IX. EL DIPLOMÁTICO EN BUSCA DEL ESCRITOR.

Esta tentativa de ensayo explora la relación entre escritura y diplomacia en una brevísima serie de ejemplos contrastantes sin pretender en modo alguno alcanzar una síntesis o conclusión definitiva. El uso de la escritura en la diplomacia, a partir de los ejemplos aquí expuestos, se muestra flexible según las circunstancias de que se trate. En más de una ocasión se advierte el imperativo de usar la escritura como una táctica para crear un margen de maniobra para defender el interés nacional y no comprometerlo con aseveraciones incontestables que reduzcan los espacios de negociación de la política exterior de cualquier país. En ocasiones más bien raras la práctica de la escritura diplomática llega a derivar en la creación literaria.

Uno de los mayores ejemplos de un político y diplomático que también cultivó la literatura es Nicolás Maquiavelo (1469-1527), padre de la ciencia política moderna con su clásico El Príncipe, quien también escribió, entre sus muchas obras, La Mandrágora, una comedia en cinco actos. Para los propósito de este texto, sin embargo, debe citarse su Epistolario: 1512-1527, en particular la carta dirigida a Rafael Girólami, en su momento recién nombrado embajador en España: “y si bien alguna vez es necesario esconder con palabras alguna cosa, es preciso hacerlo de modo que o no aparezca, o si aparece, sea pronta y rápida su defensa…”

En abono a lo anterior cabría citar dos ejemplos de diplomáticos célebres quienes con un sesgo humorístico definieron el oficio de la escritura diplomática:

  1. Sir Henry Wotton (1568-1639), político y diplomático británico, afirmó: “Un embajador es un honorable caballero enviado al exterior para mentir por el bien de su país.”
  2. Por su parte, el ilustre político y diplomático francés Talleyrand-Périgord (1754-1838), quien tuvo una actividad destacada durante la Revolución francesa y en el periodo napoleónico, aseguró que cuando un diplomático dice “sí” quiere decir tal vez, cuando dice “tal vez” quiere decir no, y cuando dice “no” no es un diplomático

Entre estas dos afirmaciones hay un centenar de matices de gris.

Por esto en diplomacia la claridad combinada con la ambigüedad, la contradicción y hasta la omisión son recursos indispensables. Por ejemplo, en la cumbre Rusia-China de mayo pasado, el comunicado conjunto en sus versiones en chino y en ruso presenta discrepancias importantes, pese a que los líderes de esos dos países han pactado una amistad sin límites. La versión en chino indica que Rusia apoya el principio de una sola China y que por lo tanto Taiwán es partede la República Popular China. La versión en ruso solo dice que Taiwán es parte de China. Respecto a la crisis del Mar Meridional de China el texto ruso dice, con obvia ironía, que apoya los esfuerzos de China a favor de la paz y la estabilidad en esa parte del Pacífico, pero no se pronuncia a favor de los reclamos marítimos de Beijing.

Por otro lado, si bien estos documentos diplomáticos se ciñen a formatos establecidos –por ejemplo en un tratado, un comunicado conjunto, una nota diplomática, un memorándum de entendimiento, etc-, siempre debe hacerse el esfuerzo por evitar la retórica exaltada que tanto criticaba nuestro Premio Nobel de la Paz 1982 Alfonso García Robles (1911-1991); el Premio fue compartido con la diplomática sueca Alva Reimer Myrdal. En todos los documentos que se escriban, ceñidos o no a un formato preestablecido, conviene tener la humildad de consultar los diccionarios, corregir lo escrito tantas veces como sea necesario, omitir los lugares comunes, favorecer una sintaxis simple, eliminar las redundancias, usar la voz activa en vez de la voz pasiva y favorecer la brevedad.

Todas las cancillerías prefieren esta brevedad, si bien hay excepciones notables. Por ejemplo, en 1946 el longevo diplomático estadounidense George Kennan (1904-2005), en su calidad de encargado de negocios en la embajada de EUA en Moscú, envió al Departamento de Estado el llamado “largo telegrama” (5,000 palabras) que definiría la política de contención aplicada por Washington a la Unión Soviética. Kennan, lector asiduo de la obra magna de Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, de Plutarco y sus Vidas paralelas, de Shakespeare y del gran escritor ruso Turguéniev, aplicó una sensibilidad literaria para entender la psicología de la máxima dirigencia en la URSS.

En ambientes menos formales como las recepciones diplomáticas por días nacionales, en ocasiones muy raras el o la representante de algún otro país llega a incurrir en un comentario negativo sobre México. Por ejemplo, cuando Vicente Riva Palacio (1832-1896) era ministro en la legación en Madrid y concurrente en Lisboa, enfrentó un comentario por demás de tonto provocativo: “-Ustedes –le dijo una persona- creían que bestia y jinete eran la misma cosa. -Y lo seguimos pensando”, replicó Riva Palacio. Se necesita agudeza verbal para responder a comentarios de este tipo, y dar por terminado el incidente.

Durante los periodos de la Reforma y el Porfiriato hubo generaciones de escritores brillantes que también fueron diplomáticos, como el propio Vicente Riva Palacio, Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) y otros muchos. Son parte de nuestros clásicos. Federico Gamboa (1864-1939), por ejemplo, autor de la novela Santa (1903), fue diplomático de carrera y efímero titular de la SRE con el traidor y asesino Victoriano Huerta. Ambos tuvieron un trato accidentado. Al tomar posesión el presidente estadounidense Woodrow Wilson se negó a reconocer el gobierno espurio de México impuesto por Huerta. Wilson también aplicó un embargo de armas tanto a Huerta como a los constitucionalistas. Washington condicionó el reconocimiento a Huerta si se cumplían 3 condiciones: cese al fuego, elecciones libres y la exclusión de Huerta como candidato. Huerta rechazó la propuesta pero no rompió las negociaciones. Gamboa entonces dirigió varias notas de retórica exaltada a la Embajada de EUA que cerraron cualquier tipo de arreglo con Washington y que además suspendieron el embargo de armas para los constitucionalistas, a lo que se añadió la ocupación del puerto de Veracruz por los marines de EUA en abril de 1914. Se dice que, al enterarse del tono de las notas diplomáticas enviadas por Gamboa a la embajada estadounidense, Huerta afirmó: “Me fregó mi secretario de Relaciones Exteriores con su literatura.”

Otros diplomáticos excepcionales como Genaro Estrada (1887-1937), el autor de la doctrina que lleva su nombre, escribió la no muy exitosa novela Pero Galín (1926) donde se burla de la literatura nostálgica de la época virreinal que cultivaban autores como Artemio del Valle-Arizpe (1888-1961), cuyas obras renuevan sus ediciones con frecuencia. Además de personalidades como Alfonso Reyes (1889-1959) y Octavio Paz (1914-1998), hay decenas y decenas de diplomáticos-escritores que trabajaron o trabajan por México: entre ellos el propio Matías Romero[2] (1837-1898), José Juan Tablada (1871-1945), Genaro Fernández Mac Gregor (1883-1959), el historiador Daniel Cossío Villegas (1898-1976), el también historiador José Fuentes Mares (1918-1986), Enrique Berruga Filloy -autor de seis novelas-, Jorge Valdés Díaz-Vélez (premio nacional de poesía 1998), Alejandro Estivill Castro (actual embajador en Etiopía) y muchos más.

Hay que destacar dos casos excepcionales por sus méritos en el derecho y en la investigación histórica: Ramón Xílotl Ramírez, tratadista del derecho consular y del derecho internacional con una amplia obra jurídica. Por su parte, Cuauhtémoc Villamar es autor del libro Portuguese Merchants in the Manila Galleon System, 1565-1600, publicado en mayo de 2023 por una de las mayores editoriales de investigaciones académicas más prestigiadas de todo el mundo: Routledege.

Un ejemplo de cómo un diplomático ha combinado con éxito su carrera y su inclinación por escribir literatura se encuentra en Jaime Torres Bodet (1902-1974), quien fue director general de la UNESCO entre otros cargos prominentes. Torres Bodet además ha dejado un testimonio único de cómo las tareas diplomáticas, dentro y fuera de la oficina, llegan a ser tan absorbentes que para escribir textos personales hay que hacerlo a altas horas de la noche o los fines de semana como lo cuenta Torres Bodet en su ensayo “El diplomático en busca del escritor”, incluido, como ya se indicó, en sus Memorias: El desierto internacional, La tierra prometida, Equinoccio. Escribe Torres Bodet: “En las noches libres, ¡cuántos horizontes me proponía, sobre mi mesa, la página empezada!… Encendía la lámpara vigilante; revisaba los textos interrumpidos; oía la lluvia menuda sobre la acera. Mi mujer había subido a descansar. El rumor de la capital [París] principiaba a adormecerse. Y comenzaba, entonces, mi amanecer: el despertar de la frase exacta en la cual pudiese caber entera la idea precisa, o el del poema…”

Por desgracia en ocasiones la carga de trabajo ahoga el impulso creativo. Algunos escritores-diplomáticos se han visto obligados a renunciar a la literatura. Un caso notorio es el de José Gorostiza (1901-1973), quien respondió de manera tajante a la pregunta del porqué ya no escribía literatura:“ – ¿Cómo quiere que escriba poemas si todo el día repito ‘acuso recibo suyo’?” Y peor aún fue el caso de Rosario Castellanos (1925-1974) quien por un accidente inconcebible falleció a los 49 años cuando era embajadora de México en Israel. Tal vez si no hubiera aceptado el cargo diplomático habría escrito varios volúmenes más de su gran literatura.

Así, ante la falta de tiempo libre para escribir textos personales, no extraña que después de su jubilación algunos diplomáticos escriban sus memorias, publiquen ensayos en periódicos y revistas, y a veces libros de relatos, crónicas o poesía, y hasta textos humorísticos como vías de escape para la rigidez de las notas diplomáticas. Un colega en retiro, Luis García Erdmann, ha publicado un exitoso Compendio diplomático, mientras que entre las nuevas generaciones del SEM una joven diplomática, Loren Monserrat Cruz Sandoval, es autora de un imprescindible manual de protocolo.

Antes de concluir me atrevo a sugerir a los jóvenes profesionales de la diplomacia, si por arte de birlibirloque llegan a leer este ensayo, que ante un traslado inminente incluyan en su equipaje al menos uno o dos libros de los autores esenciales de la literatura del país o la ciudad de destino. Esto les permitirá entender la mentalidad de su nuevo país de residencia y los proveerá de alguna cita literaria útil para romper el hielo con sus interlocutores oficiales y los ayudará a ganarse la simpatía de los ciudadanos de a pie.

Y, ahora sí por último, hay que volver a Maquiavelo y su carta a Girólami en lo que respecta a los informes políticos donde nunca debe privar la tendencia a pontificar de los malos diplomáticos, que también los hay:

“Estas cosas todas consideradas bien y bien escritas, os traerán grandísimo honor; y no solo es necesario escribir una vez, sino que conviene cada dos o tres meses refrescarlas con tal destreza, agregando los accidentes nuevos, que parezca prudencia y necesidad y no sabihondería.”


  1. El título de este comentario tiene su origen en el libro de Jaime Torres Bodet: Memorias. El desierto internacional, La Tierra Prometida, Equinoccio, reunidas bajo un mismo título en 1981.
  2. Romero, Matías, Diario personal, 1855-1865, El Colegio de México.

 

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