Una generación de jóvenes
a la que le hicieron creer que
el mundo le pertenecía y, sin
embargo, vio su derrumbe.
Mario Escobar.
Los autores y articulistas que se han ocupado de narrar la participación de México en la Segunda Guerra Mundial se limitan a relatar la presencia de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana, con su escuadrón de pelea 201, en el teatro de operaciones del Pacífico, particularmente en las islas Filipinas y Formosa, actualmente Taiwán.
En sus publicaciones esos ensayistas recurren al discurso oficial para exponer que otra aportación de nuestro país al esfuerzo bélico fue la que realizaron los trabajadores migratorios mexicanos en la agricultura norteamericana, para garantizar el suministro de alimentos y de otros productos a las fuerzas armadas. Sin embargo, se evitan las referencias que identificaron al Programa Bracero como una válvula de escape al problema del desempleo y la atomización de las parcelas que ya afectaba seriamente al campo mexicano.
Sin ánimo de restar méritos a la actuación del escuadrón 201 el autor considera de sumo interés acentuar que su bitácora de vuelos cubrió un período de tres meses (junio, julio y agosto de 1945), con acciones de bombardeo y ametrallamiento. Se puede inferir entonces que se trató de un esfuerzo menor si se compara con el de otros aliados como Brasil, Sudáfrica o Rhodesia, que no fueron precisamente protagonistas en el conflicto.
Un capítulo que no ha sido debidamente explorado es el de la presencia de nacionales mexicanos en el frente europeo de ese conflicto mundial. Existen referencias documentadas sobre la incorporación de connacionales a las fuerzas armadas de los países aliados, de Alemania e inclusive al Ejército Rojo de la Unión Soviética.
Un antecedente inmediato al episodio de los mexicanos en el frente europeo lo constituye la participación de voluntarios de nuestro país en el ejército republicano durante la Guerra Civil Española, que tuvo lugar durante los años 1936-1939. De acuerdo con el escritor Alejandro Meléndez, autor de “Jugarse el Cuero Bajo el Brío del Sol”, alrededor de 400 voluntarios mexicanos se dieron de alta en las fuerzas republicanas, principalmente en las Brigadas Internacionales. De esa cantidad solamente habrían regresado al país 60.
Algunos de los voluntarios más conocidos fueron el pintor David Alfaro Siqueiros que publicó su libro “Me Llamaban el Coronelazo”, el combatiente internacionalista de origen oaxaqueño Néstor Sánchez que resumió sus memorias en “ Un Mexicano en la Guerra Civil Española”, el general Roberto Vega González que escribió “Cadetes Mexicanos en la Guerra de España”, el escritor Juan Miguel de la Mora con su novela “Cota 666”, la enfermera Carlota O´Neill que recogió sus recuerdos con “Una Mexicana en la Guerra de España”, el piloto Francisco Tarazona Torán que narró sus experiencias con sus novelas “Sangre en el Cielo”, “Yo fui Piloto de Caza Rojo” y “El Despertar de las Águilas”. El miembro de las brigadas internacionales Felipe Garrido Llovera también publicó sus memorias como comandante del cuerpo de voluntarios Benito Juárez de la XV Brigada Internacional.
La inmigración de alemanes a México se incrementó durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando el país ya había entrado a una era de pacificación, de estabilización y se iniciaba la industrialización. Los súbditos del entonces Imperio Alemán se establecieron, principalmente, en la Ciudad de México, Guadalajara, Veracruz y Chiapas. Las actividades económicas que fueron de su interés variaron entre el comercio en centros urbanos, las primeras industrias y la producción de café en plantaciones ubicadas en el sureste.
Tomando en cuenta que una de las características de la nación alemana es su sentimiento de pertenencia a la patria, los inmigrantes se agruparon en sociedades de corte nacionalista y mantuvieron en todo momento el contacto con su país de origen. La fundación del Club Alemán y del Colegio Alemán en la Ciudad de México son un claro ejemplo de ello.
Por esas razones se puede explicar que esos inmigrantes se mantuvieron atentos a las transformaciones que se empezaron a dar en Alemania durante la década de los años 30s, especialmente con el surgimiento del nazismo y las reivindicaciones que ofrecía esta doctrina a la nación. Los más sensibles a esas políticas y a esos mensajes resultaron ser los jóvenes de segunda o tercera generación nacidos en México. Sus padres y abuelos conservaban sus vínculos con Alemania, pero ya estaban establecidos en México y sus intereses se encontraban en el país.
Algunos de los casos más conocidos de jóvenes mexicano-alemanes que, entusiasmados con los mensajes propagandísticos que recibían de Alemania, decidieron movilizarse al país de sus padres, renunciando a la nacionalidad mexicana para darse de alta en la Wehrmacht (ejército alemán) fue el de los hijos de Roberto Bocker, propietario de la famosa ferretería Casa Bocker ubicada en el centro de la Ciudad de México y que fue incautada por el gobierno durante el conflicto. Se sabe que los jóvenes murieron en combate en el frente oriental y la familia nunca ha accedido a hablar de ese episodio.
Otro caso es el de los hermanos Eduardo y Mario Collignon, oriundos de Guadalajara, quienes viajaron a Alemania a finales de los años 30s para proseguir sus estudios, pero terminaron incorporándose a las juventudes hitlerianas y después a las fuerzas armadas. El escritor Mario Escobar relata este capítulo en su novela “Nos Prometieron la Gloria”. Los datos recopilados por Escobar refirieron que los hermanos Collignon no regresaron a Guadalajara y probablemente murieron en combate en Prusia Oriental.
Otros ensayistas como Juan Alberto Cedillo, autor de “Los Nazis en México”, han expuesto que representantes diplomáticos del Tercer Reich en México como el coronel Friedich Karl von Schlebruegge y George Nicolaus ejecutaron amplias campañas de proselitismo y propaganda en favor del régimen nazi, consiguiendo notables resultados en las comunidades cafetaleras de Veracruz y Chiapas, principalmente en la zona del Soconusco, de donde salieron decenas de jóvenes para darse de alta en las fuerzas armadas alemanas.
Se conocen algunos casos de jóvenes de origen alemán nacidos en México, que renunciaron a su nacionalidad, se enlistaron en el ejército alemán, combatieron (llama la atención que muchos de ellos lo hicieron en el frente ruso), se vieron derrotados en la guerra y solicitaron la recuperación de su nacionalidad mexicana como recurso para volver al país una vez que fueron liberados de los campos de prisioneros. Estas situaciones fueron atendidas en el recién abierto Consulado de México en Frankfurt en donde como primer requisito se exigía la presentación de un certificado de “desnazificación” expedido por las autoridades de ocupación de las potencias aliadas.
Para facilitar el regreso de esas personas el Presidente Miguel Alemán Valdés expidió un acuerdo para agilizar las gestiones. De esta forma existen datos que acreditan la repatriación de Jurgen Petersen, originario de Puebla, de Herberto Emil y Hellmuth Trampe de Chiapas, de Hans H. Kooperman, de Guillermo Hasselman y de Herbert Fahmel.
En 1943 el ejército de los Estados Unidos autorizó el enrolamiento de ciudadanos mexicanos. El autor Gustavo Casasola Zárate expone en su libro “Historia Gráfica de la Revolución Mexicana 1900-1960”, que fueron alrededor de 250 mil mexicanos los que se enlistaron en las fuerzas armadas estadounidenses. La cifra puede parecer exagerada ya que el autor incluyó, seguramente, a reclutas de origen mexicano-norteamericano, mexicanos e hispanos. No obstante la importancia histórica que tiene este episodio, el tema no ha sido debidamente investigado ni abordado por especialistas de nuestro país que, como ya se expuso líneas atrás, han optado por seguir ocupándose del escuadrón 201.
Algunos detalles informativos obtenidos por el autor indican que en el frente europeo murieron 61 mexicanos encuadrados en unidades militares estadounidenses. Uno de los casos más conocidos fue el del sargento José Mendoza López, oriundo de Guadalajara, que participó en la Batalla de las Ardenas, en Bélgica, en 1944 y que fue condecorado por sus acciones.
Los episodios más documentados de combatientes mexicanos en el frente europeo se encuentran, curiosamente, en los que participaron como pilotos aviadores en la Real Fuerza Aérea (RAF) de la Gran Bretaña.
Sin embargo, cabe dejar anotado que en la publicación “History of the RAF”, de Chaz Bowyer, no se registra la participación de ningún piloto mexicano, enlistando a voluntarios procedentes de: Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelandia, Francia, Polonia, Sudáfrica, pero ninguno de nuestro país.
A pesar de que México y el Reino Unido no mantenían relaciones diplomáticas como consecuencia de la expropiación petrolera de 1938, varios jóvenes de origen británico se dieron de alta en el ejército del aire y participaron en numerosas misiones de ataque sobre Europa y el norte de África.
Tal vez el caso más documentado, pero poco difundido, es el de Luis Pérez Gómez, nacido en Guadalajara en 1922, quien siendo estudiante de la Ottawa Technical High School, se enlistó en la Real Fuerza Aérea de Canadá (RCAF) y en 1943 fue enviado a Europa como piloto de caza. A partir de enero de 1944 Pérez Gómez cumplió misiones como piloto del escuadrón 433 de la RCAF sobre Inglaterra, el Canal de la Mancha y Francia, tripulando aeronaves del tipo Spitfire.
Diez días después del desembarco de las fuerzas aliadas en Normandía, en junio de 1944, el aparato que tripulaba Pérez Gómez fue derribado por la artillería alemana en los campos aledaños a la población de Sassy, 180 kilómetros al oeste de Paris. El piloto mexicano murió en la acción y los pobladores le dieron sepultura en el cementerio local para evitar que los alemanes recogieran sus restos. Actualmente existe un monumento en ese panteón para honrar la memoria del aviador mexicano en donde figuran las banderas de México, Canadá y Francia.
La Embajada de México en Francia ha realizado ceremonias de reconocimiento en la tumba de Pérez Gómez y sus familiares en Guadalajara y la Ciudad de México han concedido entrevistas para tratar de difundir sus méritos como piloto de combate, por los que inclusive fue condecorado de manera póstuma.
En los medios de jóvenes de origen inglés nacidos en México, también se reprodujo el compromiso de combatir en favor de la nación de sus padres y abuelos. Uno de estos casos fue el de Eugene McCoy quien se enroló como piloto en la RAF. McCoy cumplió misiones en África del Norte, Sicilia y Salerno. Formó parte del escuadrón 295 de caza de la llamada Desert Air Force y tripuló aeronaves del tipo Spitfire Mark VII y Mark XVI.
Eugene McCoy facilitó testimonios sobre la participación de otros jóvenes mexicano-ingleses en la RAF. Recordó a Charles Robertson que murió en un vuelo de bombardeo sobre Hamburgo, a Phillip Peral que murió en un hidroavión en el Golfo de Vizcaya, a Horace Turnbull, a John Carrington (mecánico de aviación), a Douglas Patterson, a Richard Olds y Harry Ines, estos últimos fueron pilotos de Mexicana de Aviación. De acuerdo con Eugene McCoy en los archivos de la British Ex Service Association están disponibles datos de mexicano-británicos que combatieron en las fuerzas armadas de ese país.
Otro capítulo de esta historia se encuentra en la participación de Leonard Mayer que también fue piloto de la RAF, tripulando un bombardero de la clase Liberator. Según Mayer fueron entre 80 y 90 jóvenes de origen inglés los que fueron a combatir en Europa por el país de sus ancestros. Una tercera parte no regresó a México. Este piloto informó que en el Cementerio Británico de Tacuba hay una placa con los nombres de los combatientes que murieron en Europa y refirió que actualmente viven unos 20 veteranos.
Por lo que toca al frente ruso existe una referencia periodística que da cuenta de la presencia de dos hermanos mexicanos como soldados del ejército rojo. Según la nota se trató de dos jóvenes de apellido Torres, hijos de la líder del sindicato de voceadores en los años 30s, quien era de filiación comunista y habría conseguido becas para que sus hijos estudiaran en la Unión Soviética. El inicio de la Segunda Guerra Mundial sorprendió a los jóvenes mexicanos que se dieron de alta en las fuerzas armadas. Se tienen noticias de que uno de ellos murió en combate en la batalla de Stalingrado y no se sabe que ocurrió con el otro.
El relato de dos veteranos cubanos del ejército rojo, Aldo y Jorge Vivó, refiere que fueron estudiantes del internado Stásova en Moscú y que ahí tuvieron como compañeros a dos estudiantes mexicanos de apellido Torres, quienes junto con ellos combatieron en Stalingrado y Polonia.
Por otra parte resulta de interés exponer que la presencia de mexicanos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial no se limitó a los combatientes. Hubo casos de internamientos en campos de concentración. Existen antecedentes sobre José Salazar, Juan del Pierro, Luis Moch Pitiot y Fernando González quienes estuvieron confinados en Buchenwald y Mauthausen. Estos mexicanos fueron acusados por los alemanes de ser miembros de la resistencia francesa, sospechosos de atentados, haber combatido en España o que simplemente no pudieron acreditar su personalidad. Un caso particular de confinamiento fue el de Feliciano Catalán de quien no se pudo identificar su nacionalidad, ya que unos documentos registraban su nacimiento en Guadalajara, México y otros en Guadalajara, España.
El escritor y profesor Rubén Salazar Mallén se inspiró en el caso de Evelio Vadillo para su novela “Camaradas” publicada en 1959. Héctor Aguilar Camín también se ocupó del tema en su relato intitulado “El Camarada Vadillo”.
Vadillo llegó a Moscú en 1935 acompañado de Vicente Lombardo Toledano y José Revueltas para participar en las tareas de la Internacional Socialista. A finales de la década de los 30s Vadillo fue aprehendido por las fuerzas de seguridad soviéticas acusado de actividades anticomunistas. Se dijo que en plena época de las purgas estalinistas apareció una pinta en la escuela de cuadros de la Comitern con la expresión en español “ch…su madre el padrecito Stalin”. La falta se le adjudicó a Vadillo sin ninguna investigación y fue enviado a campos de concentración en Siberia y Kazajstán.
Evelio Vadillo no fue combatiente en la Segunda Guerra Mundial, pero pasó ese período internado en gulags. Ni siquiera se enteró que la Unión Soviética se encontraba en guerra con Alemania. A pesar de esto su caso se considera de interés para incluirlo en este artículo.
Vadillo pasó 20 años en la URSS, regresó a México hasta 1955 y murió en 1958. Las gestiones para su liberación, para su documentación y para conseguir la autorización de las autoridades soviéticas para su regreso al país fueron sinuosas y hasta dramáticas. Reaprehensiones, reinternamientos en gulags y rechazo a gestiones diplomáticas para conseguir la autorización de viaje fueron la característica de este proceso que duró 7 años.
Cabe dejar anotado que la repatriación de Vadillo se realizó por el empeño y el oficio diplomático de los Embajadores de México Luciano José Joublanc Rivas y Ernesto Madero Vázquez.
Septiembre de 2018.
Everardo Suárez Amezcua
Felicito al Sr. Everardo Suárez por el artículo. Por lo regular resulta más conocido la participación de mexicanos en la guerra en el Pacífico. No así en suelo europeo. Recuerdo algunos nombres de ellos que he descubierto estudiando el exilio español a México. También es digno dar a conocer que, gracias a mexicanos integrantes del ejército aliado, descubrieron y liberaron el campo nazi de Dachau, cercano a Munich. Termino nombrando a diplomáticos mexicanos que ayudaron a sus connacionales a salir de Francia, caso de Don Luis Ignacio Rodríguez Taboada, aunque sigue siendo guía en el transcurrir de mi tiempo, Don Gilberto Bosques a quien tanto deben los depauperados en las tragedias de las guerras.
Con gusto comparto tu comentario con el autor del presente trabajo. Un abrazo