V. LA NECESIDAD DE UNA NEGOCIACIÓN ASIMÉTRICA PERMANENTE Y LA UTILIZACIÓN DEL PRAGMATISMO POLÍTICO EN LA RELACIÓN ENTRE MÉXICO Y LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

INTRODUCCIÓN

A lo largo de su vida independiente, la política exterior de México se ha visto envuelta en presiones internas innecesarias, principalmente porque no ha existido una política de Estado, entendida ésta como un proceso evolutivo permanente y no solamente sustentada en los principios constitucionales que datan de 1987 ni mucho menos interpretada a modo por los gobiernos mexicanos en turno; y por otra parte, por factores externos, en forma especial por nuestra histórica ubicación al lado del país hegemón, que lo han “obligado” a modificar su comportamiento y a buscar cada sexenio reestructurar sus metas y objetivos en los ámbitos bilateral y multilateral, así como sus técnicas y tácticas diplomáticas con países y regiones considerados como estratégicos. Por lo anterior, resulta sumamente urgente definir con total claridad qué es y cuál será nuestro interés nacional en política exterior y, considerando que los Estados Unidos han sido y serán un factor determinante en las relaciones internacionales de México, es imprescindible definir los términos de la relación bilateral a futuro y, por extensión necesaria, una nueva visión de las relaciones internacionales con el resto del mundo.

Palabras Clave: Relación bilateral México-Estados Unidos; Política Exterior mexicana con el resto del mundo; seguridad nacional bilateral.

Es un hecho que la relación de México con los Estados Unidos ha sufrido una serie de cambios lógicos y constantes con el correr del tiempo pero, con mayor fuerza esta relación tuvo un cambio trascendental debido a diversos factores que se suscitaron en el ámbito interno y en el internacional de ese país y, que ambas situaciones trascendieran en la relación bilateral con México. El principal factor externo que incidió en esta relación lo es sin duda el tema sobre el terrorismo que, al afectar directamente a los estadounidenses, provocó que los Estados Unidos lo priorizaran e insertaran en el ámbito de su seguridad nacional desplazando a un segundo término otros temas de la agenda internacional y, por ende, los asuntos bilaterales en general y con México en lo particular.

De ahí que el objetivo prioritario de la política estadounidense hacia México es, desde entonces, el fortalecimiento del control sobre personas, bienes y mercancías que ingresan al territorio de ese país pero que, indefectiblemente, requiere de la cooperación mexicana para la seguridad física de instalaciones o regiones consideradas estratégicas dentro del perímetro de seguridad nacional estadounidense.

De esta manera, todo sigue indicando que la interrelación de los temas migración/narcotráfico/terrorismo/seguridad nacional en ese país seguirá afectando sensiblemente a México pero, considero que precisamente tal situación puede permitir la apertura de un nuevo capítulo en las relaciones entre los dos países. Ahora bien, es indudable que la relación bilateral continuará girando en torno a la seguridad nacional estadounidense y, consecuentemente, el reto para México será utilizar esta necesidad en su beneficio por lo que, desde una perspectiva pragmática[2], es necesario reevaluar los costos y beneficios de esta indisoluble problemática, tratando de reducir sin miedo las desavenencias pero, al mismo tiempo, optimizando los mecanismos institucionales existentes, bajo nuevas reglas y compromisos que no permitan interpretaciones o acciones equívocas por parte de los estadounidenses y menos cesión de espacios políticos que continúen afectando la soberanía del Estado mexicano.

Cabe recordar que en los diferentes capítulos de la relación entre los dos países se han ido identificando con precisión las fortalezas y las debilidades compartidas que han caracterizado dicha relación destacando, en este sentido, las principales etapas que han distinguido a las políticas exteriores o a la diplomacia ejercida por mexicanos y estadounidenses, todo lo cual mueve a la reflexión, particularmente porque siguen emergiendo enfoques que permiten entrar en una nueva dinámica que esté caracterizada por la comprensión política, la certeza comercial y la cooperación recíproca, con miras a establecer una sociedad estratégica más congruente y no, como hasta la fecha, la de dos países vecinos con intereses y necesidades distintas. La necesidad es de ambos países pero, particularmente de México, quien deberá planificar una verdadera acción prospectiva, a través de una política exterior de negociación asimétrica permanente, que sea ejecutada con precisión y sirva como base de fortalecimiento de esta relación.

Sin lugar a duda, existen y seguirán produciéndose diversos factores que alterarán la relación entre los dos países y que, por su complejidad, resultarán difíciles de superar en corto tiempo, pudiendo mencionarse entre otros la concepción y aplicación de los principios y doctrinas en política exterior, así como los objetivos de sus respectivos intereses nacionales. Para no caer en una dinámica perversa sobre dichos conceptos y su aplicación, es necesario que los tomadores de decisiones de política exterior de los dos países entiendan que las interpretaciones en ambos sentidos pueden ser resueltas mediante una negociación asimétrica permanente en donde las dos partes acuerden, de una vez por todas, que cada país está en su derecho de ejercer la soberanía de acuerdo a sus intereses nacionales y, desde luego, tratar en lo posible de no contaminar la agenda bilateral con temas internacionales o locales coyunturales.

Por otra parte, mientras los conceptos doctrinarios de la política exterior mexicana continúen en su estado natural, es decir, no sufran un replanteamiento de acuerdo al interés nacional mexicano (que hasta la fecha parece no existir y si existe entonces no ha sido explicado con claridad), así como a los cambios globales y, mientras los estadounidenses persistan en implantar a la fuerza sus doctrinas e insistan en imponer como norma mundial que sus leyes internas se apliquen en cualquier parte del mundo, bajo la premisa de defender su “interés o su seguridad nacional”, las relaciones bilaterales mantendrán un status quo inservible y sin futuro.

México no puede cambiar ni transformar las doctrinas y los intereses nacionales de los Estados Unidos, ni mucho menos adherirse a ellos. Tampoco es conveniente que se deje llevar por declaraciones irresponsables y actitudes inamistosas que emanan de los círculos del poder político de ese país, principalmente del Presidente Donald Trump.

Lo que sí puede hacer es decidir de una vez por todas cuál será su política exterior de largo aliento, misma que debe convertirse en una política de Estado y no coyuntural como ha sucedido hasta el momento. Al mismo tiempo, ya replanteada, esta nueva política exterior deberá insertarla en un proceso evolutivo diplomático, es decir, a través de acciones tendientes a establecer procesos de negociación asimétrica permanente tanto en el ámbito bilateral como en el campo multilateral. Una acción coordinada en esta dirección bien podría propiciar resultados positivos para los intereses nacionales mexicanos. Ahora bien, los dos países saben perfectamente bien que tienen necesidades mutuas, por lo que una negociación de este tipo será óptima, siempre y cuando emerja de bases cimentadas en un pragmatismo político apropiado y del respeto mutuo, que permita entender y crear un marco de entendimiento de las necesidades pero, asimismo, que no afecte los respectivos intereses nacionales. Mexicanos y estadounidenses deben tener siempre presente que existe una interdependencia indisoluble pero que de ella se desprende una inexorable vulnerabilidad (vr.gr. la seguridad nacional y el combate al narcotráfico), particularmente para México, al carecer de instituciones y programas debidamente delineados y confiables en ambos temas.

Ahondando en la opinión citada con anterioridad, una inmediata reflexión nos lleva a precisar que mientras los Estados Unidos y muchos otros Estados tienen una política exterior de largo aliento y debidamente planificada, México no sólo carece de un proyecto de mediano plazo sino que, desde siempre, se ha visto acotada porque la “planeación” es sexenal, a lo cual se suma que los tomadores de decisiones (léase los responsables de esa política exterior) continúan imponiendo “estrategias” coyunturales, pero no de acuerdo a los intereses nacionales del país, sino a planes y proyectos personales a ejecutarse solamente durante su gestión.

México debe de realizar una urgente reingeniería de su realidad política, económica y social; así como de los retos y oportunidades que se presentan en su relación con los Estados Unidos pero; de la misma manera, también deberá de insertarse con mayor profundidad en la política y la economía mundial, así como definir con claridad, de una vez por todas, cuál es su estrategia global de desarrollo y, en este aspecto, no seguir dependiendo o atado a un solo país/mercado: los Estados Unidos de América. Sobre el particular, desde mi óptica, México no ha sabido aprovechar debidamente la posición que guarda en el mundo gracias al tamaño de su economía, población y territorio, así como por su larga trayectoria de principios y su accionar en el orden mundial, que durante mucho tiempo lo convirtió en un actor importante e imaginativo. Si México desarrollara todo ese potencial que no ha explotado, su vulnerabilidad ante los Estados Unidos no sólo tendería a disminuir sino, asimismo, lo llevaría a tener un mayor grado de estabilidad, seguridad y confianza en su relación con los estadounidenses y, por extensión, provocaría un mejor posicionamiento en el contexto internacional.

No está por demás recordar que México se ha constituido en una referencia inmediata para los intereses estadounidenses al haber pasado del concepto de patio trasero a pieza sumamente importante en el marco de la seguridad nacional de ese país; por lo tanto, tiene y seguirá teniendo la oportunidad de aprovechar esta posición que los acontecimientos le han y le seguirán brindando, para lo cual deberá canalizar su esfuerzo a través de una sutil pero persistente presión diplomática (plenamente basada en una política exterior planificada), la que debe insertarse en una negociación asimétrica permanente, con su pertinente mecanismo de cabildeo con el Congreso estadounidense como característica fundamental, no como hasta ahora que lo intenta solo con los presidentes de ese país. Por su parte, los estadounidenses saben que deben de buscar la cooperación de México en todos los campos de la relación bilateral, entendida ésta como tal y no como una imposición. Toda pretensión en contrario de esta apreciación se convertirá, como hasta ahora, en un escollo permanente en la relación bilateral y, por ende, tenderá a afectar el ámbito de la seguridad nacional de los dos países.

A México debe quedarle claro que en cualquier proceso de negociación con los Estados Unidos, el cabildeo tiene que ser considerado como un instrumento de política exterior útil y efectivo y, sin dejar de “agradecer” la coyuntural actitud de “amistad” de los presidentes estadounidenses, instaurar en forma permanente un cabildeo permanente con los diferentes y poderosos grupos de presión de ese país: las principales agrupaciones sindicales, consorcios trasnacionales (especialmente los que operen en México), formadores de opinión pública y círculos académicos de las principales universidades, acompañando todas estas acciones de nueva generación con una persistente “campaña de penetración” en los principales medios de comunicación masiva de ese país, tendiente no sólo a buscar la atención sino a convencer a la opinión pública estadounidense de que México es pieza importante en el marco de los intereses de los Estados Unidos y, por ende, de su población.

En lo concerniente a las acciones que deberá emprender al interior de nuestro país esta nueva etapa de la política exterior mexicana, tanto la Presidencia de la República como la Secretaría de Relaciones Exteriores, tienen la obligación no sólo de cambiar el nulo interés que la población en general tiene sobre la política exterior sino, más importante aún, bajarla a tierra, es decir, iniciar un proceso que permita a todos los sectores de la opinión pública mexicana conocer con profundidad que es, hacia adonde va la política exterior y cuál será la diplomacia que se ejecutará en beneficio de los intereses nacionales, tanto en el ámbito bilateral como multilateral.

Asimismo, precisar la política que se llevará a cabo con los principales referentes mundiales y con aquellas regiones estratégicas para el país, así como el accionar a seguir en los organismos internacionales, y no como ha sido costumbre: una sola política –y la correspondiente instrucción similar- para todo el mundo. Desde luego que también es necesario desaparecer los “vicios” (por llamarlos de alguna manera) de conducción interna: que el Servicio Exterior no continúe como válvula de escape para desprenderse de políticos incómodos, pagos de “cuotas de campaña”, o como “recompensa” para amigos; que cualquier problema binacional con los estadounidenses no sea utilizado como elemento de campañas políticas con clara intención de desviar la atención de situaciones internas o, por último, que no sea un mecanismo a ser utilizado para avivar nacionalismos superfluos.

También será necesario establecer parámetros que permitan desarrollar una política exterior en donde participen con decisión el Poder Legislativo (tal y como lo establece la Constitución), las más representativas cámaras de comercio e industria, las principales universidades, círculos o formadores de opinión y, desde luego, los medios de comunicación en general; es decir, una política exterior realmente vinculante e incluyente. En este sentido es necesario reconocer que parte de estas premisas han sido insertadas tanto en la firma como en la actual renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

Para un mejor resultado de este ejercicio en el exterior, México debe de contratar, en forma permanente, a consultores y/o agencias especializadas en el cabildeo, que le permitan siempre estar presente en las esferas de poder político, económico e intelectual de cualquier país, especialmente en los Estados Unidos, sin olvidar que también deberá de acercarse a los sectores de influencia; así como a las innumerables organizaciones afines a los proyectos mexicanos y, desde luego, a la comunidad mexicana residente, a través de programas permanentes, evitando la politización partidista, cuyo propósito sería el ir formando líderes que eventualmente ocupen posiciones en todos los sectores del quehacer nacional estadounidense e internacional, cuando así sea el caso. Las diásporas israelíes y cubanas son un ejemplo a seguir.

Mención especial merece la planificación de una estrategia mexicana que le permita hacer uso del potencial que representa la población mexicana o de ascendencia mexicana que radica en los Estados Unidos. Si bien es cierto que hace ya algún tiempo el gobierno mexicano se ha “acercado” a esa comunidad a través de programas de protección y culturales (Instituto de los Mexicanos en el Exterior-IME); también es cierto que el gobierno mexicano no tiene un programa dirigido a estimular a esa comunidad para que se constituya como grupo de presión que actúe en el plano político. En otras palabras, México nunca ha aprovechado el valor estratégico de la población mexicana residente en los Estados Unidos, actualmente constituida en la primera minoría. Su eventual inserción en un modelo político estratégico, definitivamente tenderá a impulsar los intereses nacionales de México y de los mexicanos en ese país.

En este mismo orden de ideas, existen temas que, también mediante una negociación asimétrica permanente, podrían darle una nueva dimensión a nuestra relación bilateral con los estadounidenses: seguridad/narcotráfico/terrorismo, económicos/comerciales, frontera común/migración; temas todos de suma importancia para los dos países, pero más para México. Nuestro país debe tomar muy en cuenta en su estrategia general, que el vínculo entre migración y “seguridad nacional” estadounidense se mantendrá como una constante, convirtiéndose, entonces, en un problema permanente en la relación bilateral, por lo que debe ser resuelto a la brevedad posible entre las áreas responsables de la seguridad de los dos países mediante acuerdos de nueva generación.

Como consecuencia inmediata, México debe de estar consciente de que, a diferencia de los temas de seguridad, cuyo tratamiento es hasta ahora prácticamente exclusiva de las autoridades federales de ambos países, en los asuntos migratorios hay una gran variedad de actores que influye en las decisiones, y la voz de la comunidad latina en general y mexicana en particular, son de suma importancia en los procesos electorales estatales o federales estadounidenses. Es el momento de actuar pero, para ello, es necesario contar con un plan de acción debidamente estructurado que no lleve a pensar que nos inmiscuimos en los asuntos internos de un país tan sensible a su interior pero tan propenso a llevarlo a cabo en otros países.

En cuanto a lo que en su momento fue otra de las fortalezas de nuestra relación bilateral con los Estados Unidos, el petróleo, el destino alcanzó a México. En efecto, en lugar de hacer del petróleo un elemento estratégico con ese país, desde siempre lo convertimos en una simple mercancía, sin olvidar que inmersos en un nacionalismo absurdo, los principales círculos de poder político: gobierno federal y partidos políticos de todas las tendencias, siguen obstinados en mantener el status quo de Petróleos Mexicanos. La consecuencia inmediata para México es que, por lo menos en este rubro, quedó marginado de una negociación estratégica.

La actual realidad, es que los Estados Unidos parece ya no estar interesado en participar junto con México en la idea de instaurar el esquema del fondo trilateral (Polígono Occidental[3]), el cual es una continuación de los esquemas que se han venido dando desde la inauguración del TLCAN. Al respecto, considero que es la oportunidad para que México se prepare, con la urgencia del caso, para que inserte este posible nuevo esquema en el marco de una negociación asimétrica permanente que no sólo le beneficie sino, mejor aún, podría pasar de una posición de debilidad a una de fortaleza, siempre y cuando negocie sin prejuicios ni miedos.

Por otra parte, cabe anotar que es previsible que tanto en la agenda binacional como en la fronteriza entre los dos países se seguirán suscitando conflictos en el tratamiento en uno o varios temas, particularmente por las decisiones unilaterales estadounidenses y la consecuente vacilación mexicana de hacerle frente a través de una política exterior más firme en cuanto a seguridad/terrorismo/migración se refiere. Ya es tiempo que México le de otra dinámica, una que lo distinga como un interlocutor solvente política y moralmente y, para ello, será necesario que presione a los estadounidenses en forma sutil pero contundente, lo cual podría hacer por varias vías, pero todas coordinadas y en forma progresiva.

En una primera instancia, es necesario establecer nuevas reglas del juego en los acuerdos y procedimientos utilizados por los estadounidenses durante los sexenios del panismo y del actual gobierno priista en lo tocante a la “seguridad nacional”; posteriormente, revisados todos los temas de la agenda de seguridad entre los dos países, el nuevo gabinete de seguridad mexicano podría poner límites jurídicos, policíacos y de inteligencia a las distintas corporaciones estadounidenses que operan en territorio mexicano (desbordadas desde los regímenes panistas y hasta la fecha); en forma concomitante, con el propósito de informar debidamente a la opinión pública mexicana y estadounidense así como de transparentar debidamente este tipo de acciones, sería muy conveniente que solamente el Presidente de la República, el Secretario de Gobernación y en última instancia la Secretaría de Relaciones Exteriores, fueran los responsables de dar a conocer lo acordado -etapa ya en ejecución pero aún bastante endeble-, así como las estrategias y los resultados pertinentes ante los medios de comunicación nacionales y extranjeros; por último, en caso de que el gobierno estadounidense opte por mantener el status quo, entonces el gobierno de México tendrá amplia libertad para exponer el estado de los asuntos y de las negociaciones efectuadas en los medios periodísticos estadounidenses; acudir a denunciar hechos negativos e insostenibles ante los organismos internacionales pertinentes o, como última instancia: la Corte Internacional de Justicia.

En otras palabras, una nueva estrategia que le de mayor certeza a los dos países, con especial énfasis a los Estados Unidos, de que su seguridad nacional, está garantizada. Una acción conjunta de esta naturaleza, es una de las formas de mostrar el deseo de cooperación, de construir bases para el respeto mutuo y la tolerancia en aquellos ámbitos en los que se tienen o se seguirán teniendo divergencias y, por ende, se inscribiría en el marco de los intereses nacionales de cada país. De la misma manera, a México también le corresponde solicitar a los Estados Unidos definir la calidad de “socio” que ostenta en la relación con ese país, es decir, si esa sociedad inicia y termina sólo hasta que ese país lo defina, o la misma debe ser fincada en un entendimiento mutuo en donde los parámetros se inscriban en la amistad, las necesidades y la cooperación bilaterales.

En lo tocante a la relación en el marco multilateral, resulta obvio considerar que las decisiones y actitudes que adopten en política exterior seguirán dependiendo de sus respectivos intereses nacionales. Igualmente, es un hecho que los intereses nacionales de ambos son prácticamente opuestos, pero existen temas en los que necesariamente tienden a coincidir, aunque con diferente enfoque (democracia, derechos humanos, libre mercado, seguridad/terrorismo) por lo que no existe necesidad de seguir una línea antagónica en esos y otros temas. Los argumentos nos llevan a pensar que lo que hay es una falta de congruencia, objetividad y entendimiento entre las dos partes, por lo que es necesario que, en bien de la relación bilateral, ambos países establezcan un comité binacional que de solución pronta y disipen dudas que permitan el accionar conjunto en cuestiones relevantes internacionales. Para llevar a cabo tal cometido, los Estados Unidos deberán ceder en su innecesaria posición de poder y arrogancia que en nada le beneficia, mientras que México deberá adoptar una actitud pragmática pero, asimismo, negociar sin prejuicios políticos, sin rencores históricos y sin miedos ni temores, pero siempre en el marco de un respeto mutuo. En síntesis, lo óptimo siempre será que se acerquen las posiciones divergentes en el ámbito multilateral y, si no se llega a esta situación, evitar contaminar la agenda bilateral con esos temas.

Es momento de que la figura de vecinos discordantes sea suplida por una posición de entendimiento, comprensión y cooperación. Consecuentemente, resulta necesario que los dos países se comprometan a analizar a profundidad la agenda común (a nivel federal, fronteriza e internacional) a través de una negociación seria y responsable insertando la cooperación mutua como eje central, lo que posiblemente disminuirá los roces y evitaría enfrentamientos innecesarios que, al final, van a provocar distanciamiento en su relación. Al respecto, cabe recordar que la mayoría de los gobernadores de los estados a ambos lados de la frontera común, son proclives y apoyan acciones comunes, en ocasiones distantes del gobierno federal estadounidense y de la “inmovilidad y desconcierto” de las autoridades federales mexicanas.

Por otra parte, cabe recordar que es indiscutible que el incremento de la interdependencia económica, en términos de flujos comerciales e inversión, ha producido una relación más intensa, compleja y hasta en ocasiones descentralizada en las relaciones entre México y los Estados Unidos. Este incremento de la interdependencia bilateral obliga a los dos países a ir más allá de esa relación y traducirla en voluntades políticas en áreas en las que poco se ha profundizado, esto es, una mayor y real integración. Es necesario anotar que existe la necesidad de que en este milenio los dos países inicien un nuevo episodio bilateral, en donde ninguna de las dos partes intente utilizar como elementos políticos el resentimiento, la desconfianza y menos las decisiones unilaterales imprevisibles (caso Donald Trump). Esta nueva etapa necesita en todo caso, actuar con tacto y discreción. Tarea difícil pero no imposible.

De la misma manera, México no debe perder de vista los fallidos planes de la poderosa y agresiva expansión comercial que pretendía llevar a cabo Estados Unidos hacia Europa, a través del Acuerdo Trasatlántico de Asociación. La autoexclusión estadounidense, cuya característica principal sería incrementar su proteccionismo, no mejora las perspectivas comerciales mexicanas con los estadounidenses; menos aún si no se llega a una renegociación del TLCAN. Por lo anterior, considero oportuno y de suma importancia que México haga una revisión exhaustiva sobre los costos y beneficios reales de los innumerables tratados de libre comercio que ha signado (12 con 44 países/zonas geográficas) y, de la misma manera, proceder con celeridad la firma de nuevos acuerdos con países clave en el contexto económico-comercial internacional (China), así como formar o integrarse a nuevos bloques económicos-comerciales regionales e internacionales, como su adhesión al bloque G4 del Pacífico Latinoamericano, así como su adhesión al TTP.

Ahora bien, es preciso anotar que existen cada vez más sectores estadounidenses que están solicitando a su gobierno hacer una reflexión que lo lleve a ejecutar una política exterior y comercial que no descanse en la unilateralidad y, sin hacer a un lado los intereses nacionales de gran potencia, y precisamente por ello, se dirija nuevamente hacia la cooperación multilateral pero, para lo anterior, será necesario que ese país distinga en todo momento entre la verdadera esencia y la simple apariencia de comportamiento con tintes políticos morales e intereses supranacionales.

Es aquí donde México debe de estar preparado para “insertarse”, por decirlo de alguna manera, en un posible nuevo comportamiento estadounidense. Tanto los mexicanos como los estadounidenses deben de estar conscientes de que ambos países son esenciales para sus respectivos intereses y objetivos nacionales, entonces, ¿por qué no darse la oportunidad de experimentar una relación estableciendo una nueva comunicación bilateral, precisamente a través de la negociación asimétrica permanente concertada bilateral, sin olvidar analizar de forma conjunta los aspectos multilaterales sobre temas específicos en concordancia con sus necesidades?.

Por todo lo anterior, es necesario que México busque una relación especial con ese país pero no basada en una “amistad” personal a nivel de Poderes Ejecutivos (recordando siempre que los Estados Unidos no tienen amigos, sólo intereses), sino una política de Estado de largo aliento; con una política exterior que no se vea reducida o acotada por situaciones internas (campañas políticas) en cada país o coyunturas internacionales, y menos aún por el permanente temor mexicano ante el surgimiento o incremento de las diferencias políticas con los Estados Unidos[4]. De la misma manera, es necesario que los gobernantes mexicanos actúen de una manera directa y oportuna cuando se presenten situaciones conflictivas ya sea de carácter bilateral o en el ámbito mundial. Es lamentable que los mexicanos nos enteremos a través de los medios de comunicación estadounidenses lo que sucede o se trate a nivel de presidentes. Las posiciones dubitativas, indefiniciones, contradicciones o el ocultamiento de información al interior de México, lo han puesto y seguirán poniendo contra la pared innecesariamente.

A manera de conclusión se puede señalar que en la relación entre mexicanos y estadounidenses influye una multiplicidad de factores que intervienen directa o indirectamente, entre los que destacan: ambigüedad y desconocimiento de las realidades socio-culturales en ambos sentidos; profundas asimetrías en los campos económico, comercial y social; diferencias abismales en los principios mexicanos en política exterior y las doctrinas estadounidenses en dicho campo pero, sobre todo, carencia de un pragmatismo político de sus respectivos mandatarios y de los principales actores que intervienen en esa relación, misma que se ve distinguida por decisiones agresivas, xenófobas y poco amistosas por la parte estadounidense, así como posiciones mexicanas temerosas y hasta ingenuas debido a una carencia de estrategias debidamente planificadas.

Todos estos elementos, tanto en lo particular como en lo general siguen produciendo tensiones bilaterales constantes y cada vez más frecuentes, particularmente por la soberbia que distingue a la actual administración del Presidente Donald Trump. Por las razones que se quieran esgrimir, los dos países (gobiernos en turno) continúan empeñados en no entenderse, y las breves etapas en que han coincidido tienden a ser desplazadas por el acontecer político al interior de cada uno de ellos. Mención aparte serían las “promesas de campaña” estadounidenses, como lo es el caso del muro fronterizo tema que se ha convertido en una clara muestra de xenofobia estadounidense e ignorancia de los aportes de la migración mexicana a ese país.

México debe aprovechar su papel de socio comercial, vecino y parte integral de la seguridad nacional estadounidense, asumiendo compromisos y buscando contrapesos al interior de ese país. Por su parte, los estadounidenses necesitan a México para proteger y reforzar su seguridad nacional. Con imaginación y destreza México debe de hacer notar cuantas veces sea necesario, su cooperación en tal sentido. Ahí donde los estadounidenses exijan o amenacen, ahí México debe de mostrarse firme y decidido y reiterar su decisión de una amplia, verdadera y real cooperación en ambos sentidos y, desde luego, demandar su reconocimiento como socio estratégico.

Puebla, México, abril de 2018.


  1. Copyright: La propiedad intelectual de los artículos y comentarios que aparecen en “ADE”, pertenecen a cada uno de los autores y ellos son los únicos responsables de su contenido y el empleo de las fuentes que se citan.
  2. Pragmatismo: Movimiento filosófico iniciado en los Estados Unidos por C.S. Peirce y W. James a fines del Siglo XIX, que busca las consecuencias prácticas del pensamiento y pone el criterio de verdad en su eficacia y valor de la vida. Real Academia Española.
  3. Anuario Mexicano de Derecho Internacional. Yacimientos transfronterizos de hidrocarburos. Entre el hecho jurídico y el diplomático”. José María Valenzuela Robles Linares. Nota sobre el Estudio de Pemex del Polígono Occidental del Golfo de México, México, Secretaría de Energía-Secretaría de Relaciones Exteriores, s.p.i., mimeo., p.14.
  4. Existe la necesidad de hacer notar que la “disidencia” mexicana con Estados Unidos en ciertos tópicos de política exterior, siempre ha tendido a diluirse, ya que México nunca ha buscado hacer proselitismo sino, solamente, ha expresado una posición individual y, por lo tanto, ni ha sido ni será una preocupación para los estadounidenses.
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