El comercio es una actividad tan remota como la historia humana. Temprano en su evolución el hombre descubrió que le eran útiles o necesarios bienes y artículos que poseían en abundancia sus vecinos, o cuando entendieron los líderes de una comunidad que los excedentes de la producción propia (cosechas, ganado, metales, etc.) debían ser intercambiados. El sitio donde había de realizarse el trueque siguió con naturalidad los pasos de los productores.
Herodoto refiere que los lidios -vecinos de los griegos- inventaron el mercado al menudeo y fueron los primeros en acuñar moneda. Aunque griegos y vikingos fueron dotados navegantes y mercaderes, corresponde a los fenicios el honor de ser los mayores comerciantes de la antigüedad. Igual que Herodoto, otros autores antiguos relatan cómo esos arriesgados marineros surcaban los mares conocidos o novedosos para llevar y traer productos de puerto en puerto.
Fenicia constituía una vasta encrucijada comercial en razón de su topografía y ubicación geográfica. El suelo montañoso había orientado a sus pobladores al comercio marítimo. Navegaron el Mediterráneo tocando Creta, Sicilia, Cartago y otras ciudades, hasta alcanzar el Estrecho de Gibraltar.
Después de los fenicios, de quienes aprendieron la navegación y la escritura, los griegos dominaron los puertos del Mediterráneo, del Egeo y del Mar Negro. La talasocracia, el gobierno de los mares, fue una hazaña que los caracterizó por lo menos desde el apogeo de Micenas. El viaje de Los argonautas o el catálogo de las naves de la Ilíada, dan idea del desarrollo de la navegación que alcanzaron. No hubo territorio a la vista que no fuese hollado por la febril actividad marítima y comercial de los griegos, los habitantes de las islas, como les llamaban los egipcios entonces.
Atenas se hizo poderosa en el mar comerciando, y fue -sobre todo- la manera como se esparció en el Mediterráneo. En la obra Los trabajos y los días, Hesíodo destaca como las más importantes actividades de los humanos las del campo y la navegación, en tanto que en la Atenas de Pericles el ágora constituía el centro de la actividad política, comercial y social: el mercado de los intercambios en sentido amplio. El comercio se realizaba por trueque hasta el siglo VII A. C., cuando introdujeron la moneda, en imitación de los lidios.
Acaso por su dimensión y su demografía los chinos y los hindúes de aquellos tiempos no se aventuraban demasiado a comerciar por mar, mejor lo hacían al interior de sus vastos territorios. La ancha red de afluentes de La ruta de la seda comenzó a tenderse y a organizarse en el siglo I A. C. Aquellos mercados se cuentan entre los más antiguos y pintorescos. Hay todavía pocas experiencias tan gratas como la de ingresar a un mercado de telas hindú o a una sedería china. La intensidad brillosa y recargada que emana de los colores y texturas de sus materiales ahuyenta sinsabores y todo amago de duda vital.
Los mercaderes de La Ruta de la seda partían de distintos sitios en el Lejano oriente, especialmente de la actual ciudad de X´ian, con artículos procedentes de territorios alejados como Manchuria y Corea, y atravesando el ancho territorio asiático traficaban durante el recorrido, hasta el intercambio final en los bazares de los puertos orientales del Mediterráneo.
Siglos después, Marco da cuenta de las actividades de los Polo, quienes viajaron a China con fines comerciales. Modelo cultural del Noreste de Asia, China infundió en sus vecinos coreanos y japoneses el talante comercial. Los productos de esas tres naciones se encuentran hoy en todas partes. En Bangkog son admirables los mercados nocturnos, los que se instalan al oscurecer en grandes avenidas, una vez que el tráfico urbano ha cesado. Entonces comercian como a plena luz del día.
El origen de los establecimientos fijos, de los mercados citadinos como los conocemos en la actualidad, parece hallarse entre los árabes, bien que Bazar es vocablo procedente del persa y significa “el lugar de los precios”. Entre árabes y musulmanes es muy antigua su tradición. Palabras más, palabras menos, bazar es sinónimo de mercado. En su Diccionario, María Moliner describe al bazar como un “mercado oriental”.
Si no es el mayor del mundo, su fama lo es: el Gran Bazar de Estambul. Se asegura que acoge unas cuatro mil tiendas en un espacio de cuarenta y cinco mil metros cuadrados. Fue establecido poco después de la caída de Constantinopla y se ordena de manera gremial: joyas, alfombras, pieles, etcétera. Ha resistido a toda suerte de desastres, incendios, inundaciones, terremotos y afirman que es visitado cada día por unas trescientas mil personas, lo cual no debe sorprendernos: en esa región convergen en rigor las fronteras -políticas, sociales y culturales- de Europa, Asia y África.
Los antiguos mexicanos no cantaban mal las rancheras. En la segunda de sus Cartas de relación, Hernán Cortés describe la abundancia y el orden de los mercados de la Gran Tenochtitlán. A su vez, Luis González Obregón relata en su México viejo los avatares y vicisitudes del famoso mercado de la capital de la Nueva España, el Parián. Como dato curioso anota que su nombre era filipino con toda probabilidad, pues “los tratantes de Filipinas, más conocidos por gremio de chinos, ocupaban gran parte del dicho bazar de México, y aquí realizaban los efectos que de Asia les traía la nao de China…”
El vocablo “mercado” tiene varias acepciones en la actualidad. Va desde el concepto doctrinario abstracto de “economía de mercado”, “el libre mercado”, “las fuerzas del mercado”, hasta el más común: el sitio público donde la gente compra y vende productos y otras mercancías. Estos mercados los hay en todas partes, en las grandes metrópolis y en los pequeños poblados, compitiendo con sus descendientes y herederos modernos: las grandes cadenas de autoservicio, los supermercados.
La narrativa sobre las características y virtudes de mercados o bazares es inabarcable, por lo que no cabe en esta nota. Pero, en una nuez, se puede decir que además de proveer el avituallamiento cotidiano -su función primordial- del vecindario y otros marchantes, hacen posible y facilitan el intercambio y la constancia del trato humano. Al visitante amateur le disparan una avalancha de sonidos, olores y colores muy peculiares.
Los mercados tradicionales de la ciudad de México –La merced, La viga, Sonora, San Juan, San Ángel, Medellín, Coyoacán, La lagunilla, etcétera- se mantienen activos y ufanos, capoteando vendavales económicos y gobiernos multicolores. Los Tianguis, los pequeños mercados que se levantan en la calle periódicamente, sobreviven campantes en medio de la gran madeja comercial. Y no olvidemos que la tendencia a la especialización de mercados de artículos únicos se encuentra al alza.
¿Qué les aguarda a mercados y bazares tradicionales frente a la marea tecnológica? ¿El comercio electrónico desplazará al tradicional? Los adelantados tantean ya el futuro operando por vía electrónica y se sofistican constantemente. Muchos bienes y servicios se adquirieren o comercian ya vía internet y otros medios electrónicos. Desde un artículo, una sola mercancía, hasta compras masivas. El internet no sólo diluye los gastos de promoción y distribución sino que opera las 24 horas del día, todos los días del año y desde cualquier sitio, por remoto que sea. En Aalsmeer, al norte de Holanda, se subastan diariamente varios millones de dólares en flores, cuyo origen y destino son todos los continentes.
“Los bazares de la villa global se hallan hoy en internet”, afirma un autor entusiasta de las tecnologías digitales. Hay que preguntarse si convivirán en el futuro unos y otros, si habrá acomodo para todas las categorías. El calendario no se detiene. Sin duda, su evolución constituirá un capítulo decisivo en la historia de la humanidad.
LA / CDMX, septiembre 9 de 2018
- El autor es embajador de México, jubilado ↑
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