En vista de que al emba le da ahora por escribir con inusitada frecuencia e inexplicable tendencia, habrá que realizar un referendo que indique si sus lectores (¿?) desean seguir siendo torturados por su extraña perorata, o si desean acogerse al “embaexit”, que según las encuastas (dícese de encuestas hechas por cuates para cuates) dará como resultado la deportación del misterioso personaje, con todo y su inmunidad diplomática. ¡Que hable el pueblo!
· Pero mientras tanto aquí va otro de sus usuales disparates.
Cuando anda uno de metiche en campañas políticas se entera de cosas tan obvias que no se explica por qué no se había enterado antes, por lo menos el emba se enteró de que el tema del momento, el reclamo más tenaz, la molestia más pronunciada y el origen de la irritación, se encierran en una sola palabra: corrupción. Podría decirse que el rechazo a la corrupción es unánime, salvo por el visible grupo de los que la practican alegremente, que no son pocos.
Hace algún tiempo se dijo (lo dijo EPN) que en nuestro país la corrupción es un fenómeno cultural, algo así como lo que se aprende a temprana edad y se refuerza en la escuela. Las reacciones fueron diversas, desde aquellos que ven corruptos por doquier y de verdad creen que no tenemos remedio, hasta los que tratan de justificar sus propias conductas y las de sus allegados, cobijados en la indefectibilidad (¡ajúa!) del asunto. Pero también hubo reacciones en contra de la aseveración, principalmente de los millones de mexicanos que nunca han incurrido en faltas de ese tipo.
Hay que confesar que el total y absoluto desorden que observamos cotidianamente da motivo al pesimismo, sobre todo cuando las reglas de conducta social establecidas en leyes y reglamentos parecen más bien recomendaciones. ¿Por qué es tan general la ignorancia de los reglamentos de tránsito? ¡Qué digo ignorancia, el desprecio! He oído decir con manifiesto coraje cómo un agente de tránsito “me sacó doscientos pesos el muy pillo! ¡es un corrupto! Pero no deja huella el hecho de que también el que da el dinero comete un delito, amén de que si pagó fue porque había una falta cometida. En fin, los argumentos a favor de que se trata de un aspecto de nuestra cultura parecen tener peso, pero también puede ser que lo cultural sea simplemente aprender a “jugar con las reglas del terreno”.
Si es usted aficionado al beisbol habrá observado que antes de que se “cante el playball”, los umpires se encuentran con ambos manejadores y discuten las reglas del terreno, es decir, qué pasa si la bola pega en una lámpara y cae al campo, o si un batazo se estrella en la barda hacia la mitad de su altura, etc. Eso obedece a que los terrenos no son idénticos y por tanto hay que acordar cómo se manejarán las incidencias. Pues bien, de eso hablo cuando hago referencia a que la corrupción en México es un asunto de cultura relacionado con las reglas del terreno.
Así, un mexicano cuya conducta sale de lo señalado por las normas, o bien se aprovecha de alguna situación imperante en su localidad, lo que está haciendo es aprovechar las reglas del terreno. En eso sí hay un elemento cultural, dado que esas conductas se aprenden, pero no significa que sean parte intrínseca e nuestra cultura, sino que jugamos en un campo y obedecemos a sus reglas. Saber que nada pasará si se viola ley permite un gran margen de maniobra no necesariamente existente en otras latitudes.
· Les pongo un ejemplo que creo ilustra el dicho y conduce al hecho:
En la frontera norte se cuenta la fábula de los dos perritos que se encuentran a mitad del puente y se saludan (los perros tienen un idioma universal). El americano le pregunta al mexicano a qué va a su país y le contesta que quiere pasarse un tiempo en un lugar limpio, donde sepa a qué atenerse cuando cambia el semáforo, donde no circulen bicicletas por la acera, etc. A su vez el mexicano pregunta a qué vienes a mi país y el gringuito responde “a ladrar”.
¿Que por qué traigo esto a colación? Pues porque esa es la conducta habitual en aquella frontera. Los mexicanos se vuelven ciudadanos ejemplares en cuanto cruzan el puente, respetan las señales y los reglamentos y jamás se atreverían a ofrecer soborno a un policía. Pero los americanos son lo opuesto, en cuanto llegan a México se vuelven mexicanos, es decir, ya no hacen alto, circulan por el carril de dar vuelta, exceden los límites de velocidad y tiran basura por la ventanilla.
· En otras palabras, ambos juegan con las reglas del terreno.
Sé de muchos paisanos que han triunfado en Norteamérica como empresarios, siempre de acuerdo con lo que es usual allá. No esperan que su compadre llegue a Alcalde o Gobernador para que les dé contratos, procuran saber cómo le hizo el rico del pueblo para acumular su fortuna y se enteran de cómo funcionan las cosas en ese terreno, así que se adaptan y proceden de conformidad.
Son los mismos mexicanos que acá se vuelven “la peluda”, seguros de que la impunidad les dará cobijo. Y no son solamente los políticos, o los funcionarios públicos, no, por cada corrupto hay por lo menos un corruptor y la ineficiencia es también una forma de corrupción. Pero hay también múltiples burócratas honestos, en todos los niveles. Vivir del sueldo solamente no es tontería, el que se enriquece ilegalmente no es el más vivo, es el más deleznable. Pero ni somos todos ni es esa conducta un elemento de nuestra cultura.
Saludes
El emba, descorrupcionado.
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