En su tratado Proyecto para la paz perpetua (1795) y en La metafísica de las costumbres (1785), Immanuel Kant (1724-1804) propuso establecer la paz perpetua como un fin en sí mismo y también como un deber moral para terminar de una vez por todas con las guerras. La propuesta consistía en crear una federación de Estados libres organizados políticamente como repúblicas representativas y obligados a prohibir la guerra mediante una convención a la cual todos tendrían que adherirse. El filósofo alemán definía esas repúblicas como formas de gobierno donde existiría la libertad individual, la separación de los poderes ejecutivo y el legislativo, pero regidas por un monarca, pues su percepción de la democracia estaba marcada por las atrocidades acaecidas en Francia durante el Reino del Terror y el desbordamiento de sus guerras (septiembre de 1793-julio de 1794). Consideraba que en la democracia, como sucedía con la Revolución francesa, “el pueblo” en su conjunto no tomaba las decisiones políticas, sino que una mayoría dominante lo suplantaba para tomar esas decisiones. El fin último de su propuesta sería constituir un gobierno internacional. Después de la II Guerra Mundial estas ideas de Kant han cobrado un nuevo vigor, no solo en el derecho internacional sino también en la actuación general de las Naciones Unidas. La paz perpetua es un ideal, pero su importancia radica en alcanzar ese objetivo por razones morales, por supuesto, pero también para garantizar la supervivencia de la especie humana. Por eso la cita más popular de Kant es su imperativo categórico: tus acciones deben basarse en una norma que pueda convertirse en una ley general.
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La obra de George Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), la culminación de un periodo de la filosofía alemana, recoge los aportes de Kant y también de Fichtei. Hegel, en contraste con Kant, se pronunció contra todo tipo de agrupaciones internacionales, sin distingo alguno de ideología. Juzgó un error la Santa Alianza (Austria, Prusia y Rusia, 1815), un pacto firmado tras la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo, la cual tenía como propósito frenar el avance del liberalismo y la democracia en Europa. Hegel asimismo descalificó la Federación de Estados Libres propuesta por Kant porque, si se me permite una paráfrasis, una familia de Estados siempre necesita un enemigo y los Estados no estarían sometidos a normas morales. Además, la paz conduce a la osificación de los Estados. Así Hegel justifica que de vez en cuando estalle una guerra porque nos hace reflexionar en la vanidad de las cosas temporales. La aserción de Hegel olvida que también la vida misma es temporal. En su Filosofía de la historia (1837) y en La filosofía del derecho (1821), Hegel sacraliza al Estado nacional y convierte a las naciones en perpetuas entidades combatientes. Cada Estado sería independiente en la medida en que se opone a los otros Estados. En una extraña epifanía, Hegel afirmó que los Estados Unidos de América sería la tierra del futuro, donde finalmente se revelaría la carga histórica de la humanidad…
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En términos relativos un ejemplo de lo que podría considerarse un intento de crear una Federación de Estados Libres fue el Imperio Austrohúngaro (1867-1918), no con todas las características definidas por Kant, pero sí con algunas de ellas: una monarquía dual donde el emperador austriaco tenía la última palabra en materia política, con parlamentos independientes en Viena y Budapest, además de un poder judicial independiente, así como primeros ministros por separado, tolerante en materia religiosa (católicos, protestantes, ortodoxos, judíos y musulmanes tenían garantizada la libertad de culto), multicultural y con notables avances en ciencias, artes y cultura en general, esplendor que la I Guerra Mundial devastó y que desató un éxodo considerable de científicos e intelectuales, agravado con la llegada de los nazis al poder en 1933. Tras la caída del Imperio Austrohúngaro surgieron dos proyectos autoritarios de trágicas consecuencias para la humanidad: la Alemania nazi y la Unión Soviética.
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Una pequeña pero pertinente digresión: en 1863 Napoleón III, Emperador de Francia, propuso a Maximiliano de Habsburgo, Archiduque de Austria, convertirse en Emperador de México: Maximiliano recibió la corona de emperador de México en 1864, en la creencia de que el pueblo mexicano lo había electo su rey. La llegada a México del Archiduque, acompañado de tropas francesas, fracasó por completo. En otras palabras, el Imperio Austrohúngaro -establecido en 1867- no tuvo nada que ver con las ambiciones geopolíticas de Napoleón III.
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De vuelta a nuestros filósofos, no está por demás tomar en cuenta que las ideas avanzan por caminos imprevistos. El filósofo y matemático británico Bertrand Russell (1872-1970) nos recuerda en su Historia de la filosofía occidental (1946) que en su juventud Karl Marx (1818-1883) fue discípulo de Hegel y conservó en sus escritos la huella de algunas de las características del pensamiento de Hegel. Para el autor de La crítica de la razón pura (1787 en su edición definitiva), en principio la libertad no puede existir si no se enmarca dentro de la ley, pero Hegel lleva al extremo esa idea al considerar que la libertad se limita a obedecer la ley. Para Hegel el principio del desarrollo histórico es el “genio nacional”, con lo cual se asemeja a Fichte, y en cada etapa de la humanidad una nación se convierte en guía de todas las demás. Para Hegel y su momento histórico, esa nación guía era Alemania. Otra vez Fichte. Además del genio de las naciones, también tendría que haber un ser humano como dirigente supremo, un individuo como Alejandro de Macedonia, Julio César o Napoleón Bonaparte. En su momento Alemania contaría con Otto von Bismarck (1815-1898) y luego en el siglo XX con uno de los criminales más notorios en la historia de la humanidad. Las ideas de Hegel sobre el Estado, llevadas a la práctica, justifican las tiranías y al mismo tiempo las guerras de agresión. Si estas ideas se comparan con las reflexiones de Hegel en el terreno de la dialéctica se encuentra una contradicción ominosa que justificaría la crueldad y el bandolerismo internacional de los más fuertes. La dialéctica de Hegel parte de su concepción clásica de tesis-antítesis-síntesis cuyas contradicciones conducen al avance histórico e intelectual. Para el joven Marx, discípulo de Hegel, la dialéctica es un proceso que se deriva de las condiciones materiales y de las relaciones sociales. En estos días a Hegel se le recuerda a menudo por esta crítica de Marx, quien descalificó las argumentaciones dialécticas de Hegel por no ser revolucionarias.
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La política internacional a estas alturas del siglo XXI parece oscilar entre las propuestas de Kant y las de Hegel: por un lado, Estados que pugnan por respetar el orden internacional basado en normas, en la Carta de las Naciones Unidas, el respeto a la soberanía y la integridad territorial; por otro, Estados y satélites ideológicos que actúan directamente o a través de actores no estatales para quebrantar la paz y vulnerar el orden internacional basado en normas.
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