Llegamos a la nubosa San José a principios del año 1980, todavía cargando al bebé que nació en La Habana apenas 6 meses antes. Curiosamente Tonatiúh Enrique no posee ningún documento cubano que acredite su nacimiento en el Hospital Cira García de La Habana, porque conforme las disposiciones del código civil cubano, no era procedente su inclusión en el Registro Civil, en virtud de que manteníamos una condición migratoria como diplomáticos acreditados ante el gobierno revolucionario de la isla, por lo cual no se les otorgaba el derecho a la nacionalidad y ciudadanía isleña. Pero un recuerdo perenne de su nacimiento en dicho nosocomio es que, cuando una enfermera apareció mientras mi esposa descansaba y era atendida por problemas posparto, me preguntó qué nombre íbamos a ponerle.
Con rapidez y sin dudar le indiqué los nombres que acordamos Lucy y yo, e incluso le dije que el primero de ellos llevaba una “h” al final; la enfermera tomó nota y se retiró. La complicación que sufrió Lucy atrasó su salida por un par de días, pues los médicos consideraron necesario un lapso más largo para tenerla en observación y, cuando finalmente íbamos a salir, entró la enfermera para entregarnos los papeles que el hospital daba en un caso como el nuestro, que era la información básica del nacimiento; al recibir el documento, de inmediato saltó a mis ojos un error garrafal pues la enfermera debe haber sido sorda, porque se asentaba “Tomatín Enrique” por lo que de inmediato tuve que reclamar para que se volviera a elaborar con el nombre correcto. El hecho fue gracioso verdaderamente, pero es el día que a mi hijo no le hace gracia alguna.
Haciendo a un lado esta anécdota grata/ingrata, y para retomar mi narración, recuerdo que llegamos a un Apartotel que la embajada reservó para nosotros y que se encontraba no lejos de la Casa Amarilla, sede del Ministerio de Relaciones Exteriores de Costa Rica, que a su vez se encontraba situado a 200/300 metros de las que eran en esa época nuestras oficinas y residencia oficial.
Dado que llegaba yo a asumir -como en las anteriores adscripciones- el puesto de jefe de cancillería, prontamente me recibió la embajadora de México, doña Pilar Saldívar y Fernández del Valle, una profesional inteligente y con mucha experiencia diplomática con quien hice buenas migas, pues nuestras personalidades parecieron compatibilizarse correctamente. Doña Pilar era una mujer que ya frisaba los 60´ por lo que, si la memoria no me falla, ése habría de ser su último cargo en el Servicio Exterior Mexicano (SEM) antes de jubilarse. Le guardé siempre mucho respeto y admiración, pues para esos años eran aún contadas las mujeres que lograban destacar en una estructura totalmente dominada por hombres (aparte de lo que se denominaba el “gay power” y el “drinkpower”, en la Secretaría de Relaciones Exteriores – SRE).
También tengo presente a Luis Efrén Bauza quien con rango de tercer secretario vivía su segunda experiencia en el servicio exterior, pues me parece recordar que previamente había estado en Puerto España, Trinidad y Tobago. Fue igualmente un buen compañero, serio y responsable en su desempeño oficial, con quien también tuvimos buena amistad y nuestro sino fue muy parecido pues él sufrió de una delicada enfermedad, como a mí me terminó de surgir estando en Costa Rica, pero eso habré de narrarlo a su debido tiempo.
Para mi esposa, llegar a residir en San José fue alentador, pues resultó que varias hermanas de mi suegro, don José Antonio Argüello Castrillo, también estaban domiciliadas en la capital “tica”, como los costarricenses mismos se autonombran, por lo que pronto establecimos vínculos afectivos con todas ellas y sus respectivas familias y para esos años la capital no tenía un tráfico tan fuerte como ahora, como consecuencia del crecimiento descontrolado de las urbanizaciones, lo cual facilitaba tales vínculos.
Asimismo, como resultado de la situación que la vecina Nicaragua venía enfrentando luego del derrocamiento de los Somoza por una amplia coalición de partidos políticos de izquierda, centro y derecha, además de organizaciones empresariales y sociedad civil alrededor del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que se desbarató poco tiempo después del triunfo popular el 19 de julio de 1979, la colonia nicaragüense en Costa Rica era muy grande y entre los jóvenes había un gran número de familiares y conocidos de Lucy, con quienes también llevamos buena amistad e incluso hicimos un muy exitoso grupo de entusiastas del volibol que nos reuníamos a practicarlo con pasión en la casa del esposo de nuestra vieja amiga de Managua, Cecilia Cárdenas, en la cercana población de Escazú.
Sin embargo, el trabajo era lo primero, y abundaba ciertamente, pues nuestra embajada -como sigue sucediendo en nuestras misiones diplomáticas aún hoy en día- carecía de personal suficiente para atender en forma eficaz la creciente temática que compartíamos con Costa Rica en materia económica y de cooperación para el desarrollo, pese a que al mismo tiempo sosteníamos diferencias políticas en el tema de la creciente violencia política en la región centroamericana. Recuerdo que los miembros del SEM, de las ramas administrativa y diplomático-consular, no pasábamos de seis y se contaba con el relativo apoyo de agregadurías Militar y Aérea, Comercial -que creo que todavía eran del Instituto Mexicano de Comercio Exterior (IMCE) echeverrista- y algún tiempo después se acreditaron un funcionario de la PGR y uno del CISEN, o como se llamase en esa época.
El evento de mayor trascendencia política y económica en el que nos correspondió coadyuvar, provino de la decisión que México y Venezuela adoptaron, como muestra de cooperación Sur-Sur, para definir un esquema que aportase solidariamente apoyo a los países centroamericanos y del Caribe que sufrían el impacto de la escalada de precios que se presentó en el mercado internacional del petróleo y que podía llevar a la insolvencia a los débiles países de ambas regiones, proveyéndoles el crudo que sus economías necesitaban con desesperación y utilizando un esquema de crédito/financiamiento de las compras mediante acuerdos individualizados con cada país, acordes con su capacidad financiera.
Es claro, desde luego, que esta colaboración fue posible gracias a que México había logrado el descubrimiento de inmensas reservas de crudo (Chicontepec y Cantarell) que llevó a López Portillo a manifestar con gran satisfacción que el país nadaba en recursos petroleros y que debíamos aprender a “administrar la abundancia”, lo que lo convenció de desarrollar enormemente la capacidad de producción, recurriendo a fuertes empréstitos del exterior que -siendo época de vacas gordas- se nos ofrecían casi de manera ilimitada, lo que pocos años después nos llevó a una terrible debacle económica, pues cuando el mercado petrolero mundial se sobresaturó de oferta, los precios se derrumbaron estrepitosamente y México quedó con una monstruosa deuda exterior que nos hizo devaluar el peso de manera brutal.
Pero vayamos por partes. Como ya quedó señalado, el gobierno de José López Portillo tuvo sus momentos de gloria, de ser la Cenicienta por los descubrimientos de crudo que catapultaron un optimismo gigantesco, y que llevaron al mandatario a considerar que con esa riqueza la voz de México resonaría más fuerte y con mayor autoridad. Fue por esa razón que nuestra política exterior se hizo más activa, tanto en lo que consideramos nuestra área natural de influencia, Centroamérica, que ya se revolvía en guerras civiles -Guatemala y El Salvador-, mientras que otro donde recién había triunfado una revolución -Nicaragua-, era objeto de acorralamiento por parte de Estados Unidos, por lo que México “inventó” mecanismos para contrarrestar las tendencias guerreristas que crecían día a día en la región, dando con ello origen a entendimientos que se ampliaron al sector petrolero.
Pero México también se sintió con la fuerza (ilusorio) y el prestigio (verdadero) para involucrarse en temas mundiales que parecían mantener en vilo a la humanidad, en particular lo relativo al control de armamentos en general y de las armas nucleares muy particularmente, durante la gestión de Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa, quien sentó las bases para la posterior cooperación que concretó Bernardo Sepúlveda Amor, para participar con Grecia, India, Indonesia, Tanzania y Suecia (después se unió Argentina con el presidente Raúl Alfonsín) en el Grupo de los Seis para la Paz y el Desarme, a los que sin lugar a dudas yo les acredito haber evitado en varias ocasiones el escalamiento de tensiones entre EUA y la URSS que pudieron haber llevado al mundo a un holocausto nuclear.
Fue en ese contexto de complicaciones políticas y de seguridad en Centroamérica y El Caribe, que López Portillo y el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez se reunieron en San José, Costa Rica, atendiendo una invitación del presidente de ese país, Rodrigo Carazo Odio, para firmar el Acuerdo de San José, que se había negociado por ambas partes con carácter prioritario, para destacar el sentido de urgencia para apoyar a las economías de América Central y El Caribe, duramente golpeadas por la incontrolable subida de precios del petróleo, cuyo beneficio se constituía en el financiamiento movible de la factura petrolera de los 11 países incluidos en el esquema, de hasta 25%, cuando los precios superasen 27 dólares por barril y, en sentido inverso, no se financiaba si el costo del crudo bajaba de 15 dólares.
Además, el Acuerdo de San José incluía un esquema de cooperación para financiar proyectos de desarrollo económico y social con bajo interés, plazos amplios de amortización y periodos de gracia y, al mismo tiempo, fijaba las bases para un intercambio comercial entre empresas mexicanas y venezolanas.
Recuerdo que el ambiente previo a la reunión de los presidentes fue en todo momento complicado, pues nuestro Estado Mayor Presidencial y los oficiales de Casa Presidencial de Venezuela chocaron casi permanentemente en muchos de los aspectos y detalles protocolarios para el desarrollo del acto de suscripción del histórico convenio, cada uno tratando de que fuera su mandatario el que más luciera. Hubo situaciones risibles, de empujones entre ellos, lo que casi pasó desapercibido para los numerosos periodistas que se acreditaron para testificar el evento. También me viene a la memoria la patanería con la que algunos funcionarios venezolanos nos trataban al querer acaparar los mejores espacios del recinto. Afortunadamente no pasó a mayores y al final la ceremonia salió bien.
Es un hecho claro que ya pertenece a la historia reciente, que dicho Acuerdo fue de gran importancia en esa coyuntura, pues ayudó a evitar que las economías de los pequeños países centroamericanos y caribeños se hundieran en una crisis de consecuencias incalculables en su efecto desestabilizador, lo que coadyuvó a que en los siguientes años, caracterizados por la profundización de las crisis políticas en El Salvador (donde el FMLN no logró derrotar a las fuerzas extremistas de derecha que representaba ARENA y que dio lugar a situaciones terribles, como el asesinato vil del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero, balaceado en pleno curso de una misa, o los salvajes crímenes cometidos contra monjas estadounidenses, violadas repetidamente por la soldadesca salvadoreña y finalmente asesinadas) y en Nicaragua (donde luego que Jimmy Carter no logró la reelección y asumió el republicano Ronald Reagan, que en pocas semanas dio un vuelco a la política de entendimiento del antecesor, creando condiciones para que surgiera la denominada “Contra” nicaragüense, que no era otra cosa que cierto reagrupamiento de quienes fueron parte de las tropas de la fenecida Guardia Nacional somocista y que mantuvieron en jaque al gobierno de la Nicaragua libre); así como la añeja guerra civil en Guatemala (que igualmente testificaron numerosas acciones atroces contra la población civil indefensa, particularmente de pueblos originarios mayas), México y Venezuela junto a Panamá y Colombia tuvieran la influencia política y económica necesaria para protagonizar la búsqueda de soluciones políticas de compromiso a través del Grupo de Contadora.
También es ya un hecho histórico que con el correr de los años y la evolución de la economía mundial, los precios del crudo que llegaron a niveles de $100 dólares por barril se han mantenido en niveles más bien bajos, además de la grave declinación que México ha sufrido en su producción petrolera, el Acuerdo de San José perdió su preeminencia en las regiones caribeña y centroamericana, además de que Venezuela bajo el mandato del Tte. Coronel Hugo Chávez Frías decidió profundizar el esquema por su propia cuenta, lo que le dio una muy relevante presencia en todos estos países, en tanto que nuestro país ha perdido importancia como exportador de petróleo al diversificar su economía a costa de grandes sacrificios de las mayorías, que han perdido en forma brutal el poder de compra de su salario, ya nuestro sector petrolero estatal fue casi anulado y destrozado por las famosas reformas a la Constitución en materia energética que, en suma, prohijaron la entrega de la riqueza del subsuelo a compañías transnacionales que cuentan con la suficiente capacidad de inversión de largo plazo, contando con la información de que México cuenta aún con reservas probables suficientes para abrirles su voraz apetito, que bien pudo desaparecer PEMEX y nuestra soberanía energética, pero afortunadamente no les alcanzó al tiempo a los gobiernos entreguistas, y con la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador, tras su estruendosa victoria de julio de 2018, se ha logrado que renazca la esperanza de volver a controlar esa gran riqueza.
Al término del evento, o antes pues no recuerdo con precisión luego de 40 años, se llevó a cabo una Visita de Estado del presidente López Portillo que para la ocasión estuvo acompañado de su esposa Carmen Romano. Lo traigo a colación para comentar la forma en que la primera dama imponía invariablemente su exigencia que en su suite presidencial se instalara un piano de cola para que -si se le antojaba o tuviera el tiempo necesario- ella pudiera tocarlo. En el caso de esa visita de Estado, el hotel en que se hospedaron no tuvo dificultad para introducir tan enorme instrumento musical, claro haciendo un elevado cargo por el capricho; la verdad desconozco si siquiera tuvo ocasión de usarlo, pero por lo que otros compañeros del SEM me comentaron tiempo después, esa exigencia del piano de cola era una constante cada vez que la señora Romano salía al exterior -e imagino era igual en hoteles en territorio nacional-, sin importar el enorme costo que ello podía presuponer. Recuerdo que un compañero que estuvo adscrito a nuestro consulado en Miami, me aseguró que incluso en algunos hoteles se pagaba para que rompieran paredes y por ahí introducir el famoso piano, sólo para que finalmente doña Carmen cambiara de idea y ni siquiera hiciera el viaje, pero nuestro país pagaba, naturalmente.
También me comentaron varios colegas que a la señora le encantaba ir de compras a las mejores tiendas de la ciudad en que se encontrase, por lo que los integrantes del Estado Mayor Presidencial pagaban a la empresa para cerrar la sección donde ella se encontraba, y que era tal su consumismo enfermizo que se llevaba líneas completas de ropa, seguramente para obsequiar a sus amigas a su regreso a México, compras que sus ayudantes del EMP se encargaban de cancelar en efectivo en dólares, conforme a su costumbre de siempre traer un oficial con un maletín repleto de billetes de 100 dólares. Era ese uno de los privilegios más ostensibles de ser la esposa del mandatario: regresar al país en aviones del EMP rebosantes de lujosa mercadería extranjera que, desde luego, no pasaba por las aduanas pese a que sumaba cientos de miles de dólares y claro, no pagaba impuesto alguno. Así se las gastaban nuestros presidentes y esta tendencia abusiva no solo no desapareció, sino que se acentuó crecientemente en el curso de los siguientes sexenios con de la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto, cada uno naturalmente con sus propias preferencias y gustos. México se convirtió en el botín del entonces naciente neoliberalismo que ha llevado al país a un estado de podredumbre del poder, de postración de la hacienda pública a consecuenciadel pago de intereses de la impagable gigantesca deuda y de pauperización del 50% de la población.
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