Seguramente, muchos nos hemos preguntado en más de una ocasión el por qué, a pesar de la difícil situación económica, política y social, además de innumerables casos de corrupción, abuso de poder, arbitrariedades en contra de la población, etc., ninguna persona o grupo social ha reaccionado de manera objetada con el fin de alzarse en un movimiento verdaderamente opositor que represente las auténticas demandas de la sociedad; es decir, la conformación de una acción legítimamente revolucionaria (una Revolución) que tenga la facultad de doblegar al régimen e imponer nuevas reglas que beneficien al común denominador de la población.
Así pues, en el presente artículo, intentaremos analizar el por qué la sociedad mundial pareciera haber caído en el placentero sueño democrático, dejando a un lado sus ideales para ponerlos en manos de una oligarquía, que somete a ésta en una pesadilla tiránica, autoritaria y absoluta.
De unos años para acá, la prensa (nacional e internacional) ha dado a conocer infinidad de casos de corrupción e impunidad que, por simple y llano sentido común, debieran haber dañado ya la estructura del sistema hasta lo más profundo, sin embargo, en un tratamiento apático de la información por parte de la ciudadanía, el sistema parece seguir intacto.
Al parecer, saber la verdad ya no nos importa, es decir, la información ya no tiene relevancia y desvelar los más oscuros secretos ya no produce ningún efecto o respuesta por parte de la población.
Por muchos años, creímos que los luchadores sociales, los informadores audaces y con capacidad de exponer casos de corrupción, podían cambiar las cosas y alterar el devenir de la historia. Muchos crecimos con la idea de que conocer la verdad era crucial para crear un mundo mejor y más justo y que aquellos que luchaban por revelarla eran el mayor enemigo de los poderosos y de los tiranos.
Quizá, durante un tiempo esto haya sido así. Sin embargo, hoy día la evolución de la sociedad y la psicología de las masas nos han llevado a un nuevo y preocupante estado mental, mismo que ni el más duro de los dictadores hubiera podido imaginar; es decir, la utopía de cualquier tiranía: NO ocultar, ni justificar nada ante sus gobernados. Algunos lo llaman “transparencia”.
Así pues, en la actualidad se puede evidenciar de manera pública la corrupción, maldad y prepotencia de un gobernante sin tener que preocuparse de que ello produzca ningún tipo de reacción en la sociedad.
El caso de México es evidente. Un país inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado hasta los huesos por la corrupción en todos los ámbitos: el judicial, el empresarial, el sindical y sobre todo, el político. Un estado que ha rebasado todos los límites imaginables, sin embargo, a pesar de hacerse públicos de forma cotidiana escándalos tras escándalos de corrupción política, los mexicanos seguimos votando mayoritariamente a los mismos partidos, derivando, como mucho, algunos de sus votos a partidos o candidatos “independientes” que de ninguna manera representan una alternativa real.
También, nos han dicho en nuestra propia cara, que todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas, que todas nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y nuestra navegación en internet es controlada y que estamos a nada de vivir en el escenario plateado por George Orwell en 1949, una supuesta novela futurista que más que un género literario, se parece más a un manual o protocolo a seguir por la humanidad en los años venideros: “1984”.
Algo verdaderamente impactante, es que ante estos hechos, a nadie pareciera molestar ni preocupar que el derecho a la privacidad, derecho fundamental del ser humano, sea violentado sin más ni más.
La degradación psicológica de la sociedad ha llegado a tal grado que la propia revelación de la verdad y el propio acceso a la información, la llamada “transparencia”, refuerzan aún más la incapacidad de respuesta y atonía mental.
Hasta aquí, la pregunta que surge ante esta apatía social frente a la verdad de los hechos es… ¿cómo es que han logrado esto?
La respuesta está relacionada, directamente, con el condicionamiento psicológico al que está sometido el Individuo en la sociedad actual, pues los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la verdad, por más escandalosa que ésta resulte, son tan sencillos como efectivos.
Antes de que nuestra mente, por sí misma y con criterios propios, pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que recibimos, somos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que nos distraen e inundan nuestra mente. Es por esta razón que nunca llegamos a valorar en su justa medida, la información que recibimos, por importantes que sean sus posibles implicaciones.
Reiterando lo anterior, simplemente todo se basa en un exceso de información, es decir, en un bombardeo de estímulos tan exagerado que provoca una cadena de acontecimientos lógicos que acaban desembocando en una flagrante falta de respuesta… ¡apatía!
De esta manera, una vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso, aquella en que nuestra posible respuesta quedaría anulada.Y es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una información cualquiera, también reducimos la carga emocional que asociamos a esa información.
En mi experiencia periodística, he podido darme cuenta de que cada escándalo de corrupción expuesto, crea nuevas vertientes de información, mismas que pueden ser manipuladas o contaminadas con datos adicionales falsos, contribuyendo con ello a la confusión y al caos informativo y con ello a nuevas oleadas secundarias de información que nos aturden aún más, haciéndonos adoptar una actitud profusamente más apática.
Si combinamos esta apatía con las tremendas dificultades que enfrentamos día a día, como el hecho de trabajar para comer, tendencias que seguir, grupos sociales a los que debemos pertenecer, etc., se convierte esto en el caldo de cultivo perfecto para que a través de esa sumisión absoluta, estemos a disposición para ingresar sin replicar a un régimen tiránico y absolutista.
De la democracia al absolutismo…
Jeff Thomas, periodista inglés colaborador del medio de comunicación International Man, recientemente ha hablado de cómo, inevitablemente, la democracia termina convirtiéndose en un régimen absolutista y tiránico cuando la sociedad actúa de forma sumisa ante los abusos del estado.
Para Thomas, en el 100% de los casos, una democracia se deteriorará como resultado de que el electorado acepta la pérdida de libertad a cambio de “generosidad” por parte de su gobierno. Este proceso puede derivar en fascismo, socialismo, comunismo o en toda una amplia canasta de “ismos”, pero el absolutismo es el final inevitable de la democracia.
El concepto de gobierno se entiende como una acción en la que el pueblo le otorga a un pequeño grupo de individuos la capacidad de establecer y mantener controles sobre ellos. El defecto inherente de tal concepto es que cualquier gobierno, invariablemente y de manera constante, extenderá sus controles, resultando en que la libertad de aquellos que le concedieron el poder es cada vez más limitada.
Desgraciadamente, siempre habrá quien quiera gobernar y siempre habrá una mayoría de votantes lo suficientemente complacientes e ingenuos como para permitir que sus libertades se eliminen lentamente. Este adverbio “lentamente” es la clave por la que se consigue la supresión de las libertades.
Recordemos el viejo proverbio que hace referencia a “hervir una rana”, en el que si se pone a una rana en una olla llena de agua caliente, la rana saltará y huirá, pero si el agua es tibia y la temperatura se eleva lentamente, se acostumbrará al cambio de temperatura y se dejará hervir inadvertidamente.
Para Jeff Thomas, incluso bajo las mejores formas de gobierno, los que tienen el poder lo acaban pervirtiendo, con el tiempo y por medio de operaciones lentas, hacia la tiranía.
Por ejemplo, a Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos y padre fundador de esa nación, se le considera como un verdadero visionario. Sabía, incluso mientras estaba redactando la Declaración de Independencia y partes de la Constitución norteamericana, que sus proclamaciones, aunque fueran aceptadas por sus compañeros fundadores, no durarían.
Así pues, recomendó que se repitieran las revoluciones populares para contrarrestar la inevitable tendencia de los dirigentes políticos a competir continuamente por la eliminación de las libertades de sus electores. Al mismo tiempo que Jefferson realizaba el comentario anterior, Alexander Tyler, un economista e historiador escocés, comentó sobre el nuevo experimento estadounidense en democracia.
A Tyler, se le atribuyen las siguientes reflexiones:
“Una democracia es siempre de naturaleza temporal; simplemente no puede existir como una forma permanente de gobierno. Una democracia seguirá existiendo hasta el momento en que los votantes descubran que pueden obtener votando generosos regalos del erario público. A partir de ese momento, la mayoría siempre vota por los candidatos que prometen más beneficios procedentes de la hacienda pública, con el resultado de que toda democracia se derrumbará finalmente debido a una política fiscal floja, que siempre va seguida de una dictadura”.
Tanto Jefferson como Tyler eran entusiastas estudiantes de la historia. Sabían que el patrón, a finales del siglo XVIII, ya se había repetido una y otra vez. De hecho, ya en el siglo IV a.C. Platón citó a Sócrates diciéndole a Adeimantus lo siguiente: “El régimen absoluto surge naturalmente de la democracia, y la forma más agravada de tiranía y esclavitud proviene de la forma más extrema de libertad”.
Hoy en día, gran parte de lo que se llamó el “mundo libre” hace sólo medio siglo se ha deteriorado en una combinación de capitalismo residual, que ha sido en gran parte y cada vez más enterrado por el socialismo y el fascismo. Es importante mencionar que la definición de “fascismo”, a menudo malinterpretada, es la fusión conjunta de las corporaciones y el estado, una condición que ahora está claramente establecida en gran parte del antiguo mundo “libre”.
Hoy en día, mucha gente percibe el fascismo como una condición absolutista impuesta por un dictador, pero esto raramente ocurre. De acuerdo con Thomas, el fascismo es de hecho un paso lógico. Así como los votantes sucumben con el tiempo a las promesas del socialismo, así ocurre un declive paralelo a medida que el fascismo lentamente reemplaza al capitalismo. El fascismo puede parecer capitalismo, pero es la antítesis de un mercado libre.
Vladimir Lenin dijo en una ocasión: “El fascismo es el capitalismo en declive”. Lenin comprendió el valor del fascismo para los líderes políticos. Aunque mantuvo una estrecha relación con los banqueros de Nueva York y Londres, y aprovechó un mercado capitalista saludable para las importaciones de la era soviética, sabía que su base de poder dependía en gran medida de negarle el capitalismo a sus secuaces.
Sin duda, no somos los únicos, ya que ha habido un grupo bastante erudito de personas que han analizado el tema de la sumisión social ante un poder absolutista en el transcurso de los últimos 2,500 años.
Así pues, ahora entendemos que la democracia, como una escultura de hielo, nunca perdura. Por lo general, comienzan de manera prometedora, pero, si se les da suficiente tiempo, cualquier gobierno la erosionará tan rápido como los líderes políticos puedan ir haciéndolo, saliendo impunes de sus fechorías y la progresión siempre termina en un régimen absolutista.
Según Thomas, actualmente nos encontramos en una coyuntura histórica importante; es decir, en un momento en el que gran parte del antiguo mundo libre se encuentra en las etapas finales de la decadencia y se acerca a la fase absolutista.
En este punto, el proceso tiende a acelerarse. Podemos observar esto, en el caso de México, a medida que vemos un aumento en las leyes que se aprueban para controlar el aumento de los impuestos sobre la población, el aumento de la regulación y las promesas de generosidad cada vez mayores del gobierno, a pesar de que no tienen los fondos necesarios para cumplirlas.
Cuando cualquier gobierno llega a esta etapa, sabe muy bien que no va a cumplir y que, cuando la mentira se descubra, la población se volverá loca. Por lo tanto, justo antes del final del juego, se puede esperar que cualquier gobierno aumente su estado policial. Las manifestaciones de los gobiernos que lo están haciendo ahora son vistas regularmente.
Demostraciones públicas de las fuerzas armadas en la calle, incluidos vehículos blindados, en casos de manifestaciones, como lo ocurrido en Cataluña. Las manifestaciones autoritarias se han vuelto cada vez más frecuentes. Todo lo que se necesita ahora es una serie de eventos (ya sean escenificados o reales) para sugerir la existencia de un terrorismo interno en varios lugares, más o menos al mismo tiempo. Un estado de emergencia nacional puede ser declarado “por la seguridad del pueblo”.
¿Se le hace familiar esta situación en su país?
Históricamente, la mayoría de las personas en cualquier parte del mundo y en cualquier época, eligen la ilusión de seguridad por encima de su propia libertad. John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos advertía: “Los que quieren cambiar la libertad por seguridad, no tendrán ninguna de las dos cosas”.
Una erupción de “terrorismo doméstico” repentino, como lo sucedido en pasados días en la ciudad de Las Vegas, bien podría ser el presagio de que el gobierno ha llegado al punto de inflexión, cuando se instaura un régimen absolutista bajo el pretexto de “proteger la seguridad del pueblo”.
Así pues, el anhelado sueño de la democracia por parte de los ciudadanos del mundo, se convierte en un proceso inalcanzable en donde éste, inevitablemente, se habría de deteriorar poco antes de concretarse.
De acuerdo a lo anterior, ahora entendemos que la insolencia de los gobernantes y élites de poder ante su exhibición en importantes escándalos de corrupción y la apatía (carencia de espíritu revolucionario) de la ciudadanía al conocer los hechos, es parte de un proceso natural e inevitable del deterioro de un sistema de gobierno al que conocemos como “democracia”.
El autor del presente artículo es L.C.I. y Director de la Revista Digital Enlace México
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