En la anterior edición de la revista de la Asociación de Diplomáticos Escritores (ADE) abordé la primera parte del capítulo “Por los Caminos del Norte” relatando algunas vivencias y anécdotas de mis comisiones en países de Norteamérica.
En esta segunda parte me gustaría compartir con los lectores – desde una perspectiva personal – mis experiencias como embajador en dos países del norte de Europa: Suecia y Noruega.
Países Nórdicos – Escandinavia
Antes de entrar en materia, me parece pertinente diferenciar entre dos términos, que frecuentemente se utilizan como sinónimos, sin serlo: países escandinavos y nórdicos.
Escandinavia está compuesta por Dinamarca, Noruega y Suecia, en tanto que los países nórdicos son, además de los tres anteriores, Finlandia e Islandia. Dicho de manera simplificada, todos los países escandinavos son nórdicos, pero no todos los nórdicos son escandinavos.
Vistos superficialmente desde fuera, estos países aparentan una gran homogeneidad, en particular en lo que respecta al llamado modelo nórdico de bienestar (organización y financiamiento de sus sistemas de seguridad social, salud y educación), así como la prioridad que asignan a la igualdad de género o al “lagom”, término en sueco que equivale al “justo medio”, es decir, lo suficiente para llevar una vida equilibrada tanto en lo individual como en sociedad.
Sin embargo, con una mirada más a fondo, pueden detectarse notorias diferencias entre ellos:
Dinamarca, Noruega y Suecia son monarquías constitucionales, en tanto que Finlandia e Islandia son repúblicas.
Dinamarca, Finlandia y Suecia son miembros de la Unión Europea (UE); Islandia y Noruega no lo son, sino que pertenecen a la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC).
Dinamarca, Islandia y Noruega son miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); Finlandia y Suecia son neutrales.
Aún entre países con raíces comunes, un pasado histórico compartido y grandes afinidades culturales como Suecia y Noruega, pueden observarse rasgos diferenciadores. Ir descubriendo esos sutiles matices fue una interesante experiencia en mis gestiones diplomáticas en Estocolmo y Oslo.
SUECIA
Mi misión como embajador de México en Suecia – de 2001 a 2003 – siempre tendrá un significado emotivo muy especial para mí, por múltiples y diversas razones.
Ante todo, porque Suecia fue mi primera titularidad de embajada, siete años después de haber ascendido al rango de embajador en 1994.
Pero también porque mi gestión diplomática se vio enmarcada en una serie de coincidencias históricas, de tipo familiar, entre las que destacan las siguientes:
- Uno de mis predecesores en tan honroso cargo fue mi padre, Alfonso Castro Valle, un cuarto de siglo antes que yo.
- Los dos fungimos como embajadores en Estocolmo durante las respectivas gestiones como secretarios de Relaciones Exteriores de Jorge Castañeda, padre e hijo.
- Ambos presentamos nuestras cartas credenciales al mismo Rey, Carlos XVI Gustavo.
- Y nos correspondió el honor de acompañar a la pareja real sueca en sus hasta ahora únicas dos visitas de Estado a México, a él en 1982 y a mí en 2002.
En lo personal, para mi esposa Greta y para mí, Suecia ocupará siempre un lugar privilegiado en nuestros corazones pues contrajimos matrimonio en Estocolmo en 2001, donde pasamos más de dos inolvidables años rodeados de maravillosas amistades, muchas de las cuales conservamos hasta el día de hoy.
Nombramiento de embajador en Suecia
Estando todavía comisionado como embajador alterno en nuestra misión diplomática en Washington al inicio del sexenio del presidente Vicente Fox, respetuosamente planteé al secretario de Relaciones Exteriores, Jorge G. Castañeda, mi aspiración a asumir mi primera titularidad de embajada.
En mi terna ideal de posibles adscripciones incluí a Alemania, Austria y Suecia. Al principio, todo parecía indicar que la balanza se inclinaría por Alemania, tomando en cuenta mi dominio del idioma de ese país y mi experiencia previa como último jefe de misión de México ante la extinta República Democrática Alemana (RDA) en Berlín Oriental en la etapa final del proceso de la unificación alemana en 1990.
Sin embargo, la decisión final sobre Alemania recayó en la embajadora Patricia Espinosa- quien seis años después fungiría como canciller de México-, por lo que yo fui designado para Suecia, con la connotación muy emotiva de estar siguiendo los pasos paternos como embajador ante ese país escandinavo.
La Villa von Heidenstam
Mi primera escala al llegar a Estocolmo en un frio día de mediados de marzo, más de invierno que de primavera, fue la residencia de nuestra embajada, ubicada en el suburbio Djursholm de la capital sueca.
Una espléndida mansión adquirida por el gobierno mexicano gracias a la iniciativa de uno de mis predecesores, el embajador eminente Andrés Rozental, con una espectacular vista sobre el archipiélago de Estocolmo en el Mar Báltico, compuesto por más de treinta mil islas de diferentes dimensiones.
Se le conoce con el nombre de uno de sus más célebres habitantes, el poeta y novelista Carl Gustaf Verner von Heidenstam, Premio Nobel de Literatura 1916, y es una institución de gran tradición en Djursholm. Durante mi gestión diplomática, procuramos convertirla en un concurrido lugar de encuentro y un valioso instrumento de promoción de México.
Entre los más destacados eventos que organizamos en la residencia figuraron la cena oficial ofrecida en honor de los Reyes de Suecia en vísperas de su visita de Estado a México; la celebración de tradiciones mexicanas como el Día de Muertos, las posadas y el Grito de Independencia; la cena del 20 aniversario del Premio Nobel de la Paz 1982 otorgado a Don Alfonso García Robles conjuntamente con la diplomática sueca Alva Myrdal; la cena en honor del Premio Nobel de Química 1995, Dr. Mario Molina, con motivo del 100 aniversario de la primera entrega de dicho galardón en 1901; así como múltiples otras actividades de promoción, que contaron con la asistencia de representantes de diversos sectores e instituciones suecas, colegas del cuerpo diplomático acreditado en Suecia y, por supuesto, miembros de la comunidad mexicana asentada en ese país.
Presentación cartas credenciales al Rey de Suecia
La presentación de mis cartas credenciales al Rey Carlos XVI Gustavo se desarrolló conforme a un estricto protocolo, propio de algunas monarquías europeas, con vestimenta formal de frac y portando la condecoración de la Orden de la Estrella Polar que había yo recibido en 1982 con motivo de la primera visita de Estado a México realizada por la pareja real sueca.
Con anticipación, un alto funcionario de la Corte acudió a la sede de la embajada para acompañarme en el traslado al Palacio Real de Estocolmo. En una carroza, tirada por cuatro caballos, recorrimos las calles del centro de la ciudad hasta arribar al palacio donde me aguardaban el Mariscal de la Corte y un distinguido diplomático en retiro, designado para fungir como “introductor de embajadores”.
Llegada la hora de la ceremonia, ingresé al salón donde se encontraba el Rey; tras un saludo protocolario, le hice entrega de la carta credencial firmada por el presidente Fox y nos sentamos en la sala para sostener una breve conversación.
De entrada, el Rey – quien estaba muy bien documentado – me comentó que para él mi presentación era una primicia pues nunca antes había recibido las cartas credenciales de padre e hijo (con un cuarto de siglo de diferencia entre una y otra entrega). Ese amable comentario sirvió como “ice breaker” y dio pauta a una cordial charla general en torno a México y la relación bilateral con Suecia.
Por mi parte, volviendo a un terreno más personal, le comenté que había tenido el gusto de conocer a Silvia Sommerlath – la Reina – en 1972, cuando ella fungía como jefa de relaciones públicas del comité organizador de las Olimpíadas de Múnich y yo como asistente del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, presidente de la delegación mexicana y miembro del Comité Olímpico Internacional.
Asimismo, me aventuré a adelantarle que uno de los objetivos prioritarios de mi misión diplomática en Suecia sería tener el honor de acompañarlo en una visita de Estado a México, como mi padre lo había hecho en 1982.
Mi “osadía” – que resultó premonitoria – le agradó y, obviamente sin compromiso, acordamos que, en su oportunidad y si las circunstancias lo permitían, trataría yo esta cuestión con las autoridades competentes del gobierno sueco.
Mi primer Grito de Independencia
Después del receso de verano – que es “sagrado” en países como Suecia – me preparaba para dar mi primer Grito de Independencia como titular de una embajada cuando ocurrió el trágico atentado del 11 de septiembre en Nueva York, obligándonos a cancelar la ceremonia de última hora, tanto por respeto a las víctimas como por razones de seguridad.
Al año siguiente, llegó por fin el tan anhelado momento en el marco de un evento conmemorativo de nuestro Día Nacional que juntó a la comunidad mexicana de Estocolmo con el cuerpo diplomático, autoridades del gobierno y representantes de instituciones suecas, así como “amigos de México”.
Guardo un imborrable recuerdo de la ola de sensaciones que me inundaron en el momento de gritar ¡Viva México! y entonar nuestro Himno Nacional. Como también al ver la emoción en los rostros de mis compatriotas y sus familias, algunos con lágrimas en los ojos, contagiando incluso a los invitados extranjeros que presenciaban por primera vez esta tradición cívica tan mexicana.
Me faltan palabras para expresar, en toda su intensidad, el sentimiento de orgullo por nuestro México lindo y querido que uno experimenta en ese instante y, más aún, siendo el protagonista del grito.
Memorable ofrenda de Día de Muertos
Mi primera ofrenda como jefe de una misión diplomática también fue en Estocolmo. La dedicamos a la memoria de mi padre, para quien el país escandinavo había sido la etapa final de “una excepcional carrera diplomática” de casi medio siglo, como la tituló la Historia Oral de la Diplomacia Mexicana editada por la SRE.
Mi madre y él eran recordados con afecto por las numerosas amistades que cultivaron durante sus cinco años de permanencia en Suecia y que me recibieron con los brazos abiertos al enterarse que el nuevo embajador mexicano era su hijo.
Instalamos el altar en el vestíbulo de la residencia con objetos representativos de la tradición del Día de Muertos como también de la vida de mi padre y, por supuesto, lo decoramos con flores de cempasúchil (de papel) y veladoras (de IKEA).
En medio del chiflón que se generaba con el permanente abrir y cerrar de la puerta de acceso a la residencia, de repente empezó a sonar la alarma antiincendios. ¡Varias flores de papel habían prendido fuego con el parpadeo de las llamas de las velas!
Entre los invitados se encontraban funcionarios de la Corte y del gobierno sueco, empresarios, académicos, miembros de la comunidad mexicana y del cuerpo diplomático, incluyendo al recién acreditado embajador de los Estados Unidos. Sus guardaespaldas entraron en acción y ya se disponían a evacuar de emergencia a su jefe cuando logramos apagar el conato de “incendio” y desactivar la alarma. (Cabe tener en mente que el incidente ocurrió menos de dos meses después del fatídico 11 de septiembre).
Como muchos de los invitados solamente habían escuchado el estridente sonido de la alarma, pero no habían visto lo que realmente estaba sucediendo en el lobby, entré a la sala para tranquilizar los ánimos. Se me ocurrió decirles de manera improvisada que no había motivo de preocupación y que todo había sido una señal que nos enviaba mi padre para hacerse presente en nuestro festejo, en espíritu, haciendo gala de la personalidad exuberante que lo había caracterizado en vida.
Con esta broma, recibida por los invitados con muy buen sentido de humor, se relajó el ambiente y el convivio pudo continuar con la degustación de platillos típicos de nuestra gastronomía, amenizado con música mexicana. De hecho, pasó al anecdotario del cuerpo diplomático acreditado en Estocolmo como una de las fiestas más “emocionantes” del año, elevando considerablemente los bonos de la flamante pareja de embajadores como anfitriones.
100º aniversario del Premio Nobel
En el otoño de 2001, mi esposa y yo aguardábamos con expectación el privilegio de poder presenciar la celebración del primer centenario del Premio Nobel, instituido por el empresario sueco Alfred Nobel en su testamento y cuya primera entrega tuvo lugar en 1901.
Con cierta anticipación, trascendió que, para dar mayor realce a esa emblemática efeméride, se había decidido invitar a todas las personalidades que habían recibido dicho premio. Por consiguiente, debido a limitaciones de espacio para el cuerpo diplomático, únicamente aquellos embajadores de países cuyos laureados efectivamente confirmaran su presencia, tendrían acceso a los festejos en la capital sueca.
Al confirmarse la asistencia del científico mexicano, Dr. Mario Molina, Premio Nobel de Química 1995, ya nos veíamos entre el selecto grupo de representantes diplomáticos que serían invitados a la ceremonia conmemorativa el 10 de diciembre.
Sin embargo, al acercarse la fecha de la celebración, y aún no recibir la invitación formal, mandé preguntar a la Academia Nobel cuándo podríamos contar con la nuestra. Para mi gran sorpresa, nos contestaron que el embajador de México no estaba considerado en su lista de invitados ya que – de acuerdo con su registro oficial – el Dr. Molina había recibido el premio como ciudadano estadounidense y no como mexicano.
Por más que tratamos de explicarles que en 1995 aún no se aprobaba la reforma constitucional para la no pérdida de la nacionalidad mexicana por la adquisición de una nacionalidad extranjera, pero que en 1998– en virtud de dicha reforma – el Dr. Molina había “recuperado” su nacionalidad mexicana, fue imposible convencer a los implacables organizadores suecos.
A pesar de la enorme decepción que nos causó no poder presenciar tan significativo evento, nos consolamos invitando al Dr. Molina – quien muy amablemente accedió – junto con un grupo de destacados miembros de la comunidad científica de Suecia, a una cena en la residencia con una selección de platillos típicos mexicanos. La calidez de la hospitalidad mexicana – complementada con una degustación de tequila – fue muy apreciada por nuestros invitados suecos como preparación para su gélido invierno.
El 10 de diciembre del año siguiente, mi esposa y yo finalmente tuvimos el privilegio de presenciar la solemne ceremonia, realizada en la Konserthuset de Estocolmo, en la que el Rey Carlos XVI Gustavo presidió la entrega de los premios Nobel de Economía, Física, Literatura, Medicina y Química. (Cabe recordar que el de la Paz se entrega, en esa misma fecha, en la Alcaldía de Oslo, inolvidable experiencia que tuvimos 15 años más tarde, en 2017, y que relataré más adelante).
20 aniversario del Premio Nobel de la Paz García Robles – Myrdal
Otra de las prioridades de mi gestión en Estocolmo – planteada inicialmente en el programa de trabajo que presenté ante el Senado en el proceso de ratificación de mi nombramiento – fue la conmemoración del 20 aniversario del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Don Alfonso García Robles conjuntamente con la diplomática sueca Alva Myrdal.
Tras una serie de consultas con diversas instituciones suecas potencialmente interesadas en participar en dicha efeméride, finalmente acordamos organizar un seminario en colaboración con la Universidad de Estocolmo.
Como ponentes principales invitamos a Don Jesús Silva-Herzog Flores, en su calidad de ex secretario de Hacienda y Crédito Público, así como al embajador eminente Andrés Rozental, en ese entonces presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI), como ex subsecretario de Relaciones Exteriores y, apropiadamente para la ocasión, ex embajador de México en Suecia.
Tras palabras de bienvenida del Rector de la Universidad y de introducción mías, Silva-Herzog abordó las transformaciones políticas y económicas ocurridas en México, en tanto que Rozental resaltó aspectos destacados de la política exterior mexicana y de la relación con Suecia, con particular énfasis en la instrumentación del Acuerdo de Asociación Económica, Concertación Política y Cooperación con la Unión Europea y la colaboración bilateral en foros multilaterales, destacadamente en Naciones Unidas.
Fue un evento por demás emotivo e interesante que reunió a representantes de instituciones suecas vinculadas con los asuntos internacionales, así como a miembros del cuerpo diplomático y de la comunidad mexicana, además del escritor Jan Myrdal, hijo de la laureada sueca, como invitado especial.
Visita de Estado de los Reyes de Suecia a México
En octubre de 2001, a los seis meses de haber presentado mis cartas credenciales, y de conformidad con la práctica protocolaria sueca, fuimos invitados, junto con un pequeño grupo de embajadores recién acreditados, a una recepción informal con los Reyes y miembros de la familia real en el palacio de Estocolmo.
Con anticipación a dicho encuentro, la jefa de Protocolo, Karin Ehnbom, una gran “aliada” nuestra, que previamente había fungido como embajadora de Suecia en nuestro país, me dio la muy grata noticia de que estaba prácticamente aprobado incluir una visita a México en el programa de giras internacionales de los Reyes para el año siguiente, sujeto a poder acordar por vía diplomática fechas mutuamente convenientes.
Retomando la conversación que había sostenido con el Rey en ocasión de mi presentación de credenciales, aproveché esa espléndida oportunidad para acabar de “amarrar” la visita, misma que se programó del 4 al 7 de noviembre de 2002.
El programa de la visita contempló los tradicionales actividades oficiales (ceremonia de bienvenida y conversaciones con el presidente Vicente Fox y entre las comitivas en Palacio Nacional), además de otras actividades de tipo empresarial (seminarios sobre promoción de comercio e inversiones; tecnologías de la información; y tecnologías ambientales); académico (encuentro con historiadores, intelectuales, y profesores y estudiantes de la UNAM); y cultural (visita al Museo de Antropología e Historia y a las pirámides de Teotihuacán).
Uno de los “entregables” más relevantes de la visita fue la firma de un convenio entre la SRE y la Universidad de Skövde para la creación de un Centro de Estudios sobre México en esa institución académica, con el objetivo de fortalecer e intensificar las relaciones de amistad y el conocimiento entre los dos países, en los campos de la educación, la investigación y la cultura. En la primavera del año siguiente, tuve el privilegio de inaugurar dicho Centro con una conferencia magistral sobre México y las prioridades de nuestra política exterior.
Por otra parte, el programa también incluyó una visita a Oaxaca (recorrido por el centro histórico declarado como patrimonio de la humanidad por la UNESCO y una comida ofrecida por el gobernador José Murat con un vistoso espectáculo de danzas y trajes folklóricos), así como – en lo privado – un viaje relámpago a Cozumel para que el Rey practicara uno de sus deportes favoritos: el buceo.
Recuerdo con tristeza que la delegación gubernamental que acompañó a los Reyes estuvo encabezada por la ministra de Asuntos Exteriores, Anna Lindh, una de las figuras más prominentes del Partido Socialdemócrata, cuya promisoria carrera política fue trágicamente truncada en septiembre de 2003 al ser víctima de un atentado en un centro comercial de Estocolmo, acontecimiento que conmocionó al país entero, como lo había hecho – en 1986 – el asesinato del ex primer ministro Olof Palme.
En una nota más ligera, una de las anécdotas más memorables fue cuando en el espectáculo musical posterior a la cena de reciprocidad que ofrecieron los Reyes al matrimonio Fox, el grupo juvenil sueco A-Teens puso a bailar a los comensales – empezando por la Reina Silvia, la estrella indiscutible de la visita por su carisma y sencillez, además de su trato cordial y su dominio del español – al ritmo de la canción “Dancing Queen” del icónico grupo Abba.
Huelga decir que, para mí en lo personal, la visita fue sumamente emotiva al cumplirse con ella, además de una de las prioridades de mi gestión, la coincidencia histórica de acompañar a la pareja real en su viaje a México como mis padres lo habían hecho 20 años antes.
Visita del presidente Vicente Fox a Suecia
En abril de 2003, escasos seis meses después de la visita real a México, recibí dos sorpresivas noticias por conducto de mi amigo, el embajador Enrique Berruga, subsecretario de Relaciones Exteriores encargado de Europa.
La primera fue la decisión de designarme como embajador en Alemania ante la necesidad política de reemplazar en ese honroso cargo a mi respetado antiguo jefe, el embajador eminente Jorge Eduardo Navarrete. Y la segunda, semanas más tarde, fue la instrucción para negociar con sentido de urgencia una visita oficial del presidente Fox a Suecia, a principios de junio, aprovechando su viaje a Europa con motivo de su participación como invitado especial en la cumbre del G-7 en Evian, Francia.
Pese a la premura – considerando la anticipación con la que se requiere preparar una visita de esta envergadura en países como Suecia – se logró integrar un programa sustantivo de alto nivel que incluyó reuniones con el Rey y el primer ministro Göran Persson; un seminario empresarial auspiciado por el diario Svenska Dagbladet y el Consejo Sueco de Comercio Exterior; encuentros con organizaciones no gubernamentales en torno a la promoción de la democracia y los derechos humanos en México; así como una interesante cena privada con personalidades prominentes de diversos sectores, entre otros el ex primer ministro Carl Bildt, bajo cuyo mandato gubernamental (1991-1994) se llevaron a cabo las negociaciones que resultaron en la adhesión de Suecia a la Unión Europea en enero de 1995.
Por cierto, el menú de esa cena – con platillos emblemáticos de la cocina mexicana que fueron muy apreciados por los comensales – fue preparado por el chef Juan Miguel Prada, jefe de instructores de la Universidad CESSA, quien previamente nos había apoyado – como también lo haría en mis futuras adscripciones en Alemania y Suiza – en la realización de un muy exitoso festival de promoción gastronómica que nos hizo el honor de inaugurar, como “madrina”, la Princesa Lilian, tía del Rey de Suecia.
La última actividad de la visita fue un emotivo encuentro con miembros de la comunidad mexicana en el jardín del Palacio Haga, lugar de hospedaje de huéspedes oficiales del gobierno sueco, mismo que, al mismo tiempo, representó una insuperable oportunidad para despedirme de mis compatriotas ante el inminente término de mi gestión diplomática en Suecia con motivo de mi traslado a Alemania.
Despedidas y traslado a Alemania
Unas semanas después de la visita presidencial, viajé a México para comparecer ante la comisión de Relaciones Exteriores del Congreso como parte del proceso de ratificación de mi nombramiento como embajador en Alemania.
De manera inesperada, dicho proceso se prolongó durante casi un mes al encontrarme – “sin deberla ni temerla” – en medio de una controversia política entre el poder ejecutivo y el legislativo que demandaba, como condición para aprobar mi designación, una explicación formal de las razones de tantos cambios de embajador en Berlín – tres nombramientos en menos de tres años – y, en particular, de la intempestiva terminación de la misión del embajador Navarrete.
Finalmente, al llegar a un arreglo político entre los dos poderes que puso fin a dicho impasse, fui convocado a rendir la protesta de ley ante el pleno de la Comisión Permanente y pude regresar a Suecia para iniciar los preparativos de mi traslado a Alemania.
Además de las numerosas y emotivas despedidas de las que fuimos objeto mi esposa y yo por parte de amistades suecas y colegas del cuerpo diplomático, deseo destacar de manera especial la audiencia que me concedió el Rey Carlos XVI Gustavo, en la cual – como una deferencia muy honrosa – me hizo entrega personalmente de la condecoración de la Orden de la Estrella Polar, en grado de banda, como culminación de mi gestión como embajador de México en ese país escandinavo.
A los pocos días, me trasladé a Berlín, regresando a esa fascinante ciudad 13 años después de mi inolvidable misión como el último representante diplomático mexicano ante la RDA en vísperas de la extinción de ese país con motivo de la histórica reunificación de Alemania en 1990.
NORUEGA
Nombramiento de embajador en Noruega
Mi designación como embajador en Noruega, al igual que varios sucesos previos a lo largo de mi carrera diplomática, llegó de manera fortuita.
Acabando de acompañar al entonces presidente de la Confederación Suiza, Johann Schneider-Ammann, en su exitosa y productiva visita de Estado a México, a principios de noviembre de 2016, recibí la noticia que se requería la embajada en Berna para un nombramiento político que deseaba hacer el presidente de la República.
Faltando un año y medio para mi retiro reglamentario del SEM, debo reconocer que la nueva me tomó por sorpresa. Sin embargo, llevando casi cuatro años en Berna y, además, habiendo cumplido prácticamente con la totalidad de los objetivos del programa de trabajo que había presentado a la consideración del Senado para mi ratificación en 2013, me “resigné”, con la atenta petición de que, en la medida de lo posible, mi siguiente adscripción fuese de un nivel diplomático y salarial equivalente al de Suiza para efectos de mi jubilación del SEM en 2018.
Fue así cómo, afortunadamente, se acordó mi traslado a nuestra representación en Noruega que estaba a punto de quedar vacante ante el inminente nombramiento del embajador Luis Javier Campuzano como director general para la ONU en la SRE.
En retrospectiva, puedo afirmar que, pese a lo breve de mi gestión diplomática en Oslo, fue un privilegio regresar a Escandinavia después de casi 15 años de mi misión en Suecia, con la connotación especial que mi primera y mi última titularidad de embajada fueran esos dos maravillosos países nórdicos.
Ratificación del Senado y designación de embajador eminente
A mediados de abril fui convocado a México para comparecer ante las comisiones unidas de Relaciones Exteriores y Europa del Senado para la ratificación de mi nombramiento como embajador en Noruega. En función del apretado calendario legislativo, la sesión de comparecencias tardó en programarse, por lo que se abrió un compás de espera de casi dos semanas.
En ese lapso, una tarde recibí una llamada telefónica del entonces canciller Luis Videgaray, quien me dio la gratísima noticia – tan anhelada pero, a la vez, tan inesperada – de mi designación, por acuerdo presidencial, como embajador eminente. Tan honrosa distinción, tras casi 45 años al servicio de México y de nuestra política exterior, fue, sin lugar a dudas, el momento más emotivo y satisfactorio de mi carrera diplomática.
El 27 de abril, se realizaron mi comparecencia ante comisiones, seguida de mi toma de protesta ante el pleno del Senado y, al día siguiente, la ceremonia de “Reconocimiento al Servicio Exterior Mexicano”, encabezada por el presidente de la República, en la que se dieron a conocer diversos ascensos y nombramientos, entre ellos el mío como embajador eminente, junto con los de mis colegas Rubén Beltrán y Eduardo Ibarrola, apreciados amigos y compañeros de muchas batallas, con quienes tengo el privilegio de compartir esta máxima distinción de nuestras respectivas trayectorias en el SEM.
Presentación de cartas credenciales al Rey de Noruega
Pese a las similitudes entre ambos países, la ceremonia de presentación de cartas credenciales en Noruega fue muy diferente a la de Suecia, mucho menos solemne. Arribé al Palacio Real de Oslo, no en carroza tirada por caballos como en Estocolmo, sino en el vehículo oficial de la embajada, con vestimenta menos formal y sin portar condecoraciones.
Desde los preparativos para mi comparecencia ante el Senado me había documentado sobre la personalidad del Rey Harald V y pude comprobar en mi encuentro con él la extraordinaria calidad humana y el trato cordial que lo caracterizan y que lo han convertido en un monarca no sólo respetado sino también muy querido por el pueblo noruego.
Tras entregarle mis cartas credenciales y tomarnos la fotografía oficial de rigor, iniciamos una amena conversación en la que abordamos su afición por la navegación; su participación en el equipo de vela noruego en los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964, y de México, en 1968, de los que guardaba un grato recuerdo; la predilección de su hijo, el Príncipe Heredero Haakon, por pasar sus vacaciones familiares en playas mexicanas; así como – debido a su interés especial en el tema – la relación entre México y Estados Unidos y sus retos en la era Trump.
Pude seguir reafirmando esta magnífica primera impresión en los varios encuentros que sostuve con él y con la Reina Sonja – una apasionada de la cultura, con quien llegué a conversar sobre nuestra afición compartida por la música clásica y la ópera – culminando con la emotiva audiencia de despedida que me concedió el Rey al término de mi honrosa misión diplomática en su bello país.
Igualdad de género en el gobierno noruego
Una de las experiencias más interesantes que tuve en Noruega, fue observar la aplicación en la práctica y el valor prioritario que se asigna al empoderamiento de la mujer y la igualdad de género, en general, y destacadamente en la vida política.
Durante mi gestión, los principales puestos políticos estuvieron ocupados por mujeres, desde la jefatura del gobierno, a cargo de la primera ministra Erna Solberg, y las de los otros partidos integrantes de la coalición en el poder, pasando por la presidencia del Parlamento, hasta las titularidades de varios ministerios, entre ellos algunos de los más importantes como los de Asuntos Exteriores, Finanzas y Defensa.
A propósito de la Cancillería noruega, durante el primer semestre de mi gestión ésta estuvo encabezada por Borge Brende, un gran amigo de México, quien hacia finales de 2017 dejó ese cargo para asumir la presidencia del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), organismo con sede en Ginebra y anfitrión de los importantes encuentros anuales de Davos.
A raíz de la salida de Brende de ese ministerio, donde fue reemplazado por la hasta entonces titular de Defensa, Ine Eriksen Soreide, una figura de importancia política ascendente, sometí a consideración superior la posibilidad de otorgarle la condecoración de la Orden Mexicana del Águila Azteca por su valiosa contribución al fortalecimiento de la amistad y cooperación entre ambos países. Para mi gran satisfacción, mi propuesta fue aprobada y la presea le fue impuesta por el presidente de la República, en septiembre de 2018, en el marco de la Asamblea General de la ONU en Nueva York.
A propósito de la ONU, viene al caso comentar que uno de los ámbitos más relevantes de nuestra relación con Noruega es la cooperación en foros multilaterales, misma que, sin duda, continuará profundizándose a futuro en diversos ámbitos de la agenda global. Es de esperarse que dicha colaboración reciba un vigoroso impulso en caso de coincidir nuestros dos países – como es altamente probable – como miembros no permanentes del Consejo de Seguridad del máximo organismo internacional en el período 2021-2022.
Comisiones de trabajo al interior de Noruega
A pesar de la brevedad de mi estancia en Noruega, aunado a limitaciones presupuestales en materia de pasajes y viáticos, afortunadamente tuve la oportunidad de realizar diversas comisiones oficiales que me permitieron impulsar algunos de los principales temas de la agenda bilateral – en especial, la experiencia noruega en materia de energía, incluyendo el funcionamiento de su impresionante Fondo Petrolero, así como en el ámbito de la pesca y la acuacultura – y, al mismo tiempo, admirar la incomparable belleza natural del país.
En agosto de 2017, viajé a Trondheim acompañando a una delegación mexicana, encabezada por el comisionado de Pesca de la SAGARPA e integrada por empresarios de dicho sector, en su participación en la feria Aquanor, la más grande e importante en materia de tecnología acuícola en el mundo.
Asimismo, al año siguiente, me trasladé a Stavanger, considerada la capital petrolera de Noruega, sede de la conferencia bienal ONS (Offshore Northern Seas), uno de los eventos más relevantes de la industria energética, para apoyar a una misión compuesta por funcionarios de la Comisión Nacional de Hidrocarburos (CNH) y del Instituto Mexicano del Petróleo (IMP), interesados en conocer la experiencia noruega en materia de innovación tecnológica con miras a una transición ordenada hacia las energías renovables.
Por otra parte, en plan privado, mi esposa y yo tuvimos las inolvidables experiencias de realizar un breve crucero por los fiordos entre Alesund – la capital del bacalao noruego – y Bergen – una de las ciudades más bellas del país -, así como participar en un “safari” de auroras boreales en Tromso, en el norte de Noruega.
“Taco fredag” y promoción gastronómica mexicana
Una de las sorpresas más agradables que me llevé en Oslo fue enterarme de la tradición de las familias noruegas de comer tacos los viernes, el llamado “taco fredag”. Si bien nunca pude averiguar con certeza cómo y cuándo comenzó esa costumbre, sí pude comprobar el gusto de los noruegos por la cocina mexicana.
En los últimos años, han proliferado restaurantes de comida mexicana en varias regiones de ese país – unos más auténticos que otros –, lo cual motivó a la embajada a promover la realización de muestras gastronómicas. La más concurrida de ellas, efectuada en el principal mercado culinario de Oslo – Mathallen– lleva ya varias ediciones, dos de las cuales tuve el placer de inaugurar, comprobando su enorme popularidad con miles de visitantes en intensos fines de semana.
En una de las muestras en Mathallen contamos con la valiosa colaboración de los chefs Daniel Ovadía y Salvador Orozco, del restaurante Nudo Negro. En otra ocasión, con motivo del aniversario de Maaemo, el restaurante más renombrado de Oslo, tuvimos la destacada participación del chef Jorge Vallejo (Quintonil). Sin omitir el “mano a mano” del chef Enrique Olvera (Pujol) con la primera ministra Solberg durante su visita a México, preparando tostadas mexicanas de salmón noruego.
Sobra decir que en todo tipo de eventos realizados en la embajada – al igual que en mis anteriores adscripciones – siempre nos empeñamos por ofrecer platillos de la tradicional cocina mexicana resaltando su reconocimiento como patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO.
Premio Nobel de la Paz 2017 y homenaje a Don Alfonso García Robles
La iniciativa para dedicar un homenaje a Don Alfonso García Robles con motivo del 35 aniversario del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz en 1982, la presenté como parte del programa de trabajo que sometí a la consideración del Senado para la ratificación de mi nombramiento como embajador en Noruega. Con el complemento especial de que dicha efeméride coincidiría con el 50 aniversario de la suscripción del tratado de Tlatelolco para la proscripción de las armas nucleares en América Latina, del cual Don Alfonso fue el principal promotor y negociador por parte de México.
Sin embargo, debo reconocer que, al momento de plantear este proyecto prioritario, en términos abstractos y generales, no tenía yo una idea clara de cómo llevarlo a la práctica una vez iniciada mi gestión diplomática en Oslo.
Como suele ocurrir, encontrándome ya en funciones en la capital noruega, de manera literalmente providencial, las piezas del rompecabezas empezaron a acomodarse de manera óptima, superando todas mis expectativas.
Primeramente, en julio, fue adoptado en la ONU el tratado para la prohibición de las armas nucleares, del cual México, fiel a su tradición diplomática inspirada por Don Alfonso, fue uno de los más activos impulsores.
Adicionalmente, en agosto, me entrevisté con uno de mis ilustres predecesores como embajador en Noruega, el Dr. Juan Pellicer, profesor emérito de la Universidad de Oslo, a quien yo conocía como antiguo colega y amigo de mi padre.
Para mi gran satisfacción, Pellicer se entusiasmó con la idea de rendir un homenaje a García Robles, con quien él había colaborado en la SRE como jefe de Protocolo, en 1976, y a quien había acompañado en lo personal en la fase final de la concesión del Premio Nobel de la Paz, en 1982. Gentilmente aceptó mi invitación para dictar una conferencia magistral basada en el artículo sobre su relación profesional y personal con Don Alfonso que acababa de publicar en la Gaceta de la UNAM.
Y, para cerrar con broche de oro este círculo de afortunadas coincidencias, en octubre, se anunció en Oslo la decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz 2017 a la organización ICAN (International Campaign to Abolish Nuclear Weapons), con la cual México había colaborado estrechamente en el proceso de negociación del recién adoptado tratado multilateral.
El 10 de diciembre, mi esposa y yo tuvimos el privilegio de acompañar al canciller Videgaray y al embajador Jorge Lomónaco, uno de los principales negociadores del mencionado tratado, como invitados especiales de ICAN, a la emotiva ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz en la sede de la Alcaldía de Oslo, en presencia de los Reyes de Noruega y de la primera ministra Solberg.
Un par de días después, en el marco de una ofrenda dedicada a la memoria de Don Alfonso, llevamos a cabo el evento conmemorativo del 35 aniversario de su galardón y del 50 aniversario del tratado de Tlatelolco, contando con la participación, además de nuestro distinguido conferencista, el Dr. Pellicer, de representantes del gobierno e instituciones noruegas, miembros de la organización ICAN, así como integrantes del cuerpo diplomático y de la comunidad mexicana, mismo que resultó todo un éxito por su alta calidad sustantiva y su gran emotividad
Visita oficial de la primera ministra de Noruega a México
A raíz del encuentro que sostuvo el canciller Videgaray con la primera ministra Solberg al término de la ceremonia del Premio Nobel de la Paz, se empezó a gestar, como parte del objetivo prioritario de mi gestión de fortalecer el acercamiento político de alto nivel, una visita oficial de la señora Solberg a nuestro país, la primera de un jefe de gobierno noruego desde 2010.
El programa de dicha visita, que se efectuó del 11 al 13 de abril de 2018, y en la que tuve el honor de acompañarla, contempló, entre otras actividades, una ofrenda floral ante el Altar a la Patria; la ceremonia oficial de bienvenida en Palacio Nacional; un encuentro privado con el presidente Enrique Peña Nieto seguido de una reunión ampliada de comitivas; la firma de instrumentos y un mensaje a medios; el almuerzo oficial con la asistencia de representantes de alto nivel de diversos sectores; un seminario empresarial sobre oportunidades de la reforma energética; una visita a la Casa del Migrante; un conversatorio sobre la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la SRE; un diálogo con jóvenes sobre la Agenda 2030, en la SEP; así como visitas a empresas noruegas establecidas en México.
Entre los principales acuerdos alcanzados y los temas abordados por los mandatarios figuraron la implementación de un memorándum de entendimiento en materia de pesca y acuacultura; la invitación de la primera ministra Solberg al presidente de México para participar en su iniciativa para la creación de un panel de alto nivel para la construcción de una economía sostenible para los océanos; un acuerdo para dinamizar la cooperación en materia de desarrollo de tecnologías y fuentes de energía limpias y eficientes; y la organización de foros de promoción de inversiones.
Si bien ya no me correspondió llevar a cabo el seguimiento final de algunos de estos acuerdos, desde mi retiro he podido comprobar que la relación con Noruega se sigue profundizando de manera decidida con miras a aprovechar su gran potencial como socios de excelencia tanto en lo bilateral como en lo multilateral. Me enorgullece haber podido aportar – pese a la corta duración de mi misión en Oslo – mi granito de arena a esta meritoria labor en beneficio de ambas naciones.
Como corolario, con gran satisfacción puedo afirmar que en cada una de mis adscripciones diplomáticas se logró concretar visitas a México de los jefes de Estado o de Gobierno de los países en los que estuve acreditado como embajador: Suecia – Rey Carlos XVI Gustavo (2002); Lituania – presidente Valdas Adamkus (2002); Alemania – presidente Johannes Rau (2006) y canciller federal Angela Merkel (2008); Suiza – presidente Johann Schneider-Ammann (2016); y Noruega – primera ministra Erna Solberg (2018).
Mis últimos Gritos de Independencia
Los dos últimos gritos de mi carrera diplomática tuvieron lugar en Oslo:
El de 2017, realizado en el jardín de nuestra embajada desafiando al impredecible clima nórdico, con la dolorosa connotación de que se efectuó una semana después del primero de los sismos que trágicamente azotaron a nuestro país, dedicando respetuosamente un minuto de silencio a la memoria de sus víctimas.
Y, finalmente, el de 2018, celebrado en el marco de un evento familiar organizado conjuntamente con la comunidad mexicana, que resultó una experiencia de lo más significativa para mí. Primeramente, porque la escolta de la bandera estuvo conformada por un grupo de niños noruego-mexicanos, lo cual le dio un toque muy conmovedor a la ceremonia; y, no menos emotivo, porque fue prácticamente mi despedida previa a mi jubilación del SEM tras más de cuatro décadas de actividad diplomática.
Mensaje de despedida con motivo de mi jubilación del SEM
En vísperas de mi retiro, estando todavía comisionado en nuestra embajada en Oslo, la SRE me solicitó grabar un video mensaje para las nuevas generaciones del Servicio Exterior con motivo de la celebración del primer Día del Diplomático Mexicano el 8 de noviembre de 2018.
Como conclusión de este relato autobiográfico de la última etapa de mi trayectoria en el SEM, me parece apropiado transcribirlo a continuación:
“Al final de una carrera de 45 años en el Servicio Exterior Mexicano, debería ser sencillo dar recomendaciones a las nuevas generaciones de diplomáticos, pero, en realidad, no es una tarea tan fácil sin caer en lugares comunes o generalizaciones.
Permítanme enumerar algunas de las características que, en mi experiencia en el SEM, me parecen las más importantes para todo diplomático mexicano:
En primer término, un profundo amor a México y orgullo por nuestra historia, tradiciones, valores y principios; en pocas palabras: llevar muy bien puesta la camiseta de México.
Una acendrada vocación de servicio – de servicio público, tan cuestionado hoy en día, y de servicio a nuestros connacionales – de la que puedan sentirse orgullosos y satisfechos, complementada con honradez y lealtad, tanto personal como institucional.
La complejidad del mundo contemporáneo demanda jóvenes cada vez mejor preparados y capacitados. Un consejo vital es que no dejen de buscar su superación, no sólo como profesionales sino también como personas.
Mantengan viva durante su carrera, en todas y cada una de sus adscripciones, su curiosidad intelectual y cultural, así como su capacidad de adaptación a nuevas circunstancias.
El Servicio Exterior demanda perseverancia y paciencia, humildad y sencillez.
No se trata de una carrera de velocidad sino más bien de un maratón, en ocasiones con obstáculos que, por insuperables que parezcan, nos dejan invaluables lecciones y nos fortalecen como seres humanos.
Nunca olviden que no sólo están proyectando su imagen personal sino también la de la institución y – todavía más importante – la del país al que representan.
Más allá de una mera actividad profesional, el Servicio Exterior es un proyecto de vida que también involucra a nuestras familias y a nuestros seres queridos.
Implica trabajo en equipo y requiere de un auténtico espíritu de cuerpo. Todos podemos aportar nuestro granito de arena, independientemente de nuestro rango en el escalafón.
Se los dice alguien que empezó su carrera como “milusos” de embajada en 1973 y que, más de cuatro décadas después, en 2017, fue objeto de la muy honrosa distinción presidencial de embajador eminente de México.
A las nuevas generaciones del SEM, les deseo que encuentren en nuestra Alma Mater – como yo tuve la fortuna de hacerlo – un espacio de excelencia para realizar sus sueños y aspiraciones y donde puedan dar lo mejor de sí – con compromiso, entrega y pasión – en beneficio de nuestra gran Nación.
Al final de una larga y estimulante carrera, y parafraseando al ex canciller Fernando Solana, puedo afirmar categóricamente que dedicar toda una vida al Servicio Exterior Mexicano bien valió la pena.”
Ciudad de México, enero de 2020.
*El autor es Embajador Eminente de México, en retiro.
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