Las cifras de la mortandad
No es improbable que el 2020 sea recordado como el año más funesto y ominoso desde la Segunda Guerra Mundial. Sólo las víctimas fatales de la epidemia no tienen ya motivo de preocupación. A ellas ya no las alcanza ni toca la cruenta protagonista de los días en marcha.
Pero la plaga no se ha extinguido, sigue causando estragos en todas partes. La historia nos muestra que la duración de esos fenómenos no es de días o semanas, sino que puede enconcharse y permanecer por años. Tanto en siglos anteriores como en el actual, la peste ha significado una de las calamidades más temibles para la humanidad. Con todo y el admirable desarrollo de la ciencia en nuestros días, no se ha logrado impedir la mortandad presente.
Tras varios meses de silencio impuesto por la epidemia, hace días doblaron de nuevo las campanas de la iglesia más cercana. El repique parecía un descubrimiento y desató un tropel de sensaciones y recuerdos. Lo escuchamos con la efusión que hay en el fondo de todo reconocimiento. Volver a lo cotidiano forma parte de la condición humana.
Previsiblemente no serán pocos los saldos penosos que acumule el recuento final de la epidemia. Nosotros esbozamos aquí sólo tres de ellos, quizás los más evidentes. Hacia finales de septiembre, mientras se redactaba esta nota, varios países anunciaban un rebrote del mal, en tanto que en otros, como en México, no cesan el contagio y la mortandad.
Cuando se redacte, la narrativa de la epidemia registrará en primer lugar a las víctimas fatales, a los desafortunados que sucumbieron a esa como depuración cíclica, a esa como purga darwiniana que arroja la naturaleza sobre la humanidad de vez en vez. Será inclemente la aritmética con las cifras de la mortandad: ellos constituyen el primer saldo. Doloroso e inútil. ¿Quién fue el pragmático que declaró que un muerto significa una tragedia, pero más de uno, una estadística?
Cuarentena es un vocablo conocido y temido de antiguo. En su Diccionario, María Moliner la define -en la tercera acepción- como: “Espacio de tiempo que permanecen en el lazareto los viajeros procedentes de un lugar donde hay alguna epidemia”. ¿Qué valor o provecho tuvo el confinamiento? Sin duda salvó una cantidad de vidas que no es posible cuantificar todavía, pero no fueron pocas.
Daños colaterales
La cuarentena fue aplicada con más o menos rigor en casi todas las naciones en algún momento y provocó un fenómeno menos evidente pero tan letal como la infección: la multitud de afectados con desórdenes y alteraciones psicológicas producto del cautiverio. Esas afecciones invadieron a la población -de manera casi silenciosa- sin distinción de nacionalidad o clase social. La suma que compone esta categoría seguramente será enorme y constituye el segundo saldo en nuestra visión.
Padecen o resistieron depresión, estrés –se ha impuesto ya el anglicismo, ni modo- neurosis, paranoia, psicosis, otros trastornos psicológicos y vaya usted a saber, lector clemente, qué otros malestares. Recogimos algunos testimonios:
- Una sensata mujer, ejecutiva de una aerolínea mundial, enclaustrada en su departamento, le confiesa una mañana a mi esposa por teléfono, en tono sombrío: Hace tres días que no me quito la piyama.
- Otra, catedrática universitaria, residente en Europa, nos comenta que cada tarde consume alcohol por horas hasta embriagarse, si ha de abatir el insomnio y sobrevivir.
- Usualmente poco expresiva en el pasado, una vecina con quien coincidimos en el paseo de las mascotas en La Plaza, en la actualidad hay que desembarazarse de ella con algún ardid, porque no hay otra manera de callarla.
- “Se me está cayendo el pelo a puñados a causa del estrés”, lamenta un amigo con desconsuelo.
- Otro nos explica que el dolor de oídos que padecía, le fue diagnosticado como un problema en las quijadas, provocado por estrés.
- ¿Y qué decir de los suicidios e intentos de suicidio? ¿O del rompimiento de parejas que se creían sólidas, pero no resistieron, ni juntos, el encierro?
No es fácil levantar estadísticas de estos fenómenos. Con todo, el inventario de la tragedia deberá anotar a los millones así afectados. ¿Cabe en esta categoría el volumen enorme de deudos, apesadumbrados por la muerte de sus familiares o seres queridos, a quienes ni siquiera tuvieron acceso durante la agonía?
El cumplimiento de la recomendación u ordenamiento “Quédate en casa”, acompañó venturosamente a quienes sobrevivieron el confinamiento sin consecuencias onerosas. Estos privilegiados hubieron de dividir su tiempo entre actividades habituales y las del ocio: como leer, ver televisión, convivir con la familia, ver cine en casa, participar en juegos de mesa, haciendo gimnasia, cocinando y conectados en la computadora, navegando en internet por horas así como chateando sin límite de tiempo. Hubo o hay quienes trasladaron su oficina o despacho a su propio hogar.
Sin inmunidad
Nadie es inmune al riesgo del contagio. Igual, nadie puede negar que las demandas de la epidemia alteraron la rutina de todos, los hábitos cotidianos del mundo entero.
Un temor reverente me envolvió una mañana cuando estaba a punto de incursionar en territorio de la Colonia Doctores. Me detuvo una enorme manta amarilla que con grandes letras negras anunciaba: “Cuidado: está usted a punto de ingresar a zona de alto contagio”. Fue una sensación inédita, sólo experimentada en lecturas y en el cine.
¿Cuántos planes y proyectos, personales y colectivos, ha cobrado la epidemia? Otro saldo doloroso y fatal será la economía. La pandemia la paró de súbito, trastocando los planes y afanes de muchas naciones, empresas y familias.
La caída del crecimiento mundial el presente año y el próximo será general. Mayor en algunos casos, menor en otros, pero no habrá nación que la evada. Así, es de prever un aumento de la pobreza y un mercado laboral difícil. El desempleo es un asunto doloroso siempre. El profesor Paul Krugman considera que la gran recesión que se avecina será peor que la de 2007-2009.
Y aún ignoramos cuándo se detendrá el contagio. No hay una vacuna todavía para abatirla. La autoridad sanitaria mundial, la OMS, asegura que la COVID 19 no desaparecerá sino hasta bien entrado el 2021, aun en el caso de que se disponga de una vacuna en breve. Queda la certeza entonces de que continuará sumando víctimas, provocando temor y alterando relaciones sociales, culturales, familiares, laborales. No es poco.
LA / CDMX, septiembre de 2020
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