UN AÑO, UNA DÉCADA, UNA ERA DE PAZ. Estimados lectores, iniciamos un año nuevo con la esperanza de poder disfrutar de la paz a que todos tenemos derecho. Cabe reiterar que, en términos generales, los propósitos que guían los trabajos publicados en ADE, pretenden invitar al pensamiento profundo, a la reflexión y al análisis.
Los momentos actuales son oportunos para reiterar que, la diplomacia, debe de estar al servicio de la paz, como una forma sublime de comunicación, de diálogo y de convivencia humana. Debemos apelar a las buenas conciencias, para que dicho concepto llegue a formar parte de nuestra cultura y para que se constituya en un mandamiento que guíe nuestras acciones cotidianas.
Asimismo, por ese sendero y con esas bases, se debe trabajar sin descanso, para tratar de alcanzar el desarrollo a que tienen derecho todos los pueblos del mundo; lo cual debería de redundar en un reforzamiento de los diversos trabajos a favor de la paz mundial. Por otra parte, a la luz de acontecimientos bélicos recientes, cabría cuestionarnos si no estaremos pretendiendo una ilusión, o si la paz y el desarrollo compartido, son solamente una utopía.
Ni Silencio, ni Olvido. Esta debe de ser la respuesta de todo hombre o mujer de bien, ante el rompimiento de la armonía o ante el uso y abuso de la fuerza, como método para solucionar las diferencias. En el caso de los profesionales de la diplomacia, no debemos de soslayar la importancia que representa el hecho de que la negociación de buena fe -esencia de nuestro trabajo-, sea dejada de lado repetidamente, para dar paso a las acciones belicistas.
Sobre el particular, viene al caso resaltar que algunas personalidades se preocupan por este asunto, como el líder de la iglesia católica, el Papa Francisco y el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, quienes recientemente sostuvieron un encuentro en el Vaticano, al término del cual se emitió un mensaje conjunto, en el que hacen votos por una Navidad pacífica y un año nuevo bienaventurado. El pontífice hizo un llamado a confiar en el diálogo y la diplomacia para construir un mundo mejor.
Por su parte, el Secretario General de la ONU dijo: “En estos tiempos turbulentos y desafiantes debemos unirnos por la paz y la armonía. Y ese es el espíritu de esta temporada.”
En dicha ocasión el mismo titular de la ONU afirmó que el encuentro fue especialmente significativo por las fechas en que se produjo y se refirió al liderazgo y labor del Papa como la encarnación del espíritu de la temporada: “Está reflejado en su visión, su guía y su ejemplo. Mi más profundo agradecimiento su Santidad, y mis mejores deseos a todos los que estén celebrando, para una Navidad en paz y un bienaventurado año nuevo.”
Confianza. El Papa Francisco, abogó por fomentar la confianza y la buena voluntad entre los pueblos: “La confianza en el diálogo entre las personas y entre las naciones, en el multilateralismo, en el papel de las organizaciones internacionales, en la diplomacia como instrumento para la comprensión y el entendimiento, es indispensable para construir un mundo pacífico.”
Asimismo, el jefe de Iglesia Católica consideró que la Navidad, “en su genuina sencillez, nos recuerda que lo que cuenta verdaderamente en la vida es el amor”.
António Guterres agradeció al Papa Francisco su “compromiso excepcional con el mundo” y su apoyo al trabajo de la ONU. También recordó la visita del pontífice a la sede de la Organización en Nueva York en 2015, cuando los Estados adoptaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que buscan una globalización justa. En esa ocasión, el Secretario General lamentó que, pese a que debería ser una fiesta de paz y buena voluntad algunas comunidades cristianas, entre ellas las más antiguas, no puedan celebrar la Navidad en condiciones de seguridad.
Odio creciente: “Necesitamos hacer más para promover el entendimiento mutuo y poner fin al creciente odio”, subrayó, citando las matanzas de musulmanes en sus mezquitas y el saqueo de sus sitios religiosos, al igual que el asesinato de judíos en sus sinagogas o las iglesias cristianas quemadas y sus fieles abatidos mientras rezaban. El Secretario General ha pugnado constantemente por combatir el discurso de odio y ha encabezado los esfuerzos de las Naciones Unidas en ese sentido.
Finalmente, se señala que, en junio pasado, la ONU lanzó una estrategia para hacer frente a las incitaciones al odio. La Organización también ha elaborado un Plan de Acción para la Protección de Sitios Religiosos: “Las personas no nacen con odio; la intolerancia se aprende y, por lo tanto, se puede prevenir y desaprender”, ha dicho António Guterres en varias oportunidades.[1]
Para los lectores interesados en contar con más elementos sobre este tema tan relevante, los invito a repasar algunos conceptos emitidos por pensadores de distintas nacionalidades y en épocas diferentes, sobre los asuntos de la paz, que permiten al diplomático, al negociador conducirse adecuadamente.
Al respecto, viene al caso mencionar que el holandés Hugo Grocio -uno de los fundadores del derecho internacional-, recomendaba a gobernantes, reyes y combatientes, la observancia del concepto “buena fe”, así fuera durante una contienda y sobre todo, en el camino del mantenimiento de la paz, una vez terminada la guerra. Entre otras razones, aseguraba que si se preserva la buena fe, se mantiene también viva la esperanza de alcanzar la paz. El mismo Grocio cita a otros pensadores: “La buena fe en el lenguaje de Cicerón, no es solamente el motivo principal por el cual todos los gobiernos están moral o legalmente atados; sino que es la clave por la cual la mayor sociedad de naciones está unida.” Asimismo, “la observancia de la buena fe es un asunto de conciencia –sigue diciendo Hugo Grocio-, para toda clase de reyes o príncipes legítimos y constituye la base para preservar el honor y la dignidad ante otras naciones soberanas.”
La literatura mundial está plena de obras que narran batallas épicas, que han dado origen a múltiples mitos, cuentos, películas y análisis de todo tipo. De igual manera, los textos jurídicos, de derecho internacional, derecho diplomático y derecho de los tratados, entre otros, consignan textos como el de Hugo Grotius, The Rigths of War and Peace, Editor M. Walter Dunne, Washington & London, 1901, pp- 417-418; de la cual se efectúa una traducción libre al español de tratados, convenios, o pactos, en los cuales se asientan las condiciones de la terminación de un conflicto y se expresan loables deseos de vivir en paz.
Uno de los tratados de paz más antiguos es el que firmaron el Faraón egipcio Ramsés II y el Emperador de Babilonia, Hattusilis, en el año 1278 a.d.C. a través de dicho instrumento, ambos gobernantes se comprometieron a no atacar militarmente a la otra parte. Otros tratados famosos como el de la llamada “Paz de Westfalia, de 1648”, puso fin a la llamada “Guerra de Treinta Años”, entre Alemania y Francia por una parte y, entre los germanos y Suecia por la otra; la “Paz de Aquisgrán” de 1748, que puso fin a la guerra de sucesión austriaca. Asimismo, el Tratado de Versalles (Tratado de Paz con Alemania) de 1919, con el cual se da fin a la Primera Guerra Mundial y se crea la Sociedad de Naciones; Tratados de Paz después de la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1945 y la Carta de San Francisco, en virtud de la cual se crea la actual Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Derivado de lo anterior, se puede asegurar que en el transcurso de la historia, se han firmado varios miles de dichos instrumentos de paz; sin embargo, ésta se interrumpe en el momento en que la intolerancia, la prepotencia y la falta de respeto a los derechos de los demás hacen su aparición.
León Tolstoi nos regaló su excelsa novela titulada: “Guerra y Paz”, ubicada en los albores del Siglo XIX, en territorio de la Rusia zarista, cuya nación lucha contra el ejército invasor de Napoleón Bonaparte. En dicha obra, Tolstoi describe la guerra con realismo y la encuentra condenable desde el punto de vista ético, aunque expresa su resignación, al reconocer que existe “como una fuerza que gobierna el destino de hombres y naciones.” En su análisis sobre los conceptos de “guerra” y “paz”, el autor afirma que el ser humano está dotado de razón y que puede muy bien discriminar entre el bien y el mal.
En algún momento de sus reflexiones expuestas en la novela, Tolstoi parece contradecirse al decir que “la guerra es necesaria”, pero también asegura que “es mala, que debe de erradicarse y que es deber de los hombres rechazarla”. Dicha forma de pensar queda condensada en el siguiente párrafo: “La lucha del pueblo ruso contra el invasor fue justa, se trataba de una guerra defensiva para proteger su territorio de la rapiña.”
En obras posteriores del mismo Tolstoi, se condena sin vacilación toda acción bélica y se expresa que no existen suficientes argumentos para defenderla. Dichas actitudes pacifistas se confirman en su ensayo titulado: “The Kingdom of God and Peace”; así como en el libro “On Civil Disobedience and non-violence”. En la Tercera Parte de “Guerra y Paz”, el autor efectúa una detallada -y por momentos bella descripción de la famosa “Batalla de Borodino”, a la llegada del ejército francés a Moscú, la cual vino a enfrentar a Napoleón Bonaparte y al General Kutuzoff. En este capítulo Tolstoi reflexiona sobre la fortaleza de los ejércitos y sobre la posible existencia de la “ciencia militar”, ya que –hablando a través de uno de sus personajes- afirma que el “factor moral” es fundamental en toda guerra, que no puede medirse y que no está sujeto a leyes.
Por su parte, Edmund Jan Osmañczyk, en su “Enciclopedia Mundial de Relaciones Internacionales y Naciones Unidas”, Ed. Fondo de Cultura Económica, México-Madrid-Buenos Aires, 1976, pp. 868-870, también se ocupa de definir el tema a que hacemos referencia. Otros autores como Aníbal Romero, escribió: “Tiempos de Conflicto. Ensayos Político-Estratégicos.” Ed. Asociación Política Internacional, Venezuela, 1986.
Comentario final. No podemos dejar de mencionar como milagros de la creación, el origen del Planeta Tierra y desde luego, la aparición del ser humano. Pero al mismo tiempo, tendríamos qué señalar que su evolución no ha sido armoniosa y mucho menos, se ha logrado una conjunción con la madre naturaleza. Al respecto, el británico Joseph Rotblat, Premio Nóbel de Paz 1955, opinaba que la historia de la humanidad está plagada de acciones que presentan sentimientos encontrados: unas plenas de amor y otras de odio y, algunas más, como paz y violencia; o bien, construcción y destrucción. Según dicho pacifista, el crecimiento poblacional descontrolado ha violentado el proceso natural y en la búsqueda desenfrenada para lograr los satisfactores necesarios para subsistir, se ha agudizado el ingenio, a través de avances científicos y tecnológicos; cuyos beneficios por desgracia, no están al alcance de todos. Inclusive, en múltiples ocasiones, ciertos inventos han sido empleados para fines hegemónicos, para imponer criterios, formas de pensar, o modelos de vida. O simplemente, para la destrucción.
Al respecto, se puede agregar lo dicho por otro pensador en el sentido de que en muchas ocasiones: “El hombre es el lobo del hombre”. En los albores del presente siglo, vislumbrábamos un futuro que nos permitiera restañar las profundas heridas de las cruentas y destructivas guerras que tuvieron lugar durante el Siglo XX. ¿Cómo se puede olvidar el horripilante holocausto sufrido por la nación judía? Y, ¿Qué decir de los otros millones de seres humanos que perdieron la vida durante las dos guerras mundiales? Del mismo modo, la destrucción material de las ciudades y del patrimonio cultural y científico, ¿Acaso fueron pérdidas pasajeras? El empleo en el pasado de las mortíferas bombas atómicas y la posibilidad de hacer uso de otras armas con mayor poder destructivo, no son elementos alentadores de una paz firme y duradera.
En este sentido podríamos parafrasear la siguiente expresión: “Quien no aprende de la historia, está condenado a volverla a vivir…” Ante la violencia como método para resolver las diferencias y las situaciones conflictivas, no debemos de permanecer callados. Debemos de insistir en que siempre se deben de buscar fórmulas para la solución pacífica de las controversias y adaptarlas a cada situación particular. Uno de los principales anhelos de la humanidad es poder vivir en paz, pero la solidez de la misma, estará sustentada en el respeto a los derechos de los demás, en la tolerancia y en la cooperación; tratando de lograr un desarrollo equilibrado, que permita a todos los pueblos del mundo contar con la seguridad de poder llevar una vida digna, como una forma de respetar uno de los derechos universales del hombre.
Desgraciadamente, la civilización actual y todo el bagaje cultural que le precede, están en peligro de desaparecer ante actitudes que merecerían los peores calificativos. Por otra parte, cabe anotar que en el campo de las relaciones internacionales, hemos podido ver cómo en diversas épocas, se han impuesto algunas modalidades en el arte de negociar. En ocasiones, estas han sido dictadas por la costumbre, otras veces por la necesidad de justificar ciertas actitudes políticas de las potencias. En otras más, obedeciendo a los factores geográficos y dentro de ellos, las cuestiones del interés nacional.
Como ya se ha comentado, la literatura mundial está plagada de numerosos mensajes de paz que nos han legado muchos pensadores, filósofos, sociólogos, politólogos, líderes políticos y religiosos, cuya lista de nombres, obras y pensamientos, sería interminable. De todas maneras, no podemos omitir opiniones que aseguran que el género humano se distingue de otros seres, por cultivar sentimientos y acciones encontrados, que van del amor al odio, de la construcción a la destrucción y de la paz a la guerra.
En descargo de lo anterior, viene al caso citar a Juan Jacobo Rousseau, quien afirmaba: “El hombre no nace malo, el medio lo transforma”. Volviendo la mirada a lo que pasa en la actualidad, observamos que en la guerra de Irak y los demás enfrentamientos en Medio Oriente, la efectividad de los medios pacíficos para la solución de los conflictos, ha quedado una vez más en entredicho.
Si tuviéramos qué calificar en forma rigurosa el estallido de cada guerra, tendríamos qué aceptar que cada conflicto, representa otra derrota para nuestra querida profesión diplomática. Dicha situación además de entristecernos, nos hace sentir impotentes ante la fuerza avasalladora de las decisiones de parte de quienes ostentan el poder.
Se podría justificar con ciertos argumentos, que se han realizado grandes esfuerzos -tanto en el ámbito bilateral, como en el multilateral-, para evitar la lucha armada; así como también, se puede asegurar que los agentes diplomáticos, han trabajado sin descanso. Se podría decir que: “La diplomacia, ha estado presente antes, durante y después de los conflictos”.
A riesgo de parecer reiterativo, debemos de reconocer que, desde que el hombre se agrupó en clanes, tribus, naciones, países o estados, han surgido conflictos de intereses. El comportamiento del individuo ha sido estudiado desde diferentes perspectivas, inclusive, a través de sus genes se han buscado posibles causas y respuestas a determinadas acciones.
De igual manera, se han llevado a cabo importantes análisis del comportamiento colectivo; es decir, sobre las sociedades humanas, agrupadas en pueblos o naciones. En ciertos momentos, idealistas como Emmanuel Kant -quien elaboró en 1794 un tratado para “La Paz Perpetua”-, han llegado a vislumbrar la posibilidad de adoptar el concepto de “aldea global”; e inclusive, la creación de un Estado Universal. El filósofo alemán arriba citado sostenía lo siguiente: “Es necesaria una Constitución que garantice la mayor libertad humana, según las leyes que permiten a cada uno coexistir con las libertades de los otros. Solo una sociedad civil que haga valer universalmente el derecho, puede garantizar la paz.” Entre lo que Kant llamó “Bases Definitivas para la Paz Perpetua entre los Estados”, aseguraba que en todo Estado, la constitución política debe ser republicana, que el derecho de gentes se debe basar en una federación de Estados independientes y que debe asegurarse el derecho de “ciudadanía mundial”.
Por su parte el historiador inglés Arnold J. Toynbee en su libro titulado “Cambio de Hábito”, escrito en el año 1965, llega a plantear una pregunta: ¿Es factible un Estado Universal?”, concebido a la manera de una federación mundial de naciones. Para ello, responde que se deben de considerar la gran diversidad de culturas existentes, religiones, costumbres y formas de ver la vida.
En este mismo sentido Sigmund Freud envió -septiembre de 1932-, una carta personal a su amigo Albert Einstein, en la que le hace partícipe de la siguiente reflexión: “Una prevención segura de la guerra solo es posible si los hombres se unen para la instauración de un poder central encargado de arbitrar todos los conflictos de intereses. Aquí se combinan evidentemente dos condiciones: que se cree una suprema instancia de este tipo, y que se le confiera el poder necesario. Una sola de las dos no serviría. Ahora, la Sociedad de Naciones es considerada como la instancia arbitral, pero la otra condición no se ha llenado; la Sociedad de Naciones no tiene un poder propio y puede obtenerlo únicamente si los miembros de la nueva unión, los Estados particulares, se lo ceden.”
Como se puede observar, la humanidad está preocupada por alcanzar una paz duradera, lo que se demuestra en una participación creciente de un número muy importante de agrupaciones de diferentes tipos: Algunos órganos de las Naciones Unidas y Organizaciones no Gubernamentales (ONG’s); así como las iglesias, representando distintas religiones. ¿Quién no quiere la paz? Un ejemplo de lo anterior lo constituye la encíclica “Pacem in Terris” (1963), del ex líder mundial del catolicismo, el Papa Juan XXIII, en cuya introducción se asienta lo siguiente: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios…”.
En esa misma dirección apunta la decisión del Papa Pablo VI, de declarar el 1º de enero de cada año, como el “Día de la Paz”, empezando en 1968. Al inicio del mensaje del líder espiritual se dice: “Nos pensamos que esta propuesta interpreta las aspiraciones de los Pueblos, de sus Gobernantes, de las Entidades internacionales que intentan conservar la Paz en el mundo, de las Instituciones religiosas tan interesadas en promover la Paz, de los Movimientos culturales, políticos y sociales que hacen de la Paz su ideal, de la Juventud –en quien es más viva la perspicacia de los nuevos caminos de la civilización, necesariamente orientados hacia un pacífico desarrollo-, de los hombres sabios que ven cuán necesaria sea hoy la Paz y el mismo tiempo cuán amenazada.”
Para finalizar, compartamos un hermoso pensamiento, que forma parte del Acta Constitutiva de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO):
“PUESTO QUE LAS GUERRAS NACEN EN LA MENTE DE LOS HOMBRES, ES EN LA MENTE DE LOS HOMBRES DONDE DEBEN ORIGINARSE LOS BALUARTES DE LA PAZ”.
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