II. RELACIONES MÉXICO-YUGOSLAVIA.

PRIMERA PARTE

I. Semblanza histórica de los Balcanes

I.1 Confluencia de intereses imperiales

Antes de abordar el estudio de las relaciones con la antigua Yugoslavia, es imprescindible hacer una rápida semblanza de la historia de los Balcanes. Winston Churchill, el estadista británico, señaló que Canadá era un país con enorme territorio y con poca historia; mientras que los Balcanes tenía un territorio reducido, y una vasta historia. En ninguna otra parte del mundo pueden estudiarse mejor los efectos de la geopolítica; entendida como la disciplina que estudia la causalidad espacial de los sucesos políticos, y que utiliza sobre todo la historia y la geografía política para explicar los acontecimientos que se dan en un determinado territorio.

El Imperio romano decidió ocupar la confluencia de los ríos Sava y Danubio en el año 35 antes de la era cristiana, estableciendo la fortaleza de Singidunum, en lo que es hoy la ciudad de Belgrado, cuyos habitantes eran de origen celta. Esta es la primera manifestación de las pretensiones imperialistas de una gran potencia por dominar territorialmente esta región. A partir de la ocupación romana, y prácticamente hasta nuestros días, se puede decir que estas pretensiones no han cesado de existir. Los belgradenses aseguran, avalados por evidencias históricas y arqueológicas, que desde esa fecha y hasta 1999, la ciudad ha sido destruida total o parcialmente 38 veces, y siempre ha podido resurgir literalmente de sus cenizas.

En el año 441 de nuestra era, el imperio bizantino, heredero del imperio romano de occidente, ocupó la ciudad de Belgrado. Antes, los hunos, y los godos de oriente ocuparon ese territorio, y finalmente lo hicieron tribus eslavas que fueron las que dieron nombre a la ciudad de Belgrado (Beograd, que significa “ciudad blanca”). Al imponer la cultura bizantina y sobre todo la religión greco-ortodoxa, desde entonces se otorgó la principal característica de identidad a los serbios, montenegrinos, macedonios y búlgaros que, como veremos posteriormente, ha tenido consecuencias trágicas sobre la convulsionada historia de la región.

Habremos de referirnos una vez más a los Balcanes como la encrucijada por la cual han navegado innumerables etnias a lo largo de la historia. Además de los eslavos, que han sido los más importantes de los invasores de los Balcanes al norte de Grecia; podemos nombrar a los avaros y a los hunos quienes invadieron la región en el siglo VI de nuestra era y que saquearon principalmente lo que es hoy el territorio croata.

Aquí vale la pena detenerse para hacer una revisión de las etnias que invadieron o ocuparon los Balcanes desde la época de los romanos hasta la edad media. Además de los avaros y los hunos, los magiares (asentados principalmente en la actual Hungría, pero con presencia en el territorio de la antigua Yugoslavia), albaneses (Albania y Kosovo); los búlgaros (primordialmente eslavos “heterogéneos”) y los turcos otomanos, a partir de la batalla de Kosovo (1389).

Esta visión, no completamente exhaustiva, de la multiplicidad de etnias que ocupan los Balcanes, sirve para exhibir la complejidad de la región, dada su increíble diversidad étnica, religiosa y cultural. De cualquier manera debemos resaltar, entre todas éstas etnias, a los serbios y a los croatas, toda vez que constituyen la mayoría entre los pobladores de la antigua Yugoslavia.

II. Los Serbios

Los primeros pobladores de la región, que podemos identificar como serbios, se dio mediante una de las muchas paradojas que se dieron entre serbios y croatas. Heraclio, el emperador romano de oriente (Bizancio), reclutó en el año 641 de nuestra era a tribus eslavas con el propósito de combatir a los avaros, que habían invadido a la región de la actual Croacia. Como “premio” a su participación en contra de éstos invasores, Heraclio permitió a esas tribus establecerse en Macedonia, desde donde se trasladaron a la actual Serbia. Aquí se dio la primera de las paradojas entre serbios y croatas que ya mencionamos, ya que los invasores avaros, se aliaron a otras tribus eslavas que eran incluso más numerosas que los propios avaros. Los aliados de los avaros se establecieron al norte y al occidente de los serbios y se dieron a conocer de inmediato con el nombre de croatas, nombre como se les conoce hasta los tiempos actuales.

En el año 845 de nuestra era, los serbios formaron la entidad conocida como “Rascia” (Serbia, Kosovo y parte de la actual Montenegro). Con el devenir de los años, los serbios se consolidaron como una poder semi autónomo dentro del imperio bizantino En los años 867 y 869, el emperador bizantino Basilio I, envió a los monjes ortodoxos Cirilo y Metodio a Serbia a cristianizar a sus habitantes bajo la fe greco ortodoxa, y les enseñaron el alfabeto Glagolítico o Cirílico. De golpe, estos monjes otorgaron a los serbios dos elementos distintivos de identidad, o de división, si se prefiere, que los separan de sus hermanos croatas: la religión y el alfabeto.

Stefan Nemanjia, el Gran Zupan (Gran Príncipe, que tiene un rango justo debajo del emperador), y sus sucesores, siguieron aumentando el territorio del principado desde el siglo IX y a lo largo del siglo XI; llegando el reino de los serbios a tener una de las extensiones territoriales más grandes de Europa. Asimismo, los serbios alcanzaron su apogeo cultural durante los sucesivos reinados de estos gobernantes.

En 1346, Stefan Uros IV, proclamó el imperio serbio, asumiendo el título de zar. Sin embargo, sus sucesores no resultaron ser los gobernantes requeridos para detener el avance de los turcos otomanos que habían logrado reducir considerablemente el territorio del imperio bizantino. En 1371, el último zar de la dinastía Uros, Stefan Uros V, murió sin hijos, ocasionando un vacío de poder. Al mismo tiempo, el noble serbio Lazar Hrebeljanovic fue proclamado Zar de los serbios, aprestándose de inmediato a enfrentar la inminente amenaza turca.

II.1 La batalla de Kosovo

Pocos pueblos del orbe se sienten tan marcados por el “determinismo histórico” como el serbio; y pocos acontecimientos han marcado de forma indeleble este determinismo como la batalla de Kosovo, por la cuál el Zar Lazar fue derrotado el 28 de junio de 1389 en la planicie de Kosovo Polje (campo de los mirlos) por el sultán turco Murad I. Ningún otro hecho en la historia de Serbia está marcado con tanto simbolismo.

Para empezar, el hecho de que el día de la batalla fuera precisamente el día de San Vito, un santo del siglo IV que fue martirizado por sus creencias, creó en los serbios una obsesión colectiva con el martirologio. No es necesario decir que San Vito es, desde esa lejana época, el santo patrono de los serbios. En la persona de Vuk Brankovich, noble serbio y uno de los principales lugartenientes del Zar, encontramos otro elemento esencial de la psique colectiva de los serbios: la traición, ya que se le atribuye a Brankovich la responsabilidad directa de la derrota serbia, por el hecho de haber abandonado el campo de batalla, debido a una supuesta colusión con el sultán Murad I. Esta supuesta traición dio pie a la obsesión de que los serbios son vencidos únicamente por su falta de unión.

El personaje central para los serbios de la batalla de Kosovo, es por supuesto el mismo Zar Lazarevic. Canonizado a raíz de su gloriosa muerte en el campo de batalla. El Zar Lazarevic personifica el ideal serbio de un defensor de la religión y culturas serbias. El otro ingrediente importante de esta zaga fue la muerte del sultán Murad I a manos de otro personaje serbio, Milos Obilic, otro de los héroes venerados por el pueblo serbio. Con este hecho histórico, los serbios pueden decir que, a pesar de su derrota, uno de los suyos logró dar muerte al principal enemigo.

II.2. Ocupación turca (1459-1882)

Con la derrota final en 1459 del último reducto de resistencia serbia, los turcos ocuparon Serbia y la actual Bosnia-Herzegovina por un largo período, que se caracterizó por varias insurrecciones que fueron sofocadas con brutalidad extrema.

Casi inmediatamente, muchos serbios, al escapar del yugo turco, buscaron refugio en territorios del llamado Sacro Imperio Romano (posteriormente, territorio del imperio austro-húngaro); principalmente en la Voyvodina y en territorio croata bajo el concepto de la “Krajina” o frontera militar, en la que se otorgaba a los serbios la autorización para asentarse en una zona fronteriza con la obligación de servir como baluarte a las incursiones de los turcos.

Aquí se introduce uno más de los factores que iban a ser la semilla de muchas luchas entre pueblos con un alto grado de homogeneidad étnica e incluso cultural, como lo son los serbios y los croatas: la inserción de serbios que mantuvieron a toda costa su identidad basada casi únicamente en su religión, en enclaves de croatas católicos que igualmente conservaron su religión para distinguirse de “los otros”. Es fácil adivinar que, con el transcurso de los años, y por así convenir a sus intereses, el imperio austríaco (y desde 1860 el imperio austro-húngaro), hizo todo lo posible por mantener, e incluso ahondar, éstas diferencias.

Por otra parte, la dominación turca al territorio serbio continuó, si bien no en forma totalmente pacífica, si sin mayores insurrecciones dignas de tomarse en cuenta. No fue sino hasta 1804 cuando se puede hablar de la primera insurrección de los serbios en contra de sus opresores. George Petrovic (Karageorgevic, (o “Jorge el Negro”), un acaudalado campesino serbio, encabezó esta primera gran insurrección que terminó en 1817 con la muerte de este hábil líder. Su influencia en la historia serbia fue tan grande, que a pesar de su origen campesino, su hijo Alexander pudo establecer la casa real de los Karageorgevic.

Otro serbio prominente, que también tuvo origen campesino y quien estableció una dinastía real paralela y rival a la de los Karageorgevic, Milos Obrenovic, protagonizó la segunda gran insurrección serbia en 1817. La insurrección serbia bajo el mando de Obrenovic, se puede decir que fue más exitosa que la de Karageorgevic; dado que los turcos, también presionados por otras potencias, principalmente por Rusia, concedieron un carácter semi-autónomo al Principado serbio encabezado por el propio Milos Obrenovic.

La gestión de Obrenovic como cabeza de un Principado se distinguió por su carácter autocrático. Los serbios se rebelaron contra su despótico gobierno, lo que obligó a Obrenovic a conceder en 1835 la adopción de una constitución en la que prácticamente se proclamaba de facto la independencia serbia. Esto fue demasiado, no solo para el imperio otomano, sino para Austria e incluso para Rusia, potencias que obligaron a Milos Obrenovic a abrogar la incipiente constitución y a abandonar momentáneamente las aspiraciones serbias de obtener su independencia. Aquí debemos una vez más enfatizar el hecho de que grandes potencias consideraban a los Balcanes como un territorio clave sobre el cual debían ejercer soberanía.

II.3 Independencia Serbia

En 1862, se dio una nueva insurrección prácticamente de forma espontánea, aprovechando la creciente debilidad del imperio otomano. A raíz de esta insurrección, los turcos otorgaron la independencia en forma tácita a Serbia, al retirar la mayoría de sus tropas del territorio serbio.

Sin embargo, la independencia serbia no se consumó completamente. Fue hasta que Rusia, pretextando un sentimiento “pan-eslavo”, decidió declararle la guerra en 1877 al imperio otomano, bajo el llamado a “liberar” a los eslavos del yugo otomano. La guerra ruso-turca de 1877-1878 resultó en una decisiva derrota de los turcos a manos de Rusia; lo que obligó a Turquía a suscribir el tratado de San Estéfano que ponía en peligro la existencia misma del imperio otomano. Es claro que el motivo principal del régimen ruso era el de establecerse en los Balcanes como una potencia hegemónica a expensas del debilitado imperio turco; situación que no estaban dispuestas a tolerar otras potencias europeas.

En este sentido, Alemania, Austria, Gran Bretaña, Francia, Italia, Rusia y Turquía, participaron en el llamado Congreso de Berlín, que se llevó a cabo de junio a julio de 1878 en la capital alemana. El Congreso tuvo como cometido principal el obligar a Rusia a renunciar a muchas concesiones que le había otorgado Turquía.

El Congreso, sin embargo, obligó a Turquía a reconocer la independencia de Montenegro, Rumania y Serbia, y puso de manifiesto que dichas potencias, sobre todo el imperio austro-húngaro, no iban a permitir una mayor presencia rusa en la región. El Congreso de Berlín otorgó al imperio austro-húngaro la administración de Bosnia-Herzegovina, reconociendo en forma tácita la preponderancia del imperio en la región.

En 1882, Milos IV Obrenovic, sobrino nieto de Milos Obrenovic, se hizo coronar rey de Serbia, estableciendo a la dinastía de su nombre como la heredera del trono serbio. Era de esperarse que los Karageorgevic y sus numerosos seguidores se opusieran a la asunción del trono de los Obrenovic y que obstaculizaran cada paso de la gestión de Milos IV.

En 1885, Bulgaria proclamó de manera unilateral su independencia, ante la postración del imperio turco y a pesar de la total oposición del imperio austro-húngaro y de la propia Serbia. Ante esta declaración, y esperando obtener ganancias territoriales a expensas de Bulgaria, Milos IV Obrenovic inició en 1885 un conflicto armado con su vecina.

De manera sorpresiva, Bulgaria derrotó al ejército serbio, que se sentía invencible en la región debido a sus éxitos en sus luchas en contra de los turcos. Sin embargo, el imperio austro-húngaro se vio obligado a intervenir, amenazando a Bulgaria con unirse a Serbia en contra suya. A cambio del cese de hostilidades contra Serbia, Viena dio su beneplácito a la declaración búlgara de independencia.

El conflicto entre Serbia y Bulgaria tuvo consecuencias de largo alcance, toda vez que destruyó la confianza que existía entre estos países. La derrota serbia debilitó enormemente al gobierno al grado de que el monarca serbio tuvo que abdicar el trono en 1889 a favor de su hijo Alejandro I Obrenovic, quien a la sazón tenía 12 años de edad. La reina Natalija, madre de Alejandro I, ante la minoría de edad de su hijo, asumió la regencia de la corona.

Aconsejado por sus principales asesores, Alejandro I se declaró “mayor de edad” cuando cumplió 17 años y procedió a marginalizar a la reina Natalija del poder, al tiempo que llamaba del exilio a su padre Milos IV Obrenovic. Los serbios percibieron desde ese momento, que el verdadero gobernante era Milos y no su hijo. Alejandro I se encargó de debilitar aún más su reinado, al contraer matrimonio en 1900 con Draga Masin, quien fuera dama de compañía de la reina Natalija contra la férrea oposición de sus padres y de la mayoría de la opinión pública del país. En 1903, cuando la situación de Alejandro I se hizo insostenible, se dio un golpe de Estado en su contra, muriendo asesinados brutalmente Alejandro I y su impopular esposa. Estos sangrientos acontecimientos pusieron fin a la dinastía Obrenovic, ya que Alejandro I murió sin descendencia.

II.4 Segunda dinastía serbia (Karageorgevic)

Ante este vacío dinástico, los eternos rivales Karageorgevic asumieron el trono serbio en la persona de Pedro I Karageorgevic. Pedro I asumió el trono con enormes desventajas; tenía 59 años y no había estado en Serbia desde que tenía 14 años. Los mismos que ejecutaron el golpe de Estado contra Alejandro I y asesinaron a la pareja real le ofrecieron el trono de Serbia. Pedro I no tuvo más remedio que aceptar la corona, aunque manifestó claramente su disgusto por la forma en que se dio el golpe de Estado.

Pedro I pasó a la historia serbia como un gran monarca. Su reinado fue inmensamente popular, no solamente entre sus súbditos serbios, sino también lo fue con muchos eslavos de la región que impulsaban el paneslavismo durante buena parte del siglo XIX y a principios del siglo pasado. Sus ideales democráticos, si bien no pudieron realizarse en la creación de una monarquía constitucional como él hubiera querido, si lograron imprimir a su reinado una marcada corriente progresista. Imbuido por las ideas de uno de sus autores favoritos, John Stuart Mill, hizo traducir la obra “On Liberty” del filósofo escocés para que sirviera como guía a su gobierno.

III. Las guerras balcánicas (1912-1913)

El agitado reinado de Pedro I nunca tuvo descanso; no bien había consolidado su régimen contra los eternos inconformes, tuvo que enfrentar uno más de los conflictos bélicos que parecen azotar permanentemente a los Balcanes. Una coalición formada por Grecia, Serbia y Montenegro decidió declarar la guerra al Imperio Otomano, con el propósito de obligarlo a desalojar los territorios que todavía ocupaba en Europa oriental, principalmente en Macedonia.

La victoria de la coalición en la llamada “Primera Guerra de los Balcanes” fue rápida y decisiva. El Imperio turco se vio obligado a desalojar la mayor parte de sus posesiones en Europa oriental; y los vencedores obtuvieron importantes ganancias territoriales. Como todo conflicto en los Balcanes, las guerras de 1912-13, no estuvieron exentas de intervenciones de las potencias con pretensiones hegemónicas sobre la zona.

La “Segunda Guerra de los Balcanes” se dio entre antiguos aliados; mediante una extraña alianza de Grecia y Serbia, el Imperio Otomano y Rumania contra Bulgaria. Rusia, esgrimiendo el eterno pretexto de una afinidad eslava y religiosa con Serbia, apoyó desde el inicio a los serbios; mientras que el imperio austro-húngaro trató de impedir de manera infructuosa que Serbia surgiera fortalecida de este conflicto. Esta vez los serbios prevalecieron sobre los búlgaros quienes tuvieron que abandonar la mayor parte de sus pretensiones territoriales en Macedonia.

Las consecuencias de estas guerras fueron enormes. Entre otras, para mencionar quizá la más importante, se dio el nacimiento de Albania como Estado independiente; a pesar de que Turquía había participado en esta guerra en el bando vencedor. Las victorias serbias sirvieron para aumentar aún más la enorme popularidad del monarca serbio.

IV. Sarajevo 1914 y la Primera Guerra Mundial.

Asesinato del Archiduque Francisco Fernando y de su esposa Sofía.

El heredero a la corona austro-húngara, el Archiduque Francisco Fernando, en contra de todas las advertencias de sus consejeros y en contra, sobre todo, del más elemental sentido común, decidió visitar Sarajevo el 28 de junio de 1914, fecha cargada de simbolismos para los serbios.

Como hemos visto, el Congreso de Berlín de 1878 decidió otorgar “en custodia” a Bosnia-Herzegovina al imperio austro-húngaro… En este sentido, se puede decir con toda objetividad que la administración austro-húngara del territorio fue desastrosa. Bosnia-Herzegovina era y sigue siendo un territorio afectado por conflictos milenarios y por profundas divisiones entre sus pobladores.

Los gobernantes locales austro-húngaros no pudieron haber mostrado mayor insensibilidad a estas profundas diferencias si se lo hubiesen propuesto. Las autoridades austro-húngaras debieron haber estado conscientes del profundo malestar que existía en la población, sobre todo entre la etnia serbia, y debieron haber impedido a toda costa la visita del Archiduque a Sarajevo en ese fatídico aniversario..

No resulta muy exagerado decir que las autoridades responsables de la “seguridad” de la pareja, parecieron más bien haber sido cómplices de ese asesinato por su increíble torpeza e incompetencia. Es increíble que existiera el desconocimiento tan extremo de la existencia de células avocadas a la liberación de Bosnia-Herzegovina del imperio austro-húngaro; entre las cuales figuraba prominentemente la organización terrorista serbia “La Mano Negra”.

Lo que se ha podido comprobar más allá de toda duda, es que Gavrilo Princip, el joven bosnio-serbio de 19 años que finalmente ultimó al Archiduque Francisco Fernando y a su esposa Sofía, obtuvo la pistola con la cual cometió estos asesinatos en Serbia a través de la organización “La Mano Negra”; sin embargo, nunca se pudo afirmar con objetividad que las altas esferas del gobierno serbio estuvieran directamente coludidas en el atentado.

IV.2 Serbia y la Primera Guerra Mundial.

A decir de muchos historiadores, estos asesinatos sirvieron de pretexto para que Viena declarara la guerra a Serbia. Existía desde hacía tiempo una preocupación extrema en el imperio austro-húngaro causada por los éxitos militares y políticos de Serbia en los Balcanes, que en opinión del régimen reaccionario austro-húngaro, amenazaban su pretendida hegemonía en la región. El imperio austro-húngaro, por tanto y de acuerdo a este punto de vista, de inmediato acusó al gobierno serbio de haber organizado y de haber financiado estos asesinatos.

En consecuencia, a escasos días del magnicidio, el gobierno austro-húngaro presentó el 25 de julio un ultimátum conteniendo demandas que eran prácticamente imposibles de cumplir. Una de ellas era la de exigir que las investigaciones sobre el supuesto vínculo directo entre el gobierno serbio y los conjurados en el asesinato de Sarajevo, fueran conducidas por agentes austro-húngaros. La aceptación de esta demanda, además de representar una claudicación total de la soberanía serbia, presuponía la admisión de culpabilidad por parte del gobierno serbio en el atentado.

El ultimátum otorgaba a Belgrado un plazo de 48 horas para que fuera cumplido, sin estar sujeto a modificación o negociación alguna. El 25 de julio, al declarar Serbia que no estaba dispuesta a aceptar que agentes austro-húngaros investigaran los supuestos vínculos de su gobierno con los asesinatos en Sarajevo, los dos países procedieron a romper relaciones diplomáticas. En seguida el imperio austro-húngaro procedió a declararle la guerra a Serbia.

Este fue el inicio de la terrible tragedia que representó el conflicto internacional conocido de inmediato como “La Gran Guerra”, y que involucraba a las sempiternas alianzas regionales. Rusia de inmediato declaró la guerra a Austria-Hungría; lo cual a su vez desencadenó una serie de declaraciones bélicas entre aliados: Gran Bretaña, Francia, Rusia, e Italia, se unieron al lado de Serbia, mientras que Alemania, el imperio turco-otomano y Bulgaria, se unieron al imperio austro-húngaro.

IV.2.1. Hostilidades en territorio serbio y la campaña de Serbia de 1915.

La guerra empezó mal para los ejércitos austro-húngaros y sus aliados búlgaros, quienes experimentaron sonados fracasos en agosto y septiembre de 1914 al invadir territorio serbio. Después de resultar victoriosas en las guerras balcánicas, las tropas serbias obtuvieron otra importante victoria en diciembre de 1914 frente a las tropas austro-húngaras. Sin embargo, a raíz de esta victoria se dio un impasse en el frente austro-húngaro por el cual ninguna de las partes en la contienda podría declararse un claro vencedor.

Con este estado de cosas, Alemania, al frente de las llamadas “potencias centrales” o “imperios centrales”, decidió intervenir en la persona del Mariscal August von Mackensen y contribuir con ingentes tropas alemanas, las cuales unidas a las unidades austro-húngaras, pensaban doblegar definitivamente a los defensores serbios. La estrategia era avanzar a través del territorio serbio para derrotar de una vez por todas a los recalcitrantes serbios y vincular territorialmente a los aliados turcos al esfuerzo bélico.

Contando con el resentimiento búlgaro en contra de los serbios por la reciente derrota en las guerras de los Balcanes, las potencias centrales ofrecieron a Bulgaria los territorios que se arrebataran a Belgrado, sobre todo para reivindicar las pretensiones búlgaras en Macedonia. Tras las vacilaciones iniciales por parte de los búlgaros, que estaban inciertos de la ayuda que Grecia pudiera prestar a los serbios, los búlgaros se vieron motivados a unirse a las potencias centrales ante la inminente derrota rusa, aliada tradicional de los serbios.

De esta suerte, una gigantesca operación multinacional, compuesta por tropas de Alemania, Austria-Hungría y Bulgaria sumando un total aproximado de 600,000 soldados fuertemente armados y bien avituallados, se enfrentaron a un ejército de 200,000 soldados que integraban un ejército exhausto por las casi interminables guerras que venían enfrentando desde 1912.

IV.2.2 Retirada serbia a través de Albania.

Acosadas por todos los frentes, Serbia apeló a la ayuda de sus aliados y directamente invocó el pacto de asistencia recíproca con Grecia. El gobierno griego se encontraba dividido: a pesar de estar formalmente comprometido a acudir en ayuda de Serbia, dentro de dicho gobierno existían profundas divisiones, lo que impidió por el momento la aportación de tropas helenas que combatieran cuando menos a los búlgaros.

Sin embargo, el gobierno griego accedió a la petición de la “Entente” para facilitar el desembarco de tropas francesas y británicas en Salónica. Este desembarco se realizó con grandes dificultades; y dado el número insuficiente de tropas aliadas fracasó en el intento de brindar apoyo efectivo a las asediadas tropas serbias. Fue otra paradoja que el ejército serbio realizara su última resistencia a la brutal acometida de los alemanes, austro-húngaros y búlgaros en Kosovo.

Obligados a retirarse a través de las montañas albanesas, ya que la retirada hacia Salónica había sido obstruida por el fracaso de las fuerzas anglo-francesas, el diezmado ejército serbio fue objeto de constante asedio por los albaneses que hostigaron a las tropas serbias y a los más de 20,000 civiles que las acompañaban. La heroica retirada serbia a través de las montañas albanesas en el invierno 1915-16 forma parte de otra de las grandes epopeyas de los serbios. Nuevamente pudieron idealizar una derrota, como la de Kosovo en 1389, para convertirla en algo que identifica al pueblo serbio.

Las tropas serbias que sobrevivieron a la retirada lograron arribar al puerto albanés de Durazzo, donde las aguardaban buques franceses que las transportaron a la isla griega de Corfú donde pudieron reponerse y recibir pertrechos y armamento. Finalmente, en septiembre de 1918 desembarcaron en Salónica formando parte de una fuerza integrada por tropas británicas, francesas e italianas, a la cual se agregaron tropas griegas. Esta colosal fuerza se trasladó a Macedonia desde donde procedió a desalojar al remanente de las tropas alemanas y austro-húngaras y aplastar al ejército búlgaro, lo que obligó a Bulgaria a capitular de inmediato.

V. Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos.

Desde la edad media, los eslavos del sur ya tuvieron consciencia de sus vínculos lingüísticos y étnicos. Pero no fue sino a mediados del siglo XIX que surge lo que podemos llamar como “la idea yugoslava”, que paradójicamente nació no precisamente de la idea inicial de crear una nación, sino la de crear un bloque de defensa común de los eslavos del sur en contra del dominio de los austríacos, húngaros y turcos. Ya hemos hablado de las semejanzas étnicas y lingüísticas (con las excepciones de los idiomas esloveno y macedonio que son ligeramente diferentes al serbio croata) de los pueblos que llegaron a integrar la entidad conocida como Yugoslavia.

De las semejanzas entre los eslavos del sur, nació el concepto que podemos llamar “romántico” del paneslavismo surgió en el siglo XIX y tomó fuerza a principios del XX. Precisamente el nombre “Yugoslavia” significa “eslavos del sur” y trató de integrar a las diferentes etnias que se encontraban profundamente divididas por los intereses de las potencias que controlaban los territorios que habitaban estos pueblos.

Sin embargo, los eslavos del sur no fueron capaces de establecer una clara relación entre “nación” y “clase o grupo”. En este sentido, la cuestión central es tratar de determinar si acaso los mismos constituyen naciones en el sentido sociológico o político, o solamente formaban partes carentes de la cohesión verdadera de una nación emergente. Los trágicos acontecimientos que se dieron a lo largo de la convulsionada historia yugoslava, demuestran desgraciadamente que Yugoslavia fue una entidad siempre presionada por las corrientes separatistas de los pueblos que la integraron, y que nunca logró cohesionarse en un Estado con una verdadera identidad nacional.

La derrota y desintegración del imperio austro-húngaro fue el factor determinante para la creación de un nuevo Estado. De esta suerte, en julio de 1917, no obstante la ocupación de tropas enemigas de su territorio, Serbia firmó con “los eslavos del sur” un pacto por el cual estas etnias manifestaban su disposición de unirse al “Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos” cuyo nacimiento formal se dio en diciembre de 1918, inmediatamente después de la derrota de las “potencias centrales” y Bulgaria. Previamente, Montenegro se había fusionado a Serbia el 1 de diciembre de ese año.

Desde la perspectiva de los principales líderes croatas y eslovenos de la época, el establecimiento de este reino significó la realización de la autodeterminación nacional que eventualmente llevaría a circunstancias históricas por las cuáles ambas naciones podrían adoptar una decisión acerca de su ulterior desarrollo nacional; es decir, desde el inicio, se hizo manifiesto el deseo de los croatas y eslovenos de optar por sus respectivas independencias.

Por otra parte, la creación de este reino significó un gran triunfo para los serbios, ya que representó la unificación nacional en un Estado común bajo su control. Para los serbios, la victoria alcanzada en la Primera Guerra Mundial y la existencia de un Estado serbio previa a la unificación con croatas y eslovenos, presentó la oportunidad para los líderes serbios de establecerse como un poder hegemónico dentro del nuevo Estado. Para los serbios, Macedonia era considerada simplemente como “Serbia del Sur”, al tiempo que los montenegrinos, eran considerados como parte integral de la nación serbia.

Dada su condición como nación triunfadora en la contienda mundial, Serbia recibió el territorio de Vojvodina, arrebatado a Hungría, y que es considerada como una de las regiones más fértiles de Europa. Vojvodina, como son prácticamente todas las regiones de los Balcanes, estuvo y está compuesta por un verdadero mosaico multiétnico: húngaros, serbios, alemanes, rumanos, e incluso eslovacos, habitaban y habitan esa región (con excepción de los alemanes, que fueron expulsados de Vojvodina al finalizar la Segunda Guerra Mundial).

Serbia también recibió Kosovo que fue y sigue siendo la cuna de la cultura serbia. Sin embargo, ya desde finales del siglo XIX se empezaron a dar las semillas de los conflictos que estallarían a finales del siglo XX: el crecimiento explosivo de la población albanesa (los llamados albano-kosovares) que llegarían a formar una aplastante mayoría en las postrimerías del siglo pasado.

Durante el período inmediato a la Primera Guerra Mundial, el liderazgo político de la nueva nación, así como el sector progresista de la misma, promulgaron vigorosamente un concepto integracionista que llevara a la fusión de serbios, croatas y eslovenos, unificados en torno al idioma serbo-croata. Por ende, subsecuentes gobiernos trataron de suprimir o cuando menos subordinar las identidades nacionales en pro de una política de “Yugoslavismo”, con las trágicas consecuencias que se dieron a finales del siglo pasado.

V.1 Reino de Yugoslavia

El rey Pedro I sufrió de mala salud buena parte de su vida adulta. Los sufrimientos y el desgaste físico y emocional que sufrió durante la Primera Guerra Mundial, lo obligaron a dejar su gobierno en manos de su hijo Alejandro, quien fungió como regente del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, hasta la muerte del venerado rey Pedro I en agosto de 1921, cuando ascendió al trono con el nombre de Alejandro I

A pesar de la victoria y la subsecuente anexión de territorio a expensas de Hungría y Bulgaria, el país tuvo que enfrentar de inmediato a innumerables problemas, sobre todo de índole político y social. Alejandro I, además, mostró desde el inicio marcadas diferencias con las políticas de su padre; toda vez que trató de imponer la política de Yugoslavismo en agravio de las tendencias nacionalistas de las etnias que integraban el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos. Esta política de fue simplemente percibida como un intento apenas disimulado de imponer a los serbios como el grupo dominante en la nación.

El malestar croata con la situación imperante en el país se exacerbó en 1929 con el asesinato en el parlamento de Stejpan Radic, líder del Partido Campesino Croata a manos de un parlamentario montenegrino. Este asesinato era algo que Alejandro I esperaba para disolver de inmediato el parlamento y para instaurar desde ese momento un régimen dictatorial. Su primer acto fue el de adoptar oficialmente el nombre de “Reino de Yugoslavia”. Si bien es cierto que extraoficialmente ya se conocía al país como “Yugoslavia”, la adopción de este nombre se dio para mandar el claro mensaje del intento por suprimir, o cuando menos diluir, los nacionalismos en la nueva nación

A raíz del asesinato de Stejpan Radic se recrudeció el malestar y el profundo descontento entre los croatas. Este descontento se manifestó de una manera trágica, con el asesinato del rey Alejandro I, ocurrido el 7 de octubre de 1934 cuando se encontraba en Marsella en visita oficial. Si bien el asesino material fue una persona de origen búlgaro, se pudo comprobar que el asesino intelectual fue el fundamentalista croata Ante Pavelic. Su organización de filiación fascista, la Ustasha, habría de figurar prominentemente en la Segunda Guerra Mundial.

VI. Invasión y ocupación de Yugoslavia (1941-1945).

Debido a la minoría de edad del Príncipe Heredero Pedro, el Príncipe Pablo, primo hermano del asesinado rey, asumió de inmediato la Regencia del gobierno yugoslavo. El Príncipe Pablo nunca fue preparado adecuadamente para el cargo que se vio obligado a ocupar. Era un hombre decididamente anglófilo, y de tendencias conservadoras. No obstante esta formación, el Príncipe Pablo no continuó la política pro-serbia de su primo Alejandro I.

VI.1 Golpe de Estado contra el gobierno del Príncipe Pablo.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939, Yugoslavia se encontraba rodeada de países afiliados al campo nazi o fascista. En este sentido, nuevamente la situación geopolítica de Yugoslavia actuó en su contra. Primero, el gobierno del Príncipe Pablo rechazó la petición del líder fascista italiano, Benito Mussolini, de facilitar la invasión desde territorio yugoslavo a la vecina Albania. Este rechazo fue sumamente importante, dado que, de haber aceptado la propuesta italiana, esta aceptación hubiese significado la incorporación de Yugoslavia al campo nazi-fascista.

A inicios de marzo de 1941, las fuerzas italianas que trataban de ocupar Grecia se vieron en serios aprietos ante la inesperada oposición de las tropas griegas; lo que obligó a Hitler a acudir en auxilio de sus aliados italianos. El territorio que ocupaba Yugoslavia fue simplemente considerado, una vez más, como tránsito obligado de tropas extranjeras para atacar a un tercer país.

Las presiones de las llamadas Fuerzas del Eje al gobierno yugoslavo fueron enormes. Yugoslavia se vio obligada a aceptar el llamado “Pacto Tripartita”, firmado en Viena el 25 de marzo de 1941 por Bulgaria, Rumania y Yugoslavia, que convertía de facto a esos países en aliados de las Fuerzas del Eje. Las manifestaciones en contra de los acuerdos del llamado “Pacto Tripartita” se dieron en forma masiva e inmediata. La situación del gobierno del Regente se hizo insostenible y el 27 de marzo, a escasos dos días de la firma del acuerdo, el General Dusan Simonovic dio un golpe de Estado destituyendo al Regente. La Junta Militar encabezada por Simonovic declaró mayor de edad al Príncipe Heredero, quien aún no había cumplido 19 años y lo hizo coronar de inmediato Rey de Yugoslavia, con el nombre de Pedro II y repudiando lo acordado en el “Pacto Tripartita”.

Era obvio para todos que Hitler y sus aliados no iban a permitir este estado de cosas. El 6 de abril del mismo año, Hitler ordenó el bombardeo de Belgrado, sin preocuparse siquiera por emitir una declaración de guerra. El bombardeo, que se prolongó hasta el 12 del mismo mes, y habría ocasionado, según cálculos conservadores, la muerte de 17,000 personas, la mayoría civiles. Sin embargo, esta cifra, ante el caos natural ocasionado por los bombardeos y la ocupación de las fuerzas de El Eje, no puede ser confirmada de manera objetiva.

Al mismo tiempo, Yugoslavia se vio invadida a través de sus fronteras por tropas alemanas, húngaras, italianas, rumanas y las siempre presentes tropas búlgaras, ya que Bulgaria nunca desperdició las oportunidades que se le presentaban para realizar sus reivindicaciones territoriales a costa de Yugoslavia. Las tropas del Eje ocuparon el territorio yugoslavo hasta su derrota en 1945, y una de sus medidas inmediatas fue la de otorgar la independencia de Croacia, Montenegro y la propia Serbia..

Bulgaria obtuvo una vez más los territorios codiciados en Tracia y Macedonia que había perdido al final de la Segunda Guerra de los Balcanes a manos de Grecia y Serbia, y Hungría también recuperó los territorios cedidos a Yugoslavia a consecuencia de su derrota en la Primera Guerra Mundial. Albania, que era un Estado “títere” del régimen fascista italiano, obtuvo Kosovo con las consecuencias de todos conocidas, y que aún inciden en la historia de los Balcanes.

VII. Estado Independiente de Croacia. Nezavisna Drzava Hrvatske (NDH)

De los estados creados a raíz de la ocupación de Yugoslavia por las fuerzas del Eje, el único que tuvo un grado de independencia prácticamente total fue el Estado Independiente de Croacia (NDH) ya que los nazis consideraban a los croatas como aliados ideológicos naturales. El NDH se creó teniendo como base la organización fascista Ustasha, que fuera fundada por el terrorista Ante Pavelic -el mismo que fuera el autor intelectual del asesinato de Alejandro I- y que se convirtió de inmediato en su Jefe de Estado y Gobierno.

La Ustasha se formó en torno al odio a los serbios, a los musulmanes, a los judíos y a los gitanos y desde la formación del NDH se instrumentaron prácticas dirigidas al exterminio o cuando menos al desalojo de estos grupos étnicos del territorio croata. Por lo que respecta a los serbios, la política oficial de la Ustasha era la de la llamada “tres tercios”; que pretendía eliminar físicamente a un tercio de los serbios; convertir por la fuerza al catolicismo a otro tercio, y expulsar del territorio croata al tercio restante.

Existen pruebas incontrovertibles que en los campos de concentración croatas, los Ustasha exterminaron a cientos de miles de hombres, mujeres y niños de los grupos étnicos mencionados, en su mayoría serbios. Es imposible determinar un número aproximado de las víctimas de este genocidio; los serbios aseguran que los croatas exterminaron cuando menos a un millón de personas en estos campos de concentración. Lo cierto es que la crueldad de los Ustasha llegó horrorizar a los mismos generales nazis.

Es fácil deducir que durante la Segunda Guerra Mundial se ahondaron las centenarias divisiones existentes entre serbios y croatas. Como se señalo anteriormente, estas divisiones se dieron principalmente en torno a las diferencias religiosas. Resultó entonces lógico que el NDH tomara como el núcleo de identidad de los croatas a la Iglesia Católica. Hasta la fecha existe un ríspido debate acerca del papel que la Iglesia Católica desempeñó en la conversión forzosa al catolicismo de los serbios.

La figura central de los católicos en Croacia fue el obispo de Zagreb, Alozije Stepinac, en torno a quien se crearon, y se siguen creando, controversias sin fin. Se puede deducir fácilmente que para la mayoría de los serbios en Croacia que sobrevivieron a la política de los “tres tercios”; Stepinac fue culpable, cuando menos de no haber intentado denunciar de forma mucho más abierta y decidida las atrocidades que cometió el NDH.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, Croacia dejó de ser una nación independiente y se incorporó a la Yugoslavia surgida de la victoria aliada. Lo cierto es que el culpable directo de los actos genocidas de la NDH, Ante Pavelic, logró escapar de la justicia yugoslava; se refugió primero en Argentina y murió en la España de Franco en 1957.

El obispo Stepinac, por su parte, fue sometido a juicio en 1946 y condenado a 16 años de trabajos forzados; sin embargo, debido a la intervención directa del Mariscal Tito, se le confinó a una prisión en condiciones que podrían llamarse benignas. El obispo Stepinac cumplió solamente 6 años de su condena y fue liberado en 1951. Stepinac murió en 1960 y se convirtió de inmediato en mártir para los croatas y en un símbolo de impunidad para los serbios. Para el futuro de Yugoslavia, el legado del NDH y el papel de la Iglesia Católica sembró odio y disensión entre serbios y croatas que habrían de explotar años más tarde.

VIII. Josip Broz Tito

Josip Broz Tito nació en 1892 en Kumrovec en la actual Croacia, que entonces formaba parte de Hungría; de padre croata y madre eslovena. En su juventud, Tito trabajó como jornalero en Alemania donde aprendió a hablar alemán con fluidez. A los veintiún años de edad, Tito ingresó al ejército austro-húngaro en 1913 y su unidad fue enviada al estallar la Primera Guerra Mundial a combatir a las tropas rusas que amenazaban invadir a Hungría desde el frente oriental.

En 1915 Tito resultó herido y fue internado en un hospital en calidad de prisionero de guerra. Al ser dado de alta, fue internado en un campo para prisioneros de guerra hasta 1917 cuando se dio el colapso de Rusia como contendiente en la guerra. Al enterarse de la revolución bolchevique viajó a Rusia donde se unió al Partido Comunista. A finales de los años veintes del siglo pasado, se instaló en Zagreb y se dedicó a hacer proselitismo a favor de la causa comunista.

VIII.1 Tito y la Segunda Guerra Mundial.

Cuando las fuerzas del Eje invadieron Yugoslavia en 1941, Tito era un hombre de mediana edad, y no podía decirse que era un miembro destacado del Partido Comunista en Yugoslavia. Al cabo de cuatro años, se habría de convertir en una figura internacionalmente conocida, considerado incluso como un personaje histórico al nivel de líderes mundiales de la talla de Stalin, Roosevelt, Churchill y de Gaulle.

Al frente de partisanos comunistas, Tito se replegó a las montañas, desde donde luchó una guerra de guerrillas contra las fuerzas del Eje. Sin embargo, los críticos de Tito consideran que, siguiendo consignas de Moscú, esperó hasta el 22 de junio de 1941, fecha de la invasión nazi a la Unión Soviética, para decidirse a combatir a las fuerzas del Eje en Yugoslavia. Los primeros dos años a partir de esta fecha, fueron simplemente para sobrevivir los ataques de las tropas invasoras. La verdadera lucha en contra de las fuerzas que ocupaban Yugoslavia empezó a tener éxito en 1943, a raíz del retiro de Italia de la contienda mundial.

Tito y sus partisanos comunistas no fueron los únicos combatientes yugoslavos en contra de los invasores. Los serbios leales a la corona yugoslava, los llamados “Chetniks”, lucharon en contra de los invasores bajo el mando de Draza Mihailovic. Ambas fuerzas, huelga decirlo, estaban apoyados por los gobiernos aliados quienes las financiaban y les suministraban armamentos, e incluso asesores militares británicos que se unían a las respectivas fuerzas combatientes.

VIII.2 La guerra contra los Chetniks

Draza MIhailovic era un intelectual serbio que había previsto la debilidad del ejército yugoslavo frente a un ataque motorizado terrestre y a bombardeos aéreos masivos. En este sentido, existen paralelos entre Mihailovic y De Gaulle, ya que ambos señalaron los errores y las debilidades de sus respectivos ejércitos antes de la Segunda Guerra Mundial.

La movilización de las unidades Panzer y las oleadas de bombarderos de la Luftwafe que avasallaron rápidamente al ejército yugoslavo, le dio la razón. Muchos en los países occidentales, al recordar la feroz y tenaz resistencia que los serbios opusieron a los ejércitos invasores durante la Primera Guerra Mundial, se sorprendieron al ver la rapidez con la que el ejército yugoslavo fue derrotado.

Mihailovic, al frente de un grupo de militares yugoslavos y de serbios nacionalistas que tenían en común su lealtad a la corona y a la iglesia ortodoxa, decidieron oponerse a las fuerzas invasoras, mediante la guerra de guerrillas, al igual que lo hiciera Tito en diferentes áreas del país. Se puede decir que mientras el grueso del apoyo a los partisanos de Tito se encontraba entre la clase obrera e intelectual de Serbia en los sectores urbanos del país; la mayoría de los Chetniks era de origen campesino.

Por otra parte, fue precisamente cuando el alto mando alemán se vio obligado a replegar tropas nazis acantonadas en Yugoslavia para reforzar a las unidades que integraban la llamada “Operación Barbarrosa” el 22 de junio de 1941 en contra de la Unión Soviética, que Tito incrementó la intensidad de la guerra de guerrillas contra las fuerzas del Eje.

El rompimiento definitivo entre Tito y Mihailovic se dio a raíz de la brutal política instrumentada por los nazis en Yugoslavia, que ordenaba la muerte de 500 serbios por cada soldado alemán muerto a manos de los combatientes yugoslavos, y de 100 serbios por cada soldado alemán que resultara herido. El incidente que dio pie a que se aplicara esta política, se dio en la población de Kragujevac cuando un grupo de guerrilleros yugoslavos (aún no se ha esclarecido a que bando pertenecían) mataron a diez soldados alemanes e hirieron a 26.

Las órdenes genocidas de Hitler se cumplieron al pie de la letra: 7000 varones serbios, entre los que se contaban cientos de escolares adolescentes y niños, junto con un soldado alemán que rehusó formar parte de los pelotones de fusilamientos, y que fueron masacrados sin miramiento el 21 de octubre de 1941. En adición, 1500 civiles serbios fueron ejecutados en la vecina población de Valjevo.

Para los Chetniks, los responsables de estas masacres fueron los partisanos comunistas, a los que acusaban de ignorar por completo las bajas civiles mientras se combatiera al enemigo. Para Tito, las masacres de civiles sirvieron para enfatizar el evidente hecho de que las guerrillas eran vulnerables a las amenazas contra sus familias; no obstante, Tito estaba dispuesto a movilizar a sus guerrilleros lejos de sus lugares de origen para que sus respectivas familias no fueran victimadas por las tropas nazis.

Desde que se estableció la firme creencia de la responsabilidad de los partisanos de Tito por las masacres, resultó prácticamente imposible que existiera una reconciliación entre los dos bandos, mucho menos la posibilidad de que unieran fuerzas en contra del enemigo común.

Resulta irónico comprobar que en esta etapa de la lucha contra el Eje, tanto Stalin como Churchill favorecían a Draza Mihailovich y no a Tito, debido a que ambos percibían que el líder de los Chetniks contaba con el apoyo mayoritario de los serbios. Alentados por estos vitales respaldos, los Chetniks empezaron a tener escaramuzas con los partisanos, sin que inicialmente las mismas, militarmente hablando, tuvieran mayores consecuencias.

VIII.3 Operación Weiss

Las llamadas operaciones “Weiss”, son una prueba más de las incomprensibles alianzas que se forjaron durante la ocupación de Yugoslavia por las fuerzas del Eje. Llevando al extremo el dicho “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, Draza Mihailovic, en alianza con generales italianos, decidió participar en las ofensivas que se dieron del 25 de febrero al 17 de marzo de 1943 en contra de los partisanos de Tito que se encontraban refugiados en las montañas de Bosnia.

Estas operaciones involucraron el mayor número de tropas en territorio yugoslavo en la Segunda Guerra Mundial. De parte de las fuerzas del Eje (incluyendo elementos Chetniks), intervinieron aproximadamente 90,000 soldados que incluían divisiones Panzer; la Lutwafe, la fuerza aérea italiana, divisiones croatas y brigadas de la Ustashe. Por su parte, Tito tenía 42,500 partisanos que habían sobrevivido a la fecha.

Desde el punto de vista del número de bajas (body count) la operación fue un éxito para las fuerzas del Eje: más de 12,000 partisanos murieron debido al fuego enemigo; el brutal frío de las montañas; de una epidemia de tifo y a la crueldad de los Ustashe que ejecutaban a todos los partisanos capturados. Sin embargo, la derrota pudo ser transformada en victoria, toda vez que Tito pudo escapar con el resto de sus partisanos -muchos de ellos heridos y enfermos- y un número indeterminado de civiles al cruzar el río Neretvna, burlando el cerco formado por tropas italianas y por elementos Chetniks. A raíz de esta victoria moral, y del retiro de Italia de la contienda mundial, los partisanos empezaron a ganar terreno en su lucha en contra de sus enemigos.

Por su parte, Tito también fue culpable de hacer contactos con generales nazis. A mediados de 1943, ante la retirada de las tropas alemanas e italianas del norte de África, existía la posibilidad de que los aliados pudieran escoger a los Balcanes (el vientre débil de Europa) para invadir el continente. Mientras que Mihailovic deseaba fervientemente que los aliados abrieran un frente a través del territorio yugoslavo, Tito consideraba que esa posibilidad resultaría desastrosa para su ambición de dominar Yugoslavia.

Existen numerosas evidencias de estos encuentros que se habrían dado en enero de 1943, y en los que habrían participado representantes de Tito; entre ellos el propio Milovan Djilas. Por increíble que parezca, estos encuentros estuvieron encaminados a establecer una alianza entre los partisanos con los generales nazis en contra de los Chetniks y de los propios aliados si llegara a darse una invasión aliada a Yugoslavia. Sin embargo, no es necesario señalar que las llamadas operaciones “Weiss” iniciadas en febrero de ese año, echaron por tierra esta extraña posibilidad.

Para Mihailovic, el hecho de que los aliados decidieran invadir Sicilia en lugar de Yugoslavia, el 10 de junio de ese fatídico 1943 representó un duro revés. El escape de los partisanos del cerco tendido por las tropas de la Operación Weiss, también significó que tanto Stalin como Churchill retiraran sus respectivos apoyos a los Chetniks. Tanto para Stalin, pero sobre todo para Churchill, lo importante no era la ideología en ese crucial momento, sino cual era el bando que tenía mayores posibilidades de éxito contra las fuerzas del Eje.

Desde ese momento, a pesar de que todavía los partisanos tenían que enfrentar cruentas luchas antes de conseguir la victoria final, se puede decir que la suerte estaba echada y que se podía predecir el triunfo de Tito. Con el retiro gradual de las tropas alemanas, el poder de Ustasha decreció rápidamente, ya que no contaba con el respaldo de los campesinos croatas.

Finalmente, el ejército soviético que ingresó a territorio yugoslavo a inicios de 1945, en una operación conjunta con los partisanos de Tito, liberó Belgrado en mayo de ese año. Draza Mihailovic fue capturado en marzo de 1946, y fue sometido a juicio por haber colaborado con los nazis, y no por asesinatos a partisanos para tratar de evitar críticas de occidente. Mihailovic, como era de esperarse, fue declarado culpable y ejecutado el 17 de julio de ese año.

IX. República Federativa Socialista de Yugoslavia

Desde agosto de 1944, el primer ministro de la monarquía yugoslava en el exilio, Ivan Subasic, había dado su respaldo a Tito otorgándole el título de líder de toda la resistencia a las fuerzas del Eje. La victoria de Tito trajo consigo una enorme popularidad para el carismático líder comunista y un franco deterioro de la posición de la monarquía. Con la liberación casi completa de todo el territorio yugoslavo, se convocó a elecciones el 29 de noviembre de 1945 en las que el llamado Frente Unitario de Liberación de Tito resultó vencedor con un aplastante 90% del voto. Una semana después el nuevo parlamento nombró a Tito primer ministro y proclamó el nacimiento de la República Federativa Socialista de Yugoslavia que se integró con seis repúblicas, a saber: Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Macedonia y Montenegro.

X Rompimiento con Stalin.

La creación de una república socialista en Yugoslavia provocó una enorme reacción adversa en los países occidentales. La ejecución de Mihailovic causó lo que Tito pretendía evitar: el repudio de occidente ante la muerte de un líder democrático y anti comunista. La prensa europea y norteamericana de inmediato calificaron al régimen de Tito como un régimen títere de los soviéticos. El enfrentamiento con sus vecinos, Austria e Italia, en cuyos territorios mantuvo tropas hasta mayo de 1945, estuvo a punto de prolongar la guerra. Para agravar esta situación, la prensa occidental dio a conocer atrocidades cometidas por partisanos en contra de eslovenos e italianos, mientras que Tito, lejos de aliviar esta situación, reiteraba obcecadamente sus reivindicaciones territoriales sobre Carinthia y Trieste, respectivamente, de sus vecinos mencionados.

Todo ello sirvió para afianzar la idea en los países occidentales que la Yugoslavia de Tito era una más de las naciones “títeres” de la Unión Soviética. Sin embargo, a muchos observadores de lo que acontecía en Yugoslavia se les había escapado lo que verdaderamente estaba sucediendo. Stalin había reaccionado violentamente ante las acusaciones de las violaciones masivas de mujeres yugoslavas durante la ocupación del ejército rojo. Al respecto, Stalin dijo: “es inconcebible que, lejos de mostrar gratitud a los ´liberadores soviéticos´, se les reproche por haber buscado divertirse con las bellas mujeres yugoslavas después de los horrores de la guerra”.

El rompimiento definitivo se dio en 1948. A principios de ese año, los líderes soviéticos convocaron a una reunión en Moscú de representantes de Albania, Bulgaria, Rumania y Yugoslavia, a la que acudieron en representación de Tito sus dos más cercanos colaboradores: Milovan Djilas y Edvard Kardjeli. La reunión tuvo como propósito principal el de establecer que los países mencionados deberían observar un absoluto sometimiento a la U.R.S.S.

A decir de Djilas, la reunión se dio en condiciones de extrema rispidez. Se mencionó la petición del gobierno albano al yugoslavo de desplazar dos divisiones yugoslavas a su territorio, “para proteger al país de las fuerzas fascistas griegas” (cabe recordar que Grecia, en ese momento, se encontraba enfrascada en una guerra civil), y el intento de Bulgaria de formar una unión aduanera con Rumania y Yugoslavia. Molotov y Stalin se encargaron de señalar de manera airada -siempre de acuerdo a Djilas- que ninguno de los países balcánicos estaba en condiciones de adoptar decisiones de esa naturaleza sin el consentimiento de la Unión Soviética.

Como resultado directo de esa reunión, el 27 de marzo de ese año, Stalin y Molotov enviaron una carta al “Camarada Tito y a otros miembros del Comité Central” en la que acusaban directamente a cuatro prominentes miembros del partido comunista yugoslavo -entre ellos a Djilas y Rankovic- de no ser marxistas “legítimos” y al propio partido yugoslavo de no ser propiamente hablando, “una organización marxista-leninista.”

Viniendo de Stalin, esta carta se interpretó como una orden directa de “purgar” del partido cuando menos a los dos dirigentes mencionados y hacer cambios drásticos para que el partido comunista yugoslavo se plegara a las órdenes de la U.R.S.S. De inmediato, Djilas y Rankovic presentaron sus renuncias al partido comunista yugoslavo.

Fue cuando Tito rehusó aceptar las renuncias de Djilas y Rankovic que verdaderamente empezó el rompimiento final con Stalin. Tito en seguida convocó a una sesión plenaria del Comité Central del partido yugoslavo donde solicitó el apoyo del comité de cara a su enfrentamiento con Stalin. Tito obtuvo el apoyo de la gran mayoría de los asistentes a la sesión, con la notable excepción de dos prominentes miembros del partido: Andija Hebrang y Sreten Zujovic, a quienes se les llamó “cominformistas”; es decir, miembros que seguían los dictados del “Cominform”, organismo creado por Stalin para controlar a los partidos de los países comunistas.

Tito procedió a ordenar el arresto de Hebrang y Zujovic, a quienes acusó de ser espías de Stalin. El propio Stalin protestó en forma vehemente por estos arrestos y exigió que se permitiera la presencia de agentes soviéticos en los procesos de Zujovic y Hebrang, en un claro y deliberado paralelo a demandas semejantes del imperio austro-húngaro a raíz del asesinato en 1914 del Príncipe Francisco Fernando.

En seguida Stalin convocó a una reunión del “Cominform” que se celebró en junio de 1948 en Bucarest y en la que se demandaba la presencia de una delegación yugoslava “al más alto nivel posible”. Tito ratificó su rompimiento con Stalin al rechazar asistir a dicha reunión y al prohibir la asistencia de una delegación yugoslava a la misma. El Cominform ordenó, ante el estupor del mundo entero, la expulsión del Partido Comunista Yugoslavo de la organización. La fecha en que se decretó esta expulsión, 28 de junio de 1948, fue otro acto ofensivo y deliberado, ya que coincidía con otro aniversario de la batalla de Kosovo de 1389.

CONTINUARÁ


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