EN LA XI FERIA DEL LIBRO DE RELACIONES INTERNACIONALES.
IMR. 23/9/2023.
PONENCIA DEL EMBAJADOR FRANCISCO JOSÉ CRUZ Y GONZÁLEZ.
Para hablar del quehacer diplomático y la literatura, debe recordarse en primer término, que una de las tareas de los que pertenecemos al gremio de la diplomacia es escribir. Desde acuses de recibo de los mensajes que llegan a una embajada o consulado, a veces interminablemente de la propia secretaría -ministerio- de Relaciones Exteriores, hasta notas diplomáticas o informes; documentados estos, cuidadosas, bien redactadas y, a veces, hasta barrocas aquéllas.
Por eso en el concurso de ingreso al SEM el examen de gramática y redacción es -al menos así lo era cuando concursé en 1970- sumamente estricto.
De esta labor de albañilería redactando, recuerdo mis comienzos, trabajando en cancillería, con un jefe amable pero estricto, que medía con una regla los márgenes que debíamos respetar en la elaboración mecanográfica de un oficio o nota diplomática -recuérdese que no existía la computadora-; y que una vez me devolvió una nota que escribí informando de la “celebración” de una conferencia y me dijo, molesto: “las misas se celebran”, pero las conferencias diplomáticas “tienen lugar o verificativo”.
Los diplomáticos, pues, se adiestran permanentemente en el arte de escribir con buena gramática y claridad, lo que los hace, por lo pronto, buenos escribidores, aunque no necesariamente escritores. ¿Como Pedro Camacho, el escribidor boliviano de la novela de Vargas Llosa sobre la tía Julia? Aunque Camacho no escribía mal, pero sí obsesivamente.
Si García Márquez está en lo cierto, escribidores o escritores, los diplomáticos carecen, en su mayoría, de una de las dos virtudes que no pueden poseerse juntas: la escritura y la elocuencia. Pues, sigue diciendo el Nobel colombiano, Dios a él no le concedió la elocuencia.
Y dicen quienes saben de esto, que no soy yo, que entre los diplomáticos no abundan los grandes tribunos, aunque sí los que redactan e incluso plantean con brillantez, pero sin oratoria, la posición de su gobierno: sea verdad o sofisma.
Claro que, para novelar, se requiere algo más que ser un gramático. Se requiere de creatividad y de fantasía. Sin fantasía no hay ni novelas ni versos. Y, por supuesto, la calidad, porque no todos los novelistas o poetas, por mucha inspiración que tengan, escriben bien.
La gramática y la escritura, la práctica de escribir, son la herramienta de “albañilería” con la que el diplomático cuenta. Sin embargo, requiere de algo más: un bagaje emocional que lo estimula a escribir literatura, desde literatura epistolar, hasta poesía, ensayo y narración: cuento, novela, etc.
Este bagaje emocional del diplomático escritor tiene que ver con el descubrimiento de otros países, otra gente, otras costumbres, otros relatos, sitios inusitados. La condición de extranjero, de advenedizo. La nostalgia por la patria, las saudades… que vuelve a los diplomáticos más felices y paradójicamente más tristes.
Respiran un aire de libertad fuera de la patria; en un exilio que se sufre, pero también puede disfrutarse. Que libera de los propios prejuicios y de las fobias y prejuicios que padece. “Los pulmones se ensanchan”.
¿Será también cierto lo que dice Chateaubriand, ese monárquico, embajador una y otra vez, “hasta el abuso” y alguna ocasión ministro de Relaciones Exteriores, de que “la vocación política y diplomática hace hombres solitarios como la vocación religiosa hace anacoretas”?
No faltan entre los diplomáticos de toda cancillería, aspirantes a escritores: la vanidad de ser diplomáticos y la rica información y experiencia que obtienen viviendo en el extranjero les despierta el deseo y la pretensión de escribir y devenir famosos, consagrados. Pero no todo escribidor puede ser escritor y mucho menos, consagrado.
El diplomático escritor puede escribir también -y muchos, algunos excelentes, lo hacen- para dar a conocer y cuando es el caso defender, a su país en el extranjero. Nacionalismo se decía antes, promoción de la imagen del país, se usa decir ahora.
A ese respecto mi querido amigo, diplomático en retiro y exquisito poeta Jorge Valdés, dice: “los diplomáticos han contribuido con su creatividad literaria a otorgar un marcado rasgo identitario que desde el siglo pasado y aún hoy distingue a la diplomacia mexicana.”
Este rasgo identitario de diplomáticos escritores, que se da también en otras diplomacias latinoamericanas, me lleva, “sin orden ni concierto”, a Rubén Darío, Pablo Neruda y Alejo Carpentier -y El siglo de las luces, que me fascina-, disculpándome, de antemano por omitir a más de uno que debería yo mencionar.
Respecto a los mexicanos escritores y diplomáticos, de la legión que podría citar, comienzo con Amado Nervo, cuya vida diplomática en las dos primeras décadas del siglo XX, entre Madrid, un período cesado y años más tarde en Argentina y Uruguay fue muy fructífera como escritor y él muy apreciado.
Es también obligado citar, más que a cualquiera, a Alfonso Reyes, quien nos llamó a los diplomáticos “devoradores de ciudades” y en los más de veinte años que vivió en el extranjero, a veces de manera precaria, no abandonó la nostalgia de la patria ni la fidelidad a la carrera diplomática.
Durante su estadía sudamericana entre Buenos Aires, Río de Janeiro, Buenos Aires de nuevo y, finalmente Río otra vez, entre 1927 y 1938, la producción literaria e intelectual de Alfonso Reyes y su acción política fueron impresionantes.
Un mexicano universal, nacionalista, latinoamericano e iberoamericano. Nacionalista de defensa ante la férrea campaña de Estados Unidos contra el México revolucionario.
(Esta información y comentarios sobre Reyes, los tomo del espléndido artículo “Entre porteños y cariocas. Alfonso Reyes embajador”, escrito por Regina Crespo, Investigadora del CCYDEL y profesora en el posgrado de Estudios Latinoamericanos de la UNAM).
Sigo con los compatriotas, citando a Octavio Paz, Carlos Fuentes, a quien conocí y traté en Buenos Aires y en Varsovia, encantador, y de quien recuerdo nuestros comentarios argentinos que no puedo citar.
A Sergio Pitol, al que visité en su casa de Jalapa, también muy amable conmigo, con quien discutí, amigables ambos, sobre política; y el tiempo me dio la razón.
Ya que hablo de diplomáticos escritores mexicanos, quisiera referirme a La Jornada semanal. Suplemento cultural dirigido por Hugo Gutiérrez Vega. Número 429, domingo 25 de mayo de 2003, titulado “El diplomático escritor”, en el que aparecen, entre otros textos:
Bajo el sol de Morelia, de Leandro Arellano,
El hombre bajo la piel (fragmento), de Alejandro Estivil,
Moscas blancas, de Alejandro Pescador, y
Varsovianas, de mi autoría.
Quisiera también hacer mención a la valiosa actividad de nuestro compañero Antonio Pérez Manzano, editor de la revista electrónica Asociación de Diplomáticos Escritores, que pone a disposición de los diplomáticos que escriben.
Confieso que, después de leer los artículos de estos, mis amigos diplomáticos, con los que intercambio comentarios en esta mesa de diálogo, quedé muy impresionado de su maestría en el uso de las tensiones, del suspenso, de los tiempos; y, desde luego, del interés de los temas. Ojalá que mis Varsovianas sean un cuento a la altura de las mencionadas narraciones.
Concluyo con una suerte de flashes y brevísimas informaciones y sugerencias relacionado todo con mis cuentos y novelas. No es la presentación de mi obra y, en consecuencia, no estoy incumpliendo con la indicación que se nos hizo.
Mis Cuentos de amor reincidente me delatan como “devorador de ciudades” en atención a lo que definía Alfonso Reyes. Cada cuento tiene lugar en alguna ciudad de los países en los que he sido diplomático.
De los Cuentos recuerdo sobre todo La generala que narra el romance de la esposa de un militar de la última dictadura argentina (1976-1983) con un funcionario internacional. Hay dos conversaciones, la de un militar represor y la de un opositor a la dictadura, cada una con el protagonista del romance.
Recuerdo también Afrikakorps, sobre un vendedor latinoamericano que llega por primera vez a África, en Senegal, simpatiza con un militar de alto rango, que lo lleva a una discoteca solo africana, “la discoteca del limbo” en la que los que bailan, siempre en bubú (especie de túnica) parecen levitar.
En fin, todos los cuentos son entretenidos.
Mi novela ¡A la mar, Galvao! -Galvao fue un “pirata” portugués que, en los años 70 del siglo pasado, se apoderó de un buque y viajó a Angola para incitar a las tropas de esa colonia a levantarse contra la dictadura de Oliveira Salazar- narra las correrías de un truhan, más ingenuo que malvado, que recorre mundo: África negra de nuevo, Marruecos, Francia, España, Argentina y Polonia.
Finalmente, La República de Pericrania y La segunda República de Pericrania, tienen lugar en una isla del Caribe que compraron -es un decir- unos diplomáticos jubilados para imaginarse que siguen en activo. Ancianos (mujeres, hombres, gays, lesbianas) de muchas latitudes viven muchas aventuras, algunas desorbitadas.
Estos cuentos y novelas de aventuras, de amor y erotismo, de desamor, me hicieron sufrir y disfrutar cuando las escribí y tengo la esperanza de que gusten a sus lectores.
Dejar una contestacion