III. LA BATALLA DE EL CAMARÓN DE 1863. UNA VICTORIA IGNORADA EN MÉXICO. UNA DERROTA EVOCADA EN FRANCIA.

La historia de México registra una tendencia a conmemorar algunas derrotas y atenuar o hasta excluir la celebración de no pocas victorias.

Puede resultar complicado encontrar una explicación verosímil y objetiva a esta contradicción. Sin embargo, no se debe descartar la posibilidad de que la historiografía oficial haya decidido encomiar algunos episodios, aunque se trate de fracasos o derrotas, porque se consideró que la conmemoración de esos pasajes contribuía a fortalecer la unidad nacional y a mantener la vigencia de valores patrios y de identidad ciudadana, todo ello como recurso para robustecer al gobierno en turno.

Por otra parte, la indiferencia histórica u oficial con respecto a algunos capítulos que simbolizan victorias o hechos favorables para los intereses del país, se puede explicar por la ejecución de políticas de corte egoístao contestatario de gobiernos sucesivos para no reconocer los méritos o logros de bandos políticos contrarios o de tendencias y movimientos que pudieron representar desafíos para el poder constituido e imperante.

Sin lugar a dudas, se puede afirmar que algunas de esas contradicciones históricas para no celebrar determinados triunfos y, en cambio, conmemorar otras derrotas siguen vigentes hasta la fecha. Se puede pensar que el sistema político no considera conveniente reconocer la trascendencia de movimientos populares que rompieron, regional y momentáneamente, el orden establecido, que fueron llevados a cabo por colectividades no identificadas con la autoridad o, de plano, que fueron considerados como subversivos.

Otra eventualidad para sostener ese comportamiento público de indiferencia se puede encontrar en una política complaciente para no encarar a otros países o a tendencias ideológicas locales.

Así, se puede observar que desde la época de la consolidación de la independencia nacional las administraciones liberales o conservadoras, federalistas o centralistas, decidieron desdeñar la celebración de la acción militar que puso fin a la presencia colonial de España en México, estos es la toma de la fortaleza de San Juan de Ulúa en Veracruz, el 23 de noviembre de 1825, lo que apuntaló la independencia que se había proclamado en septiembre de 1821. Se puede deducir que las autoridades de la nueva república optaron por no celebrar el acontecimiento para no incomodar o desafiar a la antigua potencia colonial, que no reconocía la independencia, y para restarle méritos al liderazgo liberal y republicano que consiguió la expulsión definitiva de la fuerza armada española.

Entre julio, agosto y septiembre de 1829 tuvo lugar la campaña de reconquista de México dirigida por los generales Isidro Barradas y Miguel Salomón. Tomando en cuenta que España no había reconocido la independencia de México, el rey Fernando VII autorizó una expedición de reconquista de la antigua colonia. La operación zarpó de La Habana con rumbo a Veracruz a finales de julio de 1829 y estuvo integrada por 4,000 soldados, transportados en una flota de 20 buques.

Por razones climatológicas la flota se dirigió a Tampico y en ese puerto desembarcaron tomando la plaza el 31 de julio. En su desplazamiento hacia Veracruz la tropa española se encontró, en las márgenes del río Pánuco, con las fuerzas mexicanas dirigidas por los generales Antonio López de Santa Anna y Manuel Mier y Terán que agrupaban a 1,000 soldados de infantería, 500 de caballería, con 4 piezas de artillería. Los combates se sucedieron en las poblaciones de Pueblo Viejo, Villerías y Doña Cecilia del lado de Tamaulipas y en Las Piedras y El Humo en Veracruz.

La batalla principal ocurrió en Tampico el 21 de agosto, en donde las tropas españolas fueron derrotadas definitivamente entre el 10 y el 11 de septiembre. El combate en el Fortín de la Barra, en donde se parapetaron los restantes 600 soldados españoles, que terminó en derrota para los invasores, obligó a la rendición de la expedición, firmándose la capitulación, entregando armas, pertrechos de guerra y banderas. Barradas se comprometió a no volver a tomar las armas contra la república mexicana y, de esta forma, se consolidó la independencia del país.

Estas victorias del ejército de la incipiente república tampoco son celebradas ni destacan en la historia oficial ni en el calendario cívico. La omisión puede deberse a que en el triunfo de las tropas republicanas mexicanas figuró como comandante Antonio López de Santa Anna, futuro dictador, usurpador y considerado traidor a la patria. Se puede asumir entonces que los gobiernos del siglo XIX, liberales o conservadores, prefirieron olvidar este episodio histórico para no propiciar debates ni enfrentamientos políticos a pesar de que esos triunfos representaron la consolidación de la independencia de México.

Las campañas que llevó a cabo el sacerdote español Celedonio Domeco de Jarauta entre marzo de 1847 y julio de 1848, para enfrentar al ejército de los Estados Unidos durante la guerra mexicano-norteamericana y la posterior ocupación del país ha sido, desde entonces, un episodio ignorado por la historiografía oficial. Difícilmente se pueden localizarreferencias a las acciones que ejecutó Jarauta y su agrupación de guerrilleros en contra de la ocupación militar norteamericana en los estados de Veracruz, Puebla, Hidalgo, México, Guanajuato y la ciudad de México. La relevancia del movimiento de oposición de Jarauta contra la invasión y la mutilación territorial del país no ha sido debidamente registrada porque, por una parte, las acciones emprendidas por Jarauta fueron las de un guerrillero que no formaba parte de un ejército regular (derrotado y humillado), porque encabezó un movimiento popular y de oposición al gobierno de esa época y para no enfrentar a los Estados Unidos., ya que Jarauta fue un personaje odiado por el ejército estadounidense.

A pesar de su importancia histórica la batalla de Calpulalpan, ocurrida el 22 de diciembre de 1860, en la que las fuerzas liberales y republicanas derrotaron definitivamente a los conservadores, dando lugar a la consolidación del régimen liberal del presidente Benito Juárez, al fin de la guerra de Reforma y a la liquidación del partido Conservador que se vio obligado a buscar, otra vez, una intervención extranjera, que esta vez condujo a la guerra con Francia y a la instauración del efímero imperio de Maximiliano.

Tal vez la resistencia de los gobiernos sucesivos para no celebrar la victoria liberal de Calpulalpan se pueda encontrar en la posición oficial de no confrontar a los sectores conservadores o de derecha que han perdurado en México desde finales del siglo XIX, buscando no incitar a conservadores y clericales, apostando por una hipotética reconciliación política.

El episodio conocido como la batalla de El Carrizal, ocurrida el 21 de junio de 1916, en un sitio ubicado al sur de Ciudad Juárez, Chihuahua, durante la intervención de la Expedición Punitiva, lanzada por los Estados Unidos para capturar a Francisco Villa, enfrentó a un contingente de tropas estadounidenses con efectivos de las fuerzas carrancistas. Los norteamericanos resultaron derrotados con un saldo de 14 bajas y 24 prisioneros, viéndose obligados a emprender la retirada hacía Ciudad Juárez.

Los hechos de El Carrizal determinaron la convocatoria urgente para celebrar reuniones bilaterales en New London y Atlantic City en los Estados Unidos para buscar un arreglo pacífico que pusiera fin a la Expedición Punitiva. Esta excepcional victoria de soldados mexicanos contra invasores norteamericanos tampoco figura en el calendario oficial. Cabe suponer que la inclusión de la victoria de El Carrizal en el calendario oficial podría resultar desfavorable en el marco de las relaciones mexicano-norteamericanas por la humillación diplomática y militar que representó la Expedición Punitiva para las políticas imperialistas que ejecutaron los Estados Unidos durante las primeras décadas del siglo XX.

La batalla de Zacatecas es otro relevante episodio nacional que no ha recibido el tratamiento y el reconocimiento que merece en el relato de la historia del país. El enfrentamiento entre la División del Norte y el ejército de la dictadura de Victoriano Huerta tuvo lugar en junio de 1914. Como se expone en la publicación La Toma de Zacatecas, preparada por la revista Proceso, edición especial, número 46, para conmemorar el centenario de la batalla, la acción significó la puntilla para la caída del usurpador Huerta tan solo 21 días después, mostró la eficacia militar de la División del Norte y evidenció el genio de los generales Francisco Villa, Felipe Ángeles y Pánfilo Natera.

En su libro La División del Norte, editorial Planeta, México, 2006, el historiador Pedro Salmerón destacó que esa unidad militar se transformó en una verdadera máquina de guerra y que fue el ejército revolucionario más poderoso de América Latina. Por su parte, el autor Paco Ignacio Taibo IIrecalcó en su libro Pancho Villa. Una Biografía Narrativa, editorial Planeta, México, 2006, que en Zacatecas los villistas le quebraron el espinazo a las fuerzas huertistas, abriendo el sendero hacía la ciudad de México para poner fin al régimen dictatorial de Huerta.

La indiferencia y a veces hasta la censura de los gobiernos posrevolucionarios hacía la División del Norte y la figura de Francisco Villa, se puede explicar por el hecho de que el bando triunfador en el proceso revolucionario, el constitucionalista, encabezado por Carranza, Obregón, Calles y otros caudillos norteños nunca pudieron someter a los villistas, ni tampoco coincidieron con sus propuestas populares, agrarias o revolucionarias.

Desde el punto de vista de Paco Ignacio Taibo II los gobiernos posteriores a 1920 se alejaron paulatina y parcialmente de los principios y compromisos revolucionarios para buscar, de manera pragmática, arreglos con los bandos que les pudieran obstruir sus proyectos políticos y gubernamentales, entre ellos: los Estados Unidos, la iglesia católica, los remanentes de las clases porfirista y huertista y el incipiente grupo de propietarios del capital.

Así entonces, no hubo ninguna cortapisa oficial para referirse a Francisco Villa y a la División del Norte como reaccionarios, bandidos, robavacas o facinerosos. Fue hasta la década de los 70s cuando se inició una tibia reivindicación de Villa y su legado, sin llegar a un reconocimiento cabal de sus valores ni sus consecuencias en la historia reciente del país, porque aún perduran sectores políticos, empresariales, religiosos y hasta académicos que siguen descalificando la trayectoria histórica y las propuestas del movimiento villista.

Por lo que se refiere a las derrotas o fracasos que se han registrado en la historia de México y que se conmemoran en el calendario oficial como si se tratara de victorias los ejemplos abundan.

Se puede entender que con estas celebraciones los gobiernos en turno han tratado de encubrir episodios dolorosos, deshonrosos o inconcebibles desde un punto de vista histórico, otorgándoles un tratamiento saturado de interpretaciones parciales para ofrecer una versión impronta, con rasgos de gloria, patriotismo, sacrificio y a veces hasta de preeminencia nacional.

Los casos en esta perspectiva también son abundantes. En un claro esfuerzo por utilizar y adecuar estos episodios históricos, las autoridades han aprovechado los acontecimientos para exaltar y reforzar una unidad nacional, con identificacionesculturales, cívicas y sociales. Por ello, no sorprende que las efemérides elegidas para su conmemoración tienen que ver, en buena medida, con intervenciones, agresiones o invasiones provenientes del extranjero y casi ninguna en las que hayan sido protagonistas elementos nacionales.

El 20 de agosto de 1847 se libró la batalla de Churubusco que enfrentó al ejército mexicano con las fuerzas invasoras estadounidenses en el marco de la guerra mexicano-norteamericana. En ese enfrentamiento se distinguieron el general Pedro María Anaya y el batallón de San Patricio(integrado por voluntarios irlandeses), en la defensa de la posición para tratar de detener el avance de los norteamericanos hacía la ciudad de México.

Las fuerzas mexicanas fueron vencidas por la superioridad del enemigo en materia de efectivos, calidad y cantidad de armamento y porque el dictador Santa Anna cometió una de sus muchas traiciones, negando refuerzos a la guarnición, suministrando municiones caducas, en cantidad limitada y hasta de diferente calibre.

Al final del combate el convento de Churubusco fue tomado, los sobrevivientes, el general Anaya entre ellos, fueron hechos prisioneros, los irlandeses recibieron tratamiento de traidores y desertores y fueron ejecutados, y el camino a la capital quedó prácticamente abierto con únicos puntos de defensa en Molino del Rey y Chapultepec.

La resistencia de los soldados mexicanos y el sacrificio de los irlandeses del batallón de San Patricio son moderadamente recordados en el calendario oficial. Pese a que se trató de una dolorosa derrota la acción es conmemorada omitiendo la humillación y el fracaso de las fuerzas nacionales, anteponiendo interpretaciones oficiales inherentes al patriotismo, la defensa del territorio nacional y al sacrificio de los defensores.

El episodio histórico que ha sido asumido por el discurso oficial de manera pertinaz y como paradigma de conceptos como patriotismo, defensa de la soberanía nacional e inmolación por la nación es, sin lugar a dudas, la batalla de Chapultepec. Este enfrentamiento tuvo lugar el 13 de septiembre de 1847. En este sitio fueron derrotados los remanentes del ejército nacional, entre ellos unas docenas de alumnos del Colegio Militar. Fue un combate desigual que apenas duró unas horas y que fue el último bastión antes de la ocupación de la capital por las fuerzas estadounidenses y la posterior e inevitable rendición ante los Estados Unidos.

En este caso la historiografía, el discurso, los programas escolares y las efemérides oficiales se han empeñado en relatar una derrota que fue el preámbulo a la rendición, la ocupación y la mutilación del país, transfigurando los hechos para representar una acción épica que propició unidad nacional, que fortaleció la identidad con los valores patrios y que generó conciencia y compromiso con los intereses de la nación.

La ampulosidad del discurso oficial para referirse a este episodio que evita, obviamente, alusiones a derrotas, incorporó de manera descollante las evocaciones al sacrificio ejemplar de algunos de los cadetes del Colegio Militar,hechos que son puestos en duda por académicos e historiadores que respaldan la idea de una leyenda o mito, exponiendo que esos hechos han sido utilizados por los gobiernos en turno, advirtiendo que la lucha de los cadetes no se limitó a los seis que murieron en combate ya que hubo otros que resultaron heridos y hechos prisioneros, como fue el caso de los futuros generales Leandro Valle, que se distinguió en el bando liberal y juarista y Miguel Miramón que fue un caudillo en el partido conservador, de filiación monárquica y clerical.

El 21 de abril de 1914 tuvo lugar otra intervención de los Estados Unidos en México, cuando la flota norteamericana inició el bombardeo a Veracruz, que concluyó con una ocupación del puerto durante siete meses.

En la publicación La Ocupación Yanqui de Veracruz, edición especial, número 45, de la revista Proceso, se presentó una amplia descripción documental y gráfica de la ocupación que, pese a la resistencia de la escasa guarnición militar y de la población civil, la plaza fue tomada en un par de días.

En esta acción bélica se mostró nuevamente la ventaja de las tropas norteamericanas, conformadas por casi 1,000 infantes de marina, apoyados por unidades de artillería terrestre y las baterías de los buques atracados en los muelles o fondeados a corta distancia del litoral.

En la defensa del puerto participaron unidades de la armada mexicana y cadetes de la Escuela Naval. En cuestión de pocos días soldados, marinos y voluntarios fueron derrotados.

De eso hechos la historia oficial rescató las figuras de dos marinos: el capitán José Azueta y el cadete Virgilio Uribe, a los que el discurso oficial les confió el tratamiento de “niños héroes”, como los de Chapultepec, y los incorporó a la galería de héroes nacionales para evocarlos en ceremonias y efemérides.

Un aspecto que ha sido evidentemente soslayado por las autoridades, civiles y militares, es que los soldados y marinos que asumieron la defensa de Veracruz formaban parte de los cuadros militares adeptos al régimen de Victoriano Huerta, implicados institucionalmente con la dictadura y enemigos, en consecuencia, del movimiento constitucionalista de Carranza, Villa, Obregón o Zapata. Algunos autores como Paco Ignacio Taibo II y Pedro Salmerón han comentado que al participar en la defensa del puerto esos militares y marinos también asumieron la defensa del régimen huertista.

Todo lo anteriormente expuesto no ha sido tomado en cuenta en los discursos oficiales, en la elaboración de programas escolares y en el diseño de calendarios de efemérides nacionales. Como en este y en otros casos una derrota que dio lugar a una ocupación ha sido convertida en un hecho memorable y en un argumento ineludible a la hora de modificar la historia para exaltar una narrativa nacionalista, reivindicadora de valores y de compromiso con la nación.

Hacía marzo de 1863 la intervención de Francia en México ya se extendía por poco más de año y medio. La batalla del 5 de mayo de 1862 resultó en una victoria para las fuerzas armadas mexicanas y, en esos días, se logró contener el avance de los franceses a la ciudad de México. Diez meses después la ciudad de Puebla se encontraba sitiada por el ejército francés con un cerco que duró dos meses, del 16 de marzo al 17 de mayo de 1863, cuando la guarnición mexicana al mando del general Jesús González Ortega se rendió y la ciudad fue ocupada por las tropas del general Fréderic Forey.

Para esas fechas el ejército francés se había incrementado de 5,000 soldados en 1862 a cerca de 30,000 efectivos para marzo de 1863, integrados en dos divisiones, con el apoyo de 8,000 mexicanos conservadores y monárquicos, y con una dotación de 56 cañones de campaña.

Como se podrá comprender, el abastecimiento de esos miles de soldados requería del frecuente envío de convoyes de Veracruz a Puebla transportando refuerzos, suministros, armas y municiones y recursos monetarios para la paga de la soldadesca. Se ha afirmado que en el puerto de Veracruz atracaban docenas de barcos franceses en plazos semanales, transportando tropas, piezas de artillería, caballos y mulas, alimentos y hasta barriles de vino para consumo de los soldados (su dieta diaria incluía dotaciones de vino).

El autor Paco Ignacio Taibo II anotó en su libro Patria, volumen 2, editorial Planeta, México, 2017, que en abril de 1863 una columna francesa compuesta por 64 carretas y 2 mil mulas transportando equipos militares, 14 millones de francos en oro y plata, y lo más importante de su cargamento, cañones rayados de calibre 30, salió con rumbo a Puebla.

Para la escolta de este convoy el alto mando francés dispuso que una compañía de la legión extranjera acompañara a la columna de Veracruz a Puebla. Como referencia de esta acción de custodia resulta de interés anotar que el primer contingente de legionarios viajó a México procedente de su base en Sidi Bel Abbes en Argelia. El regimiento estuvo integrado por 1,400 hombres, que arribaron a Veracruz en tres buques militares a finales de marzo de 1863.

El 29 de abril de ese año el comandante de la legión, el coronel PierreJeanningros, estableció su cuartel general en la zona del Chiquihuite en donde recibió los reportes de avanzada que indicaban que fuerzas del gobernador de Veracruz, Francisco de Paula Millán, merodeaban por los caminos y senderos de la zona. Se trataba de 650 soldados de infantería(en realidad eran guerrilleros, mal armados y sin entrenamiento militar)y 200 jinetes.

Para explorar el terreno y confirmar la presencia de combatientes mexicanos, el coronel Jeanningros envió a la 3ª compañía a cargo del capitán Jean Danjou a realizar el reconocimiento. Esta unidad estaba compuesta por 62 legionarios y dos oficiales, y llevaban consigo varias mulas cargadas de municiones, alimentos y agua.

Del capitán Danjou se puede dejar registrado que era un veterano de la legión, de 35 años de edad, con experiencia de combate en las campañas de Argelia, en la guerra de Crimea, distinguiéndose en las batallas de Sebastopol, Solferino y Magenta contra italianos y austriacos. En 1853 Danjou perdió una mano y desde entonces era conocido por usar una extremidad de madera.

La ruta de exploración trazada por Danjou incluía sitios como Palo Verde (a 35 kilómetros deVeracruz), La Soledad, Paso del Macho, hasta llegar a lo que actualmente es el municipio de Tejeda.

En un pequeño rancho abandonado que tuvo como nombre El Camarón, Danjou y su tropa se encontraron, el 30 de abril, con un grupo de 20 lanceros a caballo al mando del capitán Sebastián Campos, a los que se sumó un poco más tarde otro grupo de lanceros de Orizaba a cargo del comandante Joaquín Jiménez.

Los legionarios iniciaron un repliegue tratando de llegar a la hacienda de La Trinidad, pero no lo consiguieron. Se parapetaron entonces tras las paredes de adobe de El Camarón en donde, en formación de escuadra, trataron de resistir los ataques de los lanceros mexicanos. Las cargas de caballería se sucedieron, pero no lograron romper la formación de los legionarios. El estruendo de los tiroteos provocó la huida de las mulas y los franceses se quedaron sin agua y sin municiones.

Los ataques de las unidades mexicanas fueron mermando a los legionarios. Para el mediodía los sobrevivientes rechazaron los ofrecimientos de rendición que les hicieronel teniente Ramón Layné(de origen francés y alumno del Colegio Militar) y el coronel Ángel Cambas (también hijo de franceses).

En horas de la mañana y durante las primeras acciones de combate murieron el capitán Danjou y los dos tenientes. A las 12:30 el corneta de la tropa mexicana tocó la orden de a degüello, que significa que ya no habría cuartel para los franceses. Después de once horas de combate sólo tres legionarios siguieron dispuestos a continuar la lucha. Para las 6 de la tarde los efectivos de la legión han sido aniquilados, 33 murieron, 31 fueron hechos prisioneros con heridas graves, 19 de ellos murieron días después. Por la parte mexicana murieron 16 hombres, 18 resultaron heridos, un teniente coronel murió y 3 capitanes y 3 tenientes resultaron heridos.

Por órdenes del gobernador de Paula Millán los legionarios franceses recibieron sepultura en el lugar del combate y los heridos recibieron atención médica. Al día siguiente el coronel Jeanningros llegó al sitio de la batalla al mando de una tardíacolumna de rescate. Lo único que encontró fue el pueblo fantasma de El Camarón y la mano de madera de Danjou.

En el libro intitulado La Intervención Francesa en México, de Luis Garfias M., publicado por la editorial Panorama México, 1985, se indica que la mano de madera de Danjou fue recogida por el subteniente Maudet, entregada aJeanningros quien la envió a Francia como un símbolo de heroicidad. Este objeto se veneró como una reliquia en el cuartel general de la legión extranjera en Argelia. Actualmente se encuentra en el museo militar del Campo Marte en París.

La simbología y la conmemoración de la batalla de El Camarón ( Camerone para los franceses ) la explica el autor y ex -legionario John Parker en su libro intituladoInsideTheForeignLegion, editado por JudyPiarkusLimited, Londres, 1998, exponiendo que fue hasta los años 20s que la legión decidió recuperar la memoria de la batalla de El Camarón como un recurso para la revalorización del ejército francés y para promover la refundación de la legión con un código de honor y fidelidad, para inculcar a los nuevos reclutas que la legión representa el coraje en la adversidad extrema y es igualmente importante para recordar a los héroes de aquellos conflictos, destacando el significado del día especial, el 30 de abril, en que los legionarios le rinden tributo a los héroes de El Camarón en todas partes. Así, Parker refirió que la conmemoración de El Camarón ha estado presente en las unidades de la legión extranjera en la Segunda Guerra Mundial, en las guerras de Indochina y Argelia y en las intervenciones de Francia en África(Chad, Djibuti, Congo ) y en Irak.

A manera de epílogo del presente trabajo, el autor considera imprescindible insistir en la dicotomía prevaleciente en el discurso oficial, en el calendario cívico, en los programas educativos y, en general, en la historiografía nacional para conmemorar las derrotas que ha sufrido el país para tratar de ocultar, como política recurrente, los designios lesivos que han significado dichos fracasos, exaltandoen cambio interpretaciones que resaltan hipotéticos hechos heroicos, sacrificios ejemplares o episodios patrios.

La batalla de El Camarón de 1863 es un ejemplo claro de triunfos o victorias que, parece ser, no se quieren celebrar por razones diplomáticas, políticas o por falta de interés en el rigor histórico. Para Francia es una efeméride, para México es una indiferencia.

Los terrenos del antiguo rancho de El Camarón forman parte actualmente de la demarcación del municipio de Tejeda, Veracruz. En el lugar se trazó una callejuela con algunos tendajones y viviendas populares, La Embajada de Francia en México se ocupó de arreglar el terreno que ahora es un campo de futbol y la autoridad municipal levantó un sencillo obelisco que se encuentra olvidado.

The factis Camerone is more
than a day of celebration and
tradition, it is almost a credo
to both legionnaires and ex-legionnaires.
Never surrender.

John Parker.

Everardo Suárez Amezcua.
Enero de 2025.

Compártelo

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.