II. HISTORIA DIPLOMÁTICA DE MÉXICO. VOLUMEN II EL PORFIRIATO (1876-1911)

A Diódoro Batalla Leonis, Ernesto Madero Vázquez,
Guillermo Bonfil, Narciso Bassols Batalla, Fernando
Solana Morales, Cuauhtémoc López-Sánchez, Francisco
Noroña Valdez y Carlos Rodríguez y Quezada.

A Emilio Wäckerlin V. y Tonatiuh Bravo Padilla.
A Martha Eugenia por su cariño y paciencia en este
laborioso trabajo de varios años.

A Oban López-Bassols Mountford, Paulo Garibaldi
López-Bassols y Shaylin López-Bassols Monaghan.

A los jóvenes del Servicio Exterior Mexicano que tienen
fe en un México más justo y democrático que ejercite
plenamente su soberanía.

Con todo mi agradecimiento al Maestro Daniel Benítez
Sánchez, tercer Secretario del SEM por su intensa,
talentosa y siempre eficaz colaboración en esta obra.

A la L.R.I. Cynthia Aguirre Magaña por su notable
trabajo en la revisión y edición en esta obra.

A Don Daniel Cosío Villegas, cuyo trabajo en este tema
es todavía insuperable.

A Ricardo Flores Magón: “Capital, Autoridad y Clero:
he ahí la trinidad sombría”.

A todos aquellos que tesonera e infatigablemente labran
hoy una profunda y necesaria transformación de México.

 

*Esta obra fue publicada por Editorial Porrúa, México, 2019.

Prólogo

Esta obra es el segundo volumen de Historia Diplomática de México, el primero, De la reforma liberal y la defensa de la República a la consolidación de la soberanía (1855-1876), cubre el periodo que va desde el estallido de la revolución de Ayutla hasta el final del gobierno de Lerdo de Tejada. Como todos los proyectos históricos, la elaboración de éste sufrió modificaciones desde su estructura y contenido hasta su identidad misma. Escoger implica discriminar. En un primer momento, la continuación del primer tomo fue pensada como una obra de mayor extensión que abarcara la historia diplomática de México desde el Porfiriato hasta el fin del sexenio de Lázaro Cárdenas. Así, la obra analizaría la evolución de la política exterior de la Revolución Mexicana tanto en su etapa de lucha armada, como en la formativa e institucional. Elaborar un relato de esta naturaleza implicaba, además de un trabajo muy prolongado, un intenso esfuerzo investigativo para explicar los motivos del estallido de un movimiento social tan complejo. Por otro lado, la continuidad histórica de la obra exigía hacer hincapié en comprender el extenso periodo del Porfiriato —no solamente en la última etapa— y continuar con veinte años más de política exterior compuesta por características, personajes y momentos diversos.

La comprensión y mejora de nuestras realidades actuales es imposible sin el conocimiento a profundidad de la historia, es decir, de las causas y procesos que les dieron origen. Así, el México moderno es incomprensible sin entender la Revolución Mexicana. Empero, la Revolución misma es un proceso complejo. Por su naturaleza transformadora y catártica, sus raíces ideológicas se encuentran fundadas en contraposición a un estado de cosas anterior. Y ese estado de cosas, esa realidad anterior, es el Porfiriato. Éste, como antítesis de la Revolución, resulta también su complemento y su primera razón de ser. La evolución de nuestro país durante ese periodo marcó de forma estructural a la Nación y permitió el desarrollo de las fuerzas y las ideologías que dieron pie a la lucha armada por las reivindicaciones de los derechos colectivos y la reorganización del Estado. Lo mismo sucedió con la política exterior revolucionaria, que surgió como una respuesta, por un lado, del apremiante estado del país, y por el otro, como una refutación antitética de la política exterior porfiriana. Así, resultaría ingenuo tratar de explicar de manera amplia los fines y procesos de la Revolución sin antes referirse al Porfiriato como el momento formativo de los reclamos populares. Es por esto que, de pensar inicialmente en dedicarse sólo a los diez últimos años del Porfiriato, se tomó la decisión de consagrar el estudio de este volumen exclusivamente al análisis de esos treinta años fundamentales para México.

Asimismo, era necesario también conservar la continuidad histórica. Un salto al vacío de 1876 a 1900 hubiera implicado aceptar una ausencia de información que, en el mejor de los casos, hubiera dejado en la incertidumbre, y en el peor, hubiera inducido a la ignorancia y el error sobre los hechos históricos de nuestra política exterior. Sin el estudio de estos años, no se podría entender cómo el país pasó del aislamiento internacional de la República Restaurada al gran número de relaciones diplomáticas formales que fomentó el Porfiriato, sin duda un cambio muy importante en tan pocos años, relacionado a los muchos cambios ocurridos en México en la época, no sólo a nivel internacional, sino a nivel interno. Entonces, para abrir el camino a la comprensión de la historia diplomática de nuestro país durante el periodo en cuestión, precisamos entender al menos de manera sintética los procesos nacionales.

Tomándolo como una unidad, el Porfiriato tenía una naturaleza ambigua: de continuidad y de rompimiento; de novedad y de atraso; éxitos y fracasos; aislamiento y relaciones diplomáticas; educación e ignorancia; enriquecimiento y empobrecimiento; relumbre y opacidad; conservadurismo y colonialismo vs modernización y autodeterminación artística; nacionalismo y cosmopolitanismo; etc. La Revolución de Tuxtepec, a la vez que significó la instauración de un nuevo gobierno, también implicó un regreso al pasado militar de prácticas brutales y autoritarias alejadas del espíritu de la democracia y la República liberal recién instaurada después de la Intervención, interrumpiendo así súbitamente la construcción de un México democrático. Se constituyó en el Porfiriato entonces el tiempo de mayores novedades técnicas y movimiento demográfico, y a la vez, de atraso, abusos a los indígenas y despoblamiento de los pueblos a lo largo del país. Fue sinónimo de desarrollo económico, finanzas moderadas y consolidación de la economía monetizada, pero también del desplome de los niveles de vida del sector más amplio de la población y la grave profundización del descontento social. Así, el Porfiriato y su estudio terminan siendo cautivantes por la variedad de antítesis que convivieron en este periodo y que maduraron hasta alcanzar un estado insostenible que provocó la Revolución.

Las contradicciones porfiristas fueron, por un lado, el renacimiento parcial de las aspiraciones de la reacción contra la que luchó Juárez y los liberales, y por el otro, la continuidad parcial de los anhelos y el proyecto liberal de México. El Porfiriato, así, no resulta un momento político importante sólo por ser la antesala de la Revolución, sino por haber sido el semillero de contradicciones que ha persistido incluso después de la Revolución misma y que en nuestros días siguen mostrándosenos vivamente. En el caso de su política exterior, la contradicción también estuvo marcada: tanto la continuidad de la Doctrina Juárez como la obtención del reconocimiento de Estados Unidos fueron un imperativo categórico; sin embargo, a la vez que se mantuvieron ciertos principios fundamentales, también se buscó expandir las posibilidades económicas y estratégicas de la Nación con o sin esos principios, como en los casos de la deuda inglesa, la negociación de la frontera con Belice o la fundación del Banco de México con capital francés, entre otros. Consciente de la importancia de las imágenes en una época en que la sociedad occidental se entregaba a paso veloz al imperio de lo visual, la política exterior mexicana explotó la imagen y la percepción como fuente de capital político y de negociación. El éxito de las apariencias en el exterior culminó con las fiestas del Centenario de la Independencia, apoteosis del General Díaz y gran celebración de su diplomacia; donde al mismo tiempo que la pompa y gala de las fiestas parecían coronar el proyecto porfirista, las ya insostenibles miserias y contradicciones amenazaban con un cambio de fondo que sacudiría de pies a cabeza esa sociedad anquilosada, odiosamente injusta y de espaldas a la realidad. Irónicamente, el año de nuestro presunto triunfalismo entre las naciones del orbe también fue el año del estallido del violento final de ese capítulo de la historia.

Después de revisar el tema, la bibliografía inicial, la justificación histórica y dar inicio a la obra en la redacción, aparecieron los primeros desafíos y las primeras sorpresas, y con estos, los cambios necesarios. Luego de determinar el Porfiriato en su totalidad como el periodo histórico a estudiar, aparecieron otras consideraciones importantes, como la naturaleza del periodo mismo y las fuentes. A diferencia del tercer cuarto del siglo XIX, después de su consolidación, la diplomacia porfirista encontró como prioridad los temas económicos y comerciales, por lo que la naturaleza de los hechos y las fuentes es distinta. Si bien no dejan de ser indispensables las fuentes primarias de los archivos, primordialmente el de la Secretaría de Relaciones Exteriores, así como otros archivos personales y extranjeros de Cuba, Reino Unido, Francia, España, Rusia y Estados Unidos, entre otros; también resulta necesario conocer otros documentos y análisis posteriores. Los estudios económicos, financieros y comerciales del periodo, así como análisis de temas específicos y de relaciones bilaterales son material de apoyo indispensable para conocer a mayor profundidad los objetivos de la política exterior de Díaz. A través de la lectura de los diferentes análisis, tanto mexicanos como extranjeros, de la política exterior porfiriana, es posible explorar más allá de las fuentes primarias. Analizando y comparando las interpretaciones disponibles, los textos de los archivos, los tratados, los convenios y las memorias toman vida y nos revelan más acerca de sus autores y de su mundo, desnudan su contenido más oculto y, entonces sí, dan testimonio fehaciente de la historia ocurrida. La consulta de la invaluable veta intelectual ahí contenida hizo posible en gran parte este esfuerzo. Me siento en deuda con los materiales bibliográficos del INEHRM que se me proporcionaron, cuya biblioteca tiene mucho que ofrecer a los jóvenes internacionalistas e historiadores que se inician en la investigación de nuestro pasado.

Ahora bien, el Porfiriato, como campo de estudio de la historia política de México, es un periodo que, aunque ciertamente estudiado a profundidad por grandes intelectuales como Jesús Silva Herzog, Daniel Cosío Villegas, Carlos Tello y François Xavier-Guerra, entre otros, todavía presenta una gran cantidad de posibilidades para la reflexión individual. Por otro lado, el valor sociológico y psicológico del proceso porfirista en la vida pública de México es un tema amplísimo, estudiado de manera magistral desde diferentes perspectivas por intelectuales como Samuel Ramos, Octavio Paz, Leopoldo Zea, Guillermo Bonfil, entre otros. Apoyado en hombros de esos gigantes, pretendo únicamente delimitar este estudio al aspecto de su política exterior. Concebido para el público en general, y específicamente para los historiadores, los internacionalistas y los miembros del Servicio Exterior Mexicano necesariamente, este tomo tiene al mismo tiempo la aspiración de presentar una explicación sistemática y científica de los hechos y procesos históricos relativos a la diplomacia mexicana y la política exterior de nuestro país ocurridos desde el inicio del gobierno de Lerdo de Tejada en 1872 hasta el fin del último gobierno de Porfirio Díaz en la primera mitad de 1911.

A diferencia de quienes sostienen que la historia no puede alcanzar el conocimiento científico en razón de su bastedad de datos o de su particularidad como rama del conocimiento, considero que el conocimiento histórico, para su tratamiento científico, necesita ir más allá de las consideraciones ideológicas estructuralistas e instrumentalistas, explicándose a partir de un conjunto de hipótesis comprobables de forma empírica gracias a la evidencia y los documentos que nos han quedado del pasado. Más allá de ocuparse del debate de la historicidad de la ciencia en el caso específico de las relaciones exteriores del Porfiriato o hacer una ciencia histórica del mismo, este trabajo tiene como fin hacer una labor intensa de investigación y documentación histórica que sirva para que el lector, con base empírica confiable, pueda comprender los procesos de transformación de la política internacional mexicana y su diplomacia a partir de un enfoque científico, histórico y hermenéutico consistente con las explicaciones dadas por otras ramas de las ciencias sociales.

Por otro lado, si rescatamos a Cicerón, Historia magistra vitae est, y la proyectamos a este estudio, encontraremos en los hechos descritos, y de manera implícita, una serie de advertencias y recomendaciones para el estudio de la diplomacia mexicana. A partir de la comparación de los hechos pasados con los presentes, las circunstancias y la comprensión de la vida social y política, el lector encontrará en este texto un relato del desarrollo de la política internacional de México y un material de consulta confiable para dar luces a la acción diplomática de nuestro país en determinados contextos, y en especial, en el actual de 2019 en adelante.

Si bien el estudio de la fundamentación de las aproximaciones historiográficas al análisis de la política exterior mexicana es aún débil, es innegable que la información existente a partir de estos análisis nos da una base para entender su proceso de evolución por medio de su perfil ideológico y utilidad política.

A través de los autores que han estudiado la política exterior del Porfiriato, podemos distinguir, por tanto, tres corrientes historiográficas-ideológicas en el tiempo sobre el relato histórico del periodo; a saber:

1. Los contemporáneos: Por contemporáneos se entienden los estudios, análisis y relatos realizados durante el mismo Porfiriato. Apologistas en su inmensa mayoría, están compuestos por los informes y memorias de la Secretaría de Relaciones Exteriores, los trabajos de diplomáticos como Federico Gamboa, las entrevistas a Francisco León de la Barra, los escritos de Francisco Bulnes y José López Portillo y Rojas, las argumentaciones iusinternacionalistas de Mariscal o Vallarta, etc. En su mayoría, describen la acción del gobierno y justifican sus acciones a partir de los valores predominantes en la sociedad mexicana de finales del siglo XIX e inicios del XX. Su importancia radica en su carácter sincrónico, siendo material de primera mano para ilustrar los procesos político-diplomáticos vistos por sus autores. A estos materiales también pertenecen aquellos resguardados en los distintos archivos históricos de diversos países. Es importante destacar que hay algunos estudios que son la excepción a la regla apologética, pues tienen opiniones contrarias y contienen denuncias fuertes hacia la praxis de nuestra política internacional; entre ellos encontramos los escritos de Ricardo Flores Magón sobre la política internacional de México, la crítica de Quevedo y Zubieta al gobierno de Manuel González, y por supuesto, México Bárbaro de Kenneth Turner. Aunque escasos, estos materiales resultan valiosos e indispensables para llevar a cabo un análisis balanceado de los fundamentos, praxis y resultados de la diplomacia porfiriana, vista por sus propios artífices y críticos en pleno momento de su desarrollo. Asimismo, juega un papel fundamental la prensa que se movió en varias vertientes: católica, porfirista, de oposición, etcétera.

2. La denuncia: Con un carácter más crítico y analítico que descriptivo, las obras de este periodo son la base del debate actual sobre el Porfiriato. Elaborados a partir de la Revolución, estos análisis cumplen tanto con una función política como con una ideológica e historiográfica, pues en su gran parte desnudan la pobreza moral e ideológica del gobierno porfirista y describen los procesos que dieron origen a la Revolución. Autores indispensables para entender esta corriente son Daniel Cosío Villegas y su magna obra Historia Moderna de México, Jesús Silva Herzog y su Historia de la Revolución Mexicana y el relato meticuloso del Embajador Luis G. Zorrilla, entre otros. En un periodo más reciente, las obras publicadas cuentan con una mejor estructura académica y argumentos sólidamente fundamentados, estos trabajos se esfuerzan en explicar en mayor parte las implicaciones de la política exterior de México en la decadencia del régimen porfirista y el estallido de la Revolución como respuesta al malestar generalizado.

3. La restauración: Bajo esta categoría se pueden enumerar los trabajos que, producidos principalmente a fines del siglo XX, han buscado ubicar la verdadera imagen del Porfiriato en el debate intelectual y político contemporáneo. En su mayoría, están centrados en situaciones particulares de los gobiernos de Díaz, por lo general los rasgos positivos vigentes, tales como la herencia arquitectónica, la fundación de la Universidad Nacional y los esfuerzos hacia la construcción de infraestructura e industria. En política exterior, hacen hincapié en los esfuerzos de los gobiernos porfirianos para mejorar la imagen de México ante el mundo y expandir los alcances internacionales del país. En general analizan la persona de Díaz y sus Ministros desde una perspectiva cercana a los postulados de Raymond Aaron y la sociología de la historia. Cercanos a los esfuerzos biográficos, estos trabajos se centran más en aspectos personales y políticas muy restringidas del régimen, ignorando por lo regular algunos aspectos generales del proceso político. Al igual que los análisis de “la denuncia” tienen una marcada tendencia ideológica hacia el rescate de la figura de Porfirio Díaz como un personaje que, más que trascendente, debe ser un héroe del Panteón Nacional oficial. Algunos autores de esta corriente son Paul Garner, Will Fowler, Enrique Krauze y Javier Garciadiego.[1]

Como el lector puede apreciar, esta clasificación está en función de la intención política e ideológica de los estudios elaborados en México. Así, la mayor parte del material existente, exceptuando las fuentes primarias contemporáneas a Díaz, suelen contener, en la medida en que están ideologizados, imprecisiones en el mejor de los casos, cuando no rampantes omisiones o exageraciones de los hechos. Así, se ha formado una mitología y folklore en el imaginario histórico mexicano acerca del Porfiriato en el que conviven, como en su tiempo, dos visiones irreconciliables: por un lado, el México idílico, próspero y auténtico gobernado por el viejo sabio paterfamilias; y por otro, la Nación bajo el yugo del soberbio dictador que, ausente de la realidad, oprimió al pueblo y negó su propia esencia, acumulando problemas estructurales que no encontraron otra salida que la catarsis revolucionaria. Estos mitos son perceptibles en las calles y en las pláticas. En nuestro campo de estudio, aún es posible escuchar afirmaciones con poco o nulo fundamento acerca de la política exterior de Díaz, tales como “en ese tiempo México era una potencia mundial”, “con él se acabó la deuda externa”, “Estados Unidos nos tenía miedo”, “vendió el país a los gringos”, “si Estados Unidos hubiera querido, la revolución no estalla” y tantos otros absurdos. Es tarea de la historia deshacer estos mitos para, en su lugar, construir debates argumentados sobre el pasado, que es lo que aquí se pretende.

Hacia un nuevo enfoque histórico

de la diplomacia porfiriana

Como ya se dijo, la imaginación colectiva ha creado, a partir de las aproximaciones anteriores, mitificaciones y aseveraciones sobre el Porfiriato que han sido tomadas como Vox populi, vox dei. Sin embargo, los elementos endebles en los que se sustentan estas afirmaciones deben ser despejados a partir de información veraz y un análisis a conciencia de las causas de los hechos y las motivaciones de los actores en cuestión, siempre apoyadas en la documentación e investigación más recientes como son el caso de Ricardo Flores Magón, Manuel González y el propio Porfirio Díaz. En la diplomacia porfirista, el estudio de su evolución, métodos y prácticas nos permite dividir temporalmente su desarrollo en cinco etapas, a saber:

1. La etapa tuxtepecana (1876-1884): Esta obra consagra tres capítulos a tal efecto. Desde la caída del gobierno de Lerdo de Tejada hasta el final del gobierno de Manuel González, la diplomacia mexicana se encontró con el inmenso desafío heredado de la Reforma Liberal: insertar de nuevo a México en el mundo sin atentar contra la soberanía nacional. Durante este periodo, la política exterior de México buscó el establecimiento de nuevas relaciones mientras que, hábilmente, defendió la Doctrina Juárez a la vez que restableció puentes con los antiguos enemigos derrotados durante la intervención francesa. En estos años también se pusieron en marcha otros proyectos de los liberales, como la concesión y construcción de rutas del ferrocarril y los poco fructíferos intentos de promover la migración. Con Estados Unidos, se cambió el rumbo tomado por la administración lerdista y después de una ardua y compleja negociación, encabezada por Vallarta, que casi pone a ambos países al borde de la guerra, se logró el reconocimiento y la negociación de un modus vivendi beneficioso para ambas partes. Con Guatemala fue un periodo difícil por los conflictos fronterizos, que fueron resueltos paulatinamente por vías diplomáticas. Se puede considerar este periodo como un intento de continuar y ver avanzados los anhelos de la política exterior liberal y un primer momento para sentar las bases de una nueva política internacional que garantizara la paz, fomentara el desarrollo y promoviera la acción internacional de México dentro de ciertas prioridades geopolíticas y comerciales.

2. La consolidación del proyecto porfirista (1884-1900): Estos años fueron testigos, ahora sí, de la consolidación de un proyecto propio de la diplomacia porfirista. Es ésta la etapa idealizada debido a los éxitos a nivel internacional de Mariscal, tales como el incremento del prestigio internacional del país, el aumento de las inversiones extranjeras, el desarrollo de la infraestructura ferrocarrilera y el establecimiento de nuevas relaciones diplomáticas con varios países de Europea y ciertos del Asia Oriental. Durante estos años, la política exterior de México logró afrontar varios problemas nacionales a partir de la práctica diplomática. También fueron estos años los que vieron el arreglo de diferendos internacionales a partir de convenciones de arbitraje, como en el caso de Estados Unidos con la delimitación definitiva de la frontera por el cambio de curso del Río Bravo o la delimitación de la frontera con la Honduras Británica (hoy Belice). Fue también destacable el avance de la política de fomento de la imagen de México en el extranjero y la creciente participación de nuestra diplomacia en congresos internacionales y exposiciones mundiales. El restablecimiento del crédito mexicano en el exterior permitió mayores inversiones en infraestructura, así como la entrada de inversión extranjera, que desde entonces trataría de equilibrarse por su origen, ya fuera estadounidense o europeo. Otro aspecto sobresaliente de la época fue el inicio del multilateralismo en el sistema internacional, México participó desde la organización de la Primera Conferencia Panamericana en Washington en 1889 y después en la Primera Conferencia Internacional de La Haya de 1898. En este periodo también se normalizaron las relaciones con las grandes potencias. Esta nueva coyuntura de nuestra política exterior permitió a México intervenir más activamente en su zona geopolítica de influencia, como fue en el caso de la independencia cubana y los conflictos en América Central sin los resultados que se hubiesen anhelado; en el primer caso, dado el principio de solidaridad latinoamericana que se quebró por privilegiar vínculos con España. Estos temas son abordados en los siguientes cuatro capítulos.

3. Las respuestas contradictorias ante los cambios internos y externos al cambio de siglo (1900-1907): La praxis de la política exterior en este periodo se definió a partir de los cambios internos ocurridos durante los últimos años del siglo XIX. La muerte de Matías Romero, experimentado diplomático e interlocutor privilegiado con Washington, abrió una etapa de pruebas y errores en la relación con los Estados Unidos, que aunque siguió siendo cordial y cooperativa, no recuperó su diálogo dinámico inicial. Por otro lado, la sexta reelección de Díaz consolidó el poder del grupo de los científicos, que con Limantour a la cabeza, se involucraron cada vez más profundamente en los asuntos internacionales, con o sin la autorización de Mariscal. Para estos años, la opinión pública, que había tenido importancia sólo en ciertas ocasiones en el pasado —como en el caso de la deuda inglesa— se volvió un factor de primer orden para evaluar las acciones de política exterior. Mientras que las condiciones internas del país siguieron estables, México pudo continuar una política internacional activa, aunque ciertamente más cautelosa. Con Estados Unidos, las relaciones comerciales y políticas fueron positivas, como con Europa; aunque en los dos casos, ya sin el vigor en la acción diplomática que caracterizó el periodo anterior. En el aspecto multilateral, nuestro país tomó pasos importantes que definieron su acción y principios ante el mundo en épocas posteriores; en 1902 organizó la Segunda Conferencia Internacional Americana, que fue un esfuerzo para continuar con el proyecto panamericanista. También participó en la Segunda Conferencia Internacional de La Haya en 1907 y, aún más importante, fue un actor y promotor activo del arbitraje internacional, llevando el caso del Fondo Piadoso de las Californias a la Corte Permanente, que por desgracia, perdió, como también el de la Isla Clipperton. En América Latina, México mejoró sus relaciones diplomáticas y mantuvo una fuerte presencia en América Central como factor de equilibrio, aunque con una tendencia cada vez mayor al abandono de los problemas del Istmo por circunstancias nacionales y bilaterales. A ello corresponde específicamente también el capítulo VII.

4. La crisis del régimen (1907-1910): Para 1907, las debilidades y contradicciones acumuladas en los largos años de los gobiernos de Díaz ya se manifestaban de manera tangible en distintos aspectos de la vida nacional, y la política exterior no fue la excepción. El gradual cambio de perspectiva en el manejo de los asuntos internos del país, además de los graves problemas cada vez más perceptibles, empezaron a hacer mella en nuestra diplomacia. En ese año, la crisis económica se manifestó en una crisis de subsistencia que alteró las finanzas, el crédito y el costo de vida de la inmensa mayoría de la población. Como consecuencia, la disidencia del régimen se volvió más militante, llegando a ser un auténtico dolor de cabeza para el gobierno, incluso a nivel internacional. Así, fue durante este periodo que se recrudeció la amarga persecución del gobierno mexicano a los hermanos Flores Magón en Estados Unidos, principalmente a través de su red de consulados. Con ese país también hubo otros problemas, como las implicaciones de la huelga de Cananea, las controversias por las prácticas militares en Bahía Magdalena, la posesión de El Chamizal y la preferencia por las inversiones europeas. La entrevista Díaz-Creelman generó amplias expectativas de cambio de régimen. Mientras que con Europa —a excepción de la controversia por la Isla Clipperton— fue un periodo relativamente estable, nuestra política exterior en América Central ya comenzaba a mostrar mayores signos de desgaste. La gestión mexicana para salvar al Presidente Zelaya de Nicaragua, más que una solución a los problemas de la región, sólo empeoró las cada vez más complicadas relaciones con Estados Unidos. En el aspecto multilateral, México siguió participando en las Conferencias Panamericanas (Río de Janeiro y Buenos Aires) pero sin el papel protagónico que tuvo en la segunda. Con las fiestas de la celebración del Centenario de la Independencia, el régimen intentó mostrar al mundo el avance logrado en los largos años de pax porfiriana, sin embargo, la celebración triunfante sería en específico sólo el final de oropel ante una Revolución inminente. Corresponde este tema al capítulo VIII.

5. La catarsis (noviembre 1910-mayo 1911): Con el estallido de la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910, la diplomacia porfirista se encontró con su hora de la verdad, que la sobrepasó ampliamente. La relación con Estados Unidos mostró dificultades, enigmas y desacuerdos que no se habían mostrado a lo largo de la dictadura; así, las dificultades para lograr la cooperación de Washington en la lucha contra los revolucionarios y la prohibición de venta de armas fueron uno de los aspectos que más debilitaron la presencia militar del régimen. El desmembramiento del gobierno provocó que se llevaran a cabo negociaciones paralelas con los revolucionarios para tratar de llegar a un acuerdo y no tirar a la borda todo lo logrado por el crecimiento industrial y la estabilidad financiera. Con mayor poder cada día, los maderistas lograron ocupar posiciones cada vez más importantes hasta tomar Ciudad Juárez. Esta victoria estratégica puso finalmente de rodillas al régimen que vio su fin el 25 de mayo de 1911 con la renuncia del anciano Díaz, quien salió el día 31 de ese mismo mes para jamás volver. Esta narración ocupa el capítulo IX de la obra.

Para la exposición de estos periodos, además, el contenido de esta investigación está dividido en una introducción que adelanta algunas de las conclusiones y los nueve capítulos mencionados. Asimismo, se agregan como Anexos una relación de: los Secretarios y encargados del despacho de relaciones exteriores de México de 1876 a 1911, los representantes diplomáticos de México en países de América, Europa y Asia de 1876 a 1911, los representantes diplomáticos de Estados Unidos en México de 1876 a 1911 y los Secretarios de Estado de Estados Unidos de 1876 a 1911.

Por último, pero no menos importante, se enlista la extensa bibliografía consultada en esta obra compuesta por seis archivos nacionales, 17 extranjeros y cinco personales; las Memorias de la Secretaría de Relaciones Exteriores de los años 1875, 1878, 1881 y 1885, así como los Boletines Oficiales de 1895 a 1911; las Memorias de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de los años 1871, 1879 y 1881; los archivos nacionales de Estados Unidos en cuanto a las relaciones bilaterales de 1876 a 1910; así como los 473 libros, 83 artículos hemerográficos, 38 periódicos y 39 artículos electrónicos consultados que sirvieron como fuente principal documental para esta obra, que incluye además 1,967 citas bibliográficas.

A manera de cierre, comparto la visión de Braudel acerca de la utilidad de la historia como la base para el surgimiento de un nuevo humanismo que sirva como eje y guía de las acciones de nuestra sociedad para su mejora y evolución. El estudio de la historia nos permitirá evitar su perpetua repetición y obsesionar nuestros esfuerzos de cambio en hacer refritos del pretérito, nos permitirá conocer nuestros aspectos más profundos como sociedad y nos abrirá el conocimiento de las motivaciones e ideas de los seres humanos ante desafíos semejantes a los que la vida actual nos presenta. Así, ese humanismo disipará las tinieblas de la ignorancia y el fanatismo, aún presentes pues:

Es aceptar, es desear que las puertas del presente se abran ampliamente sobre el porvenir, por encima de las quiebras de las decadencias y de las catástrofes que predicen extraños profetas (los profetas pertenecen todos a la literatura negra). El presente no sabría ser esa línea de interrupción que todos los siglos, cargados de eternas tragedias, ven ante sí como un obstáculo, pero que la esperanza de los hombres no cesa, desde que existen los hombres, de franquear.[2]

Sin embargo, las líneas finales de esta obra, la anterior y las subsecuentes, deben ser referidas a la recomendación que me hiciera mi inolvidable maestro el Embajador Emérito Antonio Gómez Robledo, luego de secundarle en las tareas de la sexta comisión de la Asamblea General de la ONU en los años setenta:

Conozco desde hace buen número de años al señor Licenciado Hermilo López-Bassols, joven jurista mexicano, miembro distinguido que ha sido del servicio exterior mexicano. Puedo añadir, con estricto apego a la verdad, que en todas las comisiones que me tocó verle desempeñar, mostró invariablemente una competencia superior, una laboriosidad y un sentido de disciplina en servicio siempre de los intereses de la Nación.[3]

 

Me aconsejó, don Antonio en aquel momento, trabajar en una historia diplomática de México que él consideraba una obligación ineludible no sólo de los historiadores que ya lo habían intentado, sino de ciertos diplomáticos que habían servido a México.

Es esta obra entonces el segundo esfuerzo en el cumplimiento de dicha sugerencia inteligente y oportuna, el que he iniciado desde mi jubilación en 2008 del Servicio Exterior Mexicano, al que me honro en pertenecer y veo con franco optimismo que va cumpliendo con sus altas responsabilidades para la Nación en este momento de profunda e ineludible transformación, la que en materia de política exterior, dará curso al cumplimiento efectivo y soberano de los principios rectores contenidos en nuestra Constitución.[4]

Será La labor diplomática del Cardenismo mi siguiente objetivo, el proyecto más importante que régimen alguno de la Revolución haya logrado para reivindicar la soberanía de nuestro pueblo.

Hermilo López-Bassols

San Jerónimo Lídice, Ciudad de México, 21 de marzo de 2019.

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No por nada las despedidas que le hicieron se salieron de lo acostumbrado. Incluso lo que no haya sido del todo conforme al protocolo, se explica en ese contexto, en el que las luces se mezclan con las sombras”. (Carta de Monseñor Arturo Rivera y Damas al Embajador Hermilo López-Bassols, 7 de septiembre de 1992, San Salvador.)

Salvador Sánchez Cerén, actual Presidente de El Salvador, escribió el 26 de diciembre de 1994: “Muchas palabras tuyas suenan en mi mente, la primera vez que te conocí en Guadalajara, con ocasión de la Cumbre, tus sabios consejos y después en las pláticas que teníamos en tu casa, donde me hospedé.

Recuerdo cuando hacíamos referencia a algunas similitudes de la Revolución Mexicana y el proceso salvadoreño, tú nos contaste la fase dura post-Revolución y el comportamiento de algunos revolucionarios, esa etapa la estamos viviendo en carne propia. Te recordamos mucho por lo que hiciste por la paz de nuestro país”. (Carta de Salvador Sánchez Cerén al Embajador Hermilo López-Bassols, 26 de diciembre de 1994, El Salvador.)

Finalmente, Pedro A. Medrano, Embajador de Chile en El Salvador al tiempo, escribió: “De tu trabajo como Embajador, sólo puedo decirte que México ha tenido en el país a un gran Señor Embajador, el más brillante, lúcido y digno que se puede tener. Para todos has sido un ejemplo de coherencia, de compromiso profesional y de valentía y también de solidaridad con los más necesitados. La paz de El Salvador ha tenido en ti a uno de sus grandes apoyos y si algún día se escribe la verdadera historia de las negociaciones, tu nombre será registrado como uno de los artesanos y estrategas que supo jugársela con todo, en los momentos más difíciles y peligrosos por los que atravesó el proceso. El pueblo salvadoreño lo apreció y los homenajes que has recibido en estos días son un fiel reflejo de ello”. (Carta de Pedro A. Medrano al Embajador Hermilo López-Bassols, 19 de agosto de 1992, El Salvador.)

  1. Con el riesgo de omitir autores nacionales y extranjeros, menciono algunos que fueron básicos para esta obra: Agustín Sánchez Andrés, Alfred Tischendorf, Alonso Aguilar, Andrés Iduarte, ÁngelGurría Quintana, Antonia Pi-Suñer Llorens, Antonio Gómez Robledo, Berta Ulloa, Carlos Bosch García, Carlos Marichal, Don M. Coerver, Francisco Cuevas Cancino, Frank A. Jr. Knapp, Genaro Estrada, Gilbert M. Joseph, Harold Eugene Davis, Harry Bernstein, Héctor Cárdenas, Hubert Howe, Bancroft, Isidro Fabela, Ismael Moreno Pino, J. Fred Rippy, Jacinto Barrera Bassols, James Creelman, Javier Pérez Siller, John M. Hart, Jorge Flores D., Jorge Silva Castillo, José E. Iturriaga, José Fuentes Mares, José Mancisidor, Joseph H. Choate, Jürgen Buchenau, Laura Muñoz Mata, Leopoldo Zea, Lorenzo Meyer, Luis G. Zorrilla, M.S. Alperovich, Mario Gill, Ralph Roeder, Robert Jr. Deger, Salvador E. Morales, Samuel Flagg Bemis y Vicente Riva Palacio, entre otros.
  2. Fernand Braudel, La Historia y las Ciencias Sociales, Alianza Editorial, Madrid, 1970, p. 200.
  3. 3 Carta de Antonio Gómez Robledo al Dr. Jorge Carpizo (IIJ-UNAM), 7 de octubre de 1981, México.
  4. Se destaca también que el Embajador Emérito Sergio González Gálvez, en su obra Diplomacia e interés nacional. Una experiencia personal, al referirse al trabajo diplomático del autor en la República de El Salvador, señala: “Hermilo López-Bassols, como nuestro representante diplomático in situ, demostró no sólo inteligencia, sino también valentía y visión como representante de México en El Salvador durante la crisis que sufrió ese país a propósito de los lisiados del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN); el asesinato de los jesuitas; la presencia de la guerrilla en la capital, y su apoyo a la gestión del secretario general de la OEA, (Joao) Baena Soares, en la visita de este alto funcionario a dicho país centroamericano, en medio de un ataque guerrillero a la capital de esa nación, que, sin duda, puso en peligro su vida”. Sergio González Gálvez, Diplomacia e interés nacional. Una experiencia personal, Porrúa, México, 2018, p. 48.En ese mismo contexto, el Dr. Javier Pérez de Cuéllar, Secretario General de la ONU, reconoció y agradeció el valioso e invariable apoyo que el Embajador López-Bassols había prestado en el proceso de paz de El Salvador. (Carta de Javier Pérez de Cuéllar al Embajador Hermilo López-Bassols, 28 de octubre de 1991, Nueva York.)

    Asimismo, Fernando Solana, Secretario de Relaciones Exteriores de México, reconoció “la entereza, valor y profundo patriotismo con que el Embajador defendió las posiciones de México en medio de circunstancias severamente críticas”. (Carta de Fernando Solana al Embajador Hermilo López-Bassols, 6 de diciembre de 1989, México.)

    Por otra parte, Monseñor Arturo Rivera y Damas, Arzobispo Metropolitano de San Salvador, escribió: “He oído, de varias categorías de personas, muy buenos juicios sobre su actuación en el manejo del delicado y complejo problema del FMLN y gobierno, tanto en la época de la negociación como en el actual momento de consolidación de la paz.

 

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