A la memoria de Gustavo Albín
I
Tiene un poder considerable sobre nuestra vida la casualidad, emerge al paso más de lo que se pueda creer. Cierto es que si la hemos de aprovechar, hay que reconocerla. Acaso a ratos se torna un modo, una vía para acatar o entender ciertos sucesos. De esa manera se podría explicar el hecho de que meses atrás, en el lapso de unos cuantos días, se acumularon en nuestra bandeja de lecturas varios textos –destacadamente dos ensayos cortos y un libro de ochocientas páginas- referidos al desarrollo histórico y socioeconómico de El Bajío mexicano.
Percatarse de que no cesa, sino que por el contrario va en aumento el interés por el estudio e investigación de un volumen creciente de asuntos históricos, económicos, sociales y otros sobre la región, es alentador. Toca a cada generación evaluar y, en no pocos casos, renovar el acervo acumulado. El patrimonio se enriquece así con nuevos elementos. Alguna revisión inédita, una monografía actualizada, un dato novedoso, una nueva perspectiva o el escrutinio de una disciplina moderna.
El Bajío –lo han señalado varios especialistas- denota no sólo una zona geográfica del país sino también un espacio histórico, económico y cultural, que abarca parte de Aguascalientes, Jalisco, San Luis Potosí, Querétaro y Guanajuato.
Para quien proviene de la Ciudad de México con rumbo al norte, la fisonomía del paisaje abajeño se hace presente al remontar el terreno agraz en el declive de San Juan del Río. Al trasponer esa ciudad se ingresa al territorio soleado y fértil de la comarca, la cual se exhibe, se abre generosa y fecunda en el descenso inequívoco de la autopista a la ciudad de Querétaro.
El historiador guanajuatense Antonio Pompa y Pompa ha descrito la comarca destacando algunos rasgos característicos, tales como: el clima semiárido, la fertilidad de la tierra, la prevalencia de la cultura agrícola y el temple de la población, gente a la que considera una simbiosis de lo mexicano.
En un ameno y nítido ensayo (El Bajío, en Ernesto de la Torre Villar, Lecturas Históricas Mexicanas, UNAM, 1994), Pompa expone la composición geomorfológica del área, su visión de El Bajío como unidad ecológica, como unidad histórica, así como el concepto y significado de la frontera que bordea la órbita abajeña.
Otra valiosa lectura –tuvieron lugar en el orden que aquí se comentan- fue el trabajo del historiador David Charles Wrigt-Carr (La prehistoria e historia temprana de los pueblos originarios de El Bajío. Universidad de Guanajuato/Pearson Education, 2014. Versión preliminar, electrónica), quien realiza un preciso análisis histórico de los grupos indígenas del centro norte del país y las características que fueron perfilando –al paso del tiempo- la región de El Bajío. Wrigt-Carr es asimismo el autor de La conquista del Bajío y los orígenes de San Miguel Allende, un librito que se ha convertido en culto, entre los aficionados.
En fecha más cercana del trabajo y juicios de Pompa y Pompa y las aportaciones de Wrigt-Carr, el historiador estadounidense John Tutino se ha internado en consideraciones, estudios y criterios más radicales sobre la realidad de la comarca y su evolución histórica, y en un extenso e intenso libro cuya lectura no debe omitirse (Creando un nuevo mundo. Los orígenes del capitalismo en el Bajío y la Norteamérica española. FCE, México, 2016), narra cómo el desarrollo de El Bajío no sólo influyó en el desenvolvimiento de la región, sino que el impacto desatado por la explotación de la plata de las minas mexicanas incidió en “la configuración del comercio internacional, la globalización temprana y el origen de la dinámica capitalista”.
Es categórica la opinión de Tutino sobre la veloz y ascendente evolución de la región, en el marco del sistema capitalista “…en 1810 el Bajío generó una insurgencia de las masas que asaltó el Imperio español y se convirtió en una revolución social que ayudó a crear México, transformar América del Norte y dar un nuevo rumbo al capitalismo mundial.” Hace hincapié en la plata de El Bajío como la clave del desarrollo de la Norteamérica española y del capitalismo mundial.
II
El Bajío constituye una comarca dotada de no pocos recursos minerales, agrícolas, industriales, culturales, así como de una población laboriosa e imaginativa. En las postrimerías de la etapa colonial Guanajuato –estado que se ubica en el corazón del Bajío- administraba un pujante desarrollo económico basado en la minería, los textiles y la agricultura. Por mucho tiempo fue considerado –no sin razón- el granero de la nación y desde la época virreinal es uno de los principales productores de plata del mundo.
Pero igual, la población abajeña ha dado testimonio de su flexibilidad y capacidad de adaptación en años recientes, con el establecimiento de un floreciente cinturón de empresas industriales, nacionales y extranjeras, desde los suburbios de Querétaro hasta León y más allá.
Espacio flexible de las culturas chichimeca y otomí, sobre todo, el carácter de la población quedó decantado desde temprana hora. Hay que destacar también el hecho de que durante la época colonial El Bajío representó un espacio vitalísimo, sustentado en las actividades económicas arriba señaladas.
En la memoria colectiva habitan grandes sombras tutelares, de hombres y mujeres que han poblado y enriquecido la vida de Guanajuato en cada tramo de la historia. Autores y publicaciones que se ocupan del estudio de los acontecimientos políticos, económicos y sociales en el estado, no escasean. Revelan lo que todo mundo sabe: que allí se conspira y se forja la independencia del país; que varias de sus inteligencias y caracteres más brillantes anticipan o participan al frente de la Reforma; y que la Revolución tornó en símbolo la derrota de las tropas villistas en los campos de Guanajuato. Y fue también, en uno de esos momentos exaltados de la historia, semillero de la Guerra cristera.
No abundan en sus anales los gobernantes ilustres, destacados por su visión y liderazgo, pero a cambio ha procreado a no pocos héroes y artistas reconocidos en el país y en el exterior.
Forma también -El Bajío- el espacio que limita y vincula el norte y el sur del país, nutriéndose de las dos culturas. La del México de la meseta central por una parte, y por la otra la del sureste mexicano, que se extiende hasta el largo cintillo geográfico de Mesoamérica. Otros libros y estudios se van acumulando sobre el escritorio, de cuya lectura ya daremos cuenta.
Naturalmente, El Bajío ha desarrollado, como otras regiones del país, un modo de ser, cuya existencia forma parte de la nación y constituye un afluente vasto de la extensa cultura mexicana. Ese carácter se forjó a través de una serie de hábitos y actitudes que trascienden su apariencia local tornándose universales.
Cuanto más de su tiempo y de su nación es un individuo, más lo es de los tiempos y de las naciones todas.
San Miguel de Allende, septiembre de 2022
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