III. ENTRE MUROS Y CARAVANAS

Globalidad y migración

Hace algunos lustros se celebraba en casi todas partes el arribo y encumbramiento de la globalización. Se asumía con euforia el hecho de que gracias a la conclusión de la “Guerra Fría”, sobre todo, pero en parte también y de modo menos consciente al desarrollo de nuevas tecnologías, el mundo ingresaba a una época de paz. La humanidad estaba plenamente conectada a través de varios conductos: imágenes, sonidos, comunicaciones, movilidad, etcétera y, muy importante, la población mundial tenía conciencia de vivir –digamos- en tiempo real. La crónica de la Guerra del Golfo no la leímos en la prensa del día siguiente: la vimos por televisión cuando ocurría y desde que se desató.

Un académico reconocido mundialmente (el profesor Francis Fukuyama) llegó a afirmar que acabada la Guerra Fría, concluida la rivalidad y la disputa ideológica Este – Oeste, el universo había llegado al fin de la historia y a futuro la humanidad viviría en paz y sin contratiempos de consideración.

Esa perspectiva pronto se desvaneció. Más temprano que tarde comenzaron a emerger aquí y allá signos, señales visibles de que algo no marchaba como debía. La más ruidosa, la más aparatosa y cruenta de esas señales ocurrió en la ciudad de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, con el derribamiento de las emblemáticas Torres gemelas, perpetrado por terroristas musulmanes.

Pero igualmente graves y dolorosas, complejas y profundas, otras señales crecían de modo silencioso y patético. Uno de esos fenómenos fue la generalización y desbordamiento de la migración mundial.

Las fronteras nacionales se levantaron en la época contemporánea. El siglo dieciocho decretó las nacionalidades y el nacionalismo detuvo y condenó abruptamente las migraciones. Igual que hace siglos, en la actualidad son las guerras, los odios, el miedo, las rivalidades (étnicas, religiosas, económicas), la pobreza y la marginación, los generadores de migrantes.

Occidente, al impulsar la globalización, se esforzó por derribar los obstáculos a la libre circulación de bienes, servicios y capitales, pero no de las personas. En ese mismo Occidente -concebido no como espacio físico sino como una cultura-, donde surgieron y desde donde se impulsan las ideas de libertad, democracia y derechos humanos, se está produciendo actualmente una regresión peligrosa.

Pues son los gobiernos, las autoridades locales y nacionales en quienes recae la responsabilidad, la obligación primigenia de crear las condiciones para desalentar el éxodo de su población, para asegurar modos de sobrevivencia digna y segura para sus habitantes, una obligación que demanda también el sano sentido de la lógica económica.

Muros y metecos

El ser humano emigra por naturaleza, es un hommo migrantis. Lo ha hecho desde que despertó la humanidad, impulsado por los caprichos climáticos, obligado por calamidades naturales, en respuesta a la sobrepoblación, en búsqueda de mejores cultivos, de nuevas oportunidades de vida, a veces sólo por curiosidad. Emigrar es un derecho natural, un derecho humano y la más inmediata manifestación de libertad.

Los griegos, que tantas cosas inventaron, la acogieron y normaron. En pleno apogeo ateniense Solón alentaba los asentamientos de artesanos extranjeros en la ciudad, según relata Plutarco. Metecos, llamaban los griegos a esos extranjeros que convivían entre ellos, a quienes autorizaban a residir en Atenas a cambio de un impuesto no gravoso. El emperador Marco Aurelio participaba también de esa visión. Discurría que si su ciudad y su patria eran Roma en tanto que Antonino, lo era el universo en tanto que hombre.

El fenómeno de los muros tampoco es novedad. Desde la antigüedad algunos gobernantes han intentado parar la migración por esa vía. La Muralla china es acaso un ejemplo monumental. El Emperador Shih Huan Ti –unos dos siglos antes de Cristo- ordenó su edificación, encaminada a impedir la invasión de los bárbaros.

Es la misma pretensión que impulsa al Presidente Donald Trump a la construcción de un muro en la frontera con nuestro país. Va a persistir en ello contra viento y marea porque le resulta una magnífica carnada electoral. Como fuere, con muro o sin él, los mexicanos que deseen o tengan necesidad de ingresar a Estados Unidos hallarán el modo de hacerlo. Lo ideal y conveniente sería que no los motivara esa necesidad.

“Palo dado ni Dios lo quita” enseña el proverbio. Los ataques del Presidente Trump a México por ese pretexto no sólo continuarán, sino que la forma y el tono se extremarán. Vilipendiando a México él tiene poco o nada que perder. México, en cambio, perdería no poco en una confrontación abierta. No liarse en pleito con el primer individuo que nos provoca es una regla de oro. Hay que ir con cautela, con precaución, pero sin ningún temor. Y echar mano de todas las armas y medios para protegernos. Uno de estos –que bizarramente se conoce en México- es promover y realizar mucho lobby con personas, personalidades, grupos e instituciones de y en Estados Unidos. (El de lobbysta, es un oficio reconocido y bien regulado en Estados Unidos, al que en México lamentablemente nos referimos como “coyote”).

Muros y caravanas son dos asuntos que ocupan y afligen actualmente a México con encono. Son temas muy recurrentes en los medios de información: muros y caravanas que deciden la suerte de miles de migrantes, los propios y los provenientes de otras naciones, que se proponen en este caso, ingresar a Estados Unidos.

A los migrantes los motiva la sobrevivencia en primerísimo lugar. Escapan de la guerra, de la violencia, de la inseguridad, de la pobreza, fenómenos generalizados en todas partes. El aspecto más trágico del caso es que son cada vez menos sus posibilidades de establecerse en un nuevo territorio, porque va en aumento el número de países cuyos gobiernos se oponen y bloquean el ingreso.

Igual, los métodos para rechazar a quienes emigran son cada vez más rudos. Un ejemplo indiscutible se impuso en nuestra frontera con Estados Unidos. El gobierno del presidente Trump discurrió separar a las familias y enjaular a los niños. Las imágenes de esos centros de detención –o como los llamen- hacen recordar los que impusieron los nazis a los judíos.

Un país de migrantes

Que México es un país de migrantes es una declaración de nuestras autoridades y la hemos escuchado o leído varias veces en distintas épocas. Lo han declarado sin rubor porque es cierto: por décadas, millones de mexicanos se han visto obligados a emigrar a Estados Unidos.

En realidad ese fenómeno ha sido consecuencia de un acto de prevaricación. Sucedió por décadas y aún sobrevive: el volumen de remesas proveniente del Norte incide decisivamente –todavía- en la marcha de la economía del país. El Gobierno de México –hasta donde sabemos- no se ha planteado ese asunto como un problema, sino que se acogió a él como a una tabla de salvación, a una válvula de escape: la mano de obra mexicana desempleada, que emigre a Estados Unidos.

Es ése el problema en el Norte de México. Hay otro correspondiente en el Sur.

Durante años ya, un caudal de trabajadores centroamericanos ha atravesado el territorio mexicano para llegar a Estados Unidos. Provienen sobre todo de Guatemala, Honduras y El Salvador (más o menos una cuarta parte de la población salvadoreña radica en Estados Unidos). Lo han hecho por décadas.

Sin embargo, orquestadas desde Honduras con gran propaganda y algarabía, el año pasado aparecieron las llamadas “caravanas” centro americanas. No fue, no ha sido nada transparente la forma como se engendraron, ni conocemos las causas y el desarrollo de las mismas. Por lo tanto despiertan desconfianza y rechazo. ¿Quién las promovió? ¿Quién las organiza y apoya económicamente? ¿A quién sirven? ¿Cuál es su verdadero propósito?

Un factor que enturbia aún más la formación de esas caravanas es la aparición de grupos de cubanos y nacionales de países tan lejanos como algunos africanos o medio-orientales. ¿Cómo y en qué calidad migratoria ingresan a México? ¿Por dónde? ¿Quién los autoriza?

El Gobierno de México asumió una posición apropiada ante esa situación. La Secretaría de Relaciones Exteriores reportó el 23 de abril reciente en su blog, declaraciones de la Secretaría de Gobernación en el sentido de que: “la visión del Gobierno de México respecto de la migración, tiene tres ejes fundamentales: la protección de los derechos humanos de los migrantes, el desarrollo económico y social de los países de la región centroamericana y el registro ordenado de los migrantes que ingresen a territorio nacional”. Recalcó –muy importante- que el registro es precondición para decidir su calidad migratoria en México.

Desde abril –en época de crisis el tiempo se desliza con rapidez- mucha agua ha fluido bajo el río, dos en nuestro caso: el Bravo y el Suchiate.

El Gobierno de México –no se olvide- militó en favor del Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular, adoptado el 11 de diciembre pasado en la Conferencia Intergubernamental de Marrakesh y endosado por la Asamblea General de las Naciones Unidas unos días más tarde.

Me he referido sólo al problema de México en el norte y en el sur, en Norteamérica. Pero un drama similar se vive en Europa, con las peregrinaciones de grupos provenientes de África y del Oriente Medio.

Un problema insoluble

La migración es un problema que no tiene remedio a corto plazo. Acompañará a la humanidad por varias décadas. Aliviarlo demandará años de trabajo y educación. Se puede empezar ya con el planteamiento de algunas preguntas: ¿Por qué todos los migrantes quieren ir a Europa, a Estados Unidos o Japón?

Una de los mayores causas, acaso la mayor, generadora de migrantes, es la ineficacia e ineficiencia de gobiernos nacionales fallidos, de administraciones nacionales malogradas que en vez de crear, producir y distribuir con elemental justicia y equidad, introducen y propagan caos, miseria, destrucción y migrantes.

No es romanticismo declarar que las culturas se fecundan con los injertos, se abonan con los préstamos y los cruzamientos, que la diversidad enriquece a las sociedades y la imposición de la uniformidad las socaba.

Pero igual, es innegable que la organización de la vida política y social de las naciones demanda orden y concierto. Sería patético considerar al planeta como un edén original. En el hombre hay mala levadura.

¿Por qué los migrantes desean ir a Europa, a Estados Unidos, a Australia y Nueva Zelanda y no a Nicaragua, a Sudán, Yemen o Myanmar? Por el nivel de paz y seguridad, de vigencia y aplicación del estado de derecho –de civilidad- que han alcanzado aquellos países y que garantiza en principio un entorno de seguridad, de libertad y, con suerte, de trabajo.

Por si no bastara, actualmente amaga al mundo una torva regresión, una vuelta al oscurantismo. Nos referimos a la nueva clase de dirigentes políticos que se va imponiendo en los gobiernos nacionales -por la vía electoral todos-, apelando al populismo, al miedo, a la etnia, al resentimiento: Estados Unidos, Rusia, Turquía, Hungría, Polonia, Venezuela, Brasil El Salvador, Filipinas, Italia, Polonia, y una docena más. . .

Se trata de una nueva categoría de mandatarios, de líderes políticos que sin miramientos ni contemplaciones promueven posiciones fascistas. Un asunto preocupante en verdad, una nueva epidemia mundial.

 

CDMX, junio de 2019

 

  1. Diplomático y escritor mexicano

 

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