IX. DIPLOMACIA Y LITERATURA: ÓRBITAS PARALELAS.

A la memoria de Ignacio Solares (1945-2023)

Teoría. Las convergencias entre diplomacia y literatura se fincan en el uso del lenguaje. La esencia de la diplomacia se da en el diálogo y la negociación. En estos tiempos difíciles en el ámbito internacional, las voces más sensatas llaman al diálogo para encontrar vías de entendimiento a fin de resolver controversias, evitar conflictos comerciales, respetar y proteger los derechos humanos, abrir expectativas para la paz sobre bases negociadas a través del diálogo y nunca a través de la coerción o la imposición de una sola de las partes. La posibilidad de entendimiento de los negociadores procede en parte de su habilidad para argumentar y entender los puntos fuertes y débiles de la contraparte. Las técnicas de la argumentación en la filosofía occidental tienen profundas raíces en los clásicos griegos y latinos: Aristóteles, Cicerón y varios más.[1]

No menos importante es un autor de lengua española: Baltasar Gracián, en especial su libro El discreto. En la práctica diplomática, además de las negociaciones bilaterales y multilaterales que transcurren de viva voz entre los participantes, también existen formatos bien establecidos para redactar documentos diplomáticos: informes políticos -a veces confidenciales-, notas verbales, tratados, convenciones, comunicados a los medios. En un comunicado de prensa, por ejemplo, son tan importantes la claridad como la ambigüedad o la total omisión de algún punto irresuelto, pues como dice el proverbio chino: una vez dichas las palabras ni el caballo más veloz las alcanza. La literatura también puede tener sus formatos establecidos en especial en el caso de la poesía: el soneto, el haikú, etc., si bien las formas narrativas tienden a explorar nuevas fórmulas para regocijo de la crítica especializada, con extremos notables como la novela Finnegans Wake de James Joyce o las obras de Jon Foss, Premio Nobel de Literatura 2023. Aquí conviene resaltar que en modo alguno los diplomáticos de carrera están obligados a escribir literatura, pero sí están obligados a escribir mucho y bien como parte fundamental de sus tareas.[2]

La diplomacia y la literatura son oficios rigurosos y requieren un alto grado de profesionalismo y, sin hipérbole, hasta de una devoción. Para personas ajenas a los círculos diplomáticos resulta fácil caer en estereotipos ofensivos para los profesionales de la diplomacia. Quien se dedica a la diplomacia no se afilia a una burocracia dorada ni se esconde tras un dialecto de formalidades. Todo lo contrario. Los profesionales de la diplomacia dejan su país, dejan de ver a sus familiares y a sus amistades, se enfrentan a retos complejos en cada uno de los países donde cumplen con su trabajo.

Las dificultades se presentan por las diferencias culturales, los diferentes idiomas y hasta el clima. Los diplomáticos llegan a enfrentar ambientes hostiles en otros países: exabruptos xenofóbicos, terrorismo, turbulencias políticas, protestas violentas, pandemias y hasta la guerra tal y cual ocurrió a la embajadora Olga García Guillén durante la invasión rusa a Ucrania. Quienes más resienten estas dificultades de la profesión diplomática son las mujeres porque México todavía no cuenta con el marco reglamentario que garantice con la suficiente amplitud sus derechos.

El oficio literario también tiene sus exigencias inescapables: encierros prolongados, noches en vela, búsqueda incesante de la palabra justa para expresar con originalidad algo nuevo. Quienes hacen el esfuerzo de escribir literatura no son grafómanos; son creadores que hacen de un esfuerzo extraordinario una rutina cotidiana. Si se combinan los dos oficios, las cosas se vuelven casi imposibles. Octavio Paz encontraba tiempo para cumplir con brillantez sus obligaciones de embajador en la India (1962-1968) y coordinar al mismo tiempo la antología de poetas modernos y posmodernos de México titulada Poesía en movimiento: México 1915-1966, cuando no existían el correo electrónico ni el fax. Sergio Pitol, agregado cultural en la Embajada de México en Varsovia (1972-1975), bebía ríos de café de Coatepec para cumplir con sus obligaciones diplomáticas y concluidas éstas darse tiempo para escribir su literatura y recibir a escritores que buscaban su consejo como el español Enrique Vila-Matas.

Diplomáticos y escritores comparten además su capacidad para observar. Ambos buscan comprender a las personas y su realidad; entienden los conflictos humanos e identifican sus expectativas. Por eso no es casual el paralelismo entre ambos oficios. Alfonso Reyes escribió sobre el diplomático francés Lionel Vasse durante su estadía en México: “Bajó del balcón a la calle. Se mezcló con la gente. La acompañó a sus fiestas, sus duelos, sus esperanzas.[3] Hay también ejemplos de diplomáticos cuya esposa es quien escribe o traduce. Madame Calderón de la Barca[4] escribió un libro fundamental para nuestra historia: La vida en México. En contraste confieso que fui testigo del caso de un diplomático de carrera y reconocido escritor cuya esposa era políglota. Ella traducía poesía del griego clásico y moderno, del latín y el italiano, además de varias lenguas de Europa del Este; su esposo corregía y editaba las traducciones y luego las publicaba bajo su célebre firma. Aquí hablaríamos pues de injusticia poética.

Las órbitas de la diplomacia y literatura se enlazan cuando el representante de México cita de memoria ante funcionarios del país receptor algunos versos de la literatura del país anfitrión: se abren en ese instante las puertas para un entendimiento superior con los interlocutores. Esto no se enseña en la academia diplomática -por el momento-; es más bien producto del esfuerzo personal por conocer la literatura, el arte, la música del país anfitrión como vía para negociar mejor con nuestros interlocutores extranjeros. Cada país tiene sus peculiaridades y sus temas sensibles. En países como China hay que saber a quién se cita y a quién no. Si por accidente un diplomático mexicano recuerda que Octavio Paz definió a Mao Zedong como un mediocre poeta académico, la credibilidad del miembro del servicio exterior queda hecha añicos en la República Popular. Para andar en caballo de la hacienda en este tema, hay que citar a poetas chinos de la celebérrima antología 300 poemas de la dinastía Tang o 唐诗三百首; eso contribuye a confirmar el conocimiento del diplomático de uno de los mejores ejemplos de la literatura china clásica y genera sorpresa y siembra confianza en los interlocutores. Los miembros del servicio exterior debieran contar con una guía de al menos dos o tres libros de la literatura más brillante para cada uno de los países de destino. Estos libros serían apenas un punto de partida para luego conocer y leer a los escritores jóvenes en el correspondiente país.

De la teoría a la práctica. Durante más de ocho años viví en China comisionado por el servicio exterior mexicano. Los dos primeros años estudié chino de tiempo completo en la Universidad de Lenguas y Cultura de Beijing, para luego pasar a la embajada de México donde me ocupé de los asuntos políticos. Cuando terminaba el cuarto semestre empecé a leer a varios poetas chinos contemporáneos. Me entusiasmaron tanto los poemas de la escritora Shu Ting que traduje varios al español; luego traduje a otros poetas jóvenes hasta que reuní una veintena de textos. En esa época Hugo Gutiérrez Vega, diplomático de carrera en retiro, poeta y actor de teatro, dirigía el suplemento “La Cultura Semanal” en el antiguo diario La Jornada. Hugo publicó mis traducciones y semanas después recibí por valija diplomática varios ejemplares del suplemento. Lo primero que se me ocurrió fue llevar un ejemplar del suplemento al Instituto Cervantes de Beijing. La directora del Instituto se entusiasmó tanto al leer mis traducciones de nueva poesía china al español que tiempo después me invitó a participar como ponente en un coloquio sobre Octavio Paz en el que también participaron la sinóloga mexicana Flora Botton, maestra de El Colegio de México, y el escritor Aurelio Asiain, el último secretario de redacción de la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz. Durante el coloquio conocí a varios investigadores de la Academia China de Ciencias Sociales del área de literatura. Me sentí privilegiado al recibir las felicitaciones del embajador de España en China, admirador de Octavio Paz.

En la embajada de México cumplía con una ingente pero satisfactoria carga de trabajo cuando se produjo la pandemia de la neumonía atípica, llamada SARS por la Organización Mundial de la Salud. Los primeros brotes se dieron en el sur de China y luego se extendieron al norte en varias direcciones. El virus, antecedente de la actual COVID, tuvo efectos severos en Beijing, pero no tan devastadores como la actual pandemia. En esos días de encierro y para no perder la práctica de manuscribir los caracteres chinos llevé un diario personal. Ahí documenté esos tiempos difíciles: habían cerrado las escuelas de todos los niveles, se suspendieron espectáculos públicos, no hubo funciones de la ópera de Pekín, los restaurantes limitaron el acceso. Beijing era una ciudad desolada. Los templos del budismo tibetano y del taoísmo que visitaba con regularidad permanecían abiertos. Los habitantes de la capital china saturaban los templos para encender varitas de incienso ante los altares y se prosternaban una y otra vez al orar. Esas imágenes han perdurado muy vivas en mi memoria porque reavivaron las ancestrales supersticiones chinas en busca de buenos augurios en un año aciago: el año de la Cabra.

Después de varios meses la epidemia de SARS se esfumó y la vida en la ciudad volvió poco a poco a la normalidad. Se reanudaron las visitas de las delegaciones mexicanas y los intercambios culturales y académicos. En este ámbito se produce la visita de un académico del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey -el Dr Vìctor López Villafañe-, quien va a ofrecer un curso corto sobre relaciones internacionales en una universidad de la capital. Tengo la suerte de organizar esta visita y de apoyar al académico mexicano durante toda su estadía. Me pregunta cómo es la vida en Beijing, la comida, la vida diplomática. Respondo que las cosas han mejorado mucho después de la pandemia de SARS. Y entonces noto que su interés crece de súbito. El profesor del Tec quiere saber todo sobre la pandemia. Le doy detalles, le cuento anécdotas. Se queda un momento pensativo y sugiere que me dé a la tarea de escribir un libro sobre mis experiencias en esos meses del virus atípico. Me ofrece publicarlo. De ahí surge lo que será mi crónica Los oráculos de Beijing, libro publicado por el Tec de Monterrey y la Editorial Eón.

A medida que transcurre el tiempo mi interés por la nueva literatura china se acrecienta y me lleva a descubrir a un joven escritor de nombre Yu Hua. Leo en chino su novela 兄弟 (xiongdi) o “hermanos” en español, una novela de 500 o 600 páginas. Busco más obras de Yu Hua y me encuentro con un libro de cuentos reciente. Quiero traducir uno de esos cuentos. Recordé entonces al académico que conocí durante el coloquio sobre Octavio Paz. Visito al académico y le pido su ayuda para platicar con Yu Hua y ver la posibilidad de que me autorice traducir y publicar uno de sus cuentos. Se da el encuentro. Yu Hua me autoriza a que traduzca lo que me guste de su obra. Traduzco un cuento al que titulo en español “El niño del atardecer”, que luego publica la Revista de la Universidad Nacional, febrero de 2008, dirigida entonces por el novelista, dramaturgo y periodista Ignacio Solares, fallecido este 2023, quien tiempo atrás había sido jefe de redacción de la revista Plural, dirigida por Octavio Paz. “El niño del atardecer” fue el primer texto de Yu Hua traducido al español.

En diciembre de 2005 se otorga el Premio Cervantes a Sergio Pitol. Mucho tiempo después la Academia China de Ciencias Sociales[5] lo invita a Beijing a dar una conferencia sobre El Quijote. El investigador de la Academia que conocí durante el coloquio sobre Octavio Paz me envió una invitación para asistir a esa conferencia. A su vez la Embajada de España le ofrece una recepción y con sorpresa recibo una invitación con la firma del embajador español, otro conocido del coloquio sobre Paz. Aprovecho la ocasión para concertar una entrevista con Pitol. El resultado de esa plática se publicó en la Revista de la Universidad Nacional, abril de 2013, -todavía dirigida por Ignacio Solares- bajo el título “El mago de Beijing”.

Mis traducciones de poesía china y de un cuento de Yu Hua, la publicación de mi libro Los oráculos de Beijing y hasta la entrevista con Sergio Pitol las compartí con amistades dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores de China y también del Comité Central del Partido Comunista Chino. Esas amistades me brindaron información oportuna y hasta confidencial a la que apenas un puñado de diplomáticos extranjeros tenía acceso. La vida en China entonces desbordaba optimismo, algo que ahora parece extinguirse. Y, bueno, como dice el lugar común: todo lo demás es literatura.


  1. Respecto a la forma en que la civilización china aborda el tema, mi referencia es Guillaume Pauthier, Confucius et Mencius. Les quatre livres de la Philosophie morale et politique de la Chine, Paris, 1852
  2. A este respecto hay que recordar las seis recomendaciones para escribir de George Orwell en su ensayo Politics and the English Language: 1. Nunca uses una metáfora, un símil u otra figura retórica que veas a menudo impresa; 2. Nunca uses una palabra larga cuando una corta sea suficiente; 3. Si es posible eliminar una palabra, elimínala; 4. Nunca uses la voz pasiva cuando puedas usar la voz activa; 5. Nunca uses una frase extranjera, una palabra científica o un modismo si puedes pensar en su equivalente cotidiano; 6. Ignora cualquiera de estas reglas antes de atreverte a decir alguna barbaridad.
  3. Alfonso Reyes, Obras completas VIII, p. 114
  4. Madame Calderón de la Barca fue la esposa del primer ministro plenipotenciario de España en México, Ángel Calderón de la Barca. El nombre de soltera de la autora era Frances ErskineInglis, escocesa. El título original del libro: Life in Mexico during a Residence of Two Years in that Country, Londres, 1843.
  5. Sergio Pitol había trabajado por algunos meses como corrector de estilo en la Editorial de Lenguas Extranjeras de Beijing tiempo antes de que se desatara la Revolución Cultural.

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