CUBA 1975.
I. Adscripción Temporal:
Transcurrían los primeros días del mes de febrero de 1975, cuando me llamó por teléfono el embajador Joaquín Mercado, por entonces Director General de Asuntos Diplomáticos (hoy Dirección General del Servicio Exterior y Recursos Humanos), para preguntarme si yo estaría en la disposición de aceptar una “comisión temporal” en nuestra representación en La Habana, Cuba. Me explicó que en esa embajada habían nombrado a un embajador político de nombre Edmundo Flores, un poco difícil de carácter, que tuvo problemas con su jefe de cancillería (el consejero Carlos Bado a quien yo conocía y obviamente tenía más experiencia) que ya tenía órdenes de traslado a Tokio, Japón; por lo cual se necesitaba de emergencia a un funcionario que lo supliera por un periodo de tres meses, mientras se designaba a otro miembro del SEM.
La propuesta me sorprendió y me llenó de dudas, pero también me alegraba, pues este nombramiento representaba un reconocimiento a mi trabajo, por lo que le pedí al embajador Mercado unas horas para responderle. Como sabía que el ministro Juan Manuel Ramírez había estado acreditado en ese país, le comenté el asunto y le pedí consejo. Para él la estancia en La Habana no fue muy grata, pues en playas cercanas a la capital cubana ocurrió una tragedia a su familia, ya que un hijo se les ahogó y al parecer nunca pudieron él y Marina su esposa, reponerse de esa pérdida. Pero sí me comentó de los pros y contras de trabajar en un lugar difícil políticamente hablando y con muchas limitaciones, por el régimen socialista impuesto por Fidel Castro y sus seguidores.
Además de lo anterior, estaba el asunto del “traslado temporal”, según el cual solo tenía que soportar tres meses de aquella situación; a cambio, podría tener gratas experiencias al conocer otro país, una sociedad diferente, un sistema económico, político y social de tipo socialista; el trabajo también parecía interesante, pues iba a trabajar como segundo del embajador –en cuanto saliera el consejero a su nuevo destino-, como jefe de cancillería. Me llené de valor y le respondí al Director del Servicio Diplomático que con mucho gusto aceptaba el reto y además le ofrecí que si resultaba tardado el trámite de la transferencia para el pasaje aéreo y otros gastos, yo mismo podía asumirlos y cuando se pudiera que La Secretaría me los regresara. Esto último como que me lo agradeció y todos contentos.
Llegamos a la segunda semana de febrero y en Guatemala, como en otros países, se celebra el día de la amistad, del amor, o de los enamorados. En la casa de Michele -ya para entonces mi novia formal-, organizaron una cena, a la cual fui invitado y para entonces ya tenían conocimiento de mi próximo destino; lo cual llenaba de dudas –creo que sobre todo a Michele- mi posible regreso y la continuidad de nuestra relación. Para aquellos tiempos yo me mostraba como un hombre maduro y formal, por lo cual siempre pensé en respetar los tiempos de mi estancia en Cuba, así como la seguridad de mi regreso.
La cena transcurrió en un ambiente agradable, aunque en las conversaciones se notaba curiosidad sobre mi viaje y el posible retorno. Yo me armé de valor para decir que mis intensiones con Michele eran serias, que efectivamente me iba a ausentar por un tiempo, pero que al regreso formalizaríamos el noviazgo, nuestra relación y todo lo demás. Cuando sentí –o sin sentirlo- parecía que estaba en una pedida formal de la mano de Michele y de todo lo demás. Don Arnoldo y Elbita no dudaron en consentir en que si esa era nuestra voluntad, pues habría que platicar sobre los detalles.
El resto de las acciones se fueron sucediendo como una cascada, pues Michele me dijo que mientras yo estuviera en Cuba ella se encargaría de ir planeando la boda, escoger la iglesia, el vestido, las invitaciones, el salón para la fiesta y muchas otras cosas. Para todo ello le di mi consentimiento y le dejé algo de dinero, pues ya estando en ese camino había que hacer las cosas de la mejor manera.
Viaje con retorno. Pasaron varios días para la preparación del viaje y la recepción de las órdenes escritas de parte de la Dirección de Asuntos Diplomáticos. Viajé a la Ciudad de México para saludar a la familia, con algunas pertenencias porque estaba seguro de que en unos meses regresaría a Guatemala, a cumplir con mis deberes de novio comprometido y próximo esposo. El día sábado 1º de marzo salí del Aeropuerto Internacional Benito Juárez, con rumbo a La Habana Cuba.
Una vez realizados los trámites en Cubana de Aviación, pasé a migración y de ahí a la sala de espera. Llegado el momento fui invitado a abordar la aeronave y fui conducido a mi asiento por una simpática sobrecargo, quien me recibió con mucha amabilidad y cortesía, por tratarse de un diplomático mexicano:
- “Bienvenido a bordo –me dijo-, a usted joven lo voy a ubicar en el mejor asiento del avión, con la mejor vista panorámica, a 10 mil metros de altura. ¡Todo por el mismo precio!”Yo un tanto ruborizado le respondí:
- Muchas gracias señorita, es usted muy amable, es la primera vez que viajo en un aparato de estos y espero que no me vayan a dar los mareos.Con una amplia sonrisa, la hermosa morena, de cuerpo monumental y ojos traviesos, trata de imbuirme confianza:
- Pero chico no te preocupes, que estos «Ilushin rusos» se mueven un poco a ritmo de rumba, pero te aseguro que nunca se han caído. Te voy a traer un café calientico con una pastilla, para que te dé un poco de «relax».
Después de unos minutos, me sentí más tranquilo y disfruté de una hermosa vista desde las alturas.
- «Caray, nunca pensé que las montañas se verían tan chiquitas desde aquí; las carreteras, los carros y las personas, ni se diga, ya ni se pueden ver. El avión parece como que fuera a rozar el volcán Popocatépetl, cuyo nombre significa: ‘El Cerro que echa humo’. También parece como si el avión fuera a posarse sobre los pechos del otro volcán adjunto, llamado la ‘Mujer Blanca o Iztaccihuatl’. Después de este disfrute de la vista, creo que debo de tratar de dormir un poco, pues para terminar de arreglar mi equipaje y para salir a tiempo al aeropuerto, tuve que levantarme un poco temprano».
En el lapso en que dormitaba trataba de poner orden en mis pensamientos, sobre todo tenía muchas dudas sobre mi futuro empleo. Luego de un vuelo en el avión tetramotor-turbohélice de fabricación soviética, cuyo viaje duró aproximadamente tres horas, llegamos al aeropuerto José Martí, donde fui recibido por un fuerte aguacero.
El aterrizaje se produce en forma gradual, como si se tratara de dar tiempo suficiente, para que el pasajero pudiera contemplar en todo su esplendor, la isla y sus hermosas «playas azules». En determinado momento, se escuchan las indicaciones del capitán, dando las gracias por volar en su línea y les adelanta que tendrán una bienvenida cálida, pues en esta época del año la temperatura pasa de los 30 grados centígrados.
Los trámites migratorios se me hicieron eternos y no faltaron las bromas cuando los oficiales cubanos vieron que yo era mexicano, se referían a Jorge Negrete y Agustín Lara; así como a nuestro modo de hablar. En el fondo la bienvenida fue cordial y cálida. A la salida me esperaba el chofer del embajador, quien tras un breve saludo me transportó a la ciudad, para alojarme en el Hotel Capri, del barrio Vedado, cuya reservación la hizo la embajada. Mi cuarto el 1402 (décimo cuarto piso), más o menos confortable, pero que mostraba detalles como las alfombras desgastadas, las llaves del agua oxidadas y carcomidas; las lámparas y otros enseres se notaban antiguos, como reliquias, con más de 20 años de uso. Su costo en dólares de los Estados Unidos no era tan alto y se suponía que mi estancia era por unos días solamente.
Por esos tiempos en las oficinas de la embajada se trabajaba en dos jornadas (mañana y tarde) de lunes a viernes y el sábado solo por la mañana. Todavía el día de mi llegada hubo tiempo para pasar a conocer a los compañeros de trabajo, aunque el embajador no llegó.
El lunes 3 de marzo me presenté como los demás compañeros a las 9 de la mañana. Poco más tarde llegó el embajador Edmundo Flores, de quien ya para esos momentos yo tenía más referencias, después de haber platicado con el Consejero Bado que me había advertido de los arranques temperamentales del jefe de misión –algo así como personalidad bipolar-, así como los motivos por los cuales se pidió su traslado que ocurriría unas semanas después de mi llegada.
Fue el mismo Consejero y jefe de cancillería quien en el transcurso de la mañana pidió hablar con el embajador para presentarme formalmente. La plática fue breve, pero amable, durante la cual le pidió a Bado ponerme al tanto de los principales asuntos de la oficina y que mientras se concretaba el traslado que les echara la mano en las cuestiones culturales y en asuntos pendientes, como los inventarios y otras cuestiones administrativas.
Durante esa misma semana se produjo la visita de un compañero de la Secretaría de Relaciones, Fernando Escamilla, miembro de mi generación de ingreso al SEM, quien llegaba habilitado como “correo diplomático”. Con la valija diplomática en la que se transportaba personalmente la correspondencia oficial, así como otros encargos de nuestros compañeros de oficina –estos formando parte del equipaje del funcionario acreditado-, iban desde latas de chile, hasta fotografías de rollos enviados a México para rebelar.
Con la llegada de Fernando debuté en la vida social de la ciudad, pues nos invitó a cenar a un restaurante del hotel El Nacional y como para mí todo era novedad, observé que al llegar se preguntaba a las personas que esperaban mesa:
- ¿Quién llegó al último?Cuando se recibía la respuesta correspondiente, se le decía:
- Voy detrás de usted.
De esa manera teníamos qué esperar a que se “desocupara” alguna mesa, aunque a simple vista se veían lugares. Pero mis amigos ya sabían cómo funcionaba mejor el sistema de apartado: Llamaban al capitán de meseros y colocándole en la palma de la mano unos dólares le decían:
- Somos de la embajada y tenemos una reservación.
De inmediato el capitán ordenaba que se nos asignara una mesa. Después de estar sentados y ordenar los platillos de un menú no muy vasto, me contaron el resto de las ventajas de comer en estos lugares internacionalizados. Se podía pagar con pesos cubanos. De momento no le di importancia al asunto, pues nuestro visitante era el que invitaba. Comimos muy bien y disfrutamos de una convivencia sana y alegre entre verdaderos camaradas.
Otro detalle que me sorprendió del servicio en el bar del hotel mencionado fue que de entrada, te ponen una botella de ron y los parroquianos o clientes se van sirviendo a discreción; al pedir la cuenta el mesero mide el nivel de líquido que contiene la botella y el cobro era solo sobre lo consumido.
En virtud de que mi amigo Fernando estaría dos o tres días en La Habana antes de regresar a México, me preguntó si ya conocía otros lugares de la ciudad. Yo le dije que realmente solo había caminado por el malecón para hacer un poco de ejercicio. Entonces me propuso que fuéramos a comer a un restaurante muy famoso y elegante llamado “Las Ruinas”, situadas en un complejo recreativo y cultural del llamado Parque Lenin. Nos fuimos en taxi y llegamos a buena hora, aproximadamente a las dos de la tarde.
Como antes digo y según me había adelantado mi amigo el sitio era elegante, con muebles coloniales, lámparas de cristal emplomado al estilo “art noveau”, y grandes vitrales, donde se aprovechó la existencia de una casa ruinosa de más de 150 años de antigüedad, para formar un conjunto con prefabricados industrializados y candiles modernos; toda una joya, construida en 1972.
En esta ocasión había tanta gente que no funcionó la “untada de mano” al capitán de meseros, ya que tuvimos que esperar en el bar cerca de dos horas para sentarnos a comer. Para empezar pedimos unos bocadillos, los cuales llegaron –después de apurarles un poco- casi una hora después. Para traernos el platillo fuerte, otra hora, menos mal que ya teníamos algo en el estómago; total que en dicha comida pasamos aproximadamente cuatro horas.
Para mis adentros, pensaba si yo podría adaptarme a esas costumbres, a esa situación tan difícil, viniendo de un sistema capitalista donde el pagar te garantiza –casi siempre- prontitud y buen servicio. El otro aspecto que no me gustó es que la cuenta me pareció muy elevada –en pesos cubanos- y pensé en colaborar con algunos dólares para que a mi compañero no se le acabaran los viáticos. Él no aceptó mi ofrecimiento y nos regresamos a la embajada, donde todavía se encontraban nuestros compañeros de oficina. Posteriormente, compartí con el canciller Alfredo mi preocupación por el costo de la comida, pero él me dijo que no me preocupara, que Fernando no se iba a quedar pobre.
Al regresar a mi hotel empecé a preocuparme por el asunto de la relación entre el salario que iba a percibir y el gasto que representaba el hospedaje, las comidas, lavado de ropa y transporte. Aunque el costo del hotel no era alto (pagaba 20.00 pesos cubanos, equivalentes al cambio oficial a $25.00 dólares diarios y cada alimento en el mismo lugar costaba entre 5 y 8 dólares aproximadamente. Según mis cálculos, mis ingresos mensuales en Cuba -de acuerdo a mi categoría de tercer secretario-, serían de poco más de 40.00 dólares diarios, con lo que solamente el pago del hospedaje, más comidas, me absorbían buena parte de tales ingresos y no me quedaría nada para mis otros gastos; mucho menos para enviar algo a mi familia en México, o para ahorrar algo para el compromiso que se me avecinaba, como era el casamiento a mi regreso a Guatemala.
En La Secretaría se pensaba que en Cuba, la vida no valía nada; es decir, que como el sistema socialista teóricamente provee de todo lo necesario a la población, los bienes y servicios, deberían de ser baratos o al alcance de todos, lo cual dista mucho de ser la realidad. Ahora bien, como la mayor parte de los productos nacionales estaban racionados y reservados en su mayoría para los cubanos, los diplomáticos podíamos comprar lo necesario en un supermercado del gobierno, conocido como “Cubalse”; solamente que todo habría que pagarlo en dólares, con lo cual no resultaban baratos.
La segunda semana transcurrió de manera normal, excepto porque de inmediato el jefe de misión me lanzó al ruedo, al pedirme que en su representación asistiera el 7 de marzo a una ceremonia dedicada a México y al Día Internacional de la Mujer, en la Escuela Primaria José M. Lazo de la Vega, ubicada en un barrio de La Habana. Yo me sentí en mi ambiente, pues me recordaba mis años del magisterio, además de que representaba una oportunidad para platicar con profesores de educación básica de un sistema educativo muy distinto al mexicano. El embajador ordenó a su chofer que me llevara al centro escolar, donde fui recibido por la directora, otros maestros y algunos padres de familia.
El festival llevó el nombre “Así es México” y en muchos sentidos me sorprendió el grado de conocimiento que se tenía de mi país: historia, costumbres, canciones y hasta modismos. Se desarrolló un programa que comprendía algunas declamaciones por parte de alumnos y la ejecución de bailes mexicanos bastante bien ejecutados, vistiendo trajes típicos adecuados a la ocasión.
Por mi parte, pronuncié unas palabras para agradecer el esfuerzo de maestros y alumnos para preparar la representación de que fui testigo; sabiendo de lo difícil que pudo haber sido conseguir todo lo necesario, en una sociedad en la que resaltaban carencias materiales y de otro tipo; así como las dificultades para la comprensión de una cultura distinta, tan cercana y tan distante al mismo tiempo. Francamente quedé cautivado por aquellos profesores y alumnos, que con tan poco hicieron mucho.
Los niños ya sean cubanos, guatemaltecos o mexicanos, muestran sentimientos nobles y son capaces de dar calidez a las expresiones de otros pueblos, a través de las canciones, bailes, poesías o pensamientos.
Realmente me tocó en suerte ser testigo de testimonios de afecto a México y pude apreciar que ellos se sentían agradecidos por contar con la presencia de un representante diplomático mexicano, sin importar el nivel de la representación. Para finalizar este hermoso acto, procedí a obsequiar un lote de libros sobre mi país, destinados a la biblioteca del plantel escolar. Asimismo, ya en la oficina de la dirección, estuvimos unos minutos platicando con los profesores, sobre los sistemas educativos de ambos países, acerca de los contenidos de los programas, métodos y técnicas de la enseñanza.
Sin importar las diferencias ideológicas o de sistema político en cada país, se logró un acercamiento sincero con el grupo de esforzados maestros de la Escuela Lazo de la Vega, quienes me obsequiaron las fotografías que aparecen arriba y una libreta para apuntes con la leyenda del “Día Internacional de la Mujer”, que se celebraba el día siguiente.
Como antes se dice, el 8 de marzo es la fecha de la celebración mundial del Día Internacional de la Mujer y con ese motivo se anunció la llegada de una delegación de mujeres mexicanas, integradas por algunas senadoras, diputadas y otras lideresas mexicanas. Sobre lo cual me tocó ser testigo incómodo de la forma como se manejan ciertos asuntos al más alto nivel. Yo estaba al lado del embajador Edmundo Flores cuando le pasaron una llamada telefónica, se trataba de la esposa del entonces Secretario de Relaciones, Emilio O. Rabasa y que decía presidiría la delegación de más de 200 mujeres, para lo cual pedía o exigía que se preparara una recepción en la residencia de la Embajada, o en otro lugar, a la cual invitarían a un número similar de representantes cubanas y de otros países que asistirían al Congreso de La Habana.
Con cierta paciencia el embajador estaba tratando de explicarle a la señora que la situación en Cuba era muy difícil y que no podría conseguir lo necesario para atender debidamente a tal número de personas. La señora de Rabasa acostumbrada a ordenar insistía en sus planes y no aceptaba un no, hasta que don Edmundo se tiró de los pelos, la barba y de lo que tenía a la mano, para con voz fuerte y cortante decirle:
- Mire señora, ya le expliqué que aquí no se consigue comida de un día para otro. En todo caso, dígale al Secretario que aquí no es restaurant ni nada parecido.
En cuanto colgó el teléfono se mostraba encolerizado y siguió echando unos cuantos florilegios de nuestro lenguaje autóctono, pero de barrio. Pasado ese momento enojoso seguimos platicando sobre el famoso festejo femenino, que nos traería ocupados por algunos días:
- Ustedes no se preocupen, yo voy a hablar con el Presidente Echeverría y le explico todo. Pero tenemos que meterle todo para atender a todas nuestras visitantes.
Para entonces, ya había llegado el Consejero Carlos Vado y juntos le aseguramos de que nos encargaríamos de que todo saliera bien, pues la visita ya llevaba tiempo preparándose, solo lo del banquete fue una ocurrencia de último momento. CONTINUARÁ
Dejar una contestacion