La peste. La sola palabra produce recelo. Y sólo a través del cine o la literatura las generaciones actuales teníamos referencias o conocimiento de una calamidad de esa naturaleza. Hoy, por vez primera en la historia, la humanidad entera atestigua y padece en tiempo real un azote atroz y letal: la COVID-19. La epidemia ha invadido todos los continentes contagiando indiscriminadamente.
La peste ha sido recurrente a través de los siglos y ha cobrado un peaje gravoso a la humanidad. Provoca grandísimo temor en la población, con toda razón. “Es castigo de Dios”, repiten todavía los creyentes. Cómo vienen y cómo desaparecen las plagas no es ya un misterio para la ciencia actual. Las causas de su propagación son hoy, más bien, imputables a incuria, arrogancia exceso de confianza, falta de previsión de autoridades y poblaciones que visita, etcétera.
Tifus, cólera, viruela, polio, malaria, sida, ébola, peste bubónica o negra, sus manifestaciones no han escaseado. De pronto, ciudades y regiones enteras despertaron infectadas por bacterias, virus, microbios y otros. Las plagas históricas forman legión, la homérica, la antonina y las diez de Egipto para empezar.
La que abatió a Atenas el año 430 AC fue registrada escrupulosamente por Tucídides en su Historia de la guerra del Peloponeso no sólo como acontecimiento social desastroso, sino porque personalmente él resultó agraviado. “Hablo como quien sabe bien pues yo mismo fui atacado de ese mal, vi los que lo tenían”, escribe el historiador.
La saña y mortandad que impuso la peste bubónica o peste negra en el siglo catorce en Europa y regiones de Asia, es recordada aún como la más devastadora que haya padecido la humanidad, calculándose que quitó la vida a más de 25 millones de personas. Y en el corazón de Viena, en la calle principal de la ciudad, el Graben, se yergue una columna en recordación de la plaga que azotó la ciudad en 1679.
En El libro rojo, Manuel Payno y Vicente Riva Palacio registran la peste que atacó a México el siglo dieciséis. Se desató en la primavera de 1576 y no cedió sino hasta fines de 1577. “Entrada apenas la primavera de 1576, y sin preceder causa alguna manifiesta, se desarrolló entre los naturales de la Nueva España la peste más terrible y desoladora de cuantas se registran en los anales de la historia”, escribe Riva Palacio.
“Los síntomas de aquella espantosa enfermedad nada tenían de extraños, y sin embargo, ninguno de los atacados llegaba a salvarse, ni había médico ni remedio alguno que pudiera darles alivio”. La epidemia cobró más de dos millones de víctimas, anota asombrado Riva Palacio.
La actual tiene fecha y lugar de nacimiento. Comenzó en China cuando el 2019 llegaba a su fin. Sabemos que en ese país el comer no se limita sólo al consumo de alimentos para sobrevivir. El pueblo chino posee el honor de ser la nación con mayor riqueza gastronómica del planeta. El caso es que al agotarse diciembre, la prensa mundial reportó que una peligrosa epidemia había surgido en China. A descuido o falta de higiene en un mercado de la ciudad de Wuhan se atribuye el origen de la misma, llamada Coronavirus o COVID-19.
Las autoridades chinas se esforzaron por contener y remediar la plaga, sin éxito: el contagió se propagó. Iniciado febrero, la Organización Mundial de la Salud, la OMS, reportó la existencia de varios cientos de infectados, en unos cuantos países, cuya lista encabezaban China, Corea del Sur, Irán, Italia…
Llamó la atención Italia, un país desarrollado con un desproporcionado número de contagios. El control parecía haber escapado de las manos de las autoridades italianas desde el principio y dos meses más tarde no hallaban todavía el modo de contener la propagación, determinar la ruta del contagio, ni contener el creciente número de víctimas. Una situación similar se replicó en España unos días después.
¿Cómo arribó la infección a Italia? Seguramente, bajo el silencio, del mismo modo como hace siglos arribaron los tallarines.
El 5 de marzo varios países se alineaban como en competencia, con cifras de infectados. China, Sudcorea, Italia, Irán, Japón, Francia, Alemania y España iban al frente. China mantenía el record de víctimas fatales. Corea y Japón, entre los primeros en contagiarse, pronto revelaron su eficiencia y disciplina, hallando el modo de contener el número de víctimas. Sudcorea fue asaz exitoso.
El mismo día, marzo 5, el Director General de la Organización Mundial de la Salud informó el número de casos notificados y de víctimas mortales.
“Lunes negro”, reportaban los medios de información la mañana del 10 de marzo. Las Bolsas de valores de todas partes habían caído en picada el día previo. En México, además, el precio del petróleo se derrumbaba y el valor del peso se deshacía. Con menos o más conocimiento del tema, comentaristas y presentadores de los medios de información atribuían la causa de los acontecimientos a la plaga, sin explicar cómo ni por qué.
Pasó esa etapa y al mediar marzo en toda Europa se reforzaba la cuarentena. El jueves 12 la OMS anunció oficialmente que, vistas sus dimensiones, la plaga había alcanzado la categoría de pandemia, esto es, que la enfermedad contagiosa se había extendido a muchos países.
El lunes 16, desde la ventana, contemplo La Plaza desolada. Es un día de asueto. El tráfico vehicular es mínimo y nulo el ruido que produce habitualmente. Son escasos los paseantes y la basura muestra familiaridad con La Plaza. Las nubes oscuras reconcentradas en el cielo definen el semblante de la jornada.
Hay un repunte leve de las Bolsas de valores europeas el martes 17. Mas el valor del petróleo y del peso desciende sin clemencia. Por fin los medios de información mexicanos en pleno se vuelcan a informar de las vicisitudes del desastre que viene. ¿Cuándo acabará y cuántas vidas más demanda este flagelo?
Martes 31, se acaba marzo. Cualquier otra noticia es secundaria. Electrónicos o impresos, todos los medios se ocupan de la epidemia. Las imágenes por televisión y de la red muestran calles, plazas y avenidas vacías en las grandes urbes. La Plaza -frente a nuestra ventana-, igualmente vacía, no parece la misma. El temor o el sentido común empiezan a imponerse, la población se somete a cuarentena.
Cuando una desgracia de esa magnitud se abate sobre nuestro espacio, suelen producirse reacciones insospechadas, acciones y conductas radicales de nobleza y villanía. También arrastran cambios. Los previsibles se impondrán en al menos tres sectores: en la economía mundial, en la organización internacional y al interior de muchos países.
Se anuncian días aciagos. Pero es debilidad ceder a los males, escribió Montaigne, a quien mucho cito, para dar más peso a lo que escribo.
LA / CDMX, abril 2 de 2020
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