La distancia geográfica entre la ciudad de México y la península de Yucatán (1,400 kilómetros aprox.), la ausencia de vías de comunicación seguras y continuas, la existencia de obstáculos naturales como junglas, ríos, lagunas y abruptos nudos montañosos, determinaron el alejamiento político, administrativo y económico de la península con respecto al resto del país, situación que prevaleció durante poco más de trescientos años.
El distanciamiento de la provincia en relación con el centro administrativo del virreinato de la Nueva España fue reconocido por la corona española que acordó la creación de la Capitanía General de Yucatán en 1565, concediéndole a la región una limitada autonomía para que, bajo la supervisión del virrey, aplicara sus propios planes en materia de propiedad de la tierra, producción agrícola e intercambios comerciales con el virreinato y la metrópoli.
Desde el inicio de la ocupación de la península el colonizador español advirtió que en la región no iba a encontrar yacimientos minerales para su explotación y que la inexistencia de recursos hidráulicos a nivel de superficie imposibilitaría el cultivo de trigo, cebada, forrajes y otros productos. De esta forma, el colonizador convertido en hacendado y usufructuario de encomiendas de indígenas por disposición real, asumió que su porvenir se encontraba en la producción de maíz y en el ancestral aprovechamiento de la fibra obtenida del henequén, introduciendo a mediados del siglo XVIII la siembra, a menor escala, de la caña de azúcar.
El transcurso de la colonia y el funcionamiento de la capitanía como modelo administrativo propició que en Yucatán se formara un sistema autárquico que le otorgó a la región una verdadera autonomía en los planos económico, productivo y comercial, con su extensión en el campo político.
En 1820, en la medida en que se recibían noticias un tanto tardías sobre la guerra de independencia, los hacendados yucatecos encabezados por Juan María Echeverri, el último representante de la corona española, formaron una llamada Confederación Patriótica que respaldaba a la corona española y a la constitución de Cádiz.
Esa autarquía en Yucatán se hizo evidente en 1821 cuando se consumó la independencia del país. Los hacendados criollos, convertidos en una aristocracia rural y local, se mantuvieron indiferentes con respecto a la lucha de independencia, no participaron en el proceso y por ello en la provincia no ocurrieron levantamientos, hechos de armas, ni apoyaron la propuesta de separarse de la corona. La desconfianza que les provocó la instauración del régimen imperial de Agustín de Iturbide los determinó a no formar parte del imperio y optar por la adopción de un sistema político propio, estableciendo la primera república de Yucatán en 1823. Meses más tarde la república se disolvió y Yucatán se adhirió a la República Federal de los Estados Unidos Mexicanos. Este episodio puede ser visto como el primer intento secesionista de Yucatán.
La inestabilidad política que caracterizó al país durante las décadas de los años 30s, 40s y 50s del siglo XIX, con la sucesión de golpes de estado, cuartelazos, gobiernos fallidos y propuestas políticas sin ejecutar, propiciaron que en Yucatán se robusteciera la clase social compuesta por hacendados, propietarios de la tierra, aristócratas locales, verdaderos señores feudales, que no solo eran los dueños de superficies, medios de producción, recursos naturales, sino también de la fuerza de trabajo a la que tenían sometida en condición de peones acasillados. Los indígenas mayas estaban sometidos en calidad de esclavos, a pesar de que el gobierno del presidente Vicente Guerrero había decretado la prohibición de la esclavitud. Otra expresión del ánimo sedicioso de Yucatán fue el hecho de ser la única entidad que se negó a acatar la orden del gobierno nacional para expulsar del país a todos los nacionales españoles.
Para esos años y por esas circunstancias el control político y administrativo del gobierno de México (federal o centralista) era inexistente en Yucatán.
El desarrollo del comercio mundial y del transporte marítimo privilegió la producción del henequén y su transformación en fibra para fabricar cuerdas, redes, embalajes, canastillas y otros productos indispensables para la navegación, el empaque de productos y la estiba en puertos. El único productor de henequén en el mundo era Yucatán.
En 1841 recurriendo al argumento de “diferencias políticas con el pacto federal”, Yucatán declaró su independencia para constituir la segunda república. El 16 de marzo de ese año se izó, por primera vez, la bandera de Yucatán en protesta por el centralismo y la dictadura de Antonio López de Santa Anna. En esa insignia figuraban tres estrellas en representación de las tres partes constitutivas: Yucatán, Campeche y Quintana Roo. El movimiento separatista encabezado por Manuel Barbachano mantuvo a la región en una relativa independencia durante 8 años.
Durante la guerra de intervención de los Estados Unidos (1846-1848) Yucatán seguía considerándose una república separada de México y por ello su participación en el conflicto fue nula, inclusive previamente se había expulsado a las tropas nacionales de territorio yucateco.
En 1848, una vez concluida la guerra mexicano-norteamericana, se desató un conflicto interno en Yucatán que tuvo como origen las diferencias políticas entre el gobernador Miguel Barbachano (líder de los propietarios de Mérida) y el caudillo de Campeche Santiago Méndez, que propició la rebelión de grupos de mayas. Méndez buscó alianzas y apoyos militares en los Estados Unidos, España, Inglaterra y en las entonces colonias de Cuba y Jamaica. No obstante que Méndez no obtuvo ni respaldos ni compromisos, en esa época se consideró que arriesgó la soberanía de Yucatán y de México.
La insubordinación de los mayas creció gracias a los apoyos que Inglaterra les brindó a través de Belice, facilitándoles armas y municiones por medio de contrabandistas, proponiendo la división de Yucatán como recurso para monopolizar la producción y el mercado del henequén y del palo de tinte. Para 1848 los contingentes insurrectos estaban formados por cerca de 10,000 hombres. Para 1850 llegaron a ser unos 15,000, encabezados sucesivamente por los caudillos Jacinto Pat, José Pec, Cecilio Chi y Román Pec. En contraparte la autoridad yucateca contaba con 4,000 soldados regulares y 11,000 milicianos indígenas.
Hacia mayo de 1848 los rebeldes mayas ocupaban el 80% del territorio, excepto las ciudades de Mérida y Campeche. Barbachano huyó a Campeche y el obispo a La Habana. Ante esa situación los criollos yucatecos solicitaron la protección de la marina de los Estados Unidos. Tropas del 13 regimiento de infantería de ese país aceptaron combatir como mercenarios contra los “indios rebeldes”, recibiendo un sueldo de 8 dólares mensuales y la oferta de 320 acres de tierra. Esta maniobra coincidió con el proyecto de algunos políticos, empresarios y periodistas norteamericanos de establecer un estado esclavista en el Caribe. En ese año arribaron 938 militares estadounidenses a Teleax.
Para ampliar la información sobre el interés de los Estados Unidos en Yucatán es importante agregar que el presidente de ese país James Knox Polk presentó un proyecto de ley de su iniciativa intitulado “Yucatan Bill”, proponiendo la asimilación de esa provincia a la Unión americana, como estado esclavista. El congreso estadounidense rechazó la propuesta.
En esta situación, cuando los mayas ocupaban una buena parte del territorio yucateco, el gobernador Barbachano se vio obligado a recurrir al gobierno de México para solicitar el envío de tropas para sofocar la rebelión y recuperar el control del territorio (y para regresar a los mayas a su condición de sometimiento). El gobierno nacional accedió a la petición, facilitó recursos financieros y apoyo militar y la condicionó a la plena reincorporación de Yucatán a México. Este episodio puso fin al capítulo de la segunda república de Yucatán.
Algunos autores e historiadores han sugerido que el final de la rebelión maya no se debió a la llegada de tropas nacionales y no fue en consecuencia una derrota. Para esos especialistas fueron las costumbres y los ritos tradicionales de las comunidades mayas las que facilitaron la solución del conflicto. En los meses de julio y agosto de 1848, temporada de lluvias, los mayas se retiraron de los frentes y zonas ocupadas para volver a sus poblaciones a sembrar en sus milpas abandonadas y alimentar a sus familias. Se apreció que para ellos era más importante atender su necesidad de alimento que su venganza contra blancos y criollos.
Para 1850 los intentos de pacificación de la península registraban algunos fracasos. A pesar del debilitamiento de los mayas persistían algunos focos de agitación en donde los indígenas se negaban a rendir sus armas y exigían nombrar a sus propias autoridades. En ese año ocupaban las poblaciones de Bacalar y Corozal en Quintana Roo. Los autores que se han ocupado de este episodio han calculado que durante el conflicto unos 10,000 mayas huyeron a Belice, otro tanto se movilizó a Tabasco y Cuba y otros más lo hicieron a Guatemala.
Los autores Dulce María Sauri y José Luis Sierra Villareal exponen en su libro “La Casta Divina por dentro y por fuera” que la rebelión de los indígenas mayas contra los patrones blancos en julio de 1847, que se extendió hasta 1901, y que tuvo un saldo de un cuarto de millón de muertos, no fue propiamente una “guerra de castas” como se identifica en algunos capítulos de la historia nacional. En opinión de esos autores se trató de la rebelión de un grupo subyugado (los mayas) en contra de otro sector opresor (los hacendados). Se puede decir que fue una lucha interétnica en la que los mayas del norte de la península se sublevaron contra blancos, criollos, mestizos y aún mulatos y otros mayas asentados en el occidente de la región.
Sauri y Villareal señalan en su trabajo que en los primeros años del conflicto algunos propietarios y políticos yucatecos llegaron a considerar la posibilidad de dividir Yucatán en dos países distintos, uno de mexicanos blancos y otro para los indios insurrectos.
Hacia 1850 la producción de henequén fue considerada una actividad agroindustrial de suma importancia a nivel mundial. A ese producto se le denominó “oro verde” por los beneficios que generaba a hacendados y exportadores y también sisal por el nombre del puerto desde donde se le exportaba.
La plenitud de la hacienda henequenera se dio entre 1860 y 1910. La producción de la fibra en el primer año fue de mil toneladas y para el segundo alcanzó las 200 mil. En esos años existían 1,000 haciendas henequeneras en la península, que llegaron a contar con 850 plantas desfibradoras y empacadoras.
La propiedad de los medios de producción estuvo en manos de 400 familias y las 30 más poderosas se autodenominaron la “casta divina”. Este proceso de generación y acumulación de riqueza propició la creación de un nuevo y pequeño sector social que controló el poder político y concentró la abundancia. Su extremo llegó al punto de que circuló moneda propia en las haciendas. Sus exportaciones con valor de millones de dólares estuvieron dirigidas principalmente a los Estados Unidos, Canadá, Francia e Inglaterra.
Entre los factores contribuyentes que se pueden identificar para la formación de esa bonanza henequenera se encuentran: las grandes superficies de las haciendas, el trabajo sometido de los peones acasillados en la modalidad de esclavitud , el control político y económico de los oligarcas porfiristas ( a partir de 1880 ) en Yucatán, el dominio de las actividades por parte del grupo de Olegario Molina, la revolución industrial al introducir máquinas desfibradoras y engavilladoras, la permanencia del modelo de hacienda feudal y el hecho de que Yucatán fue el único productor de henequén en el mundo hasta principios del siglo XX. El cultivo del producto se llevaría después, de manera subrepticia, a Cuba, Brasil y Tanzania.
Hacia la segunda mitad del siglo XIX las condiciones que se relataron líneas atrás prevalecían en la península. Esto es, la distancia geográfica entre la ciudad de México y Yucatán seguía dificultando e impidiendo el trazado de vías de comunicación terrestres, el contacto se seguía realizando por vía marítima desde los puertos de Veracruz y Progreso, el correo era lento e inseguro y el tendido de líneas telegráficas era apenas un proyecto.
Estas circunstancias determinaron que en la entidad siguiera prevaleciendo un modelo autárquico que favorecía los intereses de la clase dominante y mantenía en la servidumbre a la clase campesina y trabajadora.
En esta parte del presente trabajo debe dejarse asentado que por el aislamiento en que se mantuvo la provincia de Yucatán, esa región no tuvo ninguna participación en los capítulos más importantes de la historia nacional en el siglo XIX, como lo fueron la guerra de independencia, la construcción del estado mexicano, la guerra con los Estados Unidos, la revolución de Ayutla y la caída de la dictadura de López de Santa Anna; así como la guerra de Reforma, la intervención francesa o la restauración de la república. Se puede aseverar que Yucatán se mantuvo alejado e indiferente de esos procesos históricos.
Una vez consolidado el régimen dictatorial de Porfirio Díaz los hacendados y productores yucatecos no tuvieron ninguna dificultad para alcanzar entendimientos con su gobierno. Díaz parecía tolerarlos por la tranquilidad y estabilidad que garantizaban a las autoridades nacionales. Por su parte los propietarios de los medios de producción locales encontraron en el dictador a un aliado que no intervenía en sus actividades ni tenía interés en modificarlas. Los proyectos y conspiraciones separatistas quedaron pospuestas y resguardadas. Por añadidura los hacendados yucatecos tenían claro que las políticas gubernamentales de Díaz habían propiciado y favorecido la formación de tres aristocracias en el país: la pulquera en el valle de México, la azucarera en Morelos y la henequenera en Yucatán.
Los entendimientos e identificaciones entre el gobierno de Díaz y los propietarios yucatecos llegaron a tal extremo que Olegario Molina, el personaje más conspicuo de la “casta divina” peninsular, llegó a ocupar el cargo de ministro de Fomento en la administración porfirista. Molina fue un rico hacendado henequenero y el principal exportador de la fibra, que estableció una ruta regular de vapores entre Yucatán, Cuba y los Estados Unidos. Asimismo, fue el propietario del ferrocarril Mérida-Progreso (vía para transportar y exportar la fibra) y en coincidencia con las ideas del porfirismo con respecto al progreso, impulsó trazos urbanos modernos en Mérida, introduciendo alumbrado público, electricidad, tranvías y un estilo de arquitectura de carácter supremacista.
En esa época se podía apreciar que los vínculos de Mérida con ciudades como Nueva Orleans en los Estados Unidos y La Habana en Cuba, eran mucho más estrechos que los mantenidos con la ciudad de México. El interés comercial, financiero y cultural de la capital yucateca estaba enfocado primordialmente hacia Nueva Orleans.
Para explicar en forma más amplia la importancia de la producción henequenera se puede agregar que, para 1885, esta actividad era la principal fuente de ingresos para el erario de Yucatán. Para 1890 la producción de esta fibra representaba el 59% del valor de la producción agrícola del país. Desde 1880 fue la principal exportación agrícola.
El producto se cultivaba en 146,500 hectáreas distribuidas en 1,000 haciendas (en donde se abandonó la ganadería y el cultivo del maíz). Durante la última década del siglo XIX se exportaban anualmente 9.5 millones de pacas con un valor de 431.5 millones de pesos. El kilo de fibra costaba 27 centavos.
Para generar esa bonanza la oligarquía yucateca seguía requiriendo de una numerosa fuerza de trabajo para emplearla en las etapas de producción: preparación de la tierra, cultivo, recolección, transformación en fibra y estibamiento. La revolución industrial ya había hecho presencia en Yucatán, introduciendo maquinaria, pero no era suficiente. Los hacendados necesitaban mano de obra barata y sometida para incrementar sus márgenes de ganancia. Así lo habían hecho durante décadas.
El autor norteamericano John Kenneth Turner denunció en su libro “México Bárbaro” la situación de explotación y sometimiento en la que se encontraba esa fuerza de trabajo. Turner expuso que en las haciendas henequeneras se encontraban, en condiciones de peón acasillado o inclusive de esclavitud, 20,000 campesinos en 1880 y 80,000 en 1900.
El historiador Paco Ignacio Taibo II abordó en su libro “Yaquis” el caso de los indígenas yaquis que fueron deportados de Sonora a Yucatán por el gobierno porfirista, para ser entregados como “trabajadores” a los hacendados yucatecos. Lo anterior como una política punitiva por haber participado en rebeliones de carácter agrario y social. Se calcula que fueron varios miles los yaquis deportados a Yucatán y al Valle Nacional en Oaxaca.
En su libro Taibo expone que los yaquis, al igual que los mayas, fueron emplazados en las haciendas en calidad de esclavos, llegándose inclusive al comercio de estos, vendiéndolos entre las haciendas y hasta en las plantaciones azucareras de Cuba. En 1886 las Cortes españolas abolieron totalmente la esclavitud en la isla, entonces colonia de la corona.
La comercialización de indígenas mayas, en calidad de esclavos, a Cuba se llevó a cabo como consecuencia de la llamada guerra de castas que estalló en 1847. Los mayas que eran aprehendidos recibían como castigo la deportación a Cuba, que era equivalente a venderlos como esclavos con un beneficio económico para los hacendados.
Esto quedó de manifiesto con la operación de una ruta de vapores entre Yucatán y Cuba, operada por la naviera española Zangronis con sus buques “La Unión” y “México”. Estas embarcaciones transportaban pasajeros, henequén, palo de tinte y pieles curtidas de la península a la isla. Se calcula que en el período 1855-1861 estos vapores llevaron a Cuba un promedio mensual de 30 indígenas mayas vendidos como esclavos. El precio de un esclavo maya en Yucatán era de 25 pesos y se revendía en La Habana en 160. Como dato adicional sobre la presencia de indígenas yaquis en Cuba es de interés agregar que el padre del dictador cubano Fulgencio Batista fue un yaqui.
En septiembre de 2020 fueron localizados los restos del naufragio del buque “La Unión”, el cual se hundió en aguas aledañas a la población de Sisal en 1861. Este hallazgo confirmó la operación de esa ruta marítima en el siglo XIX.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX los oligarcas henequeneros empezaron a resentir algunos efectos de la revolución industrial. El primero de ellos, y tal vez el más importante, fue que la navegación prescindió de las velas y las cuerdas y las embarcaciones empezaron a fabricarse con motores de combustión interna que utilizaban como combustible al carbón y luego el petróleo.
Esto obligó a los hacendados a organizarse en una asociación para asumir la defensa de sus intereses. Estos productores se encontraban endeudados por la compra de maquinaria y la renovación de estos equipos. Y trataban de vender directamente la fibra sin la intervención de bancos en Mérida y en Nueva York, pero fracasaron en su intento.
En esa época, y como respuesta a esa crisis, el financiero estadounidense J.P. Morgan fundó la empresa International Harvester Co. como un monopolio para fusionar a las cordeleras norteamericanas y buscar mejores condiciones de mercado con los henequeneros yucatecos.
En 1907 ocurrió una crisis financiera en los Estados Unidos que se hizo extensiva a los mercados de materias primas. Esto determinó que el precio del henequén bajara de 9.48 dólares la libra que tenía en 1900 a 8 centavos de dólar en 1902 y a 3 centavos en 1912.
Esas dificultades financieras coincidieron con el recrudecimiento de la rebelión maya en algunas zonas de la península. Los grupos rebeldes que se hacían llamar “cruzoob” se organizaron a manera de guerrillas, recibían armas de Belice y Honduras, tenían como proyecto la creación de una nación maya con representantes y ejército propios, y llegaron a ocupar las poblaciones de Santa Cruz, Bacalar y Chetumal.
La inestabilidad política y militar creada por los “cruzoob” y el vínculo que tenían con la entonces Honduras Británica (hoy Belice) obligaron al gobierno de Díaz a buscar un entendimiento con la Gran Bretaña para evitar el contrabando de armas, municiones y pertrechos a Yucatán y la salida, también ilegal, de henequén y palo de tinte a la colonia británica. De esta forma, el 8 de julio de 1893 se firmó el tratado Spencer-Mariscal entre los dos países que prohibió la venta de armas, definió los límites entre las dos partes y, según algunos autores, confirmó el reconocimiento de México a la presencia colonial de la Gran Bretaña en Belice. En 1900 el gobierno de México movilizó un contingente de 3,000 soldados, al mando del vicealmirante Ángel Ortiz Monasterio, para reprimir la rebelión y recuperar las poblaciones antes citadas.
El inicio del proceso revolucionario de 1910 no tuvo resonancia en Yucatán. En la entidad no se registraron levantamientos, no se produjeron proclamas y, como en el pasado, la oligarquía local pensaba que el conflicto no llegaría a su región. Los hacendados yucatecos se seguían ostentando por definición como porfiristas y se encontraban convencidos de que sus fuertes vínculos con el exterior les garantizarían la estabilidad y la intangibilidad de sus intereses y propiedades.
Las noticias provenientes del resto del país en el sentido de que se había iniciado un movimiento armado que buscaba deponer la dictadura de Díaz y ejecutar reivindicaciones sociales, determinó a los oligarcas a un reagrupamiento de familias propietarias, en un núcleo de solo 24, lideradas por Olegario Molina, en el que figuraban los apellidos Peón, Cámara, Zavala, Ancona, Montes y Molina.
De Olegario Molina Turner se expresó en términos de que era “el principal entre los reyes henequeneros. Propietario de miles de hectáreas en Yucatán y Quintana Roo, un pequeño reino”.
La caída de las dictaduras de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta, con el triunfo de las fuerzas constitucionalistas encabezadas por Venustiano Carranza, dejó ver en Yucatán la proximidad del fin del sistema autárquico de la hacienda henequenera y del vasallaje de sus trabajadores como peones acasillados o esclavos. Adicionalmente, en el plano exterior, la Primera Guerra Mundial estaba demostrando que el mundo ya no necesitaba al henequén.
A pesar de ese panorama precario los latifundistas peninsulares intentaron una última acción para sustraerse de la revolución constitucionalista. Desde su exilio en La Habana Olegario Molina (murió en esa ciudad en 1925) dirigió la preparación de algunos planes para ofrecer resistencia al nuevo régimen, que iban desde la búsqueda de acuerdos políticos para preservar sus privilegios, a buscar la anexión de Yucatán a la Gran Bretaña (una extensión de Belice) y nuevamente la secesión de la entidad para convertirse en república independiente.
Los oligarcas optaron por la propuesta de la separación y la oportunidad se presentó en 1915 cuando el general Abel Ortiz Argumedo, financiado por los henequeneros, depuso al gobernador carrancista Toribio de los Santos. El pretexto al que recurrieron Ortiz Argumedo y los propietarios fue el de la imposibilidad de hacer contribuciones económicas al movimiento constitucionalista.
Entre el 12 de febrero y el 14 de marzo de 1915 se mantuvo el gobierno de Ortiz Argumedo. Las principales acciones de esa administración fueron levantar un ejército local por medio de la leva en haciendas y comunidades mayas y simbólicamente volver a izar la bandera del Yucatán independiente (con las tres estrellas en representación de Yucatán, Campeche y Quintana Roo).
Un dato que resulta de interés anecdótico es que mientras la tropa separatista se formó con indígenas mayas sin ninguna preparación ni experiencia de combate, la oficialidad se reclutó entre los jóvenes de las clases pudientes de Mérida, hijos de los henequeneros, criollos sin formación militar. En Yucatán se repitió el caso de los oficiales confederados de la guerra civil de los Estados Unidos. Propietarios de las plantaciones (conocidos como “cavaliers”) que se enlistaron sin experiencia ni preparación militar. La similitud del caso de los jóvenes confederados y segregacionistas con el de los jóvenes yucatecos llegó al extremo de que estos mandaron confeccionar sus uniformes a Nueva Orleans a semejanza de los que portaron los sureños.
Para enfrentar la rebelión el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza, designó al general Salvador Alvarado, quien se movilizó a Yucatán al frente de una tropa compuesta por 3,000 efectivos. Cabe dejar consignado que el general Alvarado y sus soldados formaban parte del ejército del noroeste, cuyas columnas habían derrotado al ejército federal de Huerta. Era claro que el comandante y su contingente tenían amplia experiencia de combate, estaban debidamente organizados y contaban con suficientes enseres de guerra.
Los batallones constitucionalistas avanzaron hacia Yucatán. El 14 de marzo de 1915 se dieron los primeros enfrentamientos en Campeche, en las haciendas de Poeboc y Blanca Flor, en donde las fuerzas de Ortiz Argumedo fueron derrotadas. El 16 de marzo ocurrió el enfrentamiento definitivo en la población de Halachó. Las tropas separatistas de Ortiz Argumedo sufrieron 450 bajas mientras que el ejército al mando de Alvarado registró 44.
Ortiz Argumedo huyó en dirección a Mérida y antes de salir al exilio se apropió de los recursos restantes del tesoro estatal. En compañía de algunos miembros de la llamada “casta divina” fletaron una goleta, se embarcaron en el Cuyo y se trasladaron a La Habana.
El 19 de marzo de 1915 el general Salvador Alvarado hizo su entrada en Mérida al frente de sus tropas. Registros gráficos de la época permiten apreciar que a su paso por las calles de la ciudad el general detenía su marcha para arrancar banderas separatistas yucatecas de postes y ventanas y entregarlas como trofeo a sus soldados. Se considera que con la campaña y gobierno de Salvador Alvarado se liberaron a cerca de 60,000 mayas de su condición de siervos, peones acasillados y hasta de esclavos. Es importante agregar que la administración de Alvarado en Yucatán no sólo se ocupó del apaciguamiento del estado y de la erradicación de las añejas ideas separatistas y aislacionistas de la oligarquía local, también emprendió acciones de fuerte contenido revolucionario, de tendencia socialista, que se tradujeron en programas de justicia social, igualdad y educación.
Se puede afirmar que para 1915 el sistema de hacienda henequenera autárquica, con su fuerza de trabajo acasillada y esclava, con sus intereses orientados hacia el exterior, había llegado a su fin. No obstante, y con un incipiente reparto agrario en el estado, en 1916 la administración de Alvarado logró colocar en el mercado externo 1.2 millones de pacas de henequén con valor de 51 millones de pesos.
El último y definitivo golpe contra cualquier expresión de latifundio, hacienda, oligarquía y por extensión de aislamiento o separación, se dio con la política del presidente Lázaro Cárdenas de impulsar la reforma agraria integral. En Yucatán el gobierno de Cárdenas distribuyó 360,000 hectáreas a 23,000 campesinos, medida que fue acompañada de una vigorosa campaña contra las fuerzas remanentes y poderes regionales que desafiaban la autoridad del Estado.
Reyes del henequén en Yucatán.
50 reyes que viven en palacios en
Mérida y en el extranjero.
Poseen esclavos: 8 mil indios yaquis,
3 mil chinos y 125 mil indígenas mayas.
Dominan la política del estado y
Lo hacen en su propio beneficio.
John Kenneth Turner.
Everardo Suárez Amezcua.
Enero de 2021
Excelente trabajo, al respecto comento que el Gral. Salvador Alvarado estuvo casado con mi tía Laura Manzano quien a los familiares nos comentaría sobre sus vivencias y algo impactante fue la carta que le escribió a su esposa: «Compromisos de amistad y de política me hacen volver a luchar con aquellos que convencí ir a la Revolución y debo estar con ellos; recuerda siempre que es preferible que seas viuda de un hombre valiente a la esposa de un cobarde.» Poco después quien pudo haber sido candidato a la presidencia de la república fue asesinado.