El día 1º de julio último se celebraron comicios presidenciales, legislativos, de gobernadores en varios Estados de la República, congresos locales y alcaldías, en lo que se calificó correctamente como los comicios más grandes de la historia de México.
En efecto, así fue y el resultado confirmó lo que la mayoría de las encuestas habían predicho: Andrés Manuel López Obrador, candidato del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), del Partido del Trabajo (PT) y Encuentro Social (PES), ganó con un promedio del 53%, dejando a sus oponentes muy abajo en las preferencias del electorado, que participó como nunca antes.
Las campañas electorales estuvieron marcadas por la polarización entre dos proyectos de Nación: el primero, representado por los candidatos del Partido Acción Nacional (PAN), Ricardo Anaya y el del Partido Revolucionario Institucional (PRI), José Antonio Meade y, el segundo, por López Obrador. Los dos primeros candidatos–que mostraron gran competencia entre sí para quedar en segundo lugar y tratar de atraer al voto duro del competidor, y para tratar de enganchar al electorado en general con promesas de cambio -que, por cierto, hacen cada seis años-, evidentemente representaban más de lo mismo que ha gobernado a México en las últimas 3 décadas, período éste que solamente trajo falta de crecimiento (un 2% en promedio) y una reconcentración brutal de la riqueza en unas cuantas manos, asociadas y amparadas por el poder político, y la corrupción galopante que devora a la Nación. También un escandaloso crecimiento de la pobreza que, se dice, se acerca al 63% de la población nacional.
Aunado a la desigualdad económica y social que el neoliberalismo ha creado (en todos los países latinoamericanos que se plegaron al llamado Consenso de Washington), está la violencia imparable que observamos desde hace casi 20 años y que ha costado al país cientos de miles de asesinatos, decenas de miles de desaparecidos y desplazados, producto de políticas de combate al crimen organizado erróneas que no contemplan las causas del crecimiento de este fenómeno y que han sido impuestas por la visión estadounidense sobre el problema del narcotráfico, que propone acabarlo con una respuesta militar. Esta visión prohibitiva estadounidense permitió, en épocas de la prohibición del alcohol, el nacimiento y desarrollo de una mafia muy poderosa que en EEUU ahora también controla el tráfico de estupefacientes, prostitución, juego, etc.
Desde que se inició la cooperación en la materia con los EEUU (Iniciativa Mérida y ASPAN), sugerí a las autoridades de la Secretaría de Relaciones Exteriores que no era conveniente que México entrara a esa política pues los EEUU no tienen políticas y programas exitosos de desaliento al consumo y, más importante aún, no controlan la venta de armas y tampoco los flujos de dinero. En vista de esa realidad, los muertos los íbamos a poner nosotros, pues el combate armado se iba a librar en nuestro territorio.
La titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de Felipe Calderón, Patricia Espinosa Cantellano, no atendió mis observaciones y se siguió involucrando cada vez más a México en la guerra (así la llamó Felipe Calderón), cediendo incluso espacios de soberanía al permitir la operación de agentes extranjeros en decisiones de operativos y su participación, armados, en los mismos. De hecho, gracias a esta visión, los EEUU lograron que nuestra frontera sur se convirtiera en la suya.
El segundo proyecto, el impulsado por AMLO, plantea una reformulación del modelo de desarrollo del país en el que haya un cambio a fondo que permita, entre otras cosas, acabar con el cáncer de la corrupción e impunidad, impulsar el crecimiento económico con justicia, alentar la inversión, rescatar del campo, mejorar los niveles de bienestar de la población y lograr la pacificación del país con una nueva estrategia de combate al crimen organizado. Para quienes observamos el proceso electoral, como miembros de la Red Universitaria y Ciudadana por la Democracia (RUCD), constatamos que las prácticas antidemocráticas que pretenden violentar la voluntad de la ciudadanía expresada en las urnas, están allí, vivas y actuantes y que ocurren ante la mirada complaciente de las autoridades electorales y de justicia.
Sin embargo, en esta ocasión, la observación electoral masiva de ciudadanos mexicanos y extranjeros, logró limitar el impacto de los delincuentes en los resultados, salvo en el caso del Estado de Puebla, Delegación Coyoacán en Ciudad de México y otros sitios, en donde no se contó con la protección efectiva de las diversas instituciones policiales y el resultado ha sido catastrófico para los ciudadanos, al grado de que ya se está demandando el recuento de votos.
La llegada del nuevo presidente y su gobierno el 1º de diciembre entrante, abre un espacio de esperanza para el pueblo de México, tan necesitado de justicia y abandonado en su gran mayoría por un modelo económico al que solamente le interesa la cima de la pirámide social y que ésta salvaguarde sus enormes ganancias mientras, abajo, no había en el horizonte una posibilidad de vida mejor.
En el ámbito de mi experiencia profesional, la Política Exterior, el anuncio hecho por el virtual presidente electo de lo que será nuestra participación en el mundo, abre nuevas avenidas que seguramente permitirán a México retomar el sitio de dignidad que tradicionalmente ocupó en la comunidad internacional y dejar de mostrarse como un alfil de la política de los EEUU en el mundo.
Ciudad de México, a 5 de julio de 2018.
Sergio J. Romero Cuevas,
Embajador de México (r)
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