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GUATEMALA SEGUNDA PARTE.
- La Vida no Vale Nada.
Después de un tiempo de mi llegada a la embajada, me di cuenta que no contábamos con un agregado cultural, por lo que pedí al embajador que me permitiera apoyar en esa parte, mientras la Secretaría de Relaciones Exteriores designaba a un funcionario. Para tal petición me apoyé en el antecedente de mis estudios en la Escuela Nacional de Maestros y el ejercicio profesional de 8 años.
El jefe de misión vio con simpatía mi ofrecimiento y de entrada me dijo que fuéramos preparando una exposición de arte que se presentaría en la Pensión o Posada Bonifaz en pocos días en la ciudad de Quetzaltenango, ubicada al oeste del país y considerada como la segunda ciudad en importancia después de la capital guatemalteca.
Quetzaltenango significa “bajo la muralla del quetzal” o Xelajú, ubicada en un valle montañoso, a una altura de 2333 metros sobre el nivel del mar. Para la exposición contamos con una sala de exhibición de la Posada “Bonifaz”, cuyo dueño se desempeñaba como Cónsul Honorario de México.
El acto se desarrolló con éxito y buena asistencia de admiradores del arte, periodistas y otras personalidades del lugar. De la Embajada, además de don Federico, nos acompañaba uno de los ayudantes del Agregado Militar y Aéreo.
En virtud de que la ceremonia se celebró por la noche y luego –como se acostumbra- se sirvió un coctel, terminamos tarde y cansados. Pernoctamos en la misma Posada y al día siguiente después del desayuno, partimos de regreso a la Ciudad de Guatemala. El conductor del Mercedes Benz era el ya mencionado “Minuto”, quien era bajo de estatura y yo tenía mis dudas de que alcanzara a ver bien el camino. Yo viajaba del lado del copiloto y atrás venían el embajador (dormido) y el capitán.
La carretera no estaba en muy buenas condiciones, estaba lloviendo y además presentaba curvas muy pronunciadas; a lo cual habría que agregar que por ser una zona montañosa, a uno de los costados se observaba un precipicio, que como paisaje era una belleza, pues además de la vegetación lo acompañaban distintos bancos de nubes.
La distancia que nos separaba de Quetzaltenango a Guatemala era de aproximadamente 200 kms. Cuando nos acercábamos al Km. 141, avistamos una curva cerrada, sin peralte, pero con charcos sobre el asfalto; el Minuto no frenó antes de entrar a la curva y ya estando en ese lugar quiso hacerlo y el auto derrapó. Yo que iba a su lado solo escuché que nuestro conductor dejó ir un suspiro.
Irremediablemente el Mercedes Benz empezó a deslizarse de costado por la cuesta, precisamente del lado donde yo iba. El terreno estaba fangoso y el precipicio se veía profundo. Todo pasó tan rápido como el suspiro del conductor, tan rápido que no pudimos pensar en hacer nada.
De todas formas, contamos con mucha suerte, pues el auto no volcó –alguien nos explicó después que posiblemente el peso muerto del vehículo, más el de los pasajeros, ayudó para que guardara cierta estabilidad o se pegara al piso-, el caso es que a unos 25 metros debajo de la superficie de la carretera nos atoramos con el tronco de un árbol no muy grande ni frondoso; lo que nos dio tiempo de darnos cuenta de lo que estaba pasando.
De inmediato nos repusimos del susto y reaccionamos buscando salvar nuestras vidas. Don Federico ni se había enterado de lo ocurrido, al parecer todavía presentaba efectos de la parranda de la noche anterior. Como pudimos salimos del auto y el capitán dirigió la operación para sacar al embajador y después tratar de subirlo a la carretera.
Por la puerta del lado izquierdo el capitán jalaría a don Federico, en tanto que El Minuto y yo, lo empujaríamos por atrás, corriendo el riesgo de que el auto se nos viniera encima; pero de momento era lo único que podíamos intentar, pues nadie nos había visto accidentarnos, por lo cual no contamos con ayuda; tampoco contábamos con ningún medio de comunicación. Con grandes esfuerzos logramos sacar al embajador del auto y habiendo superado tan peligroso episodio, nos dimos a la tarea de subirlo o empujarlo hasta terreno firme. Esta operación aunque menos peligrosa que la anterior, también representó un gran reto, pues la cuesta empinada y lodosa, nos dificultaba el ascenso e inclusive, en ocasiones resbalábamos y retrocedíamos algunos pasos.
Finalmente, logramos salir a la superficie asfaltada y ya estando a salvo, le ordenamos al Minuto que fuera a pedir ayuda. Pronto paró a un camión que viajaba con rumbo a Quetzaltenango y le pidió que lo llevara a donde habíamos pernoctado, con el Cónsul Bonifaz. El auxilio llegó pronto con personal de apoyo del hotel y con una grúa para tratar de rescatar el automóvil de la Embajada. Para entonces don Federico ya se encontraba bien, comentando lo ocurrido y esperando que el daño al carro oficial no fuera tan importante.
Después de algunas maniobras, la grúa logró jalar el Mercedes y ponerlo sobre el asfalto. A simple vista solo se observaba una abolladura en la parte que había quedado recargada sobre el árbol y todo lo demás funcionaba correctamente; por lo que, después de agradecer al cónsul su valiosa ayuda, continuamos el viaje hacia la capital guatemalteca, a donde llegamos sin más daños que lamentar.
Luego de haber vivido aquel episodio, cada quien se dirigió a su vivienda y no platicamos mucho sobre el asunto. Nunca supe si el embajador informó a México sobre el incidente, o si el agregado militar lo hizo, el caso es que el asunto no se volvió a mencionar. Ahora pienso que, por acontecimientos como el que aquí he descrito, José Alfredo Jiménez pudo haber compuesto la canción “Caminos de Guanajuato”, en la que destaca la frase: “No vale nada la vida” y, “la vida no vale nada…”
- Antonio El Carpintero.
El otro episodio que ahora comparto, se refiere a mi labor al frente de la biblioteca de la Embajada. En cierta ocasión me puse a revisar el acervo cultural de nuestra biblioteca y encontré que un buen número de publicaciones no estaba en el inventario y lo peor, se encontraban amontonadas en el piso. Aquella situación me preocupó y me propuse rescatar dicho tesoro.
Comenté el asunto con el nuevo ministro Juan Manuel Ramírez y estuvo de acuerdo en que teníamos que hacer algo, hasta donde nos alcanzaran los recursos tanto humanos, como financieros con que contábamos. Acto seguido elaboré un proyecto para la construcción de varios anaqueles, donde pudieran colocarse en forma ordenada libros, revistas y periódicos; incluyendo su respectiva clasificación, ya fuera por materias, épocas, países, etc. o como dictara el manual del bibliotecario. Lo importante era salvar las obras y poder mostrarlas con dignidad a quien necesitara recurrir a consultarlas a la embajada. Se agregaría material fílmico y promocional turístico.
Contando con la simpatía del Ministro-Jefe de Cancillería, me acerqué a platicar con el Embajador, para contagiarlo con mi entusiasmo y haciéndole notar lo trascendente de la obra. Claro que para entonces ya todos estábamos conscientes de que no había recursos provenientes del “Proyecto de Presupuesto” del año anterior; así como también que pensar incluir los posibles costos en al Ante-Proyecto del año siguiente, era alargar el asunto. El caso es que don Federico aceptó seguirme la corriente y le propuse solicitar un presupuesto a un carpintero, para construir tantos anaqueles, como dinero tuviéramos. En cuanto se hizo presente el artesano de la madera platicamos sobre el proyecto.
Como muchas personas deben saber, en algunos lugares cuando alguien va a realizar algún trabajo a una embajada, de inmediato piensa en una institución sólida financieramente hablando y casi siempre cree que sus recursos son elevados; por lo cual muchas veces “inflan” artificialmente los costos. Inclusive, en el plano personal, ocurrió varias veces que el mecánico, el vendedor u otro prestador de servicios, si se enteraba que yo era diplomático, habría que esperar un sobreprecio.
El carpintero tomó medidas y convenimos que para el sitio donde se encontraba la biblioteca cabrían hasta 4 anaqueles de 2 metros de altura, por 4 de largo (aproximadamente), pero que podíamos empezar con tres; lo que significaba un costo de varios miles de dólares (de aquellos de 1973-1974).
Con el presupuesto anterior resultaba obvio pensar que las publicaciones seguirían en el piso, a menos que se buscara una alternativa. Para entonces, ya se contaba con el cálculo de la cantidad de postes o polines que se necesitarían (algo así como 6 para cada anaquel); así como las tablas o tarimas para formar los entrepaños sobre los cuales descansarían los libros y demás materiales impresos.
Con esa información me dirigí a un aserradero para solicitar costos, para dicho propósito me acompañó un amigo guatemalteco que más o menos estaba enterado de los precios del mercado de la madera. La diferencia fue realmente grande, dado que el total (faltando gastos de pintura, lijas y otros artículos) se acercaba a los 600.00 dls. (Seiscientos dólares de los Estados Unidos, que en ese tiempo estaba a la par con la moneda guatemalteca llamada Quetzal).
Dicho panorama me devolvió el optimismo y logré contagiar de mi entusiasmo tanto al Lic. Ramírez Gómez, como al embajador Barrera Fuentes, quienes me autorizaron el gasto y la realización de los trabajos; los cuales los iniciaría el siguiente fin de semana. En vista de que no contaba con recursos para ofrecer al conserje y a su hijo, algún pago extra, les pedí que cuando tuvieran un tiempo me dieran una mano y a título personal yo podría darles una propina. De ese modo empezamos un sábado con el corte de la madera a la medida, para luego irla clavando o atornillando y haciendo los “cortes especiales” que se necesitaban donde había un poste o sostén.
Aparentemente el trabajo era fácil y nada peligroso, pero un día que mis ayudantes no pudieron acompañarme, andaba yo subido por el segundo o tercer entrepaño de uno de los anaqueles y el mueble todavía no estaba muy firme: ¡que me doy un “golpazo” que resonó en toda la embajada! Por fortuna solo gané unos raspones y alguno que otro moretón y también fui afortunado de que por ser día no laborable, nadie se dio cuenta del accidente.
Después de varias semanas la obra estaba terminada, incluyendo el lijado de las tablas y la pintura. Todo estaba listo para colocar las publicaciones con que por entonces contábamos. Por el momento fuimos colocando libros, revistas y otras obras de acuerdo con el asunto de que trataban, para más adelante realizar una clasificación ya más profesional.
Cierto día invité al embajador, al ministro, a los agregados militares y al vicealmirante (agregado naval) para que visitaran la nueva biblioteca y me dieran su visto bueno. Todos me felicitaron, aunque por ahí terminé ganándome el apodo de “Antonio el Carpintero”, cosa que no me molestaba, pero que yo sabía que no me ayudaba para mi carrera diplomática; en principio, porque el embajador nunca informó a la Secretaría de Relaciones sobre dicha obra y mucho menos hubo una felicitación por escrito que pudiera ayudarme en el futuro en la búsqueda de un ascenso. Para mí quedaba la satisfacción del deber cumplido y mi ganancia, el apodo.
Hubo alguna ocasión que me sentí un tanto ninguneado por quienes insistían en identificarme como “el carpintero”, pero para mis adentros me había quedado una gran satisfacción, pues había ayudado a muchos de mis amigos (los libros y otras publicaciones) a tener una vida mejor. Aquello no me amargó la vida y yo seguí tratando de ser útil en el trabajo, ayudando en todo lo que fuera necesario; incluyendo la muy honrosa distinción de recoger del aeropuerto a personas que venían de México en misión oficial, o a tratar asuntos de interés para México. No obstante que yo obedecía órdenes llegué a pensar en solicitar mi traslado a otra misión, pues consideraba que mi sueldo era muy superior al de cualquier chofer o trabajador local que hiciera “mandados” o prestara otro tipo de servicios.
- Celebración Escolar Natalicio de Benito Juárez
Entre las satisfacciones por representar a tu propio país, está la de convivir con alumnos y profesores de una institución escolar de cualquier nivel. Este es el caso de un acto cívico en la Escuela Benito Juárez, para celebrar el aniversario del nacimiento del Benemérito de las Américas. El Embajador Barrera Fuentes me encargó dirigir unas palabras a los asistentes al acto, algo que a mí me llenó de emoción y significaba una muestra de confianza de parte del jefe. El acto cívico cultural tuvo lugar el 21 de marzo de 1974.
Ceremonia en la Escuela Benito Juárez de Guatemala
Entre otras actividades relevantes durante mi trabajo a favor de la cultura mexicana y guatemalteca fueron las que pude desarrollar en dicha escuela Primaria. Con el permiso del embajador, preparé un lote de libros que se donarían a la biblioteca escolar; así como dos retratos de héroes nacionales.
Posteriormente, tomando como punto de partida mi vocación magisterial, continué colaborando con el personal de dicha escuela, inclusive a título personal contribuía a la adquisición de un producto alimenticio de nombre Incaparina, elaborado en Guatemala por el Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá –INCAP-, que desde 1950 inició una serie de investigaciones para aumentar la disponibilidad de proteínas a través del consumo de alimentos de origen vegetal.
Dicha Institución funcionaba bajo los auspicios de la Organización Panamericana de la Salud. El producto que se compraba por costales de 20 kilogramos, era muy recomendable para la etapa infantil, el cual se destinaba como complemento alimenticio de alumnos de la mencionada escuela.
El mes de septiembre de 1974 fue para mí un periodo de mucha actividad y aprendizaje en muchos sentidos, inclusive en el de no temer la crítica de los demás por lo que uno hace, convencido de que es algo bueno (como el apodo que me colgaron por haber construido los anaqueles para la biblioteca). En nuestra embajada había que prepararse para los festejos del 15 y el 16 de dicho mes; gracias a la cercanía con México, se podía pedir muestras o exposiciones de arte, o invitar a un grupo de baile, de mariachis y cantantes conocidos.
Unas semanas antes de dichos festejos se me concedieron las vacaciones a que tenía derecho, para disfrutarlas en mi país; lo cual aproveché para estar con mi familia y amigos, así como para pedir que un sastre me diseñara un “traje de charro”, que se adecuara a mis características y gustos en materia de color de la tela y los adornos. El caso es que, para la noche del 15 cuando se celebraría la “ceremonia del grito”, yo ya estaba enfundado en mi nuevo traje y tuve el atrevimiento de lucirlo, de cantar y hasta de bailar un jarabe con una de las mexicanas residentes en Guatemala.
En esta fotografía posando con dos familiares de colegas de la embajada luciendo trajes regionales.
Según las críticas y comentarios posteriores, parece que pasé el examen, pero quedé invitado a no repetir el acto.
CONCLUSIÓN
Como en otras etapas de la vida y en el desempeño de una profesión, sin importar la situación política interna, o las tensiones provocadas por enfrentamientos entre grupos de la sociedad y el gobierno, el funcionario diplomático se rodea en primer lugar del personal del lugar donde trabaja; pero además, en el sitio donde vive y las personas con las que trata, se va construyendo cierta amistad.
En mi caso, en mi condición de soltero tenía la oportunidad de convivir con amigos y salir algunas veces a conocer lugares de la provincia guatemalteca, tan rica en su naturaleza. De todas formas, yo estaba consciente de que tenía que seguir ayudando a mi familia en México, para que mis hermanos siguieran estudiando; por lo cual trataba de no comprometerme en alguna relación permanente que trajera mayores compromisos.
Esa actitud de mi parte, provocaba un sentimiento de soledad que nunca antes había sentido. Relacionado con lo anterior algunas veces me ponía a reflexionar: “En México nunca me sentí tan solo. Aquí tengo un buen trabajo, un excelente auto y el dinero necesario para llevar una vida plena. En contraposición, también me cuestionaba mi forma de ser y la decisión –hasta entonces-, de no tener compromisos con nadie, pues estaba iniciando mi carrera diplomática. Claro que yo sabía que eso alejaba a los amigos y una posible relación formal con alguna amiga.”
Con todo el grato ambiente local y la buena acogida de parte de los guatemaltecos, pude empezar a practicar el fútbol y después formar el equipo “México”, para lo cual yo traía los uniformes desde mi país y financiaba renta de cancha, arbitrajes y otros; lo cual hacía con mucho gusto y satisfacción. Recibíamos invitaciones para disputar partidos amistosos con diferentes equipos, inclusive, en cierta ocasión aceptamos ir a jugar con el equipo de la “Cárcel de Pavón”, en las afueras de Guatemala. En este caso lo importante era la convivencia con los reclusos.
Entre otras actividades, gracias al aprecio que me dispensaba el embajador, asistíamos mensualmente a las reuniones del Círculo de Periodistas Científicos, formado principalmente por los dueños y directores de los principales periódicos del país.
Siguiendo con mis deseos de superación, durante mi estancia en Guatemala inicié mi proyecto de tesis, para compartirlo con mi asesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, que era un reconocido catedrático. Las veces que pude viajar a México llevé conmigo los textos sobre las relaciones mexicano-guatemaltecas, para pedir la opinión de mi asesor.
Asimismo, acudí al Instituto Italiano de Cultura para estudiar ese importante idioma y posteriormente, al Instituto Guatemalteco Americano (IGA) para tomar cursos de inglés, principalmente de conversación.
Para no prolongar demasiado la descripción de mi estancia en Guatemala, terminaré diciendo que la vida de soltero que yo creía me iba a llevar por el mundo y que me iba a permitir gozar de diferentes placeres, parecía que podía llegar a su fin, después de conocer a una hermosa chapina que terminaría siendo mi compañera de muchas aventuras y durante muchos años.
Acerca de esa situación comentaré más adelante, porque inesperadamente las autoridades de la Secretaría de Relaciones Exteriores, me pidieron realizar una estadía corta en nuestra representación diplomática en La Habana, Cuba, con la promesa de regresar a Guatemala.
APM/10/10/2024
—— o ——
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