A pesar del origen alemán de mi apellido materno – Kuehne –, el idioma de Goethe y Schiller se perdió en mi familia por varias generaciones hasta que yo lo recuperé, de manera fortuita, en 1965.
En enero de ese año, por una recomendación de la embajada de México en Austria, a cargo de Doña Amalia González Caballero de Castillo Ledón, destacada feminista y primera mujer embajadora en nuestra historia diplomática, mis padres me inscribieron en un renombrado colegio austriaco, Theresianische Akademie, mejor conocido como Theresianum. La experiencia de ser uno de los pocos alumnos extranjeros en ese estricto internado, y sin saber una palabra de alemán, tuvo una influencia muy importante en mi vida y trayectoria profesional.
El dominio del alemán, adquirido durante ocho años de estudio en el Theresianum y cuatro años adicionales como estudiante universitario y colaborador de nuestra embajada en Viena, habría de tener un impacto determinante en mi carrera en el Servicio Exterior Mexicano (SEM).
En resumidas cuentas, me convertí, hasta donde tengo conocimiento, en el único miembro del SEM en haber estado acreditado como diplomático en todos los países de habla alemana: canciller en Austria (1973-1976); encargado de negocios ad hoc en la ex República Democrática Alemana (1990); embajador en la República Federal de Alemania (2003-2009); y embajador en Suiza, concurrente ante Liechtenstein (2013-2017).
Formación “Theresianista”
El Theresianum, fundado por la emperatriz Maria Theresia en 1746 en la antigua residencia de verano de los monarcas Habsburgo- Favorita -, predecesora del palacio de Schönbrunn, sufrió varias transformaciones a lo largo de su existencia. Originalmente fue concebido como un colegio para hijos de la aristocracia y la alta burocracia de la Corte Imperial vienesa; con la anexión de Austria por los nazis en 1938,fue una escuela para hijos de funcionarios y oficiales asociados al régimen nacionalsocialista; durante la ocupación de Viena por parte de los Aliados al término de la II Guerra Mundial, sirvió como cuartel general de las fuerzas soviéticas; y, finalmente, con la recuperación de la soberanía de Austria, en 1955, se reinauguró como un colegio público con énfasis en una educación integral, tanto humanística como científica, y el aprendizaje obligatorio de cinco idiomas: alemán, inglés, francés, ruso y latín.
Para efectos de mi futura carrera en el SEM, resultó providencial que el Theresianum compartiera su sede con la Academia Diplomática de Austria. Como adolescente, el contacto con internacionalistas de diversos países que cursaban estudios de maestría en dicha Academia, tuvo una influencia decisiva para consolidar mi interés por las relaciones internacionales y la diplomacia.
Otra lección importante que me dejó el Theresianum fue la de concientizarme sobre mi responsabilidad especial, como el único alumno mexicano, de representar dignamente a mi país. Recuerdo con orgullo las diferentes presentaciones que me correspondió realizar en clase sobre la historia y el patrimonio cultural de México, un país desconocido para la mayoría de mis condiscípulos. En cierto sentido, allí se gestó mi vocación como “embajador” de México.
Intermezzo Olímpico en Múnich
Al concluir el bachillerato en el Theresianum en junio de 1972, mi plan original era viajar a México para iniciar mis estudios universitarios. Sin embargo, unos días antes de emprender mi retorno a la patria, tras nueve años de vivir en Europa, se me presentó mi primera oportunidad laboral, en gran medida gracias a mi conocimiento del alemán.
Se dio la feliz circunstancia que el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, en ese entonces presidente del Comité Olímpico Mexicano y miembro del Comité Olímpico Internacional, en un encuentro casual de amigos le comentó a mi padre que estaba buscando un asistente-intérprete para apoyarlo en la Olimpiada de Múnich en agosto de ese año.
Así fue cómo, literalmente caída del cielo, tuve la inolvidable experiencia de vivir de cerca el “espíritu Olímpico” bajo las órdenes de un mexicano de prestigio internacional como Don Pedro. Además de las emociones deportivas de los Juegos y de acompañar a mi jefe en diversas actividades oficiales, también me tocó el trágico atentado terrorista del grupo palestino Septiembre Negro en contra de la delegación de Israel, que le costó la vida a once de sus atletas y cambió para siempre el concepto de seguridad en grandes gestas deportivas internacionales.
“Milusos” de embajada
Al término de la Olimpiada, viajé a México donde intenté inscribirme en la carrera de Relaciones Internacionales en diferentes instituciones académicas, entre ellas la UNAM (que estaba en huelga) y el Colegio de México (que no tenía ingreso a dicha carrera ese año).
Ante esta para mi desesperante situación, y en contra de la voluntad de mi padre, quien me insistía en permanecer en México para arraigarme y conocer mi país, tomé la decisión de regresarme a Austria donde tenía yo pase directo a la Universidad de Viena. Para poder financiar este acto de “rebeldía”, me vi obligado a buscar trabajo, en paralelo a mis estudios universitarios.
Para mi fortuna, la embajada mexicana tenía una vacante de empleado local cuyo principal requisito era el conocimiento del alemán y disposición para realizar todo tipo de tareas de apoyo (contestar teléfonos, atender consultas del público, revisar la prensa austriaca, traducir textos del y al alemán, entre otras). En pocas palabras, un auténtico “mil usos”.
Al cabo de unos meses, opté por dejar ese trabajo para poder asistir a los cursos de verano de la Universidad de Viena en Strobl, a orillas del lago Wolfgang, cerca de Salzburgo. Sin embargo, sin mi conocimiento previo, el recién designado embajador en Austria, Dr. Ulises Schmill Ordóñez – quien en los noventas habría de fungir como ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación – había gestionado con el secretario Emilio O. Rabasa que se me extendiera un nombramiento permanente de canciller, el rango inicial del escalafón de la rama administrativa del SEM.
Pininos diplomáticos en Viena
Al concluir el curso de verano, el 1º de agosto de 1973 orgullosamente me estrené como miembro del equipo diplomático de la embajada en Viena, donde permanecí hasta mayo de 1976, cuando fui trasladado a México, adscrito a la Dirección General de Organismos Internacionales de la SRE.
Fue mucho lo que aprendí en estos primeros pininos de mi trayectoria, muy formativos gracias a las generosas enseñanzas de extraordinarios jefes como los embajadores Ulises Schmill Ordóñez y Jorge Eduardo Navarrete, así como la jefa de Cancillería Pilar Saldívar, mi primera maestra en el lenguaje y los procedimientos formales del SEM; tanto que sería imposible plasmarlo en este limitado espacio.
Sin embargo, me gustaría compartir una anécdota relacionada con mi dominio del alemán, ocurrida durante la visita de Estado a Austria del entonces presidente de México, Luis Echeverría Álvarez, la primera de las numerosas visitas presidenciales en las que colaboraría durante mi carrera diplomática.
El segundo día de dicha visita, de acuerdo con el protocolo austriaco, le correspondía al presidente de México ofrecer una cena oficial de reciprocidad en honor del jefe de Estado de Austria. Esa mañana, el presidente Echeverría había visitado una escuela forestal en las afueras de Viena donde se había encontrado con un grupo de estudiantes mexicanos. Fiel a su “estilo personal de gobernar”, les extendió una invitación para asistir a la cena de gala de esa noche.
Cuando llegaron al palacio señorial donde tenía lugar la cena, los estudiantes fueron detenidos por elementos de seguridad que no estaban enterados de la inusual invitación presidencial. Tras un momento de total confusión, finalmente se recibió la instrucción de dejarlos pasar. El líder del grupo estudiantil manifestó su deseo de dirigir unas palabras al presidente Echeverría para agradecerle su invitación y dedicarle unas canciones con su guitarra.
Acto seguido, se suscitó el problema de quién podría traducir las palabras de nuestro compatriota y, sin deberla ni temerla, fui lanzado al ruedo. Cumplí con esa nada fácil encomienda lo mejor que pude, interpretando la “arenga” política del estudiante en un lenguaje entendible para los invitados austriacos, entre otras personalidades, el presidente federal Franz Jonas, el cardenal primado Franz König y el canciller federal Bruno Kreisky. Aparentemente con tan buen resultado que el presidente Echeverría me mandó llamar con un oficial del Estado Mayor Presidencial y, para mi alivio, me felicitó señalando que el cardenal König le había dicho que no sólo había yo demostrado un manejo impecable del alemán sino también un considerable don para la improvisación.
Pastoreando a líderes de la Internacional Socialista
En mayo de 1976, recién trasladado a México para asumir nuevas funciones en la Dirección General de Organismos Internacionales, por conducto del Subsecretario de Relaciones Exteriores, José S. Gallástegui, se me confirió la comisión especial de fungir como enlace de líderes de la Internacional Socialista, quienes habían sido invitados por el presidente Echeverría a una serie de eventos organizados por el flamante Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo.
Para mi gran satisfacción, mi responsabilidad consistió en atender a los líderes de habla alemana, nada menos que Willy Brandt (autor de la Ostpolitik de Alemania y Premio Nobel de la Paz 1971) y Bruno Kreisky (jefe de gobierno de Austria de 1970 a 1983 y un comprometido impulsor de la paz en Medio Oriente y de la causa de Palestina). Fueron dos intensos días de “pastoreo”, en los que fui testigo de interesantísimas conversaciones, además del privilegio de convivir con personalidades emblemáticas que habrían de dejar huella en el escenario europeo y mundial de la segunda mitad del siglo XX.
Con el Dr. Kreisky permanecí en contacto y hubiese sido un privilegio fungir como su enlace como copresidente de la Cumbre del Diálogo Norte-Sur, celebrada en Cancún en noviembre de 1981. Desafortunadamente, motivos de salud le impidieron asistir a dicho histórico evento internacional, precursor de las cumbres del G20, por lo que tuvo que ser sustituido en la presidencia de los países del Norte por el entonces primer ministro de Canadá, Pierre Elliott Trudeau.
Testigo de la Unificación Alemana
En el verano de 1990, estando comisionado como jefe de Cancillería en nuestra misión diplomática en Londres, bajo las órdenes de mi admirado jefe y mentor, el ahora embajador emérito Bernardo Sepúlveda, recibí la honrosa encomienda del secretario Fernando Solana de trasladarme a Berlín Oriental para reemplazar a la embajadora Rosario Green como titular de nuestra embajada ante la República Democrática Alemana (RDA). El subsecretario Andrés Rozental me advirtió que sería una comisión especial de incierta duración, ante la inminencia de la unificación de las Alemanias tras la caída del Muro de Berlín, y para la cual se requería de un funcionario con dominio del alemán, razón por la que se había pensado en mí.
Con entusiasmo asumí ese estimulante reto que, debido a la sorprendente celeridad de los acontecimientos, duró escasos dos meses, del 1º de agosto al 3 de octubre, pero que, sin duda, fue una de las experiencias más interesantes de mi carrera. En efecto, el conocimiento del idioma me ayudó a seguir de cerca los debates en los parlamentos y en los medios de comunicación de ambos países, en torno a los complejos aspectos, tanto internos como internacionales, de las negociaciones finales entre las dos Alemanias y los cuatro Aliados de la II Guerra Mundial.
El haber sido testigo presencial de la desintegración de la RDA y de la vertiginosa consumación de la Unificación, hasta entonces impensable, fue una vivencia realmente histórica que me marcó como persona y como diplomático. Entre los recuerdos que guardo de ese memorable episodio, destaca la sencilla pero emotiva ceremonia que organizamos, el 3 de octubre, para clausurar nuestra embajada en Berlín Oriental – arriando la bandera y desmontando el escudo nacional – y entregársela simbólicamente al embajador Juan José Bremer, quien en esa fecha asumió la representación de México ante la nueva Alemania unificada.
Retorno a Alemania
Con emoción, trece años después de tan histórica experiencia, regresaría yo a Berlín, esta vez como embajador ante la República Federal de Alemania. Si bien mi nombre había figurado en anteriores ternas para representar a México en ese gran país – hoy en día nuestro principal socio económico en Europa -, no fue sino hasta 2003 que finalmente se concretó mi nombramiento ante la necesidad de sustituir al embajador Jorge Eduardo Navarrete, mi antiguo jefe en Viena y en la Subsecretaría de Asuntos Económicos de la SRE. Tras un prolongado y complejo proceso de ratificación de mi designación por el Senado de la República – por razones políticas ajenas a mi persona –, en agosto de ese año inicié funciones en una de las embajadas más bellas que tiene México en el mundo, diseñada por los arquitectos Teodoro González de León y Francisco Serrano.
En una ciudad como Berlín, que apenas en 2000 se había convertido en la capital diplomática y sede de las representaciones extranjeras acreditadas ante el gobierno alemán, el manejo del idioma fue de gran utilidad para abrirme puertas y facilitarme el contacto con importantes interlocutores de diversos sectores.
Entre las personalidades políticas con las que tuve el privilegio de sostener interesantes conversaciones figuraron los arquitectos de la Unificación, Helmut Kohl y Hans-Dietrich Genscher, así como altos funcionarios del gabinete saliente encabezado por Gerhard Schröder y, posteriormente, del nuevo gobierno presidido por la canciller federal Angela Merkel, a quien tuve el honor de acompañar en su visita oficial a México en mayo de 2008.
Otra de las ventajas de mi dominio del alemán, fue que a los seis meses de haberme acreditado, apartándose de la práctica protocolaria basada en la precedencia por antigüedad, el Grupo de Embajadores de América Latina y el Caribe (GEALC) me eligió unánimemente como su presidente, encargo que desempeñé durante más de cinco años hasta el término de mi gestión diplomática en abril de 2009.
Una de las tareas principales del presidente del GEALC consistía en representar al grupo y fungir como su vocero en todo tipo de actos oficiales. Con particular agrado recuerdo las intervenciones que tuve en las cenas de gala de la Asociación Empresarial Alemana para América Latina, cuyo invitado de honor era cada año un diferente mandatario de nuestra región. Así, me tocó hablar en nombre del GEALC frente a los presidentes de Paraguay, Nicanor Duarte Frutos (Dresde, 2004); del Uruguay, Tabaré Vázquez (Hamburgo, 2005); de Chile, Michelle Bachelet (Stuttgart, 2006); y de Panamá, Martín Torrijos (Hamburgo, 2007); así como el primer ministro de Trinidad y Tobago, Patrick Manning (Múnich, 2008).
Pecaría de omisión si no reconociera que, más allá del conocimiento del alemán, el principal “aliado” de todo embajador mexicano en Berlín es el maravilloso edificio sede de nuestra misión diplomática. Durante mi gestión, fueron innumerables los eventos que se desarrollaron en la embajada, tanto los organizados por México como por instituciones alemanas que nos la pedían “prestada” para sus actos de alto nivel. Mención especial amerita la serie de actividades de promoción que se llevaron a cabo en ocasión del Mundial de futbol en 2006, incluyendo la primera edición de la iniciativa “Una Probadita de México” que, debido al éxito obtenido en Alemania, posteriormente se replicó en los Mundiales de Sudáfrica (2010); Brasil (2014); y Rusia (2018).
Sin embargo, si tuviera que escoger el más atractivo y concurrido de los eventos realizados en nuestra sede, me inclinaría por la “Fiesta Mexicana” efectuada al término del memorable concierto “Cumbre de las Estrellas de la Ópera” ofrecido por el maestro Plácido Domingo, junto con la soprano rusa Anna Netrebko y el tenor mexicano Rolando Villazón, en el magnífico escenario Waldbühne en vísperas del juego final del Mundial. Todo un acontecimiento de gran impacto – con comida, bebidas y música mexicanas – que puso en lo más alto el nombre de México y de su embajada en Berlín.
El eslabón helvético
A finales de noviembre de 2012, al concluir mi gestión como enlace de la SRE con el equipo de transición del entonces presidente electo Enrique Peña Nieto, se me preguntó cuál sería mi preferencia para mi siguiente puesto. Tras una breve ponderación de varias opciones, planteé prioritariamente la titularidad de nuestra embajada en Suiza, misma que se me concedió prácticamente de inmediato. Mi elección se debió a diversos factores, siendo uno de los más importantes el dominio del alemán, así como el manejo de otros dos idiomas oficiales (francés e italiano) de ese país eminentemente multicultural.
Otro elemento importante en mi decisión fue el hecho que, como director general de Protocolo de la SRE (2009-2012), Suiza fue uno de los países que más visité en los procesos preparatorios de la participación del presidente de México en las reuniones anuales del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) en el pintoresco poblado alpino de Davos. En total, entre 2010 y 2017, me tocó atender siete de dichos encuentros (tres como jefe de Protocolo y cuatro como embajador en Suiza), todo un récord en el SEM, además de una de las experiencias más interesantes por el alto nivel de los participantes y la calidad de los debates sobre temas de gran relevancia y actualidad, pero también una de las más demandantes debido a la complejidad logística de su organización.
Durante mi gestión en Berna, y en función del singular sistema suizo de rotación anual de la jefatura del Estado entre los siete integrantes del Consejo Federal, tuve el privilegio de tratar a cinco presidentes de la Confederación Helvética, incluyendo al (todavía hoy) ministro de Economía, Johann Schneider-Ammann, cuya visita oficial a México, en noviembre de 2016, cerró con broche de oro la conmemoración del 70 aniversario del establecimiento de nuestras relaciones diplomáticas.
Mi misión en Suiza, un admirable país de una belleza natural incomparable, rebasó todas mis expectativas al confirmar el enorme potencial que existe entre las dos naciones como aliados y socios en los ámbitos político, económico, cultural y de cooperación. Además de ser uno de los líderes mundiales en materia de competitividad e innovación, Suiza comparte con México múltiples afinidades en foros multilaterales y en temas de la Agenda 2030, como quedó de manifiesto en nuestra colaboración como facilitadores de la negociación del Pacto Mundial sobre Migración adoptado en diciembre de 2018.
Representó, asimismo, junto con la concurrencia de Liechtenstein, el eslabón faltante para completar mi cadena de adscripciones de habla alemana y, en lo personal, me trajo nostálgicos recuerdos de mi primera experiencia escolar fuera de México, en la Villa St. Jean International School de Friburgo, en 1963-1964, antes de mi ingreso al Theresianum de Viena.
Si bien Suiza no fue mi último puesto previo a mi retiro del SEM tras más de cuatro décadas de servicio, sí constituyó, en cierto sentido, la culminación de mi carrera diplomática al recibir en abril de 2017, estando todavía acreditado en Berna, la honrosa distinción presidencial de embajador eminente de México.
- El autor es embajador eminente de México, jubilado. ↑
Muy mocionante y conmovedor. Felicidades y gracias por el trabajo realizado por nuestro país.