III. LAS GUERRAS APACHES EN MÉXICO.

El estudio del recorrido histórico de la nación apache se dificulta por la prevalencia de dos puntos de vista ampliamente discutidos, confrontados y hasta prejuiciados. El primero de ellos, sostenido por académicos de la antropología, la historia y la sociología, explica que los apaches fueron un pueblo de naturaleza nómada, que subsistía por la caza y la recolección de frutos silvestres, que su vida transcurría en espacios abiertos, en llanuras o montañas, y que su modelo de organización social era un tanto precario, caracterizado por una combinación de caciquismo y matriarcado. El otro punto de vista está asentado en opiniones prejuiciadas, de carácter racista y supremacista, que representa al pueblo apache como unos indígenas indómitos, salvajes, bárbaros, sin signos de civilización, adeptos a las formas violentas como recurso de subsistencia y reacios a aceptar los esquemas de progreso y desarrollo.

Se puede afirmar que las opiniones de antropólogos y sociólogos se han ceñido a universidades y centros de estudio y que los puntos de vista expuestos o los resultados de investigaciones han quedado contenidos en tesis de grado o artículos de revistas especializadas. Lamentablemente, las conclusiones caracterizadas por el racismo, el vilipendio étnico y la falta de rigor histórico han prevalecido y se han impuesto gracias a la ingente y retorcida difusión que de los episodios que envolvieron a la nación apache han hecho la cinematografía estadounidense, los programas de tv, la literatura de ocasión, la subcultura de los comics y, sobre todo, por los intereses de una sociedad blanca-sajona para someter y concentrar a las naciones indias que se resistieron a sus planes expansionistas, de explotación de recursos y de lo que se exteriorizaba como progreso (modelo de desarrollo capitalista moderno).

Un ejemplo de la penetración cultural en nuestro país y de la distorsión de la historia a propósito de la nación apache la expuso en un artículo el escritor Carlos Monsiváis, cuando relató que en un cine de barriada de la ciudad de México el público estaba absorto por la escenas de una película hollywoodense que mostraba el ataque de una partida de apaches a una caravana de colonos blancos, que la llegada de una columna de la caballería norteamericana emocionó al público al grado de gritar y aplaudir, sin que ese público se diera cuenta de que los soldados iban a masacrar a sus congéneres.

El origen étnico de la nación apache continúa siendo incierto y solo se conocen conjeturas académicas que los vinculan con otros pueblos indios como los sioux o los cheyenes. Según estas teorías los apaches forman parte de la estirpe conocida como atabascana, originaria de la región de Athabasca, Canadá y que de ahí habrían emigrado hace más de 500 años a lo que actualmente es el suroeste de los Estado Unidos y el noroeste de México.

Se cree que el término apache procede del dialecto zuñi-apache que significa enemigo, de ahí el apelativo que les impusieron los conquistadores españoles desde el siglo XVI.

Los apaches no conocían el concepto de nación y no se consideraban miembros de la misma unidad étnica, hasta llegaban a verse como enemigos. El pueblo o familia apache estaba integrada por las siguientes agrupaciones: coyoteros, chiricahuas, mezcaleros, lipanes, jicarillas, kiowas, mo y navajos

Una vez que concluyó la ocupación de la parte central de México por parte de los colonizadores españoles, las autoridades virreinales decidieron organizar expediciones militares-evangelizadoras hacia el norte, buscando la expansión territorial, pero también tierras fértiles y yacimientos de oro y plata que ya explotaban en Guanajuato y Guerrero.

La primera expedición la organizó el virrey Antonio de Mendoza en 1539 y llegó hasta Arizona y Nuevo Mexico. En 1540 partió la segunda al mando de Francisco Vázquez de Coronado que alcanzó los territorios más septentrionales en lo que ahora es el estado de Kansas, buscando infructuosamente las míticas ciudades de oro de Quivira y Cíbola. La expedición de Hernando de Soto se llevó a cabo en 1543. En 1598 otro desplazamiento, este al mando de Juan de Oñate, ocupó el territorio de Nuevo Mexico. Todas estas avanzadas del virreinato tuvieron contactos con los pueblos asentados en esas regiones: apaches, comanches, navajos o utes.

Al mismo tiempo que el gobierno virreinal de la Nueva España organizaba y enviaba esas expediciones se libró una guerra contra otra nación india, los chichimecas, que duró 53 años (1547-1600). El historiador norteamericano Philip Wayne Powel, profesor de la Universidad Estatal de Arizona, expuso en su libro La Guerra Chichimeca que los españoles mantuvieron ese conflicto para asegurar la llamada frontera de la plata que iba de Querétaro a Durango y de Jalisco a Coahuila.

En un artículo el historiador Pedro Salmerón Sanginés identificó a los chichimecas como unos belicosos nómadas a quienes los españoles negaron toda noción de territorialidad e intentaron, en vano, borrar de la faz de la tierra.

Fue hasta 1702 cuando el gobierno virreinal expidió el primer documento que reconoció oficialmente la existencia del pueblo apache, cuando un grupo de colonizadores solicitó la autorización para establecerse en territorios poblados por los indígenas y se les otorgó.

En esta parte del presente trabajo es importante explicar la importancia que tuvo el significado del presidio en la expansión territorial hacia el norte de la colonia y en su ocupación. No se trataba de una prisión. El concepto del presidio fue obtenido por las ocupaciones territoriales del imperio romano. Se trataba de una guarnición militar que resguardaba el territorio y la frontera y que contaba asimismo con una parroquia o capilla que albergaba a los misioneros que llevaban a cabo la evangelización de los indios. Esta política de establecer presidios confirma la aseveración de que la conquista de México se hizo con la cruz y la espada.

Durante los siglos XVII y XVIII los apaches fueron desplazados de sus tierras por los colonos novohispanos, obligándolos a ellos y a los comanches a movilizarse hacia las montañas y desiertos con la caza como única ocupación. En estas circunstancias, los apaches, los más belicosos, se vieron obligados al contraataque, incursionando en territorios novohispanos, asesinando a los colonos y apropiándose del ganado. Entre los años 1771-1776 se contabilizaron 1,674 personas asesinadas por los indígenas solamente en la provincia de Nueva Vizcaya.

En 1786 el virrey Bernardo de Gálvez inició una guerra contra todas las tribus hasta que pidieron la paz. Después se les fue apaciguando con regalos, con entregas de aguardiente, creándoles un gusto por los bienes que no conocían y que solo podían recibir por la convivencia pacífica con los colonos.

Las infracciones a ese orden establecido por el virrey se castigaban con campañas de exterminio. Esa política de apaciguamiento tuvo un éxito relativo porque durante la parte final del siglo XVIII y la inicial del XIX no se registraron brotes serios de violencia.

Con el virrey Vicente de Iturrigaray la corrupción de su administración provocó, entre otras cosas, la desatención de los arreglos con los apaches, lo que provocó levantamientos organizados por los caciques Rafael y José Antonio, quienes llevaron a cabo incursiones hasta Durango, provocando más de 300 muertes, decenas de secuestros y cuantiosas pérdidas de bienes. En 1810 las fuerzas realistas eliminaron a los dos jefes, recuperándose un tiempo de calma.

Para principios del siglo XIX los apaches ya se habían dispersado por los actuales territorios de Arizona, Nuevo Mexico, Texas y Oklahoma en los Estados Unidos, y en Sonora, Chihuahua, Coahuila, Durango y Zacatecas en México. También por estas fechas los apaches empezaron a utilizar armas de fuego y caballos.

Una vez concluida la guerra de independencia los ataques apaches a poblaciones mexicanas se intensificaron y llegaron a ser épicos los enfrentamientos en Sonora y Chihuahua, ocurriendo el episodio de Cuencamé, Durango en donde la población fue exterminada. De esta forma se considera que en 1821 se inició la etapa conocida como guerras indias, motivadas particularmente por la colonización de tierras y la expulsión de los pueblos indios. En 1825 el gobierno de México aplicó un plan para pacificar a los apaches y establecerlos en poblaciones. El plan fracasó. También se iniciaron operaciones en ambos lados de la frontera para contener a los apaches, pero sin éxito.

En la época del llamado Primer Imperio Mexicano la corrupción imperante provocó la desatención de los presidios en el norte del país. No se podía mantener el orden entre las tribus indias con tropas mal pagadas o con pagos parciales o hasta con pagos atrasados, propiciando deserciones y en el mejor de los casos apatías. En consecuencia, las políticas de protección territorial desaparecieron, afectando las actividades de los colonos como la ganadería, la agricultura y el comercio.

En 1831 comenzó la sublevación de los apaches en Sonora. Las poblaciones de Carrizal, Galeana y San Buenaventura sufrieron ataques. En 1832 el gobierno de Chihuahua movilizó tropas y se obligó a los apaches a aceptar ofertas de paz, permitiéndoseles que conservaran ganado robado y los botines. En ese año la capital del estado se vio amenazada y ocurrió un episodio de pillaje indígena.

En esos años las autoridades mexicanas empezaron a registrar el comportamiento habitual y la naturaleza de los apaches. Evitaban las batallas abiertas. Cuando un grupo estaba a punto de ser derrotado aceptaba la paz de inmediato, obteniendo la oportunidad de disponer de su botín, asegurando sus almacenes y municiones. Los ataques se detenían en un lugar y continuaban en otro. Y se surtían de fusiles y pólvora con traficantes de los Estados Unidos a cambio de ganado y mercancías robadas.

Desde 1830 las luchas entre liberales y conservadores obligaron al desvío de tropas y recursos para sus fines políticos, provocando la reducción de los medios de protección para las provincias norteñas. En esta situación las incursiones de apaches y comanches llegaron hasta Zacatecas, provocando alarmas en las autoridades locales. El gobierno nacional determinó hacer un esfuerzo para enviar tropas para unirse a las fuerzas estatales alcanzando éxito en sus operaciones, obligando a los invasores a retirarse. Después el ejército volvió a la arena política y los indígenas reanudaron sus acciones.

La situación de fragilidad obligó a los gobernadores a introducir la campaña de cacerías de cueros cabelludos. En Chihuahua se ofrecieron, para empezar, 100 pesos por la cabellera de un hombre y 50 por la de una mujer. El cazador más conocido fue el norteamericano James Kirker, un mercenario y cazarrecompensas, que llegó a organizar un contingente de cazadores. Al principio las cacerías surtieron efecto al disminuir las incursiones, pero resultó tan grande que el gobierno estatal no tuvo el dinero para pagar tantas cabelleras. En 1846 Kirker perpetró una matanza de indios chiricahuas en Galeana, que mereció paradójicamente críticas y denuncias hasta en los estados esclavistas del sur de los Estados Unidos. Kirker huyó a ese país con el botín que les robó a los indios.

En 1845 las incursiones apaches se reanudaron. Atacaron Durango matando a 100 personas y a 50 en Cuencamé. El despacho de tropas no fue suficiente y en términos pesimistas se hablaba de victorias y desastres. El ministro de Política Interior llegó a reconocer que el estado de Sonora estaba en plena desolación. En Chihuahua la población decía que, después de los ataques apaches, en todo el estado solo quedaba un caballo. Años antes, en 1842, el gobernador García Conde de Chihuahua recurrió a una llamada paz comprada que fue en realidad un incentivo para otras incursiones.

Después de la guerra con los Estados Unidos las incursiones de los apaches se reiniciaron a tal grado que el gobierno de México retomó el proyecto militar de la colonia, autorizando en abril de 1849 el Plan de Defensa de los Estados Invadidos, separando 200,000 pesos del escaso erario para financiar las operaciones.

Es de interés dejar anotado que los escritores José Luis Gómez y Alejandro Hernández, autores del libro Los Perros de la Noche, México, 2013, señalaron que los apaches vigilaron a las tropas norteamericanas al mando del general Zachary Taylor durante su marcha por el desierto de Coahuila durante la guerra con los Estados Unidos. Los apaches no se acercaron a los campamentos ni mucho menos llevaron a cabo ataques contra las tropas estacionadas, pero si atosigaron a las patrullas de exploración y de avanzada.

Hacia 1851 el gobernador de Chihuahua, Ángel Trías, volvió a poner en práctica la cacería de cabelleras como recurso para tratar de apaciguar a los indios. Esta vez el gobierno ofreció 200 pesos por cada cabellera, consiguiendo que los ataques disminuyeran, pero provocando una auténtica persecución de los indígenas. Lo mismo ocurría en los Estados Unidos.

En ese mismo año el gobierno de Chihuahua consiguió un arreglo de paz con los apaches, llevándolos a asentarse en la población de Janos, pero al poco tiempo la naturaleza guerrera de aquellos se impuso y volvieron a la práctica de efectuar ataques, en este caso desde Janos hacia Sonora. Como reacción el gobernador de este estado, Elías González, llevó a cabo persecuciones de apaches hasta Janos, con directrices de exterminio y en algunos casos de captura.

Otro recurso de pacificación de las autoridades estatales fue el de la creación de colonias militares. En la zona de Laguna de Jaco, en la Sierra Mojada, en Coahuila, el jefe militar de Chihuahua, Emilio Landberg, inició operaciones, con el apoyo de indios seminolas y cimarrones reclutados en los Estados Unidos. Los apaches nuevamente se rindieron y aceptaron la paz. La política de establecer las colonias militares para vigilar las zonas se puso en práctica y se formó una coalición con los gobiernos de Jalisco, Zacatecas, Tamaulipas y San Luis Potosí, entidades que tenían experiencias de ataques de indios. Este plan fracasó por el ambiente de inestabilidad política que padecía el país y que dejaba a los gobiernos estatales sin fuerzas públicas. Adicionalmente la coalición despertó sospechas de tendencias separatistas en el gobierno de la república y la coalición llegó a su fin. Se debe tomar en cuenta que, para esta época, los años cincuenta del siglo XIX, en el país fueron recurrentes los golpes de estado, los cuartelazos, las revueltas regionales, la dictadura de Santa Anna, hasta llegar a la Guerra de Reforma.

El rompimiento de la coalición propició nuevamente las incursiones apaches, esta vez lideradas por uno de sus caciques más conocidos, el jefe Victorio. En 1855 y 1856 atacaron Namiquipa en Chihuahua, Cuencamé, Santiago Papasquiaro y el Oro en Durango, asesinando a 170 rancheros. La represalia estuvo a cargo de fuerzas de seguridad de Sonora que efectuaron campañas contra los campamentos indios de Janos y Frontera, eliminando a más de 100 apaches y capturando a mujeres y niños. Este tipo de hechos, comunes en esos años, enardecieron aún más los ánimos guerreros de esos indígenas.

Se tienen registros de que Victorio nació en 1825 en Chihuahua y que tuvo el nombre de Pedro Cedillo. Nació en la hacienda de Encinillas y a los 6 años fue raptado por los chiricahuas, quienes habrían asesinado a su madre de nombre María Cedillo. En realidad, fue un mestizo que para 1855 formó parte del grupo del jefe Mangas Coloradas. En 1862 se unió a otro conocido jefe, Cochise, para combatir a las tropas de México y de los Estados Unidos. En 1877 estuvo recluido en la reservación de San Carlos, Arizona y en 1879 huyó hacia las montañas de Black Range, refugiándose en México a causa de la persecución por parte de tropas estadounidenses.

No se tienen noticias de correrías de los apaches durante la guerra de intervención francesa ni en el lapso del llamado imperio de Maximiliano. Es difícil precisar si la ocupación regional del norte del país por tropas republicanas e imperialistas inhibieron a los apaches para efectuar incursiones y prefirieron mantenerse agazapados en los territorios en los que se habían asentado.

El autor Paco Ignacio Taibo II narró en su novela La Lejanía del Tesoro, México, 1992, que la columna en la que se movilizaba el presidente Benito Juárez en su trayecto hacia el norte del país, era observada y vigilada por guerreros apaches desde las montañas o en el desierto, pero no realizaron ataques debido, probablemente, a la escolta militar que acompañaba a la caravana.

El 15 de octubre de 1880 las tropas a cargo del coronel Joaquín Terrazas emboscaron y vencieron a la partida del jefe Victorio, en un lugar conocido como cerro de los Tres Castillos, en Chihuahua. En el enfrentamiento Victorio resultó muerto junto con otros 77 guerreros. Los apaches que resultaron prisioneros fueron llevados a Chihuahua y a la ciudad de México para exhibirlos en jaulas metálicas hasta su muerte.

El coronel Terrazas (miembro de la familia de terratenientes de Chihuahua) fue conocido como “el terror de los indios” y tuvo a su cargo una compañía formada por 350 soldados equipados con armas modernas, apoyados por exploradores tarahumaras que tenían cuentas pendientes con los apaches. Uno de estos tarahumaras de nombre Mauricio Corredor fue el que mató a Victorio de un certero disparo en el pecho, provocando la derrota de los apaches. Este episodio fue considerado como el inicio del ocaso de los apaches.

El historiador Pedro Salmerón Sanginés anotó en un artículo publicado en la revista Relatos e Historia de México, número de mayo de 2015, que con la derrota de los apaches en Tres Castillos la intención de los colonos y rancheros se había cumplido; se trataba de hacer fructificar las riquezas de ese territorio, crear alicientes para empresas de ferrocarril, atraer la inmigración y fomentar la industria y la agricultura. Pero la guerra también creó la cultura de los hombres que irían a la revolución pocos años después.

Pero el conflicto contra los indios continuaba, obligando a los gobiernos de México, presidido por Porfirio Díaz, y al de los Estados Unidos a actuar con más determinación y energía. Como ya había ocurrido años atrás, las campañas militares dieron lugar a la disminución de las incursiones indias tanto en territorio mexicano como en el estadounidense.

A lo largo de 1881 varios rancheros texanos presentaron demandas contra México por no permitir la persecución y captura de abigeos. Las autoridades mexicanas reconocieron las demandas para evitar conflictos bilaterales mayores, pero el gobierno estadounidense no aceptó su responsabilidad por no vigilar adecuadamente a las reservaciones indias instaladas en su territorio, lo que facilitaba que los apaches cruzaran la frontera, atacaran en territorio mexicano y regresaran a los Estados Unidos encontrando refugio.

El general Álvaro Obregón comentó en alguna ocasión que la hacienda en la que nació, de nombre Siquisiva, aledaña a Navojoa, Sonora, fue víctima de incursiones apaches, para robar ganado y cosechas. En uno de esos ataques los apaches secuestraron al hermano menor de Obregón y no volvieron a tener noticias de él.

En 1882 se iniciaron conversaciones bilaterales entre ambos gobiernos, para definir un arreglo que permitiera a las tropas norteamericanas ingresar a territorio mexicano, exclusivamente para buscar y aprehender apaches de las reservaciones. Ese mismo año México y los Estados Unidos llegaron a un acuerdo para autorizar a tropas de ambos países a cruzar la frontera en persecución de apaches. A ese arreglo se le denominó persecución en caliente (hot pursuit). Con las negociaciones se consiguió oficialmente que la parte norteamericana abandonara cualquier pretensión sobre territorio mexicano. El acuerdo se prorrogó de 1883 a 1886 a petición de los Estados Unidos.

El arreglo de persecución en caliente no complacía a Porfirio Díaz. En su opinión el interés de los Estados Unidos estaba en capturar abigeos y el de México a los indios. Díaz tenía presente los diferendos diplomáticos que enfrentó su primera administración con los Estados Unidos, especialmente con el gobierno del presidente Ruther B. Hayes, que resultó elegido en unas elecciones irregulares y poco confiables y que tomó posesión en marzo de 1877. Adicionalmente, el régimen de Díaz había desplegado sendas campañas de represión en contra de los pueblos yaqui en Sonora y maya en Yucatán y se consideraba que no era recomendable distraer tropas y recursos de esos operativos. La represión, verdaderas acciones de guerra, continuaron hasta finales del siglo XIX.

En diciembre de 1880 Díaz cedió la presidencia a Manuel González, su compadre, y a él le correspondió formalizar las negociaciones para alcanzar el acuerdo de persecución en caliente que se firmó el 29 de julio de 1882, pero fue hasta 1883 que las tropas mexicanas quedaron autorizadas para cruzar la frontera en persecución de indios renegados.

Otro jefe apache célebre fue Cochise. Se cree que nació en 1812 en la zona de la sierra Chiricahua, en Sonora, todavía en el virreinato de la Nueva España. Se considera que Cochise fue el iniciador de las guerras apaches.

Un episodio confuso en el que Cochise fue acusado de robo de ganado y asesinato lo obligó a rebelarse en 1861. Dirigió incursiones que le dieron el control del territorio apache en Arizona, obligando a la movilización de 3,000 efectivos del ejército norteamericano, empleando inclusive piezas de artillería. Para 1863 Cochise era el jefe de la insurrección tras la aprehensión de otros jefes como Mangas Coloradas.

Las acciones de Cochise dieron lugar a reacciones violentas por parte de colonos blancos que atacaron y masacraron campamentos indios, provocando reacciones armadas de los apaches contra ranchos y poblaciones como Tucson y Camp Grant, en donde asesinaron a 4 y 144 habitantes respectivamente. Fue tal el clima de violencia que el presidente Ulysses S. Grant envió al comisionado de asuntos indígenas, Vicent Coher y al general George Crooke a Arizona para asumir el control militar de la región. La iniciativa obligó a Cochise a huir a Nuevo Mexico.

En 1872 el general Oliver Howard y Cochise alcanzaron un acuerdo, avalado por el presidente Grant, para que los apaches se instalaran en los montes Chriricahuas y en el valle de Sulphur Springs. En 1874 Cochise murió y lo sucedió Gerónimo como jefe de la rebelión apache.

El jefe Gerónimo puede ser considerado, sin lugar a dudas, como el cacique apache más conocido. Sus habilidades guerreras y su capacidad de liderazgo coincidieron con la descripción que de él hicieron los filmes de Hollywood dedicados al viejo oeste, a las novelas, los comics, la televisión y hasta los espectáculos circenses de principios del siglo XX que recreaban supuestas batallas entre soldados, vaqueros e indios. Todo ello en conjunto creó la leyenda de Gerónimo.

Gerónimo nació en 1829 en La Mesilla, Sonora que fue territorio mexicano y actualmente forma parte de Arizona. Gerónimo hablaba español y fue evangelizado en una misión. En 1880 tropas mexicanas al mando del gobernador de ese estado asesinaron a su esposa, a su madre y a tres de sus hijos en Janos.

Después de años de incursiones en uno y otro lado de la frontera desde 1858, Gerónimo se rindió al general George Crook en 1883 y fue llevado a la reservación de San Carlos, Arizona, de donde huyó junto con 20 apaches para ser recapturado en 1886 y trasladado, esta vez, a una reservación india en Florida, en donde padeció severamente las condiciones de un clima cálido y húmedo cuando él era originario del desierto.

Como si se tratara de una pieza de exhibición, Gerónimo fue presentado en la Exposición Universal de St. Louis de 1904, en la de Bufalo en 1901 y en espectáculos circenses en donde llegaron a mostrarlo junto a un mono que sabía montar a caballo, tocar el piano y comer en la mesa. Murió a los 79 años en 1908 en una reservación india en Oklahoma sin volver a Arizona.

El autor estadounidense Peter Cozzens se ocupó de Gerónimo en su libro La Tierra Llora en términos de que era un granuja, un depravado, un sádico que disfrutaba matando y que gustaba de emborracharse. Con los testimonios de un teniente Boufer y de Naiche, hija del jefe indio, Cozzens llegó a exponer que el cacique fue un inadaptado y un paria entre los suyos, que creía poseer atributos místicos y que no combatió a los blancos, como otros pieles rojas, por el despojo de sus tierras, sino especialmente contra los mexicanos, a quienes odiaba, para vengar la muerte de su familia. Sin duda, otra expresión del racismo y el desprecio de ciertos autores por las naciones indias de Norteamérica.

Existe la versión de que el cráneo de Gerónimo fue robado por la sociedad estudiantil Skull and Bones de la Universidad de Yale, lo mismo que se hizo con la cabeza del general Francisco Villa (los expresidentes Bush de los Estados Unidos formaron parte de esta sociedad secreta).

El profesor Filiberto Terrazas, autor del libro La Guerra Apache en México, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2010, se ocupó de uno de los últimos caciques apaches, de nombre Ju, quien junto con Gerónimo asumió el mando después de la derrota de Tres Castillos.

En diciembre de 1881 Ju y 50 guerreros apaches atacaron la población de Plan de Álamos, Chihuahua, provocando la muerte de rancheros y robando el ganado. Las incursiones de Ju continuaron y se acercaron a la ciudad de Chihuahua. Posteriormente atacaron la población de Galeana y se movilizaron a uno y otro lado de la frontera, obligando a las tropas del general Crook a salir en su persecución, empujando a 700 apaches a refugiarse en la sierra de Chihuahua.

En octubre de 1882 el grupo de Ju derrotó a la tropa del capitán Juan Mata Ortiz en un lugar conocido como el Charco de los Arrieros, cerca de Galeana y al oficial lo condujeron a un cerro y lo quemaron vivo en una hoguera, cumpliéndose la amenaza de venganza que Ju le había lanzado tiempo atrás.

Ju murió al desbarrancarse con su caballo en la sierra de Chihuahua (también se dijo que cayó porque estaba ebrio). A su muerte asumió el mando Gerónimo que con 40 guerreros se mantuvo en pie de lucha durante otros 35 meses, a salto de mata, entre Chihuahua, Sonora, Arizona y Nuevo Mexico.

Para septiembre de 1886, con la rendición de Gerónimo al general Nelson Miles y los sometimientos de otros caciques, llegaron a su fin las guerras apaches. Pero en la Sierra Madre en Sonora y en las montañas Jaguar entre Sonora y Chihuahua permanecieron pequeños grupos de apaches refugiados en los bosques, llevando una vida libre e independiente, que fueron conocidos como apaches broncos. Los chiricahuas, tontos, mezcaleros, jiriquillass y lipanes les temían. Los apaches seguían siendo cazadores y cultivaban maíz y hortalizas. Hasta el primer tercio del siglo XX siguieron siendo temidos y en los inviernos siguieron asaltando rancherías y pequeños poblados. Mantuvieron su resistencia a la aculturización. El mundo había cambiado, pero ellos no (ver el libro 1935. Cacería Humana de Apaches en el México Revolucionario de José Soto Chica).

El episodio del “apache kid” ocurrió en 1907 cuando ese personaje, antiguo explorador del ejército norteamericano, fue abatido por una banda de ganaderos en Nuevo Mexico durante una partida de caza de apaches.

En 1931 el ganadero sonorense Francisco Fimbres se jactó en la prensa de Arizona de haber organizado la última cacería de apaches, para la que contrató a un grupo de mercenarios armados con equipos modernos, inclusive un avión, para localizar y masacrar a los últimos broncos en la Sierra Madre. Anteriormente Fimbres atacó comunidades de yaquis, mayos y seris en Sonora.

En noviembre de 1935, obligados por las nevadas, una pequeña banda de broncos bajó de la Sierra Madre y fue emboscada nuevamente por Fimbres y sus cazadores, dando muerte a dos hombres y ocho mujeres.

En opinión de José Soto Chica para 1940 las montañas Jaguar estaban en silencio. Los apaches broncos habían sido total y sistemáticamente exterminados en pleno siglo XX.

En 1934 el antropólogo estadounidense Greenville Goodwin calculó que sólo sobrevivía una treintena de apaches libres o broncos, que vagaban por los bosques, montañas y despeñaderos sin encontrar piedad ni reposo.

El escritor norteamericano Louis L´Amour, quien fue considerado como el cronista del oeste, autor de conocidas novelas como Los Madrugadores, El Tesoro Mexicano, Hondo o El Cañon Oscuro, definía a los indios como luchadores natos, a quienes por naturaleza les gusta luchar. Así que ellos no comprenden que es la piedad. Los indios crecen pensando en la tribu y todos los demás son enemigos.

Los apaches de Nuevo México
y Arizona son los hombres más
sigilosos del mundo. No tienen
ruidos en el cuerpo y no producen
sombras. Son capaces de tomar una
liebre de las orejas sin que esta se
dé cuenta.

Paco Ignacio Taibo II.
Everardo Suárez Amezcua, Embajador de México, jubilado.
Octubre de 2024.

 

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