos de las relaciones internacionales por parte de los dos principales socios de la estación: Estados Unidos y Rusia. Concebida durante la Guerra Fría, esta asociación representa un hito en la cooperación internacional referente a la presencia humana en el espacio. Su aplicación es un caso exitoso de diplomacia que ha permitido mantener en el espacio ultraterrestre un ambiente de paz y cooperación.

La evolución de la ISS incluye acontecimientos que destacan logros científicos y tecnológicos de los países involucrados desde su concepción, así como aportaciones ulteriores en CTI que fueron resultado de una diplomacia sui generis, desarrollada tanto por diplomáticos como por expertos, en la amplia gama de tópicos que incluye la exploración del Espacio.

Los primeros indicios de cooperación e interoperabilidad en proyectos orbitales y espaciales entre Estados Unidos y la entonces URSS ocurren desde los albores de la Guerra Fría. El lanzamiento del satélite Sputnik en 1957 -más que el inicio de una “carrera espacial” que fue lo divulgado por medios internacionales-, fue un esfuerzo internacional colectivo ya que representaba la suma de los avances científico-tecnológicos disponibles entonces para lograrlo. Se debe recordar que desde 1953, durante una reunión del Comité que organizaba el Año Geofísico Internacional 1957-1958, se propuso la posibilidad de poner en órbita satélites y luego se anunció simultáneamente en las capitales de ambos países.

Otra muestra de reconocimiento internacional a los logros en la exploración espacial ocurrió en 1961, con el vuelo ultraterrestre del astronauta soviético Yuri Gagarin, respecto al cual el presidente John F. Kennedy, expresó su “sincero deseo que, en la continua búsqueda del conocimiento del espacio exterior, nuestras naciones puedan trabajar juntas para obtener el mayor beneficio para la humanidad’. No obstante, como consecuencia de lo ocurrido en Bahía de Cochinos y las consecuencias diplomáticas que conllevó, se inició una etapa de colaboración mayormente sustentada en el parteaguas teórico de la seguridad nacional, a pesar de que el mandatario estadounidense siguió proponiendo una asociación para la exploración del sistema lunar y solar, incluidos los vuelos espaciales tripulados.

Breve fue el período de distanciamiento entre las dos potencias mundiales respecto a su colaboración en temas del Espacio. La distensión llevó en 1975 a desarrollar el Proyecto de prueba Apollo-Soyuz, considerado un intento de alto perfil para demostrar una “hermandad espacial” entre los astronautas estadounidenses y los cosmonautas soviéticos para asegurar un mecanismo de acoplamiento espacial que permitiera a las dos naciones unir naves en la órbita ultraterrestre. Se trataba de un mecanismo de acoplamiento orbital denominado sistema de conexión periférica andrógina (APAS) para permitir que las naves espaciales Soyuz (soviética) y Apollo (estadounidense) se reunieran en órbita.

El proyecto Apollo-Soyuz y el sistema APAS dieron paso a nuevas posibilidades en la diplomacia espacial y la cooperación tecnológica. El diseño de acoplamiento generó confianza y cooperación entre las dos naves espaciales, pero sobre todo entre las administraciones espaciales de las dos naciones. La nueva relación -horizontal, no jerárquica- abrió la posibilidad de mayor interoperabilidad en futuras colaboraciones espaciales y contrarrestó la percepción de una carrera espacial competitiva.

Este impulso afectivo hacia la cooperación se trastocó con la invasión de Afganistán en 1979, acontecimiento con el cual el presidente estadounidense Ronald Reagan puso fin al período de distensión con la Unión Soviética e inició un acercamiento con sus tradicionales aliados occidentales. Así, en un discurso ante el Congreso en 1984, pidió a la NASA “desarrollar una estación espacial permanentemente tripulada” e “invitar a otros países a participar para fortalecer la paz, construir prosperidad y expandir la libertad”.

Así se concibió la estación espacial Freedom en 1988, que se presentó como un proyecto colaborativo, pero liderado por los Estados Unidos, país que sustentó sus avances en la gran tecnología como una proyección de su poderío nacional frente a la Unión Soviética, país que proyectaba su poderío nacional y su prestigio internacional a través del éxito de sus de vuelos espaciales tripulados, de los programas de la estación espacial Salyut, y del desarrollo de la estación espacial MIR.

La estación Freedom demostró que los grandes proyectos técnicos —especialmente en el espacio ultraterrestre— exigen un alto nivel de cooperación y compromiso internacional. Si algo quedó claro para los Estados Unidos fue que la posibilidad de ensamblaje para producir nuevas capacidades era mayor que la suma de sus partes. Durante el desarrollo de Freedom, la NASA y los Estados Unidos estaban preocupados por la transferencia de tecnología sensible, por la protección de la propiedad intelectual y por el control del desarrollo de la ruta crítica del proyecto. Lo único cierto fue que la determinación de imponer una jerarquía al proyecto limitó el papel de los socios internacionales para apoyar el proyecto.

Así, en 1992, George Bush y Boris Yeltsin firmaron un acuerdo que proponía, entre otras cosas, una misión de acoplamiento entre el American Shuttle y la estación espacial rusa MIR, a realizarse en 1995. El proyecto resultante, conocido popularmente como Shuttle-MIR, y dentro de la NASA como el Programa Fase 1, fue el primer paso oficial para retomar la cooperación espacial con Rusia. Representó el cimiento para compartir experiencia y conocimientos técnicos hacia el desarrollo de una Estación Espacial Internacional. El programa coincidió con la creación en Rusia de la Agencia Espacial Rusa (RSA), que se comprometió con la NASA a desarrollar un programa que permitiera aprovechar las capacidades de ambos países.

Posteriormente, con la Comisión Gore-Chernomyrdin[1] se formalizó la asociación entre Estados Unidos y Rusia respecto al desarrollo de una estación espacial. Se considera el retorno al ensamblaje diplomático entre ambos países y la renovación de una visión integral, más que nacional, respecto a la ISS. Además de cambiar el nombre para enfatizar lo “internacional” en oposición a la connotación propagandística de libertad del anterior programa (Freedom) ambos socios dejaron a un lado cualquier naturaleza jerárquica y preponderaron la cooperación en el programa de la estación espacial.

Con estos antecedentes, en 1998 se suscribió el histórico Acuerdo Intergubernamental de la Estación Espacial Internacional (IGA), con el cual se establecieron los términos para la colaboración, operación y colaboración en la estación, su construcción, administración y operación. Con este acuerdo se lograron dos cosas fundamentales: el involucramiento de ambos socios en el ensamblaje de la ISS, estableciendo las responsabilidades y normas para operar una estación espacial multinacional y, la codificación de un nivel significativo de confianza y dependencia entre los socios.

Es importante señalar que, ante el creciente número de partes interesadas en el dominio espacial, incrementó la complejidad de la ISS, requiriendo el desarrollo de diversos mecanismos de atraque, tanto para acomodar a los diferentes socios de la ISS como a la nueva generación de vehículos espaciales. Esto a su vez motivó el desarrollo de estándares que permitieron la interoperabilidad y la armonización entre todos los actores involucrados.

Así, en octubre de 2010, la Junta de Coordinación Multilateral de la ISS aprobó el Estándar del Sistema de Acoplamiento Internacional (IDSS), “una interfaz de acoplamiento estándar para permitir operaciones de rescate de la tripulación en órbita y esfuerzos conjuntos de colaboración que utilizan diferentes naves espaciales”. El IDSS representa la generación más reciente de conexión basada en el espacio, mientras que APAS se convirtió paulatinamente en un sistema obsoleto.

Los años recientes han motivado un giro en la cooperación internacional vinculada con el espacio exterior y la continuidad de la ISS no es la excepción. Como el acuerdo signado establece que la ISS se retire en 2030, la NASA actualmente está siguiendo el Plan Artemis para la exploración de la Luna y de Marte, lo cual incluye el desarrollo de la estación espacial Lunar Gateway. El Plan Artemis, y el componente diplomático que lo acompaña, los Acuerdos de Artemis, identifican la interoperabilidad como un principio básico, lo que refleja una práctica de la cooperación internacional en el espacio exterior.

Sin duda el involucramiento legal y técnico entre socios que exhibió la ISS es un antecedente de gran valía para navegar con éxito en el próximo ensamblaje diplomático: Artemisa, que desde su concepción afronta como desafíos un mayor número y variedad de naves espaciales, así como una órbita cada vez más poblada de satélites, pero que representa la continuidad de mecanismos diplomáticos previos con los cuales se han logrado innovaciones en el espacio ultraterrestre que favorecen la exploración y el desarrollo del mismo.

2) El programa Artemisa (Artemis Program)

El 13 de octubre de 2020, las agencias espaciales de Australia, Canadá, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, Italia, Japón Luxemburgo y Reino Unido firmaron los acuerdos de Artemisa (Artemis Accords), un marco de cooperación multilateral para la exploración civil y el uso pacífico de la Luna, Marte y otros objetos astronómicos.

Esos acuerdos fueron una derivación natural del denominado programa Artemisa, iniciado por Estados Unidos en 2017 con la intención de enviar a la primera mujer y al próximo hombre a la luna en 2024. La intención de ese país de suscribir acuerdos específicos con países interesados en participar en el programa, fue establecer pautas comunes para que los países evitaran posibles conflictos en futuros esfuerzos espaciales.

Los acuerdos de Artemisa fueron redactados por la NASA y el Departamento de Estado de los Estados Unidos y desde su suscripción se han sumado nuevos países: Ucrania, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Brasil, Polonia, México, Israel, Rumanía, Bahréin, Singapur, Colombia, Francia, Arabia saudita, Ruanda, Nigeria, República Checa, España, Ecuador e India. Al mismo tiempo existe la posibilidad de que más países se adhieran, tomando en consideración que podrán no estar directamente involucrados con las actividades del programa que lleva el mismo nombre, pero que se comprometen a defender los principios incluidos en los acuerdos.

No se trata de algo novedoso dentro del Derecho Espacial, ya que están sustentados en lo que sigue siendo el marco madre en este ámbito: el Tratado del Espacio Ultraterrestre de las Naciones Unidas de 1967, que entre otras cosas establece que la luna, los recursos celestes y los planetas son patrimonio común de la humanidad y prohíbe la instalación y la realización de pruebas de armas de destrucción masiva.

Los Acuerdos de Artemisa son principios fundados en el Tratado de 1967 sobre los principios que rigen las actividades de los Estados en la exploración y el uso del espacio ultraterrestre, incluida la Luna y otros cuerpos celestes (el Tratado del espacio ultraterrestre) que buscan crear un entorno espacial seguro y transparente para facilitar la exploración, la ciencia y las actividades comerciales. Las negociaciones de los Acuerdos son un ejemplo de activismo diplomático que no esperó una crisis en el espacio y fueron elaborados por expertos durante la histórica pandemia de Covid-19.

En lo referente al programa Artemisa, es importante señalar que a través de éste la NASA pretende establecer a largo plazo una presencia sostenible en la Luna y en la órbita espacial, así como sentar las bases para que las empresas privadas afiancen una economía espacial y, en la etapa final, enviar humanos a Marte, a partir de 2033. Aunque se prevé que su financiamiento sea un aspecto colectivo, la NASA ha solicitado fondos adicionales para Artemis cada año fiscal desde 2020.

La evolución de los casos mencionados confirma el predominio de dos aspectos fundamentales de la diplomacia en el ámbito espacial: la aplicación exitosa de la persuasión y la negociación. En ambos casos, los actores enmarcaron el éxito en la alineación de intereses y valores compartidos. La confianza entre los participantes también fue un elemento fundamental presente. Por último, evidencian también la premisa fundamental de mantener el uso pacífico del espacio ultraterrestre debido a una expansión cada vez mayor de la actividad humana en ese ámbito de las relaciones internacionales.


  1. La Comisión Gore-Chernomyrdin, o Comisión Conjunta de Cooperación Económica y Tecnológica entre Estados Unidos y Rusia, se formó en 1993 para promover la cooperación entre Rusia y Estados Unidos en temas de exploración espacial, energía, comercio y desarrollo empresarial, conversión de defensa, ciencia y tecnología, salud, agricultura y medio ambiente.

 

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