Los principios constitucionales.
Comienzo cometiendo tal vez una perogrullada, pero a fin de establecer nuestra intención es ineludible recordar cuáles son los Principios constitucionales de la política exterior de México, desde su más reciente reforma:
1. La autodeterminación de los pueblos,
2. La no intervención,
3. La solución pacífica de las controversias,
4. La proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales,
5. La igualdad jurídica de los Estados,
6. La cooperación internacional para el desarrollo,
7. El respeto, la protección y la defensa de los derechos humanos,
8. La lucha por la paz y la seguridad internacionales.
Estos Principios están vigentes, son ley, Principios normativos en vigor, lo que los juristas llaman derecho positivo. Ahora bien, con todo y ser disposiciones legales en vigor cabe preguntarse cuál es su valor, cuál su vigencia, en una sociedad y una época caracterizada por el cambio permanente.
No se agota el debate entre principistas y pragmáticos, entre quienes defienden un cumplimiento literal, a ultranza, del principio que venga al caso y el de quienes aducen que en aras de un objetivo mayor, México debe actuar con franqueza y decisión en, digamos, la defensa de los derechos humanos. No pocas voces consideran que México no debe opinar siquiera sobre la situación que vive Venezuela, mientras que en el lado opuesto son numerosas las opiniones de quienes recomiendan mayores presiones sobre el gobierno bolivariano.
Históricamente fueron o han sido dos los Principios más recurrentes en la actuación internacional de México: la autodeterminación de los pueblos y la no intervención. Actualmente, sin embargo, hay una tendencia entre los jóvenes y ciertos sectores sociales a privilegiar el principio relativo al respeto, protección y defensa de los derechos humanos, que tiene la misma jerarquía de aquéllos.
Ingresé al Servicio Exterior de México cuando era Secretario de Relaciones Exteriores don Jorge Castañeda, uno de los cancilleres más brillantes que ha procreado México. Don Jorge fue el arquitecto de la afamada Declaración sobre El Salvador, que toda persona informada seguramente conoce.
Los jóvenes mexicanos diplomáticos de entonces, así como buena parte de la opinión pública –no así el Presidente Ronald Reagan y sus seguidores-, aplaudimos aquella hazaña, una acción que sin duda aplacó la violencia, ahorró no pocas vidas y encauzó la negociación entre los contendientes. Pues esa acción y el apoyo más que verbal a Nicaragua para su liberación del dictador Somoza constituyeron pura y llanamente, en opinión mayoritaria en: intervención.
Por otra parte, la prensa nacional informaba el 17 de octubre de 2017, apenas el año pasado, la declaración del Secretario de Relaciones, Luis Videgaray, en el sentido de que México no reconocería la independencia de Cataluña. ¿En qué territorio nos ubicamos en este caso? Y con toda intención no cito otras situaciones más complejas aún.
Lo que queda claro es que la sociedad y las circunstancias evolucionan, mutan y por lo tanto la aplicación de los Principios tiene que ajustarse. La maestra Olga Pellicer ha escrito recientemente un texto en el que señala que “En la actualidad, la reflexión sobre los principios lleva a señalar la necesidad de reinterpretarlos o actualizarlos”.
Efectivamente, a futuro, un futuro que ya nos ha alcanzado, México debe actuar en el terreno internacional con una situación y en circunstancias asaz diferentes, muy distintas a las de hace, digamos, una generación, de hace un cuarto de siglo. México no tiene ni ha tenido ningún afán hegemónico ni querellas mayores contra otras naciones. Los problemas y retos que México encara y a los que debe responder ahora son complejos y tienen carácter universal, o global para que entendamos todos.
El nuevo orden mundial.
Unas semanas atrás, el Presidente de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo, señalaba en un artículo aparecido en El Universal, que las elecciones del 1º de julio ponían fin a la etapa neoliberal del país. Él se refería a la situación interna de nuestro país, por supuesto. Pero ¿es previsible esperar un giro de la política exterior de México con la asunción del nuevo gobierno? No es improbable que así sea.
En el plano internacional advierto dos hechos que han fracturado el orden mundial, al tiempo que preludian el fin del dominio anglosajón de los siglos recientes. Uno se refiere a la decisión de Inglaterra de poner fin a su membrecía, a su pertenencia a la Unión Europea. Un error del que aún no se repone el país y que se afana en enmendar a toda costa. El otro es la elección a la presidencia de Estados Unidos del presidente Donald Trump. Un presidente que reniega de buena parte de lo que predicó la propaganda de su país por muchas décadas y que ahora exalta el nacionalismo, cuestiona el libre comercio, exhibe sin prurito el racismo latente de su país, virtualmente desconoce el orden internacional, a la ONU, a la Corte penal internacional, al ordenamiento ambiental, etcétera.
Con la regresión de esos dos países –que tanto aportaron a la evolución y al desarrollo de la humanidad- en la formación universal, se abre una serie de incógnitas sobre el futuro gobierno mundial, sobre un nuevo orden de cosas.
Junto con el fin del predominio anglosajón se acerca el agotamiento de la era del petróleo. La atmósfera terráquea ya no resiste más emisiones contaminantes. Entretanto, las fuentes alternativas aguardan ansiosamente su uso y aplicación. Si la industria petrolera ha sido por décadas uno de los pilares del liberalismo, lo ha sido con el apoyo y complicidad de los grandes centros financieros mundiales.
Pero antes aún de las manifestaciones libres y soberanas de esos países sobre su propio destino, un fenómeno potentísimo se extendió por todos los continentes de modo silencioso: la profusión de las nuevas tecnologías, especialmente las digitales. La humanidad utiliza, aprovecha y se divierte texteando, tomando selfies, tuiteando, exhibiéndose en facebook o explotando el tesoro que representan internet y las redes mundiales. Ese fenómeno ha cambiado o está cambiando las relaciones sociales a escala planetaria; su impacto en la economía no se ha estudiado seriamente, todavía.
Hace unos años no sin sorpresa aprendimos que no pocos conflictos entre las naciones provendrán de la carencia de agua dulce o potable. El aumento de la población mundial, el despilfarro y el agotamiento de los mantos acuíferos conducen infaliblemente en esa dirección. Lo mismo vale para los países productores de alimentos. En el futuro ellos poseerán buena parte de los haberes más cotizados de la humanidad.
A estos y otros dilemas similares tendrá que responder la política exterior de México.
Una situación más inmediata y turbadora, es el ascenso al poder de líderes -me refiero a presidentes o primeros ministros- ya no digamos “políticamente incorrectos” sino abiertamente autoritarios o francamente fascistas. En Turquía, Rusia, Filipinas, Polonia, Hungría, Nicaragua, Venezuela, Estados Unidos, China, Austria, Italia…
Y no sabría dónde ubicar a Cuba y Norcorea en este recuento. Entretanto, en El Salvador uno de los candidatos a la presidencia, Nayib Bukele, es abiertamente fascista y Jair Bolsonaro, en Brasil, con toda llaneza ha declarado que establecerá una dictadura. Es preocupante constatar que con pocas excepciones, todos ellos han alcanzado el poder a través de la vía electoral.
¿Son amenazas a fallas de la democracia?
Con todo, la prueba mayor a los Principios de nuestra política exterior provendrá o ya la afrontamos, de nuestro vecindario. Suelo recordar que la geografía es el primer factor de la política exterior de todo país. A la vez, que Estados Unidos es una gran potencia y actúa como gran potencia. La apuesta mayor al desarrollo de México se decidió hace unos lustros con el TLCAN. Sus impulsores ignoraban que la vida no va en línea recta. Las renegociaciones concluyeron recién, exitosamente. Ojalá que el acuerdo –con el nombre que sea- se regularice y rinda buenos frutos.
No debemos ser muy complacientes con Estados Unidos, pero tampoco desaprovechar las ventajas de la vecindad en materia comercial.
De mayor significación es el tema de la migración. Por décadas México se atuvo y fomentó que la mano de obra desempleada la absorbiera Estados Unidos. De nuevo, la historia nos reviró. Porque es un problema al que debemos hallar solución los mexicanos en primer lugar. Con aplomo decidir nosotros qué hemos de hacer con nuestros migrantes, pero también qué hacer con la inseguridad, el crimen organizado, con la producción y comercio de drogas, con el trasiego de armas, etcétera.
El problema de la migración se extiende hasta la frontera sur y no se detendrá. La imagen de México entre los países centroamericanos es y será lo que hagamos con sus migrantes. Por otra parte, el éxodo venezolano ya no es un problema sólo de Venezuela, ya desbordó sus fronteras. ¿Qué hacer? La migración es y será uno de los mayores problemas mundiales en las décadas por venir.
Perspectivas
México inicia una nueva etapa en su desarrollo. Confiemos en que sea para bien. ¿Son los principios una guía pertinente para conducir la política exterior de México en la era actual?
“Las decisiones en materia de política exterior son el resultado de un proceso de conciliación entre los planteamientos ideales del derecho internacional y las presiones provenientes de los factores de poder, nacionales y extranjeros interesados en influir en dichas decisiones”, habría señalado don Jorge Castañeda. FIN
LA /CDMX diciembre 12 de 2018
- Versión revisada de la ponencia presentada en el XXVI Foro Nacional de Política Exterior, celebrado en la FCPS, UNAM. 3 de septiembre. ↑
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