El panorama mundial se observa por una parte, con esfuerzos para mantener el crecimiento y desarrollo económico observados en la mayor parte de los países en la década pasada. Dicha etapa de relativa “felicidad”, se ha ido diluyendo, por lo que en la actualidad y para el futuro cercano, se esperan tiempos difíciles. Uno de los factores que han incidido de manera importante en la economía mundial, ha sido el incremento desmesurado de los precios de los energéticos, empezando por el petróleo y el gas; sin omitir los incrementos sufridos por los productos derivados de dicho hidrocarburo y finalmente, la electricidad.
Dichos costos repercuten directamente en los países que no cuentan con recursos petrolíferos, o con la capacidad tecnológica o financiera para explotarlos, refinarlos y distribuirlos; etapas estas últimas en las que se captan las mayores ganancias. De todas formas, de alguna manera esos precios altos de los energéticos no podían mantenerse por largo tiempo; se han revertido como un “boumerang” y muchos países petroleros han sufrido un alto impacto con los precios bajos a los que llegó el precio del barril de petróleo.
El presente artículo resulta oportuno para hacer un llamado a las conciencias tanto de países productores, como de consumidores, así como al público en general para que asuman su realidad; en el sentido de que en la medida en que no se modere el consumo de los energéticos fósiles, que continúe el derroche inconsciente, su precio se va a seguir incrementando. Para el caso, es oportuno recordar una frase lapidaria que nos legó el ex Presidente de México José López Portillo, en la ocasión en que presentó ante la ONU el llamado Plan Mundial de Energía, cuando alertaba sobre el consumo irracional de tales combustibles: “Los productos que se escasean encarecen. Pero, ¿Qué precio tienen los que se acaban?
Como sabemos los hidrocarburos son bienes no renovables y en algún momento dejarán de ser los energéticos principales que moverán al mundo. Hay países que parecen estar asentados sobre un “mar de petróleo”, pero aún así la codicia y el consumo desmedido pueden ocasionarles una sequía definitiva.
Por otra parte, se hace un llamado a los gobiernos de países productores de petróleo aprovecharon la coyuntura especulativa de precios altos, para incrementar sus reservas internacionales y para tratar de resolver algunos de sus problemas ancestrales; otros se “comieron” las ganancias y ahora escasean los petrolíferos y las divisas.
En algunos casos, se han producido reacciones de cierta solidaridad con países consumidores de menor desarrollo relativo; pero se ha venido haciendo a la manera de cuando algunos de los países altamente desarrollados otorgan “ayuda técnica o financiera”, o “cooperación para el desarrollo” y que abiertamente emplean los montos de los créditos obtenidos para adjudicar elevados sueldos a sus científicos, técnicos y trabajadores de todo tipo, incluyendo la venta de su conocimiento, maquinaria y equipo. En muchos casos, el país receptor de la “ayuda” termina con una deuda elevada que le impide emprender otros proyectos y los beneficios pueden ser intrascendentes.
En cierto modo, eso mismo está ocurriendo con el asunto de los hidrocarburos. Viene al caso mencionar que en el sur del Continente Americano se ubica un país con abundantes reservas de dicho combustible (Venezuela), que ha tenido que sortear muchos problemas para rescatar y mantener para la nación las riquezas del subsuelo, en especial petróleo y gas. En materia de extracción de crudos y de refinación, cuenta con una capacidad que excede en 5 o 6 veces sus necesidades internas, por lo cual exporta importantes excedentes.
En una situación como la que se vive actualmente, dicho país ha puesto en práctica una política de solidaridad, cooperación y ayuda a muchos países del Continente Americano, para lo cual ha creado mecanismos como “PetroCaribe”, a través del cual vende el petróleo a los países que han aceptado adherirse al mismo. El producto se entrega a precios internacionales, pero el receptor paga la factura en partes: Un porcentaje que fluctúa entre el pago del 40 y el 60% al momento de la entrega y el resto, va a una cartera de crédito en la que aparece como préstamo a 20 o 25 años, con un interés bancario del 1 o el 2%, según sea el caso (Favor de ver el artículo: “Petróleo y Gas: Cooperación o Desestabilización” de Ignacio Ríos Navarro y Martha Patricia Camacho de la Vega, incluido en este mismo número de ADE).
El productor sudamericano citado, ha afirmado insistentemente que cuenta con una de las empresas petroleras más eficientes del mundo, por esa razón puede competir con cualquiera. En ese sentido, también ha reiterado que sus costos de producción de un barril de petróleo se sitúan en alrededor de 10 dólares de los Estados Unidos. Por otra parte, cuando se ha tratado de defender las posiciones sobre producción y precios asumidas en el seno de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y en otros foros, el gobierno venezolano ha dicho que considera un “precio justo de por lo menos 50.00 dls. el barril de petróleo de la cesta de crudos venezolanos”. Sabemos que en la práctica este mismo país estuvo vendiendo su petróleo por arriba de los 90.00 dls. y cuando se habla de la aplicación de posibles “precios preferenciales”, las autoridades venezolanas han declarado que su membresía a la OPEP le impide otorgar dicho tratamiento a ningún cliente.
Cualquier país receptor de la “ayuda” o “cooperación” concedida, podría argumentar que la “justicia distributiva” internacional no existe, o se adapta e interpreta a conveniencia del otorgante. Ahora bien, el que adquiere petróleo a precios elevados para ser pagados en un plazo de 20 o 25 años, podría preguntarse si es justo ese precio, dado que nadie puede asegurar el valor que pueda adquirir en una o dos décadas; como puede alcanzar precios exponenciales, también pudiera ocurrir que el uso de dicho combustible pasara a un término secundario, o bien que fuera sustituido por razones ambientales, por ejemplo. Asimismo, si el productor pregona que sus costos por barril de petróleo crudo ascienden a 10 dls. O un poco más, cabría preguntarse: ¿De cuánto podría considerarse una ganancia justa para el productor? Y este podría contestar que: el doble, el triple, cuádruple o 12 veces más como ha ocurrido en el pasado reciente, porque “así lo determina el mercado” y con otras supuestas justificaciones, como la de que se trata de un recurso no renovable y que tiene qué aprovechar para resolver sus propios problemas económicos.
Pero, vuelve a plantearse una nueva pregunta: ¿Entonces, dónde está la solidaridad entre países “hermanos”?, ¿Dónde termina la cooperación y la ayuda y se sustituyen por el negocio y la usura? Los países que no tienen petróleo, que tampoco han podido desarrollar su propia tecnología y que en términos generales son productores de materias primas, como los alimentos en general, las frutas, el azúcar, la miel; así como productos minerales, pesqueros y algunas manufacturas: Si pudiéramos controlar el mercado, ¿sería justo que pretendiéramos ganancias comparables a las del oro negro?. Es decir, que si la tonelada de maíz me cuesta producirla -por decir una cantidad- mil dólares, ¿debería venderla -ya sea en el mercado interno o externo- en 10 o 12 mil dólares? Y la misma reflexión se haría el productor de otros bienes. Tratándose de tales interrogantes, cabría cuestionarse si las economías nacionales y la mundial, podrían soportar esa relación de costo beneficio para todos los productos, incluyendo los servicios.
¿Es “el mercado” (ser desalmado y amoral) el que debe de determinar el valor del trabajo y de los bienes producidos por el hombre?
Sabemos que no existe una moral internacional que frene la usura del sistema bancario internacional, que fija el precio del dinero a su capricho y conveniencia, por lo que tanto a nivel interno, como internacional las deudas contraídas en un momento, pueden llegar a crecer de tal modo, que resultan impagables.
Ojalá que todas estas preguntas sirvieran para reanudar el debate constructivo en torno al devenir de la humanidad. Deberíamos de poder demostrar que “el hombre, no es el lobo del hombre”, como afirmara Thomas Hobbes en su obra “El Leviatán”, en la que sostenía un materialismo mecanicista, tanto de las cosas materiales, como de las naturales, e inclusive, de las espirituales.
Asimismo Hobbes afirmaba que en “estado de naturaleza” el hombre vive una guerra de todos contra todos. Pero, al mismo tiempo, este mismo hombre, incluso en el estado de naturaleza, sigue siendo un ser racional y tiende a superar el desorden y la inseguridad.
Finalmente, el autor del presente artículo mostrando su optimismo declara: “Es posible que todavía tenga solución el problema. Que el hombre encuentre la forma de colaborar aportando su esfuerzo, para que los frutos de la tierra, beneficien por igual a los demás hombres”.
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