Al término de cada año, algunos acostumbramos analizar lo ocurrido durante el año que culmina. Para esta ocasión, la cuenta de meses vividos en el extranjero me resultaron mayores al tiempo vivido en suelo mexicano. Números similares me resultaron en años anteriores. 2019 y 2020 eran comprensibles porque fueron los años de la pandemia. En ese entonces me encontraba fuera del país cuando muchos otros adoptaron medidas para viajeros. Abordar aviones se consideró peligroso. Lo mejor era no moverse, además, las vacunas en México nunca fueron de fácil alcance, ni confiables. Así, aproveché mi estancia en EUA, donde tuve libre acceso a las vacunas (COVID, Flu, varicela, entre otras), facilidad en el abastecimiento de comestibles y tranquilidad para atender ahí todos mis asuntos, pues todos estos eran posibles vía electrónica.
Sí, luego de mi retiro laboral en la SRE, mis nuevas ocupaciones están en México, también mi domicilio y mi pago de impuestos; pero también es cierto si digo que vivo fuera del país, pues es fuera donde paso más tiempo. Mis años en el SEM me hicieron cotidiano vivir en otros lugares, sin apego a ninguno, pero apreciando a su gente, valorando sus costumbres y añorándolos cuando llegaba la hora de partir. Cuando de continuo me preguntan qué lugar me gustó más, la respuesta es: todos. Porque todos, sin excepción, tienen valores y costumbres que merecen aprecio. Pero una cosa es la población de un país y otra muy distinta sus autoridades.
Decidí retirarme del SEM unos años antes de la edad de jubilación. La razón: Luego de casi 40 años de brindar mis servicios con entusiasmo, me encontraba harto de un sistema falto de orden y dirección; así como la carencia de una política exterior clara y definida que, de haberla, las autoridades, simplemente, no la atendían (y creo siguen sin hacerlo). Tuve muchas dudas para tomar la difícil decisión. Me aferraba al SEM. Era parte importante de mi vida (esto parece anuncio de tienda departamental, pero no lo es), de la vida de mi familia. Era todo. Pero también me quedó claro que sólo estaba asido a un cabo imaginario. Con ello en mente, entendí que los ciclos deben cumplirse y entonces fue que decidí dar el paso.
Regresé a México con sobrada alegría. Tenía la ilusión, ahora sí, de recorrer el país, de realmente conocerlo y sin límite de tiempo. Un país que conocía mucho en papel pero poco, muy poco, en la realidad. Lo había visitado más como turista que como residente, aunque mis visitas, al lado de mi familia, se concentraban en la CDMX (mi lugar de nacimiento) y muy poco en el interior. A nivel mundial los precios en México son bajos, pero si consideramos transportación, comidas, hospedaje y diversiones para 4 personas por espacio de 30 días (el máximo de días que los miembros del SEM tenemos de vacaciones cada año), nuestros ahorros entonces resultaban insuficientes para andar de turistas en nuestro propio país. Esa es una de las razones por la que muchos de mis colegas prefieren vacacionar en lugares cercanos a sus lugares de adscripción (incluso quedarse en casa y aprovechar el tiempo para conocer el país y la ciudad misma donde viven), aunado a que el derecho a recibir pasajes aéreos para regresar a México solo se nos brinda cada dos años. Pero eso fue antes, pues según me cuentan, hoy, la SRE, no tiene dinero para pagar los traslados de su personal y menos su menaje. Lástima, un servicio que llegó a ser respetado por su seriedad, vuelve al subdesarrollo y a sembrar desconfianza.
Los trámites de jubilación (o retiro, como me insistieron dijera en las oficinas del ISSSTE para definir con claridad mi caso) son lentos, excesivamente lentos; y farragosos. A esto debemos agregar la desinformación, amplia desinformación, pues si bien años atrás personal del SEM se dio a la tarea de escribir un manual para dirigir y facilitar los trámites que deben enfrentar quienes se jubilan o retiran; con el paso de los años, ese documento se volvió obsoleto y carente de información básica, como direcciones actualizadas de las oficinas a las que debe uno dirigirse. La dirección de personal (cuyo nombre cambia con cierta asiduidad), en realidad debería atender estos asuntos, propiciar reuniones con todas las oficinas externas que participan y acordar mecanismos de solución expedita para el personal que pasa a retiro o jubilación. Así como nuestro salario deja de llegar a la adscripción que dejamos y pasa casi en automático a la nueva oficina, de igual manera debería de ocurrir con todo trámite relacionado con nuestros derechos de retiro o jubilación. Vivimos en una era digital, por lo que es incomprensible que el gobierno, que al inicio de labores nos exigió comprobar nacionalidad e identidad, mediante la presentación de acta de nacimiento, de reciente expedición, y documento oficial vigente de identificación, luego de 40 años de servirle, nos exija la misma documentación para reconocer derechos de jubilación (documentos que, a fin de cuentas, están en las mismas oficinas de gobierno) ¿Para qué jugamos a trasladarlos de un lugar a otro y luego regresarlos? El gasto es innecesario, para todos, y sólo congestionamos una ciudad que ya resulta invivible por su sobrepoblación. El hecho es que, en mi caso, pasaron más de tres meses para culminar con esos trámites e iniciaran los pagos de retiro. Así que, como muchos otros colegas, me vi en necesidades apremiantes porque el dinero que llevaba fue insuficiente para atender gastos cotidianos.
Reitero, terminar con tal odisea, es un asunto que sí debería atender la dirección de personal. Pero esta oficina tiene otras prioridades. Por lo general, se pone en manos de personas que no pertenecen al SEM. Si, entiendo, la persona en quien recae la dirección general está ahí para atender compromisos personales o políticos del secretario(a) del ramo y no las necesidades que pudiera requerir el SEM, encargado de atender nuestra política exterior, repito, si la hubiera. Esta persona, a su vez, prefiere, para atender sus obligaciones (no las que le ordena la ley sino las que le dicta su jefe), contar con personal de su propia confianza. En suma, gente igualmente desconocedora del funcionamiento del SEM, de las relaciones internacionales y de la misma administración pública; y claro, en su mayoría sin estudios relacionados con los temas que en realidad deberían de atender: administración pública, derecho, relaciones internacionales o economía, entre las más apremiantes. Si, también debo reconocer que algunas de estas personas hacen esfuerzos enormes para comprender su trabajo y algunos, con el tiempo, cuando ahí los dejan, muestran amplia comprensión de los temas y necesidades, llegando a realizar trabajos dignos de reconocimiento. Para ellos y ellas, mi felicitación y aprecio.
Pero la realidad, sin embargo, es que tal dirección general no entiende lo que es el SEM, sus necesidades y requerimientos, pues, como dije antes, ese no es el trabajo que se les solicita. Por momentos, hemos llegado incluso al grado de encontrarnos con propuestas tales como querer enviar al exterior a todo el personal del SEM y dejar en oficinas centrales sólo al personal “político” (nombre que se da al personal que no es de carrera; es decir, el designado por autoridades en turno, sin mediar ningún tipo de examen, o requerimientos serios). En suma, una propuesta de divorcio que no contempla qué hacer con la casa y los hijos.
Pero volvamos al inicio, de hecho, ya no vivo en México. En 2023 sólo visité mi casa un par de veces; y en ambas ocasiones permanecí muy pocos días. A diferencia de la alegría que sentí a mi regreso al país luego del retiro (lo que consigné entonces en estas mismas páginas), ahora, en mis dos visitas, sentí amplia desilusión. La gente que busca sus autos perdidos en los baches invita a los visitantes a creer haber llegado a una ciudad en guerra; la mancha gris de colonias en franco deterioro se ensancha (los autodenominados “desarrolladores”, que bajo el manto de autoridades rapaces tiran casas y en su lugar levantan edificios, regularmente con acabados baratos pero que venden a muy alto precio, incrementan el caos vial y la sobrepoblación). Donde antes vivía una familia ahora viven 30 ó más y los servicios, generalmente malos e insuficientes, se vuelven inaccesibles. El desorden es imperante. El transporte público (peseros, metro y camioncitos viejos, en los que me acostumbro mover porque detesto manejar en una jungla de conductores histéricos), es deprimente. Y a todo esto hay que sumar la inseguridad.
Es casi imposible no sentir temor en diversos momentos de mi andar por la CDMX; y en general, por todo el país. ¡Qué lamentable!
Pero estas líneas, despreocupadas, las escribo desde Hawaii (Maui, para mayor exactitud), frente a la inmensidad y aparente tranquilidad del Océano Pacífico. Lugar al que ahora me traen mis nuevos asuntos. Y que me hacen recordar mi adolescencia en suelo mexicano, donde a mis hermanos y a mí no nos preocupaba tener llaves de casa. La puerta se dejaba abierta a cualquier hora del día porque el robo a casa-habitación no era asunto cotidiano.
Al amigo que me dejó su casa y su auto en esta isla, donde junto con mi familia he pasado las festividades de fin de año, le pedí no olvidar dejarme las llaves, pero su respuesta fue: Si, de la casa hay una llave, pero la verdad no recuerdo dónde la dejé. Pero no te apures aquí nadie cierra con llave; en cuanto al auto, lo mejor es dejarla pegada porque luego se pierden en la arena.
Sí, aquí se respira paz y tranquilidad. Una tranquilidad que hace tiempo perdimos en México y que por ahora no va a volver (y menos si nos seguimos “transformando”). Tengo miedo de regresar a mi país. Creo que más me convendrá por ahora seguir sin rumbo.
Mario Velázquez Suárez (enero 2024).
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