III. UNA EXPLORACIÓN SOBRE LA PRESENCIA DE RECLUTAS MEXICANOS EN EL EJÉRCITO CONFEDERADO DURANTE LA GUERRA DE SECESIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS.
OPORTUNIDAD PARA EXPONER UNA PERSPECTIVA DE ESE CONFLICTO Y SUS EFECTOS EN MÉXICO

En memoria de Don Hermilo López-Bassols (1943-2021).
Diplomático, autor, maestro y amigo.

La guerra civil de los Estados Unidos (1861-1865) es un episodio histórico ampliamente abordado por parte de historiadores, politólogos, sociólogos, geógrafos y aún por novelistas y artistas.

La bibliografía dedicada a este capítulo parece infinita, universal, polémica, maniquea y sigue siendo actual. El estudio y la exploración de ese conflicto es referencia obligada para explicar el origen y consecuencias de otras situaciones en la actualidad de los Estados Unidos.

Hoy en día diversos autores, académicos y articulistas exponen que ese país sigue padeciendo las secuelas de esa guerra y que las causas que motivaron la secesión y el enfrentamiento no han sido completamente superadas.

En el curso de los últimos años, durante la presidencia de Donald Trump, se pudo apreciar que las tradiciones, las formas de ver la vida, los regionalismos y las herencias históricas siguen latentes para particularizar y dividir a la nación norteamericana. En esos cuatro años de la administración de Trump se observó que en la región del “sur profundo” prevalecen actitudes, intereses, prejuicios y conductas sociales que fueron propias de la sociedad sureña del siglo XIX, esto es: racismo, xenofobia, fanatismo religioso, apego al tradicionalismo y desconfianza hacia formas de vida distintas.

Al abordar el origen y las causas de la guerra civil de los Estados Unidos, la historia y los políticos han expuesto de manera un tanto maniquea, como ya se expuso líneas atrás, que se trató de un conflicto ocasionado por la secesión original de siete estados de la Unión Americana, que se integraron en una Confederación de Estados Americanos. Esas interpretaciones de la historia han destacado que el pretexto para llegar a la guerra fue la propuesta de la abolición de la esclavitud, identificando al conflicto como un enfrentamiento entre estados esclavistas y otros que rechazaban ese sistema. Así de simple, ubicando a los esclavos negros en el centro de la disputa, omitiendo que, en realidad, se trató de un choque de civilizaciones, de formas de vida distintas y hasta opuestas, de tradiciones y proyectos nacionales diferentes cimentados en factores contrarios.

Algunos historiadores estadounidenses como el profesor George Baker de las universidades de Oklahoma y Baylor, han expuesto que la guerra civil fue un conflicto que enfrentó a un norte industrializado, inmerso en la revolución industrial, con urgencia de contar con un ejército laboral de reserva, con visión de desarrollo de nuevas técnicas y métodos para aprovechar cabalmente los cuatro componentes básicos del modelo capitalista: capital, recursos, fuerza de trabajo y tecnología.

Para le segunda parte del siglo XIX los empresarios y banqueros del norte tenían claro que el crecimiento económico sólo se podría dar con capital, producción y mercado. En esos años surgieron los grandes grupos financieros como los Rothschild, Dupont, Drake, Morgan, Vanderbilt y Rockefeller, auténticos barones de la minería, el petróleo, los ferrocarriles, la industria y el comercio.

Mientras tanto, la oligarquía sureña seguía siendo terrateniente, apegada a la riqueza generada por la agricultura, con esquemas casi mono productores (algodón, tabaco y caña de azúcar), dependiendo de una numerosa fuerza de trabajo esclavizada, sin diversificaciones en sus modelos financiero, económico y comercial.

Esa sociedad sureña se distinguía por su tradicionalismo, su espíritu religioso y retrógrada, su convicción de que la tierra (y los esclavos) era una bendición divina para proporcionar bienestar, y que la modernización representaba una amenaza a su forma de vida.

Los propietarios de plantaciones y los comerciantes de la producción agrícola preferían mantenerse en una posición ciertamente cómoda. Los bienes que requerían para mantener su nivel de vida (manufacturas, combustibles, medios de transporte y alimentos procesados) eran importados del norte industrial y de Europa y pagados con sus exportaciones de algodón, tabaco y azúcar. Las grandes superficies de tierra eran productivas, la fuerza de trabajo estaba sometida y la demanda del mercado seguía creciendo, propiciando, como en el norte, acumulación de capital, tal vez con menor esfuerzo, menos inventiva y pocos riesgos en comparación con la parte septentrional del país.

Aquí podría encontrarse el origen, según George Baker, del enfrentamiento norte-sur. La clase empresarial del norte no quería competir contra una terrateniente, apegada al medio rural, rechazando el modelo capitalista de crecimiento e invocando razones divinas para explicar o justificar la propiedad de las superficies, de la producción agrícola y de la fuerza de trabajo (esclavos negros).

Un comentario de los economistas norteamericanos Paul Sweezy y Paul A. Baran, autores de “El Capital Monopolista: Un Ensayo sobre la Economía Estadounidense y el Orden Social” y de “The Transition From Feudalism to Capitalism”, teóricos del neo marxismo, indica que un industrial textil de Pennsylvania no podía aceptar que un productor algodonero de Alabama obtuviera iguales o mayores dividendos en su actividad, ya que el industrial textilero pagaba la materia prima, su transporte, los salarios de sus trabajadores, cubría impuestos, enfrentaba el costo y la depreciación de sus máquinas y padecía la inestabilidad de los mercados.

El hacendado sureño por su parte no pagaba salarios, se beneficiaba por la plusvalía de su plantación, podía especular con el volumen de la producción y afectar al mercado. Adicionalmente contaría con la ventaja de decidir el envío de su algodón al norte o a las factorías textiles de Inglaterra, Francia u Holanda.

Otro autor, el historiador estadounidense James C. Bradford, expuso que para 1850 la esclavitud ya era el tema central de la política de los Estados Unidos, que para esa época el equilibrio demográfico entre los estados “libres” ( el norte ) y los “esclavistas “ ( el sur ) ya se había roto, situando a la mayor parte de la población nacional en los estados norteños, acentuando su interpretación en el sentido de que el revisionismo histórico ha complicado el entendimiento de las razones que provocaron la guerra civil.

Para 1861 la secesión en la Unión Americana se había consumado. En febrero de ese año la Confederación de Estados Americanos se formó originalmente con siete estados esclavistas: Carolina del Sur, Missisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas. Una vez iniciada la guerra, en abril, se incorporaron Virginia, Tennessee, Arkansas y Carolina del Norte. Los últimos estados en sumarse a la confederación fueron Kentucky y Missouri. El sistema político adoptado fue el de una república democrática (aunque nunca existieron partidos políticos). Tuvo un territorio de casi 2 millones de kilómetros cuadrados y una población de 9.1 millones de habitantes. Este gobierno confederado y separatista no fue reconocido por ningún país. Francia e Inglaterra le concedieron la calidad de beligerante.

El primer presidente (y único) de la confederación fue Jefferson Davis, político, ex militar y propietario, que se distinguía por su completa identificación con los valores y tradiciones del sur (propietario de varias docenas de esclavos) y firme defensor de la doctrina del destino manifiesto. Uno de sus primeros proyectos políticos fue el de extender la confederación al oeste de Texas, Nuevo México, Arizona y California.

El historiador estadounidense Richard Blaine McCornack es el autor de una hipótesis en el sentido de que si el sur hubiese mantenido su independencia, la historia de México habría cambiado en gran medida. Según McCornak México hubiera tenido como vecino a un país empeñado en perpetuar la esclavitud, sin ocultar su ambición de extender sus territorios hacia el sur.

Para 1862 la guerra civil en los Estados Unidos ya había cumplido su primer año de duración. Los combates tenían lugar, principalmente, en el sureste del país y en el litoral del Atlántico. En esa época los esfuerzos bélicos del ejército sureño parecían enfocarse en lograr un avance hacia al norte para acercarse a la capital federal, Washington D.C.

Mientras tanto, la situación en México era difícil y compleja. En 1859 había terminado la Guerra de Reforma con la victoria del bando liberal que condujo al establecimiento de un gobierno republicano, federalista y laico. Al término de ese conflicto la nación había quedado en una situación vulnerable y lastimada. Las nuevas instituciones empezaron a construirse. El erario nacional era propiamente inexistente. Las actividades productivas estaban destruidas por los largos años de guerras y levantamientos. La sociedad seguía fragmentada. Y la edificación del nuevo Estado enfrentaba las resistencias de la iglesia católica, las facciones conservadoras y de los caudillos político-militares que habían sobrevivido a la derrota de 1859.

En 1862 México enfrentaba la guerra de intervención de Francia, la capital del país se encontraba ocupada por el ejército francés como prólogo al establecimiento del llamado Imperio Mexicano de Maximiliano de Habsburgo y el gobierno legítimo del presidente Benito Juárez se encontraba en calidad de itinerante, para evadir la acometida de las fuerzas francesas y conservadoras.

La ocupación francesa y el advenimiento del proyecto imperial propiciaron el retorno de la clase política conservadora en sus expresiones militar, clerical, terratenientes y de los adeptos tradicionales a los presupuestos públicos, comprometidos con las dictaduras militares como recurso para preservar sus puestos, privilegios y estipendios.

En esos momentos históricos se podía apreciar que en México las posiciones de los conservadores se definían en favor de los confederados y su causa. Esta corriente política compartía con los sureños principios basados en el tradicionalismo, la religión, el supremacismo social y racial y su desconfianza hacia lo que representaba la modernización. A conservadores y confederados los asemejaba la preeminencia que le concedían a la propiedad rural y su producto. Si en los estados confederados la esclavitud era un factor indispensable para generar riqueza, en México la servidumbre de los labriegos, verdaderos peones acasillados, era un componente en la estructura de la hacienda. El sistema de la hacienda henequenera de Yucatán era el que más similitud guardaba con el de la plantación algodonera del sur confederado. Allá se mantenía la esclavitud del labrador negro, en Yucatán se tenía sometido, como esclavo, al peón maya.

El historiador Juan Pablo Ortiz Dávila, profesor de la Universidad Pedagógica Nacional, expuso que la prensa conservadora de México, al definirse en favor de la confederación, resaltaba las proclamas de Jefferson Davis y exponía su confianza en una victoria del sur.

Esa tendencia periodística llegó a proponer, según Ortiz Dávila, una alianza entre el imperio de Maximiliano y la confederación, además de que idealizaba a los soldados sureños como unos combatientes de vanguardia para colonizar México, como un tipo ideal de hombres para apoyar al imperio por ser descendientes de franceses y españoles, aclimatados al calor y las tierras bajas, humillados por su antiguo país, los Estados Unidos y católicos a diferencia de los anglo sajones protestantes del norte.

De esta forma, no debe sorprender que numerosos mexicanos sintieran simpatías por las causas del sur confederado y se identificaran con sus premisas políticas, tradicionales, religiosas y supremacistas y decidieran enlistarse en sus fuerzas armadas, sin tomar en cuenta que su propio país se encontraba en guerra contra un ejército de ocupación que sostenía un modelo político de carácter usurpador. Se imponía en este caso la convicción conservadora, tradicional y religiosa en contra del republicanismo federativo, liberal y laico.

En opinión del historiador español Javier Veramandi B. el primer contingente de reclutas mexicanos en el ejército confederado pudo estar integrado por cerca de 1,000 milicianos que, en un exceso, se hizo llamar Ejercito de Nuevo México y que fue formado por pistoleros, ladrones y vagos. De acuerdo con Veramandi en esta unidad figuraron personajes de origen mexicano, nacidos en las regiones que quedaron del lado norteamericano después de la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848.

Prosiguiendo con los trabajos de ese académico español se puede registrar que el teatro de operaciones en donde participaron los reclutas mexicanos fue el del suroeste, en particular la campaña dirigida por el general Henry Hopkins Sibley, originario de Luisiana, que tuvo como objetivo ocupar el territorio de Nuevo México como etapa previa para dirigirse a Arizona y California. Este desplazamiento partió de San Antonio, Texas, siguió por el río Grande, y llegó a Santa Fe, en donde fue derrotado por las fuerzas de la unión en enero de 1862.

Para su campaña el general Sibley reclutó a una brigada de “texanos comprometidos” (muchos de origen mexicano) que resultó, según Veramandi, una banda de sujetos de “toda calaña”.

La periodista mexicana Eunice Rendón Cárdenas publicó un artículo dedicado a los veteranos mexicanos en las fuerzas armadas de los Estados Unidos. Según los datos que recabó la periodista, proporcionados por el profesor John P. Schmal del Houston Institute for Culture, hacia 1861 habría 3,450 soldados de origen mexicano en ambos bandos durante la guerra civil de ese país. Para 1865 la cifra llegó a cerca de 10,000 combatientes.

En la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos se conserva una colección de fotografías de oficiales de origen mexicano y “neo mexicano” (texanos en realidad) que estuvieron encuadrados en unidades de los ejércitos de la unión y de la confederación, entre ellos figuran retratos de oficiales con los siguientes nombres: primera imagen, Julián Espinosa, José Francisco Chaves, Santos Benavides, Manuel Yturri, José Hinojosa y Luis González; segunda imagen, José de la Garza, Cristóbal Benavides, Refugio Benavides, Atanacio Vidaurri, Rafael Chacón y Manuel Antonio Chaves; tercera imagen, Pedro Baca y Francisco Aragón.

Es de interés dejar anotado que la familia Benavides tuvo una amplia participación en el conflicto del lado confederado. Cristóbal Benavides, oriundo de San Antonio, organizó un grupo denominado “partisanos de Benavides”. Su padre, Santos Benavides, texano-mexicano, nieto del fundador de Laredo, Texas, estuvo al mando del octavo regimiento de infantería de Florida

En esa colección documental se señala que los combatientes de origen mexicano tuvieron acción, principalmente, en la campaña del río Grande, destacando la figura del teniente coronel Diego Archuleta, veterano del ejército mexicano durante la guerra con los Estados Unidos y que se distinguió en la batalla de Valverde como oficial de un regimiento de infantería de la unión, derrotando a los confederados en febrero de 1862.

Otro tipo de apoyo que recibió la confederación por parte de las autoridades conservadoras de México fue la utilización de la playa de Bagdad, contigua a la población de Matamoros, Tamaulipas, en función de puerto para exportar sus productos. Este punto geográfico fue el enlace vital de los confederados con su comercio exterior. Cuando la unión bloqueó los puertos sureños, los confederados recurrieron a Bagdad para exportar el algodón y tabaco procedentes de Texas, Arkansas y Luisiana, ya que la neutralidad de México aseguraba el acceso al mar. Un ferry comunicaba Brownsville con Matamoros y de ahí los productos se llevaban a Bagdad para transportarlos en botes a buques anclados a cierta distancia de la playa. La ruta de los barcos era hacia La Habana y de ahí a Europa.

El bando confederado recibía por ese puerto medicamentos, textiles, zapatos, armas y municiones que desde Bagdad eran enviados a las zonas en conflicto.

En esas acciones no participaron voluntarios mexicanos en función de combatientes, pero sí en calidad de estibadores, remeros y marineros de cabotaje. Otra contribución del México conservador a la causa sureña. Sin embargo, al término de la guerra civil el puerto cayó en una depresión económica de la que nunca se recuperó. El lugar llegó a tener 15,000 habitantes.

El final de la guerra de secesión con la derrota de los Estados Confederados de América en 1865 (la confederación se disolvió en mayo de 1865) vino a representar un duro golpe para el proyecto político de los conservadores e imperialistas mexicanos. No se trataba solamente de la derrota de una forma de vida con la que se identificaban en los planos tradicional y religioso, sino que ahora se percibía como amenaza el fortalecimiento de una nación, los Estados Unidos, con sus principios republicanos, federalistas y contrarios a la presencia de potencias europeas en el continente. En forma adicional aumentaba la inquietud por la vecindad con una nación que reafirmaba su vocación por la modernización, que se articulaba completamente con la revolución industrial y que definía su desarrollo económico capitalista, dejando en segundo plano la forma de vida rural, agro exportadora, de plantaciones y haciendas que era tan apreciada por los mexicanos.

Un dato que cabe dejar registrado es que los principales generales que dirigieron a los ejércitos de la unión y la confederación participaron como jóvenes oficiales en la guerra entre México y los Estados Unidos. Ulyses S. Grant y William T. Sherman en la parte norteña y Robert E. Lee, Stonewall Jackson y Jefferson Davis en el bando sureño.

Se calcula que con el final de la guerra de secesión fueron liberados 4 millones de esclavos negros. En contraste con esa decisión en nuestro país se contaba con una serie de leyes y disposiciones que abolían la esclavitud. En diciembre de 1810 un bando del cura Miguel Hidalgo abolió la esclavitud. En octubre de 1813 José María Morelos expidió un precepto de abolición de la esclavitud. Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria expidieron sendos decretos para prohibirla. La Constitución de 1857 estableció libertad para todos. Y la Constitución de 1917 consignó la abolición de cualquier forma de esclavitud.

A manera de epílogo en el capítulo de los efectos que llegó a tener la guerra de secesión de los Estados Unidos con respecto a México, cabe recurrir a los comentarios de los historiadores Octavio Herrera y Arturo Santa Cruz, quienes expusieron que Matías Romero, representante del gobierno republicano en Washington D.C., propuso al general Ulyses Grant destacar una fuerza militar estadounidense, compuesta por efectivos desmovilizados (al final de la guerra civil), al mando de oficiales mexicanos para luchar contra los invasores franceses. Grant apoyó el proyecto y se lo encomendó al general Philip H. Sheridan, comandante militar en la zona fronteriza. El presidente Andrew Johnson descartó el proyecto por el riesgo de entrar en guerra con Francia.

“Los conservadores e imperialistas
mexicanos llegaron a ver a los
confederados como soldados de
vanguardia y tipo ideal de hombres
para el venturoso destino del imperio.
Los conservadores han sido tradicionalmente
recelosos para con los estadounidenses
anglo sajones, por ello los confederados
fueron concebidos como descendientes
de europeos y católicos, menos anglo
sajones que sus similares del norte y,
por tanto, potencialmente útiles al proyecto
imperial conservador.”

Juan Pablo Ortiz Dávila.


*El autor del presente artículo Everardo Suárez Amezcua, es embajador de México, jubilado.

 

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