VI. LA ANTIGUA LIBRERÍA MADERO

El 8 de marzo de 2023, el diario La Jornada publicó una nota titulada “Librería Antigua Madero, un legado vivo”, firmada por Carlos Martínez García. Al inicio de la nota se explica que el propietario de la librería Enrique Fuentes Castilla había fallecido el 8 de marzo de 2021, según comunicado del Instituto Nacional de Bellas. El comentario de La Jornada recoge información fundamental sobre la historia de la Librería Madero y el perfil único de Enrique como librero especializado en todo lo relativo a temas de México.

Martínez García destaca una nota s/f, publicada también en La Jornada, escrita por Fabiola Palapa Quijas, en la que se informa que la familia de Enrique Fuentes Castilla acordó donar el acervo de la Antigua Librería Madero a la Universidad del Claustro de Sor Juana, ubicada justo frente al local que ocupó la Librería en la calle de Isabel la Católica en el Centro Histórico de la capital.La Biblioteca del Claustro creará por lo tanto el Fondo Librería Madero-Don Enrique Fuentes.

Toda esta información puede complementarse con las pláticas que a lo largo de décadas tuve el privilegio de sostener con Enrique Fuentes Castilla. A partir de esas conversaciones estimo conveniente compartir algunos aspectos que ayuden a completar el perfil de este excepcional librero.

La Librería Madero se abrió el año 1939 en la calle Francisco I Madero, a unos pasos de Gante, dedicada a la literatura francesa. En algún momento, cuando comencé a frecuentar el local, me encontré con una pequeña mesa atiborrada de libros de remate: novelas y poemarios de escritores franceses del siglo XIX. Enrique me aclaró que el remate obedecía a la necesidad de deshacerse de los últimos ejemplares del antiguo acervo francés de la librería.

Un rasgo peculiar de Enrique –ex gerente general de la línea aérea nacional de España, Iberia—fue su estrategia para crear una red con otros libreros de viejo, como se les llama en la Ciudad de México, para localizar cualquier tipo de libro. A mí en lo personal me ayudó a conseguir en escasas 24 horas un ejemplar del Diario de André Gide, publicado por la Editorial Losada, el cual extravié en el metro de Tokio. En contrapartida, Enrique también tejió una segunda red con bibliotecas de México y de universidades extranjeras, en especial de Estados Unidos, interesadas en conseguir libros sobre temas mexicanos. Alguna vez me mostró incluso un manuscrito inédito de José Juan Tablada con un poema sin duda homo erótico, que sería adquirido por un coleccionista neoyorquino.

Enrique me explicó en su momento que se veía obligado a cerrar el local de la Librería en Madero en la calle homónima y trasladarlo a Isabel la Católica, donde se ubica la Casa de la Acequia y San Jerónimo, frente a la Plaza de Regina, no por el intenso volumen peatonal de la calle Madero, sino por el ultimátum de grupos de invasores de inmuebles –asociados con organizaciones de vendedores ambulantes– que ya habían ocupado ilegalmente el pasaje Gante, sin que las autoridades de la ciudad emprendieran acción alguna para impedirlo, lo cual hace suponer alguna posible complicidad.

La nota de Martínez García en La Jornada agrega una referencia importante: Andrea Fuentes Silva, hija de Enrique, publicó en 2012 el libro Librería Antigua Madero: el arte de un oficio (sic), publicada por Caja de Cerillos Ediciones, con textos breves de asiduos a la Librería, entre ellos ni más ni menos que Adolfo Castañón. Al parecer este título está agotado y no se tiene conocimiento de una segunda reimpresión, así que no hay forma de verificar que el título sea el correcto.

En cuestiones más personales sobre la vida de Enrique, he decidido incluir aquí dos momentos en extremo difíciles por los cuales pasó Enrique y que me confió durante mis visitas a la Librería. El primero fue el fatal accidente que sufrió su hijo Mariano Fuentes Silva, espeleólogo, quien durante una exploración cayó en una caverna del ejido de San Miguel Acuexcomac, municipio de Tzicatlacoya, estado de Puebla. Su cuerpo nunca fue encontrado. En esas cavernas, me dijo Enrique, hay formaciones colosales de cristal de roca, semejantes a columnas de templos griegos por sus dimensiones. Me dejó perplejo lo que me dijo Enrique al respecto: “¡Quién sabe que vio mi hijo en la caverna!” No se refirió a una caída o a un extravío dentro de la caverna, sino a otra cosa que nunca he acabado de comprender.

Años después, en un segundo momento muy difícil para Enrique, me comentó que le habían diagnosticado algún tipo de cáncer. Se ausentó de la Librería algún tiempo, pero me aseguraron sus empleados[1] de entonces que Enrique se recuperaba bien. En efecto, semanas después Enrique ya estaba tras el mostrador, lleno de vida y de entusiasmo por los libros. Para celebrar su plena recuperación, Enrique y su esposa viajaron a la Patagonia, donde se maravillaron de paisajes únicos en el mundo. “Tienes que ir”, me sugirió Enrique.

En estos días, dedicado a localizar algunos libros relacionados con traducciones de literatura mexicana a otros idiomas, y dado que los títulos que busco se encuentran agotados, decidí ir a la Biblioteca de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Atravesé patios, túneles y corredores donde las estudiantes en su mayoría –supongo por el calor—vestían pantalones cortos que permitían vislumbrar tatuajes indescifrables en los muslos.

En la Biblioteca me permitieron revisar el catálogo digitalizado de la Antigua Librería Madero, pero me advirtieron que ninguno de los títulos está disponible pues falta organizar el acervo y colocarlo en el espacio más conveniente dentro de la Biblioteca, lo cual demorará algunos meses. Por desgracia, ninguno de los títulos que buscaba estaba en el catálogo de la Antigua Librería Madero, ni tampoco en el catálogo de la propia Biblioteca del Claustro.

Al salir de la Biblioteca, recordé que Enrique me obsequió un ejemplar del libro Memorias de merolico: páginas arrancadas a la historia de su vida, escrito por XYZ, editorial Los Reyes, CDMX, 2005, con introducción de Jesús Guzmán Urióstegui, 78 pp. El libro relata la historia, extraída de diarios de la época, de un supuesto médico milagroso de origen europeo: el señor Meraulyok, que ejercía su oficio en las calles principales en la Ciudad de México hacia los años 70 del siglo XIX. Lo más importante para esta breve semblanza se refiere a la contratapa de Memorias de un merolico, escritas por Enrique Fuentes Castilla, las cuales son de un valor inapreciable:

“Quienes hoy compartimos el anhelo por los libros, deseamos que este sincero esfuerzo sea sumado como emblema a la tarea en que se empeñaron los fundadores de la Librería Madero, y como reconocimiento a aquellos que visitan este espacio donde habita el libro y lo que representa dentro del perfil que hoy hemos logrado caracterizar para nuestro querido Centro Histórico, en la ciudad que antaño viera nacer el primer libro impreso en América. Muchos son quienes han alentado esta animosa aventura, con comentarios, sugerencias y presencias: para todos ellos, que nos hacen sentir orgullosos de nuestra actividad, vaya nuestro agradecimiento. Dejamos a los demás que disciernan y aprecien estas intenciones de seguir sirviendo a la ciudad y a sus habitantes. Gracias.”

 


  1. No he podido obtener información de la situación laboral de los ex empleados de la Antigua Librería Madero, avezados también como el que más en temas mexicanos.

 

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