Un tema que me viene a la mente, y que ocupó días enteros en nuestra labor al interior y también hacia fuera de la representación diplomática, fue el relacionado con el presunto traslado de un compañero miembro del Servicio Exterior Mexicano (SEM) que, según recuerdo, estaba adscrito en Dinamarca y tenía una situación familiar delicada, debido a que su esposa decía no poder soportar los terriblemente gélidos inviernos de Copenhague y que por tanto lo dejó solo allá y le exigió conseguir otro país con clima menos agresivo.
Armando Alvarado era su nombre y según recuerdo era tercer o segundo secretario del SEM. Curiosamente, yo lo conocí cuando aún me encontraba estudiando en la FCPS de la UNAM siendo él mayor que yo, calculo que por algo así como 5 años, pero era amigo de la hermana mayor de mi novia en esa época, y fue así como en varias ocasiones estuvimos juntos en reuniones y festejos. Pero la verdad es que le había perdido completamente la pista, incluso a su existencia y, desde luego, a que se había convertido en miembro de carrera del SEM años después de yo hacerlo.
Supe nuevamente de él, cuando el embajador Ernesto Madero me comentó, en uno de sus frecuentes regresos de nuestra capital, que Alvarado lo había buscado para ofrecerse venir a Cuba -no a todos les resultaba atractivo el puesto- y para pedirle su apoyo ante la dirección del servicio exterior, y agregó que le había dicho que estaríamos encantados de tenerlo en la embajada, pero que era difícil obtener apoyo oficial para ello, sobre todo porque su comisión en Dinamarca no llegaba aún a dos años, lo que hacía improbable que pudiese concretarse el traslado, pues la secretaría de relaciones exteriores tenía como política que las comisiones de los miembros de las ramas diplomática y consular -hoy unidas en una sola- tuviesen una duración mínima de tres años, a menos que circunstancias extraordinarias la hicieran reducirlas. Recordé el nombre y comenté con don Ernesto que tenía yo buena impresión de él, cuya profesión era licenciado en Derecho y que lo recordaba como emprendedor de actividades en el terreno cultural.
Pasó algún tiempo sin tener noticias sobre el susodicho traslado; él se comunicaba con cierta frecuencia con el embajador Madero y le informaba como supuestamente marchaba su asunto; recuerdo que un día le había dicho que tuvo una entrevista con el director general de la DGSEP y que aquél le habría prometido trasladarlo, por lo que según me comentó don Ernesto, Armando Alvarado se escuchaba muy entusiasmado y dispuesto a viajar a Cuba en muy corto plazo, tal era su urgencia.
Luego de otras semanas, recibimos con enorme sorpresa una comunicación de la aduana de Cuba, en la que se nos informaba que ya tenía dos semanas en almacén fiscal el menaje de casa del funcionario Armando Alvarado, que provenía de Dinamarca. Don Ernesto pidió que lo comunicaran con él a Copenhague y, estando yo presente en su despacho, le inquirió respecto al envío. Alvarado le dijo que como su asunto ya solamente esperaba aprobación del secretario del Ramo a la minuta de la Comisión de Personal, era cuestión de una o dos semanas para que se oficializara su arribo a la isla; nuevamente se le oía exultante de felicidad.
Acto seguido, el embajador me pidió que me apersonara en la Aduana marítima para averiguar en qué consistía el envío y desde luego atendí la instrucción. Horas después regresé con copia del pedimento de embarque y pudimos ver que además de efectos domésticos se incluía un hermoso automóvil Ford Taunus de muy reciente modelo, deportivo y de fabricación alemana que, por lo visto, Alvarado enviaba para su uso en Cuba. Yo sentí que el asunto no estaba totalmente claro, por el silencio que la SRE había dado como respuesta a nuestras comunicaciones por télex respecto del tema del traslado, por lo que decidí comunicarme con un amigo en la secretaría para que intentara conocer la realidad del caso. Días después me dijo también por vía telefónica, que Alvarado no estaba en ninguna lista de traslados para firma del secretario y que eventualmente podría lograrse, pero que tardaría bastantes meses en concretarse.
A partir de esta información, que naturalmente comenté con el embajador, quien se mostró muy preocupado, el asunto se fue haciendo cada vez más enredado. Al paso de un par de semanas, el embajador me dijo que la aduana cubana ya estaba molesta por el hecho de que el menaje de casa continuaba en su almacén y, si bien aun no pretendía cobrar el almacenaje, sí comunicó que si para una fecha determinada no se retiraba todo el envío, comenzaría a cobrar una determinada cantidad diaria por concepto de uso de almacén; no habiendo quien se hiciese responsable de pagar esa suma, que lógicamente crecería día a día, el embajador Madero tomó la determinación de proceder a retirar el envío y guardarlo en algún área no utilizada del inmueble donde teníamos nuestras oficinas, cuyas dimensiones era realmente grandes, y espacio siempre se podía encontrar.
Al hacer el retiro y llevar el menaje y el automóvil a nuestra propiedad, pudimos observar que ya se notaba en el auto Taunus el efecto deteriorante de la salinidad, característica de los puertos de mar, como La Habana, y se veían algunos pequeños hoyos en la parte baja de la carrocería; a sugerencia mía, el embajador ordenó que llamáramos a alguno de los excelentes mecánicos que arreglaban los vehículos de la representación para que a la brevedad corrigiese ese daño pues, de no hacerlo, la corrosión avanzaría rápidamente y pondría en riesgo el valor del vehículo.
Al paso de otro par de semanas, el embajador también determinó que yo utilizase el vehículo de manera ocasional para coadyuvar a que se mantuviera en condiciones razonables de mantenimiento y así lo hice por varias ocasiones, especialmente cuando debía salir a carretera fuera de La Habana, pues mi VW servía eficientemente solo para la ciudad.
Un día, sin embargo, al llegar a la embajada, doña Gloria, una de las asistentes del embajador me informó que a él le urgía hablar conmigo y que fuera a su despacho a la brevedad posible y así lo hice, tras dejar el portafolios en mi oficina crucé el corredor que separaba ambos despachos y entré al suyo. Lo encontré con el rostro cabizbajo y triste y me quedé viéndolo intentando inquirir con la mirada qué mala noticia había recibido. Siéntese, me dijo. Y se dirigió a mí como lo hacía cuando quería decir algo trascendente; don Enrique, hace un rato recibí información sobre su amigo Armando y me duele comunicarle que cometió suicidio hace un par de días en Dinamarca, luego de que la SRE, aparentemente, le comunicó oficialmente que su traslado a Cuba no era posible y que debía permanecer en Copenhague.
La verdad es que quedé anonadado por la noticia: ¿cómo? ¿De qué manera? No tenía desde luego las respuestas a mi pregunta don Ernesto, pues la información que recibió fue bastante escueta e impersonal. No pudimos saber qué funcionario y a qué nivel se tomó esa malhadada e insensible decisión, mucho menos porqué, después de que tanta gente le había dado esperanza de solucionarle su dilema, que no era otro que su esposa lo dejó solo en ese frío país por no soportar el inclemente clima y le advirtió que no volverían a estar juntos hasta que le asignaran una adscripción más llevadera desde el punto de vista climático.
Pensé entonces que era triste que un hombre muy inteligente hubiera contraído matrimonio con una mujer que evidenciaba tener dificultades para adaptarse fuera de México y que las y los cónyuges de los diplomáticos, mexicanos o de cualquier parte del mundo, debieran tener la capacidad de adecuarse a circunstancias adversas, no solamente por cuestiones de la temperatura ambiental, sino muchas otras de carácter político, lingüístico, cultural, económico, social. Ello, pensé, -parecía demostrar una mala decisión al escoger pareja- Adicionalmente, se evidenció un severo problema de estabilidad emocional en el compañero Armando Alvarado, que decidió salir por esa puerta falsa que muchos seleccionan al chocar su vida con la dura realidad.
Unos meses después, la viuda de Alvarado visitó La Habana para tratar de hacerse de las cosas que en el menaje le resultaban valiosas y el resto procurar venderlas u obsequiarlas para no tener que desembolsar dinero que quizás no tenía, para llevarse a México por vía marítima lo mínimo posible. Así lo hizo y el menaje terminó desapareciendo ya que ella decidió regalar muchas cosas que no le interesaban o que su costo de envío era muy alto -muebles en particular-.
La viuda redujo tanto el menaje que el embajador Madero le pidió al representante de Mexicana de Aviación -que aún era propiedad gubernamental-, que le llevase gratuitamente las cajas que quedaron y así lo acordó el gerente regional, con lo que la viuda no tuvo que efectuar un gasto que, quizás, le hubiera resultado muy perjudicial, pues debo destacar que la Secretaría de Relaciones Exteriores se negó a asumir cualquier costo por el doloroso asunto, pese a los errores que algunos funcionarios pudieron posiblemente cometer, al dar esperanzas de traslado al colega Alvarado.
Años más tarde, un amigo y compañero del servicio exterior, Antonio Pérez Manzano, me proporcionó algunos datos que o desconocía o tenía olvidados, que hicieron el caso ciertamente más dramático, pues recordó que un miembro de la rama administrativa que estuvo adscrito en Dinamarca y después en Polonia, donde se encontraba él, le informó que él estuvo a cargo de apersonarse en el domicilio de Alvarado, dado que se había ausentado de la embajada sin aviso alguno a sus superiores. Terrible fue para él descubrir el cuerpo sin vida de Alvarado y con signos de descomposición ya avanzados. Tan horrible circunstancia pudo haberse debido a que el suicidio se produjo al comenzar un fin de semana, lo que habría dificultado conocer la verdad un mínimo de 72 horas posteriores a su drástica decisión.
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